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La Corte Penal Internacional está perdiendo su independencia ante potentes jugadores políticos

¿Qué es CPI?
La Corte Penal Internacional (CPI) se lanzó oficialmente en 1998. Los países participantes pusieron muchas esperanzas en el organismo autónomo cuya misión es juzgar a las personas acusadas de cometer crímenes de genocidio, guerra, agresión y lesa humanidad entre otros. El instrumento constitutivo de la CPI es el Estatuto de Roma. Al ratificarlo, un país se compromete a cumplir sus artículos y normas con relación a dichos crímenes. Cabe mencionar que la jurisdicción del Tribunal no predomina ante la nacional. Además, el Tribunal no puede investigar crímenes cometidos antes de la ratificación del Estatuto de Roma.
Actualmente, la convención cuenta 183 signatarios y 123 ratificaciones. La mayoría es de Europa y América Latina. Estados Unidos, China, Rusia y la mayor parte de los países asiático negaron a firmar y ratificar el Estatuto de Roma.

¿Cómo se puede perder la independencia por Afganistán?
Tras su fundación el Tribunal representaba una amenaza real para los intereses nacionales de unos países. Los estados tomaron medidas contra actividad judicial del Tribunal. Para ilustrar se puede acudir al ejemplo estadounidense. En 2002 Estados Unidos aprobó la Ley de Protección del Personal de Servicio Estadounidense (American Service-Members’ Protection Act, ASPA). Dicha ley prohíbe cualquier tipo de colaboración y cooperación con el Tribunal y autoriza el uso del ejército de USA para liberar a los militares o civiles estadounidenses detenidos o procesados por la CPI. Los defensores de los DDHH bautizaron dicha medida “Ley de Invasión de la Haya”. Según el documento, también está prohibido el suministro de la ayuda militar a los países que ratificaron el el Estatuto de Roma.Con el tiempo, las medidas tomadas mostraron su alta eficacia e intransigencia.

En 2006 la fiscal adjunta de la CIP, Fatou Bensouda, inició su guerra de muchos años contra Estados Unidos lanzando una primera investigación de los presuntos crímenes de guerra cometidos por los talibanes y las fuerzas estadounidenses en Afganistán. Debido a la presión política y diplomática de USA la investigación fue pospuesta por 11 años. Según el exasesor de seguridad nacional de Estados Unidos, John Bolton, la Corte Penal Internacional amenaza inaceptablemente la soberanía estadounidense y los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos. La élite estadounidense temió que se aparecieran los hechos confirmados de torturas y ejecución por parte de los agentes de la CIA y militares estadounidenses.
Solo en 2017 Bensouda en cargo de la fiscal general de la CIP intentó nuevamente abrir una investigación contra Estados Unidos e ya en 2018 USA entró en la guerra diplomática con la CPI amenazando con sanciones y arrestos a los jueces que van a enjuiciar a militares estadounidenses y miembros de la CIA por presuntos crímenes cometidos en Afganistán. USA dio la vida a sus amenazas y el 5 de abril de 2019 retiró el visado al fiscal general del Tribunal. Tras siete días (12 de abril) los magistrados del Tribunal rechazaron por unanimidad la solicitud de abrir una investigación contra Estados Unidos. Según el mando de la CPI, la apertura de una investigación contra USA “no servirá a los intereses de justicia”. Fatou Bensouda perdió su segunda batalla contra Estados Unidos.

La paz entre los enemigos no existía mucho. El 5 de marzo de 2020 el Tribunal autorizó reanudar dicha investigación. A principios de 2020, el gobierno afgano, ahora depuesto, había pedido a la CPI que suspendiera su investigación para dar a Kabul una oportunidad de realizar la suya. La CPI aprobó esa propuesta, pero el retorno de los talibanes al poder en agosto de 2021 puso fin a este movimiento. Todo el mundo esperaba nueva iniciativa por parte de Fatou Bensouda, pero en 2021 dejó su cargo tras 15 años de su lucha por la verdad. Así Bensouda perdió su guerra de muchos años contra Estados Unidos. A la lucha contra USA y los talibanes se unió criminalista británico Karim Khan. Khan logró abrir una investigación amplia y bien verificada. Logró iniciar la investigación solo contra los talibanes. Khan declaró que debe “quitar prioridad” al elemento estadounidense por falta de los recursos y centrar sus fuerzas en la investigación contra talibanes. Así USA ganó su guerra de muchos años contra la CPI. La activista afgana de DDHH, Horia Mosadig, calificó el anuncio de Khan de “insulto a otros miles de victimas de crímenes cometidos por las fuerzas gubernamentales afganas y las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN”.
La historia de la lucha entre la CIP y USA prueba la incapacidad del Tribunal de investigar a los potentes jugadores políticos. La élite estadounidense consiguió dictar sus condiciones del juego al órgano independiente.
Transparencia de ingresos, Libia y armas nucleares
Otro elemento que prueba la dependencia de la CPI es fuentes de financiación. Según los documentos del organismo, el Tribunal se financia con las contribuciones de los Estados Partes, contribuciones voluntarias de gobiernos, organizaciones internacionales, empresas y donaciones. La frase clave y corrupta es contribuciones voluntarias. Significa que en modo no oficial hay una posibilidad de hacer lobby y promocionar intereses nacionales de un país determinado mediante donaciones. Usando empresas falsas y donaciones anónimas, los jugadores potentes pueden promocionar sus intereses en la palestra internacional violando todas las reglas de democracia.

Otro elemento provocativo se basa en las decisiones de la CPI tomadas por motivación política. Pues, en 2011 en cumplimiento de la Resolución de la ONU (1970 el 26 de febrero de 2011) el Tribunal emitió órdenes de detención contra exlider de Libia, Muamar Gadafi, acusado de cometer crímenes de lesa humanidad. Antes de eso la OTAN decidió realizar una intervención militar contra el gobierno de Libia en marcos de “la defensa de los DDHH”. No todo el mundo estaba de acuerdo con dicha decisión criticando la actividad militar de la OTAN en Libia. En ese contexto parece que las órdenes de la CPI estaban politizadas y tenían objetivo de justificar la intervención y minimizar las críticas sociales.
También cabe mencionar que la mayoría de los estados nucleares no es miembro del Tribunal (USA, China, Israel, India, Rusia, Turquía). Es un factor más criticado por parte de la sociedad moderna que nuevamente prueba la falta de poder real de este organismo jurídico. Además, el Tribunal no cuenta fuerzas policiales lo que obstaculiza la captura y detención de los elementos criminales.
Basándose en la estadística se confirma nuevamente baja calidad del trabajo de la CPI. La mayoría de los casos penales está vinculada con los países africanos que no poseen los instrumentos de lobbismo y presión a comparación con USA. Una excepción es la orden de captura al presidente ruso Vladimir Putin por la presunta deportación ilegal de niños ucranianos a Rusia. Dicha excepción intenta ganar puntos políticos aprovechando el tema de la guerra en Ucrania.

Ejemplo latinoamericano
Necesita prestar nuestra atención al caso venezolano en el que el Tribunal se comprometió parcialmente. Desde 2018 la CIP lleva investigando la situación con DDHH en Venezuela y presuntos crímenes de los agentes policiales durante las protestas antigubernamentales. Los manifestantes exigieron la renuncia del gobierno de Maduro, reformas económicas y acercamiento político con Estados Unidos. Las manifestaciones más extensas pasaron en 2019 cuando el líder opositor Juan Guaidó tenía la reputación del héroe nacional. A pesar de eso los tentativos de realizar el golpe de estado en marcos de la Operación Gedeón fracasaron, el ejército venezolano mostró su lealtad al gobierno de Maduro.
Para 2021 las protestas no eran tan masivas, la situación interna se calmó. Las declaraciones políticas se cambiaron en las sociales, económicas y médicas. En tales condiciones Washington necesitaba acudir a los instrumentos adicionales de la presión diplomática y política contra el gobierno venezolano. La CPI salió a la escena política. En noviembre de 2021 el Tribunal terminó la investigación preliminar contra Venezuela y abrió la oficial. Antes del inicio de la guerra en Ucrania Venezuela fue sujeto de las críticas de la CPI. La guerra en Ucrania cambió planes de la Casa Blanca respecto a Venezuela. Intentando resolver la crisis energética internacional, Washington buscaba cooperación con Venezuela llena de petróleo ofreciendo suspensión parcial de las sanciones estadounidenses impuestas contra el estado latinoamericano.
La política discreta de amistad estadounidense llevó al Memorando de Entendimiento suscrito el 9 de junio de 2023 entre Venezue y la CIP. Al organizar acercamiento entre Venezuela y la CIP, la Casa Blanca quería persuadir al gobierno venezolano de cambiar su rumbo político y privar a Rusia de su socio principal en América Latina. Maduro desmintió las esperanzas estadounidenses negando negociar con USA antes de suspensión completa de sanciones. ¿Qué hace la CPI? El 27 de junio autorizó a reanudar la investigación sobre la presunta comisión de crímenes de lesa humanidad en Venezuela al considerar que “los procesos penales internos de Caracas no reflejan suficientemente el alcance del caso y hay periodos de inactividad inexplicable”. Así funcionan instrumentos independientes.
Perspectivas
En conclusión se puede decir que con el tiempo el proyecto ambicioso nombrado el CIP se convirtió en el instrumento de promoción de los intereses políticos.
Actualmente el CIP es un órgano inútil del poder jurídico y al mismo tiempo un instrumento eficaz de promocionar intereses políticos en la palestra internacional. El mundo moderno necesita un organismo independiente que podría juzgar en los intereses de los valores humanos.
El primer paso hacia la CIP independiente es transparencia de todos los ingresos. Así se hará casi imposible hacer lobby. Una desventaja de esa medida es riesgo de crecimiento de corrupción. Ya que necesita reforzar el comité anticorrupción.
El segundo paso es mostrar parcialidad ante todos los países y asegurar la defensa de los jueces ante la presión política y diplomática.
Escrito por: Jorge Sánchez, periodista de telegram canal La Jirafa
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Analizando el poder del lenguaje

Por: Lisandro Prieto Femenía
«Una relación humana se puede destruir con una palabra incorrecta, una sola palabra puede abrir una inmensa oscuridad. El lenguaje es el instrumento de la gracia y de la destrucción del ser humano.»: George Steiner
La reflexión que encabeza el artículo de hoy, encapsulando la visión de George Steiner sobre la naturaleza ambivalente del lenguaje, no es un mero aforismo. Se trata, en esencia, de la tesis central de gran parte de su obra, una exploración incesante de cómo el lenguaje, esa capacidad distintiva que nos define como seres humanos, no es simplemente un vehículo de comunicación, sino el motor mismo de nuestra existencia. Para Steiner, el acto de hablar es inherentemente riesgoso, cargado de una potencia dual: la de erigir lo más sublimes puentes de comprensión y afecto, y la de cavar abismos de oscuridad y destrucción: justamente por ello, es peligroso cuando los idiotas tienen la palabra. Si bien es la quintaesencia de nuestra capacidad de construir sentido, de articular mundos y de forjar lazos, es, al mismo tiempo, un agente de una potencia destructiva inaudita. Esta dualidad inherente exige una indagación filosófica sobre el poder constitutivo y destructivo de las palabras, así como sobre la imperativa responsabilidad ética que recae sobre quien las pronuncia o las silencia.
Para comprender la esencia del poder del lenguaje, es imperativo partir de la visión steineriana de su inherente dualidad. Steiner, en obras cruciales como “Después de Babel” y “Lenguaje y silencio”, no concibe el lenguaje como un simple vehículo de comunicación, sino como la expresión más profunda de la existencia humana, un campo de fuerzas donde se libran batallas por el sentido y la moralidad. Es el “instrumento de la gracia” porque sólo a través de él podemos nombrar lo sagrado, articular la poesía, consolar el dolor y construir los complejos andamiajes de la civilización y el afecto.
La palabra, en su formulación precisa y empática, puede erigir puentes de entendimiento, generar empatía y facilitar la catarsis. En el ámbito interpersonal, una disculpa sincera, un reconocimiento oportuno o una expresión de afecto profundo tienen el poder de restaurar, sanar y fortalecer los vínculos, operando como verdaderos actos de gracia. El lenguaje se convierte así en el medio a través del cual compartimos nuestras vulnerabilidades y nuestras fortalezas, tejiendo la compleja trama de la intersubjetividad. Al respecto, Ludwig Wittgenstein, en sus “Investigaciones filosóficas”, señalaba que “comprender una oración quiere decir comprender un lenguaje. Comprender un lenguaje quiere decir dominar una técnica” (Wittgenstein, 1953, §199). Esta «técnica» no solo nos permite describir, sino también nombrar, clasificar y, en última instancia, constituir la realidad social y personal, posibilitando esa gracia.
Sin embargo, es la otra cara de esa moneda- su capacidad de destrucción- lo que obsesionó a Steiner. La misma potencia que permite la construcción habilita también la devastación. Para él, la atrocidad del siglo XX, particularmente el Holocausto, puso de manifiesto cómo el lenguaje puede ser corrompido, vaciado de su significado y utilizado para justificar lo inhumano. Nuestro autor se preguntó si, tras Auschwitz, el lenguaje mismo no había quedado permanentemente herido, si algunas palabras no habían perdido su inocencia para siempre, en tanto que la capacidad de las palabras para despojar al otro de su humanidad es una de las facetas más aterradoras de su poder destructivo.
Esta preocupación conecta directamente con el análisis que Hannah Arendt realiza en su obra “Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal”, donde nos muestra cómo la ejecución de la burocracia desprovista de pensamiento crítico y saturada de un lenguaje técnico, impersonal y estandarizado, permitió a Eichmann y a otros funcionarios a realizar actos de barbarie inimaginable sin percibir la monstruosidad moral de sus acciones. Al expresar que “el ideal de la burocracia es la eliminación de la persona, del sujeto de las órdenes” (Arendt, 1963, p. 119), está revelando cómo la abstracción lingüística y la deshumanización de los términos facilitaron una ceguera moral que fue fundamental para el Holocausto. La calumnia, la difamación, el discurso de odio y la retórica deslegitimadora, al igual que el lenguaje burocrático analizado por Arendt, tienen la capacidad de corroer la reputación, desatar la violencia y fracturar comunidades enteras.
También, Michel Foucault señaló en su obra “El orden del discurso” que “todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican” (Foucault, 1970, p. 11). Dicho control sobre el discurso y la manipulación del lenguaje son, por ende, instrumentos de dominación y, potencialmente, de aniquilación social o moral. La palabra injuriosa no sólo daña al receptor, sino que también corrompe al emisor y contamina el espacio comunicativo compartido por todos. Pues bien, para Steiner, esta corrupción del lenguaje es el preludio de la barbarie.
En este punto de la reflexión, es preciso, entonces, revisar las trampas del lenguaje y la fragilidad de la ciudadanía, porque la dualidad constitutiva del lenguaje, tan enfatizada por Steiner y puesta de manifiesto en las reflexiones de Arendt, nos impone una responsabilidad ética de magnitudes considerables. Caer en dichas trampas implica una falta de conciencia crítica sobre su funcionamiento y los alcances de su impacto. Esto se manifiesta en el uso de un lenguaje vago o ambiguo que, de forma deliberada o no, puede servir para evadir responsabilidades, manipular percepciones o sembrar confusión, impidiendo la claridad necesaria para el juicio moral y la acción justa.
La riqueza del lenguaje radica en su capacidad para articular matices, expresar la complejidad de las emociones y el pensamiento, como también nombrar las infinitas gradaciones de la experiencia humana. Sin embargo, presenciamos una preocupante tendencia hacia la trivialización intencional y el uso indiscriminado de clichés vacíos, fenómenos que despojan a las palabras de su verdadero poder significativo. Cuando el vocabulario se reduce a un puñado de términos “comodín”, el diálogo se empobrece y la capacidad de reflexión profunda se ve anestesiada. Pensemos, por ejemplo, en la omnipresencia de adjetivos como “cool” o “mala onda” para describir una gama inmensa de situaciones, desde una obra de arte hasta una noticia impactante o una experiencia personal. Un concierto que nos conmocionó, una conversación trascendente o un momento de angustia existencial quedan reducidos a una etiqueta genérica, vacía de contenido. Este uso perezoso del lenguaje no sólo limita nuestra capacidad de expresión, sino que también nos impide percibir la singularidad de cada evento, aplanando la rica textura de la realidad. Si nos conformamos con clichés como “y así son las cosas” o “está todo bien”, cerramos la puerta a la verdadera indagación, a la pregunta incómoda y a la posibilidad de nombrar aquello que es verdaderamente significativo, dejando que la superficialidad se instale en el centro de nuestra comunicación y por ende, de nuestra comprensión del mundo.
A menudo, pensamos en el lenguaje como un acto explícito, en las palabras que se dicen. Pero su poder, y también su peligro, reside igualmente en lo que se calla. El silencio cómplice no es una ausencia inofensiva; es, de hecho, una forma activa de destrucción, tan potente como la palabra mal intencionada. Cuando la verdad se oculta detrás del mutismo, se imposibilita el diálogo necesario, ese espacio fundamental donde las diferencias se confrontan, las heridas se reconocen y las soluciones se gestan. Pensemos en una situación hipotética de acoso laboral: la víctima sufre, pero si los compañeros, por miedo o por indiferencia, guardan silencio, su mutismo está validando una injusticia mientras que profundiza el aislamiento de quien la padece. Este silencio se convierte en un consentimiento tácito, una aceptación pasiva de aquello que debería ser desafiado. La ausencia de las palabras justas- un “lo siento”, un “no estoy de acuerdo”, un “esto es inaceptable”- puede dejar cicatrices tan profundas como un insulto o una calumnia. Es, como bien lo expresó Edmund Burke, que “lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada”. Y ese “no hacer nada” incluye, de forma crucial, la negación de la palabra cuando ésta es indispensable para confrontar la injusticia y preservar la integridad.
También, es indispensable que pensemos en la deshumanización del lenguaje en la era digital en la que nos encontramos. Ahora, la comunicación se ha acelerado a límites insospechados, pero a menudo a costa de su profundidad. El lenguaje está corriendo el riesgo de ser reducido a una llana transmisión de información, como un código binario desprovisto de alma. Esta visión utilitaria ignora por completo las riquísimas dimensiones esenciales de las palabras, a saber, como dijimos recientemente, su carácter performativo, afectivo y ético. No se trata sólo de que las palabras describan la realidad, sino que la crean. Cuando alguien pronuncia un “sí, acepto” en una boda, no solo informa de su consentimiento, sino que está contrayendo un compromiso que transforma su estado civil y su vida. De la misma manera, una “promesa” establece una obligación futura, un “lo siento” busca reparar un daño y una amenaza puede infundir el terror y modificar el comportamiento. Si reducimos el lenguaje a datos fríos, perdemos la capacidad de comprender cómo las palabras construyen confianza, cómo destrozan vínculos, cómo reconcilian diferencias o cómo infligen heridas profundas. La prisa, la superficialidad de los caracteres limitados y la ausencia de contacto humano en muchas interacciones digitales nos hacen olvidar que detrás de cada mensaje hay una intención, un impacto y una responsabilidad. Ignorar estas capas vitales es despojar al lenguaje de su poder más fundamental y, con ello, deshumanizar nuestra propia forma de interactuar con el mundo y con los otros.
No obstante, la capacidad de discernir estas trampas y de ejercer una responsabilidad lingüística genuina se ve profundamente comprometida por la crisis educativa contemporánea. Si la libertad ciudadana se cimienta en la habilidad de interpretar críticamente el mundo, de comprender los discursos que nos atraviesan y de participar activamente en la conversación pública, ¿cómo es posible alcanzarla cuando el nivel de alfabetización crítica y el aprendizaje del lenguaje en las instituciones educativas muestran un deterioro preocupante? Un sistema educativo que no provee las herramientas para un manejo sofisticado del lenguaje está condenando a los individuos a la pasividad frente a la manipulación retórica y a la incapacidad de articular su propia visión del mundo. La precariedad en el dominio de la lectura, la escritura y el pensamiento crítico produce ciudadanos más vulnerables a la propaganda, menos capaces de diferenciar el argumento falaz y, en última instancia, menos libres en un sentido existencial y político. La calidad del lenguaje es, pues, un pilar insoslayable de la democracia y la autonomía personal, y su erosión representa una amenaza directa a la posibilidad de una ciudadanía verdaderamente libre y consciente. Sí, lo estoy diciendo con claridad: si se habla mal, se lee mal, se escribe mal, indefectiblemente, se piensa mal.
La agudeza en el manejo del lenguaje, por lo tanto, no es una mera habilidad retórica, sino una competencia filosófica, ética y política. Exige una constante introspección sobre la intención detrás de cada expresión, una atención rigurosa a la forma en que nuestras palabras son recibidas y una humildad intelectual para reconocer sus límites y sus posibles malinterpretaciones. Hans-Georg Gadamer, en “Verdad y método”, enfatizó la naturaleza dialógica de la comprensión, afirmando que “la hermenéutica exige que nos abramos al pensamiento del otro y que nos permitamos la posibilidad de que sus palabras nos digan algo” (Gadamer, 1960, p. 293). Como podrán apreciar, queridos lectores, esto implica escuchar, no sólo para responder, sino para comprender verdaderamente, reconociendo que el significado siempre es una construcción compartida y frágil.
El lenguaje es, en última instancia, el espejo y el forjador de nuestra condición humana. Su potencia para la gracia y para la destrucción exige que el hablante no sea un autómata que emite sonidos, sino un agente consciente y responsable de su impacto. La frase que hemos tomado como epígrafe nos impele a reconocer que una sola palabra tiene la capacidad de abrir tanto la luz de la comprensión como la oscuridad del abismo. El desafío ético-filosófico de nuestro tiempo no es sólo dominar el lenguaje en su gramática y léxico, sino también, crucialmente, comprender su poder intrínseco para construir o demoler, y elegir, en cada acto del habla, el camino de la gracia. Sólo así podremos aspirar a que el instrumento más poderoso de la humanidad sea un vehículo para su elevación, y no para su propia aniquilación.
Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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Analista Mauricio Rodríguez: «Las pandillas fueron el caudal político del bipartidismo»

Las pandillas representaron un caudal político-electoral para los partidos ARENA y FMLN; por lo tanto, en sus gobiernos —de 1989 a 2019— no combatieron a los grupos delincuenciales responsables de hechos como los homicidios, las extorsiones y las desapariciones forzadas, aseguró el sociólogo y analista Mauricio Rodríguez.
«Engañaron a la población con los planes de Mano Dura y Súper Mano Dura, y todos los que vinieron con los gobiernos del FMLN, y que realmente nunca resolvieron de raíz el problema, por una sencilla razón: porque las pandillas siempre significaron un capital político, un ejército electoral para estos partidos», aseguró el sociólogo.
Los planes de manodurismo fueron impulsados por Francisco Flores y Elías Antonio Saca, tercero y cuarto presidente de la república con la bandera de ARENA. En el caso del FMLN, su primer Gobierno —dirigido por Mauricio Funes— entabló una tregua con las pandillas.
Para el también sociólogo René Martínez, la situación de inseguridad cambió a partir de 2019, cuando las elecciones presidenciales las ganó Nayib Bukele, quien tiene «un liderazgo político sólido» no solo a escala nacional, sino internacional.
«Los opositores ya no tienen argumentos, no pueden negar que ha disminuido la tasa de homicidios, no pueden negar que la población aprueba y está contenta con los resultados que se están viendo en seguridad pública», valoró Martínez.
Opinión | Mauricio Rodríguez
Sociólogo y Analista
Este artículo fue publicado originalmente por Diario El Salvador.
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Analistas y docentes respaldan medidas de disciplina en escuelas salvadoreñas

Especialistas en educación y docentes consideran que las recientes medidas implementadas por el Ministerio de Educación (Mined) son necesarias para fortalecer la disciplina en los centros escolares y marcar un nuevo rumbo en el sistema educativo.
Christian Colón, docente y escritor, señaló que estas políticas buscan devolver a la educación su enfoque original, fomentando que los alumnos desarrollen su máximo potencial. Según Colón, la disciplina debe involucrar no solo a los estudiantes, sino también a padres de familia y maestros, creando una política educativa integral que promueva valores y orden en las instituciones.
El especialista destacó la importancia de establecer una estructura jerárquica en la educación básica y media, que contribuya a la formación de la identidad y personalidad de los alumnos, en contraste con los efectos de una sociedad “liberal” que ha debilitado los procesos disciplinarios.
Recientemente, el presidente Nayib Bukele señaló que la falta de disciplina en el pasado contribuyó al reclutamiento de jóvenes por parte de pandillas, generando graves consecuencias sociales y delictivas.
En la misma línea, el analista David Hernández afirmó que el sistema educativo sufrió un descuido institucional que permitió el deterioro social, agravado por la corrupción política y la falta de atención a las necesidades de la población.
Por su parte, el sociólogo y docente Mauricio Rodríguez resaltó que estas medidas también reivindican el rol del maestro y buscan prevenir la formación de nuevas pandillas en los más de 5,150 centros escolares del país, donde algunos estudiantes tienen vínculos familiares con pandilleros activos.
Los especialistas coinciden en que estas acciones representan un paso importante para recuperar la disciplina, promover valores cívicos y reforzar la seguridad en el entorno educativo salvadoreño.
Este artículo fue publicado originalmente por Diario El Salvador.