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La realidad de las pensiones: Parte I

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Durante este año, el tema de las pensiones ha tomado un camino muy interesante. Por si no lo sabes, una pensión es una cantidad de dinero que, al retirarte de trabajar, recibes durante cierta cantidad de tiempo. Sin embargo, necesitas ahorrar por medio de una institución como las AFP. Ellas se encargan de guardar tu dinero, invertirlo, hacer que se produzca más dinero y regresártelo después. Si suena algo tan sencillo, ¿por qué hay tantos problemas alrededor de ello?

Aunque suena bastante simple, te daré unas cuantas cifras para que empecemos a pensar. Si trabajamos en un empleo formal, entonces se nos pide dar el 7.25% de nuestro salario. Los dueños de la institución donde trabajamos pondrán 7.75%, haciendo un total del 15% de los beneficios otorgables del patrón hacia nosotros. Adicionalmente, ya que las pensiones son manejadas por la empresa privada, ellos piden 1.9%. Es decir, restan 1.9% al 15% y en realidad estamos ahorrando 13.1%.

Las pensiones tienen la naturaleza de ser un seguro que, aunque no nos guste, garantiza que tengamos un poco de dinero cuando ya no podamos o no queramos trabajar. Se que no todos tienen problemas en guardar dinero para el futuro, pero la sociedad salvadoreña no valora el ahorro. El Salvador es un país meramente consumista y al estudiarlo más de cerca, el dinero ahorrado es muy inferior a los gastos mensuales que se hacen.

El problema surge al entender cómo funciona en realidad el sistema de pensiones y qué se hace con nuestro dinero. Aunque funcionen como un lugar donde guardarlo (como un banco), ese dinero que depositamos es utilizado por las AFP para inversiones con el fin de que podamos obtener un poco más de dinero. Las AFP invierten en múltiples empresas, proyectos o préstamos con el fin de obtener un retorno mayor a lo invertido. En un sentido más minimalista, por cada $1, entonces cuando nos jubilemos tendríamos que recibir $1.25 o algo parecido.

La realidad es que esto no pasa tan fácilmente. Las AFP tienen la gran dificultad de que muchas veces no se puede conseguir las inversiones y los retornos deseados. Por ello, a veces ocurre que ese $1 que hemos colocado no pasa a ser más de $1.10 (o menos) durante todos los años en los que hemos confiado que recibiremos una cantidad de dinero por haberle otorgado montos a las AFP.

Si entiendes cómo funciona el sistema de ahorro en un banco, entenderás este también. Los bancos guardan tu dinero pero lo utilizan y así, ellos pueden prometerte que te regresarán un poco más cuando quieras retirarlo. Tú le das este dinero a estas empresas para que lo usen y te regresen un poco más, por eso es que les pagamos ese 1.9% a las AFP, pero los rendimientos son tan bajos que muchas personas no reciben mayor retorno al final de todos los años que han cotizado.

Hace no mucho tiempo, se aprobó la reducción de la cantidad de años necesarios para cotizar a 20 con el fin de poder recibir los retornos de esas inversiones que hacen las AFP con nuestro dinero. Si no cumplimos más de 20 años cotizando, literalmente la AFP solo está obligada a regresarnos únicamente el dinero que le hemos dado, es decir, si durante 15 años que hemos cotizado solo conseguimos ahorrar $3,000, entonces se nos regresarán solo $3,000 (y ojo que en ocasiones no de una sola vez). Pero si pasamos de los 20 años y hemos ahorrado $3,000 entre esos años y las AFP han usado sabiamente el dinero, podríamos estar recibiendo $3,200 o algo similar.

Las AFP funcionan con volúmenes y las personas que menos dinero pueden poner en las AFP son las que menos recibirán al jubilarse. Esto funciona por la capacidad del dinero disponible colocado por cada trabajador.

Un trabajador con salario de $400 y otro con salario de $2,000 obviamente podrán depositar cantidades muy diferentes. Por ello, la cantidad posible que las AFP podrán invertir será diferente. Siempre existe cierto margen de bloqueo entre los más pobres y ricos, pero las AFP intentan usar combinaciones para hacer mejores inversiones.

El problema es que esta decisión no es tan a la ligera, ya que, si se desea hacer uso de varias cuentas, se corre un riesgo un poco mayor de no poder regresarle propiamente a muchas más personas. Por ello, es más fácil usar el dinero de cotizantes que colocan más dinero en las AFP. Por ejemplo, entre 3 o 4 cotizantes de alto rango se puede hacer una inversión considerable a comparación de combinar 40 o 50 cotizantes de bajo rango donde, en caso de haber alguna pérdida, se afectan a más personas.

Por último, las AFP no son instituciones financieras desordenas y desconsideradas. Ellas de verdad intentan hacer buenos márgenes de ganancias porque les beneficia mucho como empresa, pero como hemos hablado esto es bastante difícil por la misma naturaleza económica que tiene nuestro país.

Estas inversiones que las AFP deben hacer a veces se generan en otros países o en empresas extranjeras y no en salvadoreñas. ¿Por qué? Por la misma rentabilidad. Las AFP también fueron creadas para promover la inversión nacional, pero cuando invertir en lo nacional da tan pocos beneficios, las AFP deben mover sus inversiones a otros lados con el fin de cumplir con el compromiso que han agarrado con tantos cotizantes.

Las pensiones son un tema más simple de lo que parece, pero lo importante es saber por qué es que hay tantos problemas:

  • Las inversiones que las AFP deben hacer requieren bastante tiempo y dinero. Las inversiones a veces son exitosas y otras veces no. Solamente por haber depositado más no significa que tendremos más. Han ocurrido casos de personas que cotizan con altos salarios pero sus retornos son tan malos que hasta salen perdiendo.
  • El Salvador sigue evolucionando su sistema de pensiones y por ello hay que estar pendiente si no entras en las categorías de personas “ya jubiladas” o “cerca de jubilación”, ya que son las únicas que recibirán con seguridad su pensión (aunque podrían ser muy bajas aún así).
  • El Salvador no tiene una sostenibilidad económica lo suficientemente buena para poder exigir un sistema de pensiones correcto y un poco más justo (ya que ni aún en los países más avanzados los sistemas de pensiones son perfectos).

Aclaración: esta nota solamente habla acerca del sistema de pensiones privado.

 

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Escritor: Carlos Pacheco. Estudiante de Economía y Negocios en la ESEN. Voluntario de diferentes organizaciones en pro de la juventud, la niñez y el combate a la pobreza. Analista y planificador de estrategias en las áreas mercadeo, negocios, recursos humanos y proyectos.

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Politólogo Óscar Martínez Peñate afirma que ARENA y FMLN desaparecerán en las urnas

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El politólogo Óscar Martínez Peñate reiteró ayer que la población eliminará, a través de su voto en los comicios generales de 2027, al FMLN y ARENA como partidos políticos.

Inicialmente planteó que el Círculo de Reflexión Política Siglo XXI, del cual es integrante, solicitaría al Tribunal Supremo Electoral (TSE) la cancelación de ambos partidos, pues varios de sus dirigentes negociaron con las pandillas para tener respaldo en las urnas.

«Como Círculo de Reflexión Política Siglo XXI decidimos que no le vamos a quitar ese privilegio y derecho a la población, para que sea quien elimine a estos dos partidos, en las elecciones de 2027, por todo el daño que le han causado a El Salvador», reafirmó.

Ernesto Muyshondt, de ARENA, yasí como Benito Lara y Arístides Valencia, del FMLN, en su calidad de diputados se reunieron con pandilleros y negociaron el respaldo de las estructuras criminales para los comicios presidenciales de 2014, según investigación de la Fiscalía General de la República. Ya fueron dictadas sentencias por ese delito.

Los dos partidos gobernaron de 1989 a 2019, y ahora carecen de la preferencia ciudadana, según mostró la última encuesta de CID Gallup.

«No queremos quitarle la maravillosa oportunidad al pueblo salvadoreño de que vayan a las urnas y lo hagan de mano propia (eliminar a ARENA y FMLN)», declaró también el abogado Aldo Álvarez, integrante del Círculo de Reflexión Política Siglo XXI.

Opinión | Óscar Martínez Peñate
Politólogo
Este artículo fue publicado originalmente por Diario El Salvador.

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«Invertir en educación es la base del desarrollo», afirma el analista René Martínez

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El analista y sociólogo, René Martínez, consideró que la inversión del presidente Nayib Bukele en educación se ha convertido en la base para el desarrollo social del país, un aspecto que, según él, fue descuidado durante décadas por los gobiernos anteriores, generando desigualdad social.

Martínez explicó que la falta de inversión en el sector educativo dejó en desventaja a muchos estudiantes y graduados del sistema público. Sin embargo, actualmente, después de fortalecer la seguridad pública, el gobierno apuesta por la educación de las futuras generaciones.

«Para mí, la apuesta principal de la gestión del presidente es la educación pública, porque permitirá superar problemas de desigualdad social y construir una cultura política democrática diferente», afirmó Martínez durante la Entrevista AM de Canal 10.

El sociólogo resaltó el programa Dos Escuelas por Día, mediante el cual el gobierno moderniza y revitaliza los centros educativos a nivel nacional, convirtiéndolos en espacios atractivos que motivan a los estudiantes a estudiar.

Martínez también criticó que, en gobiernos anteriores de ARENA y FMLN, los centros educativos eran entregados a pandillas como parte de negociaciones territoriales, afectando el acceso a la educación. «Cada pandilla tenía que contar con su centro escolar en su territorio», señaló.

Opinión | Mauricio Rodríguez
Sociólogo y analista
Este artículo fue publicado originalmente por Diario El Salvador.

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¿Hay soberanía si dependemos de una moneda extranjera?

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Por: Lisandro Prieto Femenía

“Una verdadera soberanía financiera implica que el Estado no dependa de fuentes externas de financiación que puedan condicionar sus decisiones de política interna”: Milton Friedman, Capitalism and Freedom, 1962, p. 84.

La noción de soberanía nacional se erige como uno de los pilares fundamentales del orden político internacional. En su acepción más básica, remite a la autoridad suprema e independiente de un Estado para ejercer poder dentro de su territorio y relacionarse con otros actores internacionales sin injerencias externas. Pues bien, esta soberanía política, intrínsecamente ligada a la capacidad de autodeterminación y al ejercicio pleno de la voluntad de cada pueblo, se ve peligrosamente erosionada cuando la autonomía económica de una nación se encuentra subyugada a las dinámicas y decisiones de potencias extranjeras, particularmente a través de la dependencia de su moneda.

Para comprender la profundidad de este problema, es necesario que comencemos a desglosar el concepto de soberanía, desde un punto de vista político. Jean Bodin, en su obra “Los seis libros de la república” (1576), definió la soberanía como “el poder absoluto y perpetuo de una República”, indicando que es potestad indivisible e inalienable era la esencia misma del Estado la facultad última de legislar, administrar justicia, declarar la guerra y establecer la paz. Si bien la concepción de soberanía ha evolucionado desde el siglo XVI, la idea central de un poder supremo interno, no sujeto a otro poder terrenal, sigue siendo relevante.

Asimismo, Carl Schmitt señala, en su obra “El concepto de lo político” (1932), que la soberanía reside en la capacidad de decidir sobre el “estado de excepción”, es decir, aquel límite donde las normas ordinarias son completamente suspendidas, revelando la autoridad última que define la existencia política de una comunidad. Si el concepto les resulta extraño, sólo tienen que pensar en lo sucedido durante la cuarentena reciente, producto de la pandemia por CODIV-19: el Estado, en su potestad superior, decide cerrar fronteras, restringir la circulación y obligar, con fuerza de ley, a todos los ciudadanos a permanecer en sus hogares.

Ahora bien, esta soberanía política se torna frágil e incompleta si no se sustenta en una sólida soberanía económica. La capacidad de una nación para gestionar sus propios recursos, definir sus políticas productivas, comerciales y financieras, y controlar su destino económico, es un componente esencial de su autonomía real. Al respecto, Friedrich List argumentaba, en su “Sistema nacional de economía política” (1841), que la “fuerza productiva” de una nación, que incluye no sólo sus recursos naturales sino también su capital humano, su tecnología y su capacidad de organización, es la base de su independencia y prosperidad. Pues qué belleza, suena bastante bien, pero en el plano trágico de lo real, la dependencia económica forzada, especialmente la dependencia monetaria, socava esta fuerza productiva y limita severamente la capacidad de un Estado para ejercer su soberanía política de manera efectiva.

La adopción forzada o la internalización estructural de una moneda extranjera como resguardo de valor de la reserva nacional, en este caso el dólar estadounidense, constituye una profunda herida a la soberanía económica. Tengamos en cuenta que, cuando un país no tiene la capacidad de controlar el valor de su propia moneda con credibilidad y estabilidad, se ve obligado a navegar en un mar económico cuyas corrientes son definidas por las decisiones de otro Estado. Como afirmaba el tan criticado por los libertario John Maynard Keynes, en su obra titulada “Las consecuencias económicas de la paz” (1919), “no hay medio más sutil y seguro de subvertir la base existente de la sociedad que corromper su moneda. Este proceso compromete todas las fuerzas ocultas de la ley económica del lado de la destrucción, y lo hace de una manera que nadie es capaz de diagnosticar”. Aunque Keynes se refería particularmente a la inflación, su advertencia sobre la vulnerabilidad inherente a la manipulación monetaria resuena con la dependencia que tiene un país de una moneda emitida en el extranjero.

La realidad para muchos países, especialmente en Hispanoamérica y el mundo “en desarrollo”, es que sus economías operan obligadas bajo la sombra del dólar. Las transacciones internacionales se realizan predominantemente en esta divisa, los precios de las commodities se fijan en dólares, y las reservas de valor de sus bancos centrales se acumulan, en casi su totalidad, en esta moneda. Consecuentemente, la dolarización, ya sea formal o informal, implica que las políticas monetarias y las decisiones económicas que toma la Reserva Federal de los Estados Unidos tienen un impacto directo y significativo en la estabilidad de estas naciones. Tengamos en cuenta que un aumento en las tasas de interés en Estados Unidos puede generar fugas de capitales, devaluaciones de las monedas locales y crisis de deuda en países dependientes del dólar. Sin ir más lejos, hoy podemos apreciar cómo la política comercial “proteccionista” estadounidense afecta negativamente las exportaciones y el crecimiento económico de estas naciones, porque en esencia, se transfiere una porción significativa de la capacidad de decisión económica a un actor externo, limitando así la autonomía para implementar políticas que respondan a las necesidades internas.

Teniendo en cuenta lo precedentemente enunciado, resulta, cuanto menos, paradójico, e incluso ridículo, observar cómo los países que están dotados de abundantes y valiosos recursos naturales, con una riqueza intrínseca en sus tierras, minerales, energía y biodiversidad, se ven obligados de mendigar estabilidad económica a través de la adopción tácita o explícita de una moneda extranjera. La imagen de una nación rica en recursos, pero económicamente vulnerable a cada estornudo financiero de Washington, es un claro síntoma de una soberanía incompleta que a nadie parece molestarle, o también, una autonomía mutilada por la dependencia monetaria a la que jamás nos debimos acostumbrar.

Ahora bien, les pregunto, queridos lectores, ¿cómo es posible que un país con vastas reservas de litio, petróleo, cobre y tierras fértiles deba su estabilidad económica a la política monetaria de otro Estado que quizá carece de esos mismos recursos en la misma magnitud? Evidentemente, esta situación revela una profunda asimetría de poder, donde la capacidad de emitir la moneda de reserva global otorga una influencia desproporcionada a la nación emisora, permitiéndole externalizar costos y condicionar las políticas de otros.

En este punto de la reflexión, creo que es necesario indicar que la dependencia del dólar no es un fenómeno natural ni inevitable. Se trata, más bien, del resultado de procesos históricos, de relaciones de poder desiguales y, en muchos casos, de la internalización de un paradigma económico que prioriza la estabilidad nominal anclada a una moneda “fuerte” extranjera por encima de la construcción de una moneda nacional robusta y creíble. Esta situación de dependencia por imposición también ha perpetuado un círculo vicioso: la falta de confianza en la moneda local impulsa la dolarización, y la dolarización debilita aún más la capacidad de cada Estado para gestionar su propia política monetaria y construir confianza.

Para comprender de manera cabal el asunto de la autonomía financiera, procedamos a interpretar algunos ejemplos históricos de soberanía monetaria. Si bien la dependencia del dólar estadounidense como moneda de reserva y ancla de valor es una realidad extendida, existen ejemplos de naciones que han logrado construir y mantener sus monedas fuertes, preservando así una mayor autonomía en su política económica y fortaleciendo su soberanía. En estos casos vamos a ver claramente que la dependencia no es un destino inevitable, sino una condición que puede ser trascendida mediante políticas económicas prudentes, instituciones sólidas y una visión estratégica a largo plazo.

Uno de los ejemplos más emblemáticos es el del Reino Unido y su Libra Esterlina (GBP). A lo largo de su historia, el Reino Unido construyó un imperio comercial y financiero cuya moneda llegó a ser la principal divisa de reserva mundial. Si bien su preeminencia disminuyó con el ascenso del dólar tras la Segunda Guerra Mundial, la libra esterlina ha mantenido su estatus como una moneda importante a nivel global. El Banco de Inglaterra, con una larga tradición de independencia y credibilidad, ha desempeñado un papel crucial en la gestión de la política monetaria y en el mantenimiento de la estabilidad de la libra.

A pesar de sus fluctuaciones y los desafíos económicos, el Reino Unido ha conservado la capacidad de emitir y controlar su propia moneda, utilizándola como una herramienta fundamental de su política económica y sin depender de una moneda extranjera para sustentar su valor. En este caso puntual, se demuestra que una historia de estabilidad, instituciones fuertes y una gestión económica autónoma pueden consolidar una moneda nacional robusta.

La libra esterlina, como moneda fiduciaria moderna, no tiene un sustento material directo, como el oro o la plata. Su valor se basa en la confianza que el público y los mercados tienen en la economía del Reino Unido, en la estabilidad de sus instituciones (especialmente del Banco de Inglaterra) y en la política monetaria que implementa. Históricamente, la libra estuvo ligada a metales preciosos, particularmente a la plata (de ahí el término “esterlina”, que se asocia a la pureza de la plata). En el siglo XIX y principios del XX, adoptó el patrón oro, donde la libra era convertible a una cantidad fija de oro, aunque este sistema se abandonó definitivamente en 1931.

Actualmente, la libra esterlina se emite contra activos que posee el Banco de Inglaterra: deuda pública (comprando bonos emitidos por el gobierno británico, inyectando libras en la economía); reserva de divisas (manteniendo reservas en otras monedas como dólares o euros) y compra-venta de las mismas para influir en la cantidad de libras en circulación y otros activos. Es importante entender que en el sistema fiduciario actual, el valor de una moneda no reside en un bien físico subyacente, sino en la gestión responsable de la política monetaria por parte del banco central, la fortaleza de la economía que la respalda y la confianza general en su estabilidad como medio de intercambio y depósito de valor.

El precitado ejemplo demuestra que la construcción de una moneda fuerte y la reducción de la dependencia de divisas extranjeras son objetivos alcanzables. Eso sí, requieren de un compromiso sostenido en el tiempo con la estabilidad económica, la construcción de democracias e instituciones creíbles y la implementación de políticas que fomenten la confianza en la moneda nacional. Si bien el camino es complejo y lleno de desafíos, la recompensa en términos de autonomía económica y soberanía nacional es innegable, en tanto que estas naciones han podido demostrar que es posible navegar la economía global con una moneda propia como ancla de valor, en lugar de depender de la voluntad y capricho de otros.

En pocas palabras, está claro que haber renunciado a la plena soberanía monetaria nos ha implicado ceder una herramienta fundamental para el desarrollo económico, independientemente de que estemos nadando en oro, petróleo o litio. Un Estado con control sobre su moneda puede utilizarla para estimular la demanda interna, financiar sus proyectos de inversión, gestionar la inflación y responder a los shocks económicos de manera autónoma. La dependencia del dólar ata las manos de los gobiernos, limitando su capacidad para implementar políticas contracíclicas efectivas y para promover un desarrollo económico que responda a las necesidades específicas de su población.

Creo que, al menos desde la perspectiva que hemos mostrado hoy aquí, la búsqueda de una soberanía plena y una autonomía real exige un esfuerzo consciente por reducir la dependencia que tenemos de la moneda extranjera. Esto no implica necesariamente caer en un aislamiento económico, sino en propiciar la construcción de una moneda nacional fuerte y estable, respaldada por una economía diversificada y productiva, y por instituciones sólidas y transparentes que no utilicen los Bancos Centrales como fábrica de hacer billetes según su conveniencia populista. Sólo así, los países ricos en recursos podrán traducir esa abundancia natural en bienestar para sus ciudadanos, sin verse constantemente amenazados por las decisiones económicas que toma el presidente psicópata de una potencia extranjera. La verdadera soberanía reside, entonces, en la capacidad de decidir nuestro propio destino, incluyendo, por supuesto, el destino de la propia moneda.

Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina

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