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600 militares protegen el cerco exterior del Centro de Confinamiento del Terrorismo

Hasta nueve anillos de seguridad se han instalado en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) para evitar amotinamientos y cualquier intento de fuga de los pandilleros recluidos, uno de los anillos estará conformado por 600 militares, así lo aseguró el ministro de Defensa, René Francis Merino Monroy.
«Hay diferentes anillos de seguridad, algunos que son meramente físicos que es toda la construcción y otros conformados por personal humano, tenemos el propio lugar donde estarán los detenidos, luego hay otra línea más que también son con barreras físicas y con muros, en total son entre 7 y 9 anillos de seguridad en todo el recinto», aseguró el funcionario.
Merino Monroy detalló que, al interior donde están los reos habrá custodios de centros penales que van a estar cuidando de manera directa a los reos, luego hay otro cerco que también le corresponde a los custodios, quienes serán ubicados en las torres de vigilancia.
«El cerco más exterior, ese les corresponde a los 600 efectivos de la Fuerza Armada ahí vamos a tener nosotros el control, además de eso, la Policía tiene en los ingresos, equipos de inteligencia y especialistas para ver todo el control de lo que entra y sale del recinto, luego también hay otro proceso de seguridad que son con escáner que lo manejara centros penales para verificar que cada persona que entra y sale no lleve nada dentro de su cuerpo», explicó el ministro.
Al exterior del centro de confinamiento, la Fuerza Armada junto con la Policía también va a hacer patrullajes al contorno para evitar que se vayan a construir champas (como pasaba en otros penales en años anteriores) y desde ahí les lancen droga u otros objetos.
Merino Monroy detalló que además hay dos unidades militares que están cerca del CECOT, una está a 19 kilómetros del lugar que es la quinta brigada de infantería y otra a 11 kilómetros que es el destacamento militar número 9.
En caso de poder necesitarse estamos prontos para poder llegar. Este Centro de Confinamiento del Terrorismo se convierte en la instalación más segura para evitar que los reos puedan escapar o realizar alguna actividad interna de amotinamiento», indicó el funcionario.
La semana pasada, durante una entrevista concedida a la cadena de noticias estadounidense Americano Media, el ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro, afirmó que el CECOT fue construido en siete meses y es vigilado por más de 1,000 custodios penitenciarios, 600 soldados y 250 policiales que están ubicados en áreas estratégicas internas y externas de la prisión que dispone de 236 manzanas de terreno y que fue edificada en 33 manzanas.
El funcionario explicó que la rigurosidad del sistema carcelario de esa prisión fue pensada para mantener controlados a criminales de alta peligrosidad, entre estos, cabecillas de pandillas, palabreros, jefes locales de clicas o de cualquier otra estructura terrorista.
Nacionales
Persona resulta lesionada tras ser atropellada en Sonsonate

Una persona resultó lesionada tras ser atropellada en las cercanías de la residencial Las Brisas del Pinar, sobre la carretera que conduce de Juayúa hacia San José La Majada, en el departamento de Sonsonate.
Según los primeros reportes, la víctima —aún no identificada— fue embestida por un pick-up blanco. Equipos de socorro acudieron rápidamente al lugar del percance para brindarle atención prehospitalaria y trasladarla a un centro asistencial.
El conductor del vehículo involucrado no se dio a la fuga y esperó la llegada de la Policía Nacional Civil, que ya inició las investigaciones para esclarecer lo ocurrido.
Nacionales
Creadores de contenido se burlaron de él, pero su respuesta llena de amor conmovió a todos

El nombre de Michael Méndez, músico y director de bandas de paz en El Salvador, se ha viralizado en redes sociales, pero no por su talento, sino por un grupo de creadores de contenido que compartieron su imagen para burlarse y obtener miles de vistas y “likes”.
Sin embargo, detrás de esa imagen que ha sido objeto de burlas, hay una historia de valor y resiliencia. Michael es padre de dos niños, uno de ellos enfrentando una enfermedad grave, una lucha que él comparte con fortaleza y amor.
Ante el acoso y bullying virtual por su apariencia, Méndez respondió con una emotiva fotografía junto a su hija, mostrando un mensaje de fe, entrega y dignidad para enfrentar las adversidades.
Mientras algunos se centran en la burla, muchos otros usuarios han decidido compartir y visibilizar su historia para reconocer el verdadero valor de este hombre que, además de músico, es un ejemplo de coraje y esperanza.
Opinet
Con la música actual, la vida es un error

Lisandro Prieto Femenía
«Sin música, la vida sería un error» Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos
Seguramente se habrán percatado que en redes sociales circula, a modo de meme, una afirmación de Friedrich Nietzsche que versa: “Sin música, la vida sería un error”. Más allá de la banalidad de la circulación de esta frase, lo que allí se está estableciendo es la diferencia de cualquier otro ser en la naturaleza como el único que es capaz de crear obras de arte, y dentro de esa creación, la música ocupa un lugar privilegiado y fundamental. Si la vida sin arte sería una existencia despojada de su máxima expresión, la vida sin música sería, para Nietzsche, un vacío insalvable. Esta cita no es una mera hipérbole, sino una tesis ontológica que eleva la música al rango de fuerza primordial, un pilar sobre el cual se sostiene la experiencia humana. Pues bien, en esta reflexión intentaremos explorar la centralidad que tiene la música en la filosofía, la conectaremos con pensadores que la han abordado desde diversas perspectivas y la confrontaremos con la degeneración de la creación sonora en la época detestable llamada postmodernidad, un síntoma de un error vital que la música, en su esencia, debería contrarrestar.
Tengamos en cuenta que, para Nietzsche, el lenguaje y la razón, a menudo reductores, intentan encapsular la vastedad de la existencia en conceptos rígidos. La música, en cambio, opera en un plano distinto. Es el lenguaje de la voluntad misma. En su obra “El nacimiento de la tragedia”, Nietzsche sostiene que “el lenguaje de la música es anterior al concepto”, y en una carta a su amigo y confesor Peter Gast en 1877 expresó que “la vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio”. Esta idea nos indica que la música, al ser un lenguaje de la voluntad, nos permite acceder a la realidad de una manera más directa y auténtica.
Esta perspectiva se entrelaza directamente con la de Arthur Schopenhauer, mentor intelectual de Nietzsche. En su obra titulada “El mundo como voluntad y representación”, Schopenhauer eleva la música por encima de todas las demás artes, argumentando que no es una copia de las ideas del mundo, sino un reflejo directo de la voluntad misma. De hecho, llegó a afirmar allí que “la música no es en absoluto, como las demás artes, una copia de las Ideas, sino una copia de la voluntad misma”, confirmando con ello que la melodía expresa el constante fluir de la voluntad, con sus anhelos insatisfechos y sus penas inherentes, convirtiéndose así en una forma de conocimiento metafísico.
Si bien Nietzsche veía en la música una fuerza de rebeldía dionisíaca, la tradición filosófica griega la entendía como un elemento clave para el orden social y la formación ética. Platón, en su “República”, dedicó un espacio considerable a la música como pilar de la educación de los guardianes. Para él, la música no era un simple pasatiempo, sino una “ley moral” que daba “alma al universo, alas a la mente, vuelos a la imaginación”. Los diferentes modos musicales (escalas) fluían directamente en el carácter de los ciudadanos, y por ello, los modos que promovían la virtud y la moderación debían ser cultivados.
Por su parte, Aristóteles profundizó en la idea de la mímesis (imitación) musical. En su “Política”, sostenía que la música “imita las pasiones mismas” de tal forma que “reproduce” el carácter, y por ello, su importancia en la formación del alma de los jóvenes. La música, además de evocar pasiones, las purifica a través de la catarsis, un concepto central en su “Poética”. De esta manera, la música se convierte en una herramienta para templar el alma y alcanzar el equilibrio emocional fundamental para la vida en la pólis.
Esta idea de un orden subyacente en la música volvería a tener vigencia siglos más tarde en Gottfried Wilhelm Leibniz, quien la definió como “el placer que experimenta la mente humana al contar sin darse cuenta que está contando”. Para el filósofo racionalista, la armonía musical no es casualidad, sino el resultado de complejas relaciones matemáticas que el alma humana percibe de forma inconsciente. En la música, Leibniz veía un reflejo de la armonía preestablecida del universo, una correspondencia entre las leyes que rigen el cosmos y las percepciones de la mente humana.
La visión de los precitados filósofos, que veían en la música la esencia de la voluntad o la armonía del cosmos, se ve desafiada por la decadencia de la calidad del ruido llamado música en la era postmoderna. En el siglo XX, pensadores como Theodor W. Adorno, desde la Escuela de Frankfurt, ya advertía sobre los peligros de la industria cultural. En su ensayo titulado “Sobre el carácter fetichista en la música y la regresión del oído” (1938), Adorno argumenta que la música popular ha sido estandarizada y convertida en una mera mercancía, sosteniendo asimismo que “el valor fetichista de la mercancía penetra hasta en la música popular, y la estandarización de los productos crea una escucha regresiva”. Tengamos en cuenta que, para Adorno, la música de masas ya no es algo que se vive o se siente, sino que se consume de forma pasiva, perdiendo su potencial crítico y transformador.
Esta crítica se profundiza aún más al incorporar la reflexión de Walter Benjamin sobre la pérdida del aura en la obra de arte. En su célebre ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” (1936), Benjamin define el aura como “el aparecimiento único de una lejanía, por cercana que pueda estar”. Se trata de la unicidad de un obra en su “aquí y ahora”, su historia, su autenticidad y su tradición, elementos que le confieren una presencia irrepetible. Pues bien, la reproducción técnica masiva, ya sea a través de la fotografía o, en el caso de la música, de grabaciones y streaming, destruye esa aura: “incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra”. Pobre Walter, si supiera que ahora las personas asisten a los conciertos y, en lugar de mirar y escuchar con atención a los artistas, la totalidad del auditorio está grabando la experiencia con un dispositivo móvil.
En este contexto de crisis de la calidad estética, son muy pocas las voces críticas contemporáneas que se alzan para denunciar la anarquía y la falta de sustancia en el arte posmoderno. Sin ir muy lejos, en diciembre de 2024 publiqué un artículo titulado “Recuperando la distinción entre arte y bodrio”, en el cual planteaba que la cultura actual parece haber abrazado una “cultura de la mediocridad” que ha borrado esta línea entre la creación genuina y el mero simulacro. Así, la música posmoderna, en su búsqueda de lo “plural” y lo “ecléctico”, ha sucumbido a un eclecticismo vacío que mezcla y destruye géneros sin una coherencia interna real. Al respecto, el musicólogo Ramón Barce (1928-2008), crítico de la música de vanguardia, señalaba que esta “patológica necesidad de lo nuevo” conducía a una superficialidad que carecía de la profundidad que, para Nietzsche, era la esencia misma de la música. En la actualidad esta tendencia se agrava con la lógica de las plataformas digitales, donde la música se reduce a clips de segundos, a singles desechables y a algoritmos que dictan lo que el oyente debe consumir. La infinitud de la reproducción digital ha aniquilado el aura. Un concierto en vivo, repito, un vinilo desgastado por la aguja, una grabación con imperfecciones, poseían una historia y una presencia. Hoy, un track digital es una entidad sin historia, sin un “aquí y ahora”, un fetiche estandarizado despojado de su valor cultural. En este contexto, la música ya no es una afirmación de la vida, sino un ruido molesto de fondo que disimula el vacío. Lejos de ser un antídoto contra el nihilismo, se convierte en un síntoma de éste.
Hemos realizado un recorrido, desde la visión nietzscheana de la música como afirmación de la vida hasta su degeneración en la era del consumo masivo. La crítica de Adorno, Benjamin y otras tantas voces contemporáneas nos ha mostrado que el error no es la ausencia de la música, sino la presencia de una música asquerosa, vacía, despojada de su esencia vital y de su aura. La pregunta crucial que nos queda, entonces, no es si la música es necesaria, sino qué tipo de música estamos dispuestos a aceptar en nuestras vidas.
¿Acaso hemos sucumbido al nihilismo que la música, en su esencia dionisíaca, debería contrarrestar? ¿Hemos renunciado a la búsqueda de la belleza en la armonía y la complejidad en favor del ruido estandarizado que nos adormece? La frase inicial de Nietzsche, en este contexto, se convierte en un espejo que debería confrontarnos. Si la vida sin música es un error, ¿qué dice de nosotros el hecho de que elijamos la música que se nos impone, la que nos exige de nosotros ninguna pasión ni compromiso, mucho menos una mínima reflexión, sino sólo una escucha molesta y pasiva? El verdadero error no está en el mundo, sino en nuestra capacidad para dejar de escuchar la melodía del ser y conformarnos con el eco hueco de la industria cultural que nos impone un Bad Bunny mientras nos hace olvidar a Mozart. La interpelación, al final, es personal: ¿qué sinfonía estamos componiendo con nuestras vidas? Y, más importante aún, ¿estamos dispuestos a dejar de escuchar el error para volver a encontrar la verdadera música, esa que representa el lenguaje universal de la humanidad?
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina