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Motociclista murió arrollado por una rastra cañera en carretera a La Libertad

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El conductor de una moto murió en la mañana de este domingo luego de ser arrollado por una rastra que transportaba caña de azúcar. El cuerpo de la víctima quedó entre las llantas del automotor pesado.

El fatal accidente ocurrió en el kilómetro 32 de la carretera hacia el Puerto de La Libertad, informó la Policía Nacional Civil (PNC).

Las autoridades detallaron que el motociclista, habría intentado sobrepasar en el carril a la rastra, sin embargo, la moto se le barrió y la rastra que venía por detrás lo embistió, matándolo en el lugar.

El hecho ocurrió a eso de las 5:30 de la mañana y el conductor de un vehículo rojo también estaría involucrado en el accidente. La zona fue acordonada por la PNC y agentes de tránsito para la inspección y levantamiento del cuerpo.

La víctima fue identificada como Balmoris Chávez, de 61 años. Su identidad fue confirmada en Facebook por el Sindicato de Trabajadores de la Alcaldía de Santa Tecla (SITRAMSAT).

«El día de ahora domingo 15 por la mañana lamentamos el falleció en un trágico accidente nuestro compañero Balmoris Chávez, hacemos este anuncio ya que queremos dar con el paradero de sus familiares que se encuentran en occidente», publicó la gremial de trabajadores. Chávez residía en el distrito de Zaragoza.

El sábado por la noche, el conductor de un automóvil resultó con heridas leves luego de perder el control y volcar en el kilómetro 26 y medio de la carretera Panamericana Oeste, a la altura del Redondel Colombia.

Erick Alejandro Barahona Cuesta de 26 años de edad, fue atendido por Comandos de Salvamento por heridas en el rostro y fue después trasladado hacia un centro asistencial del Seguro Social en el distrito de Quezaltepeque, La Libertad Norte.

La Libertad es el segundo departamento con mayor número de accidentes registrados en este año (3,401) solo por detrás de San Salvador (5,961).

En 2024, más de 480 motociclistas han perdido la vida en accidentes a nivel nacional. Además, más de 11,268 personas han resultado lesionados en los más de 19,174 siniestros registrados a la fecha.

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Opinet

Quien vive en paz, no jode a los demás- Lisandro Prieto Femenía

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“A las personas no les molestan las cosas, sino las opiniones que les dan a esas cosas”

Epicteto, Enquiridión (Capítulo 5).

El precitado aforismo estoico, que sitúa la fuente de la perturbación no en el mundo externo, sino en el juicio subjetivo que emitimos sobre él, encierra una tesis fundamental para la filosofía: la buena convivencia no primariamente una tarea de diseño social o regulación externa, sino el resultado inevitable de una cierta disposición, de una arquitectura interior armónica. Si la paz con el mundo es un reflejo de la paz consigo mismo, entonces la agresión, la falta de respeto, la irritabilidad y el malestar que proyectamos sobre el entorno no son más que los síntomas de una guerra no resuelta en el fuero interno. Bajo esta luz, la búsqueda de la serenidad se convierte en la primera y más radical responsabilidad cívica.

La filosofía clásica sentó las bases de esta conexión indisoluble entre el orden interno y la acción justa. Para Platón, la justicia misma en la “polis” es una proyección de la justicia del alma. En “La República”, el filósofo ateniense define el alma justa como aquella donde cada una de sus tres partes- la razón (logistikón), el espíritu o ánimo (thymoeidés) y los apetitos (epithymetikón)- cumplen su función armoniosamente. La razón debe gobernar, asistida por el ánimo, para mantener a raya los apetitos. La injusticia, y por extensión la perturbación proyectada sobre los demás, surge del desequilibrio, cuando una parte inferior usurpa el lugar de la razón. La acción mesurada y el respeto al otro emanan de esta justicia interna (Platón, La República, 443c–d).

Por su parte, su discípulo Aristóteles enfoca esta armonía en la finalidad de la vida humana: el Bien Supremo, o eudaimonia (“vida floreciente”). Esta plenitud se alcanza a través del ejercicio constante de la razón (logos), que permite la adquisición de las virtudes. En su obra “Ética a Nicómaco”, establece que “el bien humano es la actividad del alma de acuerdo con la virtud; y si las virtudes son varias de acuerdo con la óptima y más completa” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1098a16-18). En pocas palabras, aquí se está expresando que la persona prudente (phronimos) armoniza sus pasiones y sus acciones con la recta razón porque su orden interno es la garantía de su conducta justa en la esfera pública.

Este principio se radicaliza en el pensamiento estoico, particularmente en pensadores como Epicteto, que concibió la serenidad (ataraxia) y la imperturbabilidad (apatheia) como el único campo de batalla legítimo y accesible. El estoicismo nos enseña que el sufrimiento nace de los juicios erróneos sobre aquello que no está bajo nuestro control. La paz se conquista, pues, al desplazar la preocupación de lo externo a lo interno, logrando la distinción fundamental entre lo que podemos y lo que no podemos modificar. Complementariamente, el emperador filósofo Marco Aurelio refuerza esta idea al establecer la “Ciudadela Interior” como nuestro refugio inexpugnable. En sus “Meditaciones”, prescribe el acto de la voluntad sobre el juicio: “Tienes poder sobre tu mente, no sobre los acontecimientos exteriores. Date cuenta de esto y hallarás la fuerza” (Marco Aurelio, Meditaciones, IV, 3). En este sentido, la paz interior nos capacita para responder al mundo con ecuanimidad, transformando la relación con el otro de una potencial fricción a un ejercicio de virtud.

Siglos después, la filosofía post-kantiana introdujo una visión más oscura de la dinámica interior que explica la agresividad humana, desplazando el problema del orden de la razón al caos de la voluntad. Para Arthur Schopenhauer, el malestar no es un error de juicio ni una falta de virtud, sino una condición metafísica ineludible. Para él, la esencia del mundo es la “Voluntad” (Wille), un impulso ciego, irracional e insaciable que es la fuente última de todo dolor y sufrimiento.

En su obra titulada “El mundo como voluntad y representación”, diagnostica la vida como un ciclo perpetuo de querer y desear, donde el sufrimiento y el tedio son “los dos extremos en los que oscila el péndulo de la vida” (Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, Vol. I, § 57). Esta voluntad única y sufriente se manifiesta en todos los seres, creando un estado de hostilidad universal donde todos somos verdugos y víctimas debido a la naturaleza insaciable de nuestro motor vital. La agresividad hacia el prójimo, desde este enfoque, no es un vicio moral, sino el efecto necesario de este perpetuo impulso metafísico que busca alivio al afirmarse a sí mismo, a menudo a expensas de los demás. La paz interior, bajo este prisma, sólo es alcanzable mediante la negación ascética de la voluntad: cuanto menos se desee, más cerca de esa paz se estará.

Ahora bien, este mecanismo de descarga de la frustración encuentra su formulación más incisiva y sociopolítica en la obra de Friedrich Nietzsche. Desarrollado en su “Genealogía de la moral”, el concepto de Ressentiment (resentimiento) no es un simple sentimiento, sino una fuerza creadora de valoraciones morales, una venganza imaginaria nacida de la impotencia y la incapacidad de actuar.

Nietzsche explica que el sujeto débil, incapaz de responder directamente a su opresor o a la causa de sus frustraciones, sublima esta debilidad y la revierte. El resentido, en guerra consigo mismo por no poder afirmar su propia voluntad vital, necesita urgentemente buscar y crear enemigos afuera. Este acto es esencialmente deshonesto, pues como afirma el bigotón, “el resentido no es sincero ni honesto… su espíritu ama los escondrijos, los caminos tortuosos y las puertas falsas…” (Nietzsche, La genealogía de la moral, Tratado Primero, § 10). Así, la agresión social se convierte en la metabolización perversa de una identidad dañada: sólo la gente rota tiene la energía para molestar a los demás.

Esta proyección de la hostilidad desde el fracaso interior encuentra un eco existencial en la crítica del escritor y pensador argentino Ernesto Sábato. Para él, la hostilidad no sólo nace del resentimiento moral, sino de la angustia y la incomunicación radical del individuo moderno. Su obra es un lamento por la deshumanización que aísla al ser en un mundo racionalizado y mecánico. En su ensayo “El escritor y sus fantasmas”, diagnostica la condición humana como una soledad irreductible al expresar que “sólo ha y una cosa verdaderamente ineludible: nuestra soledad, nuestra desesperación, el fracaso definitivo” (Sábato, El escritor y sus fantasmas, El escritor y la crisis). Si el hombre vive en la certeza de su soledad esencial y el sinsentido, la proyección de la agresión (la “molestia”) es un intento desesperado por establecer un contacto, aunque sea negativo, con el otro, o una manifestación de la profunda frustración ante el absurdo. La convivencia se rompe no solo por la maldad activa, sino por la incapacidad de la conciencia solitaria de tocar otras conciencias.

Desde una arista sociológica, se podría afirmar que la patología de la molestia social se complica al introducir la dimensión intersubjetiva de la identidad. Filósofos de la Escuela de Frankfurt, como Axel Honneth, han desarrollado la idea de que el yo se constituye en el espejo del otro a través de la “lucha por el reconocimiento” (Kampf um Anerkennung). Concretamente, Honneth postula que sólo si los individuos “se ven confirmados recíprocamente en sus actividades y capacidades pueden llegar a una autocomprensión de sí mismos como individuos autónomos” (Honneth, La lucha por el reconocimiento). Esto nos da otra pista: a veces la gente rota que disfruta molestando a los demás, ha sido severamente maltratada desde su infancia.

La negación del reconocimiento- el desprecio o el menosprecio- hiere la identidad hasta su núcleo, afectando las esferas del amor, el derecho y la estima social. Esta herida se convierte en una fuente de profunda inestabilidad que puede proyectarse como una búsqueda de compensación agresiva. Si la sociedad me niega el valor que merezco, la tentación de destruir el valor de lo que me rodea se vuelve un mecanismo de defensa. El conflicto y la agresión, por tanto, son a menudo una protesta moral subyacente ante la falta de reconocimiento.

Esta dinámica se amplifica en el paisaje de nuestra postmodernidad. Byung-Chul Han, en su análisis de la “sociedad del rendimiento”, señala cómo la autoexplotación y presión por el éxito generan un sujeto que es tanto verdugo como víctima de sí mismo. La fatiga patológica del burnout (“cerebro quemado”) y la depresión, producto de una guerra interna librada por imperativos de optimización, se proyectan al exterior como irritabilidad crónica, intolerancia y una necesidad constante de “molestar” que intenta reorientar el foco del dolor hacia el exterior, desplazando la responsabilidad por el propio fracaso al sistema o al prójimo. En esta perspectiva, la hostilidad social es la manifestación externa de un alma exhausta.

Ahora, si la agresión nace de la herida, la frustración y el resentimiento, la verdadera paz interior exige un acto de liberación. Hannah Arendt, en su análisis de la “vida activa”, nos recuerda que la acción humana, al ser impredecible e irreversible, necesita de dos facultades esenciales para sostener la convivencia: el perdón y la promesa. La acción es irreversible, lo que significa que una vez realizada, sus consecuencias cuelgan irremediablemente sobre el futuro. El único remedio para esta irreversibilidad es la facultad de perdonar. Arendt explica que el perdón es la capacidad de “deshacer los actos del pasado, cuyos ‘pecados’ cuelgan como la espada de Damocles sobre cada nueva generación” (Arendt, La condición humana, Parte II, Cap. 5). El perdón es la herramienta que libera al sujeto del peso irrevocable de sus propios actos y libera a los demás de la obligación de venganza o resentimiento continuo. Es un acto de voluntad que permite el nuevo comienzo, la natalidad.

El otro complemento precitado es la promesa, que mitiga la imprevisibilidad de la acción futura. Ambas facultades, el perdón (remedio para el pasado) y la promesa (remedio para el futuro), son esenciales para establecer “islas de seguridad sin las que siquiera la continuidad [de la acción] sería posible” (Arendt, La condición humana, Parte II, Cap. 5). Vivir en paz no es un mero estado contemplativo, sino un acto de voluntad, una batalla política y personal que incluye la capacidad de perdonar a sí mismo y a los demás. Esta templanza, esta renuncia a la guerra interior, es la base de una compasión elevada: dejar en paz al prójimo. La paz interior, cultivada como virtud cívica, no es una opción, sino la condición necesaria para la existencia de una deliberación pública basada en el respeto y no en la proyección agresiva del propio malestar.

Amigos míos, hasta aquí hemos recorrido las profundidades del alma, desde la geometría racional de la eudaimonia aristotélica y la fortaleza estoica de Marco Aurelio hasta el impulso ciego de la Voluntad schopenhaueriana y la tiranía del Ressentiment nietzscheano, pasando por el laberinto de la soledad y el absurdo de Sábato. La tesis inicial, que vincula la paz interior con la buena convivencia, se mantiene no sólo como un ideal moral, sino como una radiografía de la patología social contemporánea.

No obstante, este recorrido nos obliga a abandonar el reposo de las conclusiones definitivas para adentrarnos en una zona de reflexión crítica. Si las estructuras sociales y económicas contemporáneas nos someten a un estado de ansiedad, autoexplotación y negación de reconocimiento (Honneth, Han), ¿es la paz interior una tarea puramente individual o una utopía irrealizable sin una profunda reforma estructural? ¿Acaso exigir al individuo la “autorregulación” mientras la maquinaria social lo tritura, no es una nueva forma de violencia, un desplazamiento de la responsabilidad colectiva? ¿Puede una sociedad ser verdaderamente democrática y justa si sus ciudadanos están emocionalmente inmaduros, si cada uno está en guerra consigo mismo?

Si Schopenhauer y Sábato tienen razón y la vida es esencialmente sufrimiento y soledad radical, ¿la paz interior se reduce a un escape nihilista (el ascetismo) o aún podemos encontrar un sentido afirmativo de la vida, como postula Nietzsche, a través de la creación de nuevos valores que superen el resentimiento y permitan una coexistencia creativa? Por último, y ya no los molesto más: la paz con el otro, que comienza en el perdón a uno mismo y la asunción de nuestra vulnerabilidad (Arendt), nos confronta con la pregunta fundamental, ¿estamos educando a nuestros ciudadanos para la fortaleza de la compasión, o para la debilidad del resentimiento, y con ello, condenando a nuestra “polis” a ser el ceo de nuestra propia miseria interna?

Referencias

Aristóteles. (c. 330 a. C./2018). Ética a Nicómaco (1098a16-18). Gredos.

Arendt, H. (s.f.). La condición humana (Parte II, Capítulo 5: «La capacidad de perdonar»).

Epicteto. (s.f.). Enquiridión (Capítulo 5).

Han, B-C. (s.f.). La sociedad del cansancio. Herder.

Honneth, A. (s.f.). La lucha por el reconocimiento: por una gramática moral de los conflictos sociales. Crítica.

Marco Aurelio. (s.f.). Meditaciones (Libro IV, 3).

Nietzsche, F. (1887/2018). La genealogía de la moral (Tratado Primero, § 10). Alianza Editorial.

Platón. (c. 380 a. C./2003). La República (Libro IV, 443c–d). Gredos.

Sábato, E. (s.f.). El escritor y sus fantasmas (El escritor y la crisis).

Schopenhauer, A. (s.f.). El mundo como voluntad y representación (Volumen I, Sección 57).

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Deportes

VIDEO | Explota la Selecta: Bolillo y Góchez encaran a aficionado y protagonizan tenso incidente tras humillante eliminación

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En medio de la vergonzosa eliminación de la Selección de El Salvador en las eliminatorias rumbo al Mundial 2026 contra Panamá por 3-0, se produjo un episodio que evidenció la tensión entre la afición y el cuerpo técnico. Tras el último partido, el entrenador Hernán Darío “Bolillo” Gómez se vio involucrado en un altercado verbal con un aficionado que, desde la entrada al hotel adonde se concentraba la Selecta, lo increpó con cuestionamientos al desempeño del equipo, y le dijo: «Felicidades Bolillo, clasificaste a Panamá 2 veces». Además el aficionado le dijo «Solo a traer el billete a El Salvador fuiste vea.!». Las palabras no cayeron bien en otro integrante de la expedición salvadoreña, Ernesto Góchez, quien increpo al aficionado y le llamó «Si vas a estar aquí, Respetá imbecil…».

Sin duda se vivieron momentos de tensión cuando otros integrantes del cuerpo técnico se metieron contra el aficionado que gritaba que tenía derecho de «Libre expresión». El ambiente se calentó al punto de que separaron al Bolillo y unos agentes de la seguridad panameña tuvieron que intervenir para calmar los ánimos de cuerpo técnico y aficionados.

La derrota, sumada a la eliminación, caló hondo en el ánimo del país. El Salvador cayó goleado, lo cual generó un ambiente de frustración en los aficionados que veían en Bolillo una última esperanza. Según los informes, la tensión se reflejó no sólo en los gritos del público, sino también en los gestos del entrenador, quien al final del partido evitó hablar de la Selección y se concentró únicamente en felicitar al rival.

El momento captado por las cámaras reavivó el debate sobre la continuidad de Gómez al frente del equipo. Miles de salvadoreños se manifestaron en redes sociales cuestionando la estrategia, el carácter del equipo y la responsabilidad del técnico en una campaña cuyo resultado quedó marcado como uno de los peores de la historia reciente. En ese contexto, ese cruce con un aficionado no fue visto como un simple altercado, sino como el reflejo de una afición harta de excusas. La dirigencia de la Federación Salvadoreña de Fútbol (FESFUT) está bajo presión. Aunque oficialmente todavía no se ha anunciado una decisión sobre el futuro de Gómez, voces internas ya analizan alternativas. Algunos directivos consideran que la continuidad del técnico colombiano puede comprometer la renovación y la imagen del equipo.

LA ESPERANZA QUE TRAJO LA LLEGADA DEL BOLILLO AL BANQUILLO CUSCATLECO

Desde su llegada, Bolillo Gómez sumaba experiencia mundialista, pero su gestión en El Salvador dejó pendientes graves: falta de cohesión, indefinición táctica, y resultados que no reflejaron el esfuerzo del grupo. La derrota que selló la eliminación concluyó un ciclo con apenas unas escasas victorias, lo que dejó poco margen para la crítica.

El aficionado que lo increpó lo hizo desde el sentimiento de una hinchada que ya no soportaba más decepciones. Y aunque no hubo agresión física, el momento simbolizó el quiebre entre el técnico y la pasión popular. En el entorno del equipo, se percibe que ese episodio puede actuar como detonante de un cambio de rumbo.
Para muchos analistas, lo que vino tras ese grito fue la confirmación de que la afición perdió la confianza. La continuidad de Gómez es hoy más debatida que nunca. Algunos creen que un técnico de perfil más renovador podría ser lo que necesita la Selección para salir del bache.

Queda por ver si la FESFUT opta por mantener a Gómez o buscar un nuevo aire. Lo cierto es que, sea cual sea la decisión, ese incidente con el aficionado se ha convertido en símbolo de una campaña fallida. La afición lo gritó. El técnico lo vivió. Y el fútbol salvadoreño lo está pagando.

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Capturan a borracho que agredió con un palo a su hija y a su propia madre

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En las últimas horas, la Policía Nacional Civil (PNC) ha capturado a Edgar Antonio Pérez Luna, de 46 años, por agredir físicamente a su hija de 19 años y a su madre de 70.

Las autoridades informan que el hombre le pegó a su hija con un palo en la cabeza, ocasionándole una herida y a la adulta mayor la lesionó en un brazo.

Los hechos ocurrieron cuando, el ahora capturado, ingería bebidas alcohólicas y las dos mujeres intentaban llevarlo a la casa.

Luego de las agresiones, las lesionadas fueron trasladadas estables a un centro asistencial para ser atendidas, mientras que Pérez Luna será remitido por los delitos de lesiones y violencia intrafamiliar

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