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El tema de cambio climático se hace más politizado y militarizado

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El impacto que las amenazas climáticas, como sequías, inundaciones, ciclones, la subida del nivel del mar o las temperaturas extremas, ejercen sobre el desarrollo socioeconómico de una sociedad es enorme. Teniendo en cuenta todos los riesgos devastadores ya está plenamente aceptada la idea de que todos los gobiernos deben apoyar las iniciativas orientadas a la lucha contra el cambio climático.

Por lástima, unos países aprovechan la situación peligrosa con el objetivo de promover sus ideas e interesas nacionales. Hoy el tema de cambio climático es mucho más politizado a comparación con otros temas sociales importantes. Un ejemplo elocuente es Estados Unidos y su política de presión diplomática.

El tema de clima como instrumento de la presión diplomática contra otros países

Dando el ejemplo hay que mencionar las declaraciones del enviado global del presidente estadounidense Joe Biden para el cambio climático, John Kerry. Kerry dijo que se propone “aumentar las ambiciones” de todos los países en la lucha contra el cambio climático destacando que Estados Unidos tiene a su disposición algunos premios y castigos diplomáticos para todos los países. Así Washington informa a todo el mundo que sería mejor obedecer a su visión correcta.

Cabe decir que parcialmente la posición estadounidense tiene derecho de existir. Es que unos países no castigan ni sancionan a su población por no cuidar la naturaleza lo que provoca la contaminación, la deforestación y la pérdida de biodiversidad en los países vecinos. Pero ¿cómo se puede diferenciar entre la presión política y la defensa de clima? La frontera entre dos afirmaciones es tan débil.

En los marcos del cuidado de la naturaleza Estados Unidos intentó establecer su control bajo los recursos acuáticos de los países soberanos. A principios de junio de 2022 la vicepresidente estadounidense Kamala Harris declaró que la mayor parte de los intereses nacionales estadounidenses está vinculada directamente con el nivel suficiente del agua. Se trata sobre aguas dulces y superficiales entre otras. Para asegurar el cumplimiento de los intereses nacionales está prevista la participación estadounidense en todos los procesos de control y gobernanza de los recursos acuáticos, incluso si acontecen en los países extranjeros. Según dos casos mencionados ya se puede probar que el tema de clima no es tan sencillo como parece.

Recientemente Estados Unidos declaró que tiene derecho de decidir el destino del planeta. La Casa Blanca está sugiriendo el “posible despliegue” de técnicas radicales contra el cambio climático, como el bloqueo artificial de la luz solar, como parte de su programa contra el cambio climático, a pesar de las advertencias de los expertos de que tales iniciativas pueden tener efectos devastadores para el planeta. Llegamos a otro problema. El tema de clima necesita la unidad de toda la sociedad internacional. Ningún país puede imponer sus puntos de vista a todo el mundo. Actualmente no hay instrumentos efectivos e independientes que podrían asegurar imparcialidad política en el ambiente de clima.

El tema de clima y ambiente militar

Parece ser imposible pero el tema de clima preocupa mucho a los militares de los países más potentes del mundo. Los altos funcionarios consideran que los problemas climáticos amenazan directamente a la seguridad nacional.

En 2018 en USA había un conflicto interno entre el gobierno de Trump y legisladores estadounidenses. Por un lado, la administración de Donald Trump se ha salido del Acuerdo Climático de París, ha propuesto eliminar tres cruciales nuevos satélites climáticos, ha incumplido un compromiso de 2.000 millones de dólares prometidos durante la presidencia de Obama al Fondo Verde del Clima y quiere recortar la financiación de los programas del clima domésticos de la Agencia de Protección Medioambiental estadounidense (EPA) y los programas globales de la agencia de asistencia USAID. Por el otro lado, el congreso de los Estados Unidos, dominado por el partido republicano, ha afirmado que el cambio climático es una prominente amenaza para la seguridad nacional, y ordenado que el Departamento de Defensa analice con detalle cómo va a afectar a sus instalaciones más importantes. Al mismo tiempo, la cámara abordó la necesidad de dar más fondos al ejército para enfrentarse a las amenazas del calentamiento global.

En febrero de 2015, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos junto a otras instituciones publicaron dos informes sobre geoingeniería (propuestas tecnológicas para manipular el clima) que fueron financiados, entre otros, por la CIA estadounidense. La CIA y otros sectores del aparato de inteligencia estadounidense han calificado el cambio climático y el control del clima como factores geopolíticos estratégicos y de seguridad nacional. En 2009, la CIA abrió incluso su propio Centro de Cambio Climático y Seguridad Nacional, pero el Congreso le ordenó cerrarlo en 2012.

En 2021 el Pentágono mencionó que el ejército empezará a dedicar una porción significativa de su presupuesto a incorporar en su planificación las amenazas relacionadas con el clima.

Los periodistas bautizaron la situación como la guerra climática mencionando periódicamente el programa Haarp como la parte más elocuente de esa guerra (Es un conjunto de antenas con capacidad de crear modificaciones en la ionosfera).

Conclusión

El tema de clima está directamente vinculado con política y ambiente militar. Los jugadores más potentes del mundo lo usan para promover sus intereses nacionales en todo el mundo. El tema de clima oculta dentro de sí la potencia peligrosa que podría desencadenar las guerras en todo el mundo. Ningún país debe utilizar el tema de clima en marcos de su lucha contra los gobiernos no amistosos.

Escrito por Jorge Sánchez, periodista de La Jirafa

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“Cuando el silencio indiferente es cómplice del mal”- Lisandro Prieto Femenía

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«El mal que hay en el mundo casi siempre viene de la ignorancia, y la buena voluntad sin lucidez puede ocasionar tantos desastres como la maldad.»

Albert Camus, La Peste (1947).

Bien sabemos que la historia de la humanidad está escrita con tinta de dolor, pero también con el borrador implacable de la indiferencia. Hay momentos en que el estruendo de la barbarie es tan abrumador que el silencio global que le sigue se vuelve un eco aún más ensordecedor, una complicidad tácita que corroe los cimientos de la ética y la justicia. En la actualidad, el mundo observa con una mezcla de horror y parálisis dos realidades que, si bien distintas en su origen, convergen en una misma verdad innegable: la atroz responsabilidad del silencio ante la injusticia. Hoy nos referiremos puntualmente a los crímenes abominables perpetrados por Hamás contra el pueblo de Israel y la devastación sin límites que el Estado de Israel está infligiendo a diario en lo que queda de la Franja de Gaza. Ambos episodios, lamentablemente, debería dolernos por igual, pues son una clara demostración del fracaso rotundo de la razón en pos del bien común, de la diplomacia internacional y de la justicia global.

¿Ante qué horror nos estamos paralizando? El día 7 de octubre de 2023, la incursión de un grupo detestable de lúmpenes de Hamás, financiados por degenerados palaciegos, en territorio israelí reveló una faceta brutal de la capacidad humana para la crueldad. Los asesinatos, secuestros y la violencia indiscriminada contra civiles, incluidos nuños y ancianos, conmocionaron al mundo. Sin embargo, la respuesta global, aunque inicialmente enérgica en la condena, pareció desvanecerse en la medida en que la escalada de violencia tomaba una dirección aún más devastadora. Este silencio selectivo ante la barbarie es lo que el filósofo Theodor W. Adorno, en su reflexión sobre lo acontecido en Auschwitz, nos instaría a cuestionar: no se trata sólo de la incapacidad de comprender el mal, sino de la facilidad con la que la conciencia moral se adormece. Como él mismo afirmó en su “Dialéctica negativa”, “después de Auschwitz, la poesía no es posible”. Si bien la magnitud de los eventos no es la misma, la esencia de la atrocidad nos obliga a un examen de conciencia similar. El silencio ante el terror de Hamás, una vez consumado, es una forma de normalizar lo inaceptable.

Paralelamente, la respuesta de Israel en Gaza ha desatado una catástrofe humanitaria de proporciones inimaginables. El asedio, los bombardeos indiscriminados y la destrucción de infraestructuras vitales han dejado un rastro de muerte, desplazamiento y desesperación para millones de palestinos. Ante esta devastación, el silencio de gran parte de la comunidad internacional se torna aún más inquietante. ¿Cómo es posible que las imágenes de niños famélicos y mutilados, hospitales destruidos y familias enteras diezmadas no logren despertar una acción contundente? La indiferencia, sobre todo por parte de los organismos internacionales inútiles, en este contexto, no es sólo una falta de empatía, sino una clara complicidad activa con la aniquilación y la injusticia.

Aquí, la voz de Hannah Arendt se vuelve crucial: en su obra titulada “Eichmann en Jerusalén”, introdujo el concepto de la “banalidad del mal”, refiriéndose a cómo los grandes crímenes pueden ser cometidos por personas “normales” que simplemente cumplen órdenes, sin una malicia intrínseca. Sin embargo, su obra también nos invita a reflexionar sobre la responsabilidad individual de resistir y hablar: el silencio de la mayoría no es una exculpación para la barbarie. Arendt nos enseña que el mal no siempre se presenta con un rostro temerario y monstruoso, sino que a menudo se esconde detrás de un escritorio, en la obediencia o, en nuestro caso, en el mutismo complaciente. El silencio ante la degeneración humana que representan los perversos miembros de Hamás como también los responsables de la devastación en Gaza es, en esencia, la banalización del sufrimiento humano.

También, la filosofía de Immanuel Kant nos ofrece un marco para comprender la responsabilidad moral que recae en cada individuo y sobre la comunidad internacional. Su imperativo categórico, que nos insta a actuar de tal manera que nuestra máxima de acción pueda convertirse en una ley universal, nos exige que no permanezcamos pasivos ante el sufrimiento ajeno. Si universalizamos el silencio ante la injusticia, estamos permitiendo que la barbarie se convierta en la norma. Así, Kant nos invita a preguntarnos: ¿quisiéramos vivir en un mundo donde el genocidio o los crímenes de guerra fueran aceptados por la inacción global? La respuesta de la gente sensata sería un rotundo ¡NO! Por lo tanto, el imperativo hoy es actuar, aunque sea levantando la voz o publicando un artículo de reflexión filosófica en una época donde la gente prefiere ver reels de veinte segundos y le tiene alergia a la lectura.

Recapitulando, ambos episodios presentados, es decir, la atrocidad de los salvajes de Hamás y la aniquilación indetenible en Gaza, son la clara demostración del fracaso de la razón en pos del bien común. La razón, que debería ser la brújula para la coexistencia pacífica y la resolución de conflictos, ha sido secuestrada por la avaricia, la venganza, el odio y el interés político. La diplomacia internacional, el instrumento por excelencia para la prevención y resolución de conflictos, se ha mostrado claramente impotente, atascada en vetos, intereses geopolíticos y una falta de voluntad política para imponer el respeto por la vida humana.

Consecuentemente, el silencio ante estas realidades tan crudas, pone en tela de juicio la misma noción de justicia global. Si la justicia es ciega ante el sufrimiento de unos, pero ve con claridad el de otros, entonces no es justicia, sino un mecanismo de poder al servicio de un puñado de detestables. La justicia, en su esencia, exige una respuesta equitativa ante la violación de los derechos humanos, sin importar la identidad de las víctimas o de los perpetradores.

En medio de la polarización intencionada de los capitales que sostienen a los medios masivos de comunicación, como también la retórica deshumanizadora impulsada por ellos, es vital recordar otra verdad fundamental: el sufrimiento no tiene nacionalidad ni afiliación política. La antigua máxima del dramaturgo romano Terencio, “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”, es decir, “Soy humano, y nada de lo humano me es ajeno”, la recupero hoy con urgencia desgarradora, porque esta sentencia filosófica nos convoca a reconocer nuestra inherente conexión con la condición humana, a sentir como propio el dolor del otro, sin importar su origen o las etiquetas que se le impongan.

Cuando observamos el salvajismo en los crímenes de Hamás, los niños israelíes secuestrados y asesinados, nos confrontamos con la cruda realidad de la pérdida de la inocencia. Son víctimas de un odio que no les pertenece, de una violencia que trasciende cualquier justificación. De la misma manera, el exterminio en Gaza nos muestra niños y bebés asesinados, heridos, traumatizados y hambrientos, cuyas vidas han sido irremediablemente truncadas por un conflicto que no eligieron. Ellos no son responsables de la violencia, ni de las decisiones de sus líderes, ni de las políticas de un Estado. En pocas palabras, caros lectores: ningún niño palestino es terrorista, como tampoco ningún niño secuestrado por Hamás es sionista. Son, simplemente, niños.

Callar ante el sufrimiento de cualquiera de estas criaturas inocentes es una abdicación de nuestra propia humanidad. Se los digo con los ojos vidriosos, porque yo también soy papá: si el dolor de un niño israelí nos estremece, el dolor de un niño palestino debería hacerlo con exactamente la misma intensidad. Si condenamos la barbarie de un ataque, debemos condenar con igual vehemencia la devastación que se carga de a miles vidas inocentes. La capacidad de discernir la injusticia, de sentir empatía por la víctima, sin importar de qué lado de la frontera se encuentre, es la piedra angular de cualquier ética que aspire a la universalidad. El lema precitado “nada de lo humano me es ajeno” nos interpela a trascender las narrativas simplistas y a reconocer en cada víctima, sea israelí o palestina, el reflejo de nuestra propia vulnerabilidad y la urgencia de nuestra responsabilidad colectiva.

Por último, es preciso exponer la tiranía de la polarización generada por el silencio forzado de la patética era de la post-verdad. En este tiempo, donde la inmediatez de las redes sociales y la fragmentación de la información dictan gran parte del discurso público, la búsqueda de la verdad y la expresión genuina de la compasión se encuentran sitiadas por una nueva forma de censura: la cultura de la cancelación, la imposición de lo que se considera “políticamente correcto”. Esta dinámica tóxica ha convertido el debate sobre el conflicto israelo-palestino en un campo minado moral, donde cualquier matiz es aplastado por la exigencia de una lealtad absoluta.

Si uno osa expresar compasión por las víctimas palestinas, la acusación inmediata es la de ser un justificador del terrorismo o un antisemita. El dolor de Gaza se reduce a una “narrativa” subjetiva que debe ser desacreditada si se quiere mantener una postura “aceptable”. Por el contrario, si se manifiesta solidaridad con las víctimas israelíes y se condena la barbarie de Hamás, el señalamiento es el de ser un “sionista”, un “asesino” o un cómplice de la opresión. La empatía se convierte en un arma arrojadiza, un test de lealtad que no permite la simultaneidad de sentimientos humanos.

Esta grieta, creada intencionalmente, no sólo silencia las voces, sino que también atrofia la capacidad de discernimiento moral. La complejidad de la tragedia se reduce a un juego banal de “buenos y malos”, donde no hay espacio para el luto compartido o la condena universal a la violencia. Al respecto, una filósofa que no es de mi agrado, Judith Butler, sostiene algo digno de recuperar, a saber, que no debemos avalar los regímenes mediáticos y políticos que determinan qué vidas son “dignas de luto” y cuáles no. En nuestro caso, la cultura de la cancelación impone un marco que castiga a quienes se atreven a lamentar todas las vidas perdidas por igual. El resultado es un silencio forzado, no por indiferencia, sino por el miedo a ser estigmatizado, a perder la reputación o incluso el sustento. En este clima, la voz de la razón y la empatía se ahoga en el ruido de las acusaciones triviales mutuas, y el imperativo ético de alzar la voz ante la injusticia se ve comprometido por la tiranía de la post-verdad.

Espero que haya quedado claro, queridos lectores: el silencio nunca es neutral. El silencio es un eco ensordecedor que avala la injusticia, una grieta en la moralidad humana que permite que la barbarie prospere. Tanto los crímenes de Hamás como el plan de devastación en Gaza deberían confrontarnos con una única verdad incómoda: somos responsables no sólo de lo que hacemos, sino también de lo que permitimos que suceda al guardar silencio.

Es imperativo que, como individuos y como comunidad global, nos neguemos a ser cómplices de la indiferencia asesina. Es hora de que el estruendo de la barbarie sea respondido con el clamor unánime por la justicia, la paz y el respeto por la dignidad humana de todos. En definitiva, queridos amigos, el precio de nuestro silencio es la deshumanización de todos.

 

Lisandro Prieto Femenía.
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina

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Cuentos de camino real de la oposición política

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Por: Mauricio Rodríguez

Hablar de cuentos de camino real, para quienes pasamos de los 50 o 60 años, nos evoca a una época de infancia, en la que nuestros abuelos nos entretenían por las noches con narrativas inventadas, muchas veces de forma espontánea. Eran los llamados «cuentos de camino real», que de realidad solo tenían el nombre, más bien eran formas de hacernos creer en un mundo que solo existía en sus mentes.

En nuestro país hay un grupo de personas que —por ponerle nombre, llamaré «oposición política», en alusión a una sociedad democrática donde debe existir— difiere con la forma de pensar de quien gobierna. No son propositivas e inteligentes, lo cual se nota hasta en sus discursos públicos. Esos conceptos están muy, pero muy lejos de que lo que ahora existe en nuestro país. Más bien son grupos dispersos de opositores políticos que evocan a un pasado que a la mayoría de la población salvadoreña duele recordar, pues es un período histórico agudizado por los gobiernos de ARENA y FMLN que se escribió con sangre, luto y dolor de quienes fueron víctimas de estos partidos que se desarrollaron pactando con pandillas, cuyos miembros utilizaron los polígonos de tiros de las fuerzas del orden para entrenar y luego asesinar a nuestra gente, quienes violaron a nuestras niñas, jóvenes y adolescentes, extorsionaron, cortaron cabezas, rentearon y humillaron a nuestra gente.

Esos no son cuentos de camino real; es tan verídico como la paz que ahora experimentamos en nuestro país, lo cual es innegable, pues ya se cuenta con más de 900 días sin homicidios, y eso de verdad les cala profundo a los opositores salvadoreños, pues solo se han quedado a publicar cuentos de camino real, cosas que existen en su imaginario, que les hace creer que pueden volver a acceder al poder político. Imaginan que la gente les cree. Solo el hecho de recordar que tanto ARENA como el FMLN junto con las pandillas generaron caos y terror, hasta llegar a ser reconocidos como el país más violento del mundo.

En pocos años, el presidente Bukele nos convierte en el país más seguro del hemisferio occidental, eso les duele, y en actos desesperados recurren a publicar cuentos de camino real; y detallo algunos: presos en Cecot del Tren de Aragua, minería, bitcóin, derechos humanos, salario mínimo, cierre de escuelas, declaraciones de un sociópata (el Charly), la construcción en Los Chorros, etcétera, y podría seguir presentando la larga lista de cuentos de camino real que solo existe en el mundo y en las mentes de quienes fanáticamente siguen creyendo que pueden detentar el poder político por medio del chantaje, la mentira, la difamación y la injuria.

Se puede uno encontrar con una jauría de personajes que en el pasado no dejaron un buen legado para el país; sin embargo, ahora los vemos rasgarse las vestiduras y llenándose la boca de buenas intenciones; más bien, dándose baños de pureza, sobre la base de la difamación. Es importante dejar claro que existen medios digitales con este tipo de agendas, que no son ocultas, más bien pretenden provocar a un gobierno que se mantiene incólume ante los embates de sus cuentos de camino real y pretendiendo victimizarse de ser perseguidos políticos. Nada más ridículo que eso es imposible.

Los sueños húmedos de la oposición política solo llegan a eso, y estos grupúsculos los narran como cuentos de camino real, esperando que alguien les crea, pero este pueblo, nuestra gente, las víctimas de las pandillas, saben que no podemos volver al pasado, pues pasaría lo de la estatua de sal. Estamos frente a una bestia herida que respira por esa herida.

Opinión | Mauricio Rodríguez
Sociólogo y analista

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«El proyecto Sitramss del FMLN fue emblemático, pero en materia de corrupción»: sociólogo Mauricio Rodríguez

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Hace 10 años, el Gobierno de Salvador Sánchez Cerén, el segundo del FMLN, anunciaba el inicio de operaciones del Sistema Integrado de Transporte del Área Metropolitana de San Salvador (Sitramss), un proyecto que para los sociólogos Mauricio Rodríguez y René Martínez y el politólogo Óscar Peñate no modernizó el transporte masivo de pasajeros, sino que, por el contrario, representó «corrupción, mala administración pública y botar» sobre el pavimento $45 millones adquiridos mediante un crédito internacional.

El Sitramss inició operaciones con pasajeros formalmente el 12 de mayo de 2015, con una tarifa de $0.33 por un recorrido de casi seis kilómetros en carriles segregados construidos sobre el bulevar del Ejército y la alameda Juan Pablo II, que partían desde la terminal en Soyapango y llegaban hasta el hospital Médico Quirúrgico del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), en San Salvador.

Mauricio Rodríguez, sociólogo que fungió como diputado en la Asamblea Legislativa cuando se debatía el proyecto, recuerda que previo a aprobarse el préstamo de $45 millones para el Sitramss hubo una oferta en México hacia el Gobierno de El Salvador para impulsar otro modelo de transporte de pasajeros en el Área Metropolitana de San Salvador (AMSS), que fue rechazada por el Gobierno de Mauricio Funes.

«Casualmente yo tuve acceso, en un viaje que se hizo a Cancún, de un proyecto que fue ofrecido en México a El Salvador. Se llamaba Convenio de Yucatán», afirma Rodríguez, quien siendo legislador integró la comisión de obras públicas, transporte y vivienda de la Asamblea, mesa que siguió antes, durante y después el proyecto de transporte insigne de los gobiernos farabundistas.

El exdiputado recuerda que por medio del convenio se ofreció un préstamo por $40 millones, que al suscribirse se condonaba el 50 %, es decir, que «solo se pagarían $20 millones del monto con la única condición de que la flota de autobuses se comprara en México y se les diera a los transportistas».

El convenio, financiado por medio del Fondo de Yucatán, nació para mejorar la conectividad, el comercio y la competitividad de la región; sin embargo, Rodríguez asegura que «el FMLN ya tenía en su haber el negocio con Brasil […] y lo que hicieron fue endeudar al país con $45 millones y ofrecer muchas cosas. El negocio ya lo tenían hecho. No quisieron escuchar otras voces. Ya tenían los votos».

Fue en noviembre de 2011 cuando el congreso salvadoreño autorizó al Gobierno de Funes suscribir con el Banco Internacional de Desarrollo (BID) un contrato de préstamo por los $45 millones para financiar el Programa de Transporte del Área Metropolitana de San Salvador, crédito que fue ratificado en enero de 2012.

«Ese sistema fracasó aparatosamente porque, desde el principio, fue visto por la dirigencia del FMLN como otra forma de corrupción y favoritismo político con sus allegados, dentro de los cuales estaban los empresarios más voraces del transporte público», recuerda, por su parte, el sociólogo René Martínez.

El proyecto inició su construcción durante la administración Funes, y previo a su operación oficial tuvo dos etapas: sin pasajeros, del 11 al 20 de enero de 2015, y con usuarios y pasaje gratis del 21 de enero al 21 de febrero de 2015. Más tarde el Sitramss amplió su recorrido hasta la Plaza Salvador del Mundo, al poniente de San Salvador, usando la red vial ya existente.

Según lo planteado en el programa del proyecto de movilidad masiva, se buscaba «mejorar las condiciones del transporte público de pasajeros y el tránsito en general en el Área Metropolitana de San Salvador».

Para Martínez, aquello que se pudo considerar como «buena idea» para mejorar la movilidad «terminó siendo un botín de $45 millones para los corruptos, razón por la que el proyecto del FMLN terminó siendo emblemático, pero en materia de corrupción».

Los gobiernos farabundistas buscaban con el Sitramss «estructurar una ciudad competitiva, eficiente y equitativa, que ofreciera oportunidades de movilidad sostenible a la población de menores recursos y facilitar el transporte hacia las oportunidades de trabajo y desarrollo económico y social», según la teoría sobre el proyecto.

El politólogo Óscar Peñate recuerda que al «proyecto Sipago-Sitramss se le considera, después de la represa El Chaparral, el segundo gran monumento a la corrupción cometida por altos funcionarios del Ministerio de Obras Públicas y del Viceministerio de Transporte de los gobiernos de FMLN».

La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia emitió fallos sobre el Sitramss, que iban desde abrir el carril segregado a vehículos particulares, declarar inconstitucional el uso del carril segregado y dar un plazo de un año a la Asamblea Legislativa para que regulara la licitación y explotación de la obra, lo que no se cumplió.

Hoy, luego de 10 años del primer recorrido, el Sitramss tiene con juicios a varios exfuncionarios y empresarios relacionados con el proyecto, así como a su flota de autobuses articulados y «padrones», y sus estaciones de servicio (paradas) en completo abandono y deterioro por el correr del tiempo.

Opinión | Mauricio Rodríguez, Sociólogo y analista
Este artículo fue publicado originalmente por Diario El Salvador.

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