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Muere popular influencer de la India a sus 16 años, era muy reconocida en la plataforma de TikTok

El representante de Siya Kakkar, una influyente adolescente de TikTok con una importante base de seguidores en la plataforma de intercambio de videos, anuncio su deceso.
Arjun Sarin publicó una imagen de la estrella india el jueves con el título “Descansa en paz”; “No hay más palabras”, agregó. “Siempre serás el mejor artista”.
La policía confirmó a CNN que Kakkar era menor de edad, y los medios de comunicación locales informan que tenía 16 años.
Tenía casi 2 millones de seguidores en TikTok hasta el viernes, y había publicado un video en la plataforma el miércoles. Varias de sus publicaciones han tenido millones de visitas.
La mayoría de los videos de Kakkar mostraban sincronización de labios, recreaciones de memes populares y sketches cortos de comedia.
El actor indio Jay Bhanushali y el reconocido fotógrafo Viral Bhayani son algunos de quienes ofrecieron sus condolencias en las redes sociales, mientras que varios fanáticos comentaron los videos de Kakkar para expresar su tristeza.
TikTok ha aumentado su popularidad en India, a pesar de haber sido bloqueado durante dos semanas por el gobierno indio a principios de este año.
La aplicación permite a los usuarios subir videos cortos a los seguidores y a la comunidad en general, y muchos de ellos obtienen rápidamente grandes seguidores.
Ha acumulado más de 120 millones de usuarios en India desde su lanzamiento en 2016.
Nacionales
Plan de contingencia garantiza abastecimiento de agua en San Salvador y La Libertad

El Gobierno de El Salvador continúa implementando un plan de contingencia para garantizar el suministro de agua potable en varias colonias y comunidades de San Salvador y La Libertad, mientras se repara la tubería de 48 pulgadas del sistema Zona Norte, dañada en Quebrada Seca, entre la Estación Central y San Ramón.
Más de 135 familias de la comunidad Las Margaritas, en Santa Tecla, reciben agua gracias a este plan, impulsado por la Administración del presidente Nayib Bukele. Personal de Protección Civil y del Ministerio de Obras Públicas (MOP) trabajan para abastecer a las zonas afectadas.
Asimismo, más de 500 habitantes de la urbanización Hacienda San José, también en Santa Tecla, cuentan con agua potable con el apoyo de Bomberos de El Salvador, quienes distribuyeron el suministro en los siete pasajes de la zona.
Dagoberto Arévalo, presidente de la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (ANDA), indicó que la prioridad son las escuelas, centros de salud y comunidades, y que también se distribuye agua embotellada y en garrafones.
Entre las colonias y comunidades atendidas se encuentran Cristo Redentor 1 y 2, Zacamil, José Simeón Cañas, San Antonio, Emmanuel 2, 12 de Octubre, El Cimarrón, Santa Teresa, Santa Mónica, Jardines del Escorial, San José Villanueva, El Progreso, San Francisco Núñez, Las Margaritas, Betania, San Rafael, San Ramón, Los Cipreces, entre muchas otras del Área Metropolitana de San Salvador.
Vecinos de la colonia La Sabana 1, en La Libertad Sur, agradecieron la respuesta inmediata: “No nos esperábamos que viniera ya la pipa, todo es un trabajo en equipo”, comentaron.
Opinet
Violencia política banalizada: el caso de Charlie Kirk

Por: Lisandro Prieto Femenía
“La violencia es el miedo a los ideales de los demás”: Mahatma Gandhi
La reciente noticia del asesinato de Charlie Kirk nos golpea como un hecho que es íntimo y público al mismo tiempo: íntimo porque su vida- con su historia, proyectos, familia y afectos- se apaga para siempre y público porque su muerte se inscribe en un espacio político saturado de tensión, retórica agresiva y prácticas que han ido normalizando la violencia sistémica. Si aceptamos que la política no es sólo un discurso sino también disposición de fuerzas y permeación moral, entonces conviene preguntarnos cómo hemos llegado a este punto decadente y qué significan, filosóficamente, estos actos deplorables. En pocas palabras, queridos lectores, hoy nos proponemos leer un crimen en clave de violencia sistematizada y naturalizada, atendiendo a ciertas reflexiones que nos ayuden a iluminar sus raíces culturales, mediáticas y éticas.
Para comprender la normalización de la violencia, es preciso asumir el proceso de lentificación del asombro: vivimos en la tendencia a que lo sorprendente se haga cotidiano. Al respecto, Hannah Arendt, en su obra “Sobre la violencia” (1970), distingue cuidadosamente entre poder y violencia y declara que “el poder y la violencia no son la misma cosa, y cuando se agota el poder, la violencia emerge como sustituto” (Arendt, 1970, p. 44). En este sentido, Arendt nos está alertando sobre la degradación del espacio político, sobre todo cuando la violencia aparece como un medio para sostener fines que el poder legítimo ya no puede garantizar. Aplicado a nuestro patético presente, esto significa que la violencia deja de ser una excepción para convertirse en una regla o un recurso instrumental legitimado por narrativas que presentan a “el otro” como una amenaza digna de aniquilar. Así, el asesinato de una figura pública se vuelve parte de un continuum donde silenciar al rival- por la fuerza, por el insulto o por la cancelación- se asume cada vez más como “otra forma de hacer política”.
Por su parte, Zygmunt Bauman nos aporta una clave sociológica que complementa la lectura arendtiana. En su obra “Modernidad y Holocausto” (1989) muestra cómo las prácticas modernas pueden burocratizar la violencia y hacerla técnicamente eficiente, pero también invisibilizar su carácter estrictamente moral. Bauman escribe que la modernidad “organiza la indiferencia” y que las tecnologías sociales y administrativas transforman la violencia en algo impersonal y normalizado (Bauman, 1989). Pues bien, cuando los medios masivos de comunicación, las redes y ciertas estrategias políticas alimentan una atmósfera de miedo y enemistad, los asesinos políticos dejan de ser aberraciones incomprensibles y pasan a encajar dentro de una narrativa más amplia- la de la enemistad sistemática- que facilita su repetición.
Ahora bien, para comprender con mayor claridad este fenómeno, también es preciso comprender el vínculo existente entre la violencia, el poder y la disciplina. El abanderado de los filósofos posmo-progres, Michel Foucault- especialmente en “Vigilar y castigar” (1975)- desplaza el foco desde el agente aislado hacia las técnicas y los dispositivos que hacen que la violencia sea eficaz y cotidiana. Foucault afirma que las sociedades modernas producen “sujetos” disciplinados mediante una red de instituciones y de prácticas que normalizan la observación, la sanción y la exclusión (Foucault, 1975). Desde este punto de vista, la violencia sistematizada, entonces, no es sólo la acción de individuos violentos, sino el resultado de dispositivos que configuraron la sensibilidad social: lenguaje, procedimientos policiales, arquitectura mediática, y protocolos de deshumanización. En este entramado teórico, la muerte de Kirk puede entenderse como un instante en que esas tecnologías de exclusión alcanzan su efecto más radical.
Seguidamente, es crucial entender cómo se ha instrumentalizado la tensión mediante la propaganda y la polarización. En este sentido, Noam Chomsky, en “La fabricación del consentimiento” (1988, con Edward S. Herman), explicita cómo los medios y los intereses económicos y políticos moldean la opinión pública mediante marcos, silencios y amplificaciones selectivas, meticulosamente estudiadas, porque “la propaganda es a la democracia lo que la violencia es a una dictadura”. Esta síntesis de su crítica nos recuerda que no sólo existen actos de violencia física, sino estructuras que los preparan culturalmente. Si ciertas agendas políticas explotan el resentimiento, la indignación y la deshumanización, están creando condiciones propicias para que la violencia deje de ser una anomalía y se convierta en posible consecuencia de un tejido retórico homicida que goce de cierta legitimidad. Por lo tanto, la responsabilidad no recae únicamente en quienes empuñan el arma, sino también en quienes cultivan a diario la hostilidad desde púlpitos mediáticos y discursivos muy influyentes.
En este contexto, Walter Benjamin nos ofrece un prisma esencial y complejo para pensar la violencia política. En “Sobre el concepto de historia” (Tesis IX, 1942) y en “Crítica de la violencia” (1921), distingue entre “violencia mítica” y “violencia divina/crítica”. En “Critica de la violencia” sostiene que “la violencia que crea derecho ‘constituyente’ y la que persevera el derecho ‘constituto’ son de una especie diferente” (Benjamin, 1921). Tengamos en cuenta que para Benjamin muchas formas de violencia se naturalizan bajo la noción de que sostienen un orden jurídico- es la violencia que “preserva” lo existente-; frente a ella existe una violencia crítica, que pretende fundar un nuevo orden, aunque ésta también es problemática éticamente.
Aplicado al caso presente, el marco benjaminiano obliga a interrogarnos sobre quiénes definen qué violencia es “legítima” y cómo los discursos políticos justifican- explícita o implícitamente- ciertas prácticas violentas en nombre de la seguridad, la identidad o la “salvaguarda” del orden. Además, nuestro autor advierte sobre la idolatría del progreso y sobre cómo la historia oficial tiende a invisibilizar ciertas rupturas y catástrofes, en tanto que la naturalización de la violencia política puede ser vista como una forma de historicidad falseada que normaliza la agresión y olvida a las víctimas. Su distinción resulta útil porque no basta declarar la violencia como “necesaria” para el mantenimiento del orden, sino que hay que preguntarse por los fines, los procedimientos y quién paga el precio.
Ahora bien, para enfocar este problema desde el prisma de la vulnerabilidad, la deshumanización y la ética de la respuesta, es conveniente para algunos recurrir a la lectura posmo-progre de Judith Butler, quien en “Marcos de guerra” (2009) enfatiza que la política se funda en la forma en que las sociedades reconocen (o niegan) la vida de ciertos cuerpos. “Lo que cuenta como vida humana y lo que cuenta como figura de pérdida se organiza políticamente” (Butler, 2009), sostiene la filósofa. Desde aquí, burlarse de la muerte (mediante asesinato público) de alguien no es un gesto menor, sino un acto de deshumanización simbólica: convierte la pérdida en entretenimiento y borra la responsabilidad ética. El humor que celebra la eliminación del otro participa de la misma lógica que desactiva la empatía y facilita la repetición de la violencia en un bucle interminable.
En términos prácticos, pensar la respuesta ética exige romper con la complicidad- activa o pasiva- que legitima la deshumanización. Esto implica exigir responsabilidades mediáticas, demandar mecanismos claros de sanción ante discursos incitantes, y promover pedagogías públicas que recuperen la capacidad de indignación moral frente a la pérdida humana, cualquiera que sea la filiación del fallecido.
Estamos, desde hace tiempo, inmersos en un mundo que ha banalizado el mal, y parece no molestarle mucho. Hannah Arendt, al estudiar la banalidad del mal, nos mostró cómo el mal puede institucionalizarse y volverse corriente cuando sistémicamente se fragmenta la responsabilidad moral. Si la sociedad riñe y se burla públicamente de un asesinato cobarde, hemos dado un paso más: hemos neutralizado la capacidad colectiva de ver al otro como portador de derechos morales inalienables. Cualquier meme o declaración en redes sociales que celebra la muerte no es un acto íntimo, sino que forma parte de una práctica pública que relativiza el crimen y reduce la posibilidad de justicia restaurativa o crítica.
En conclusión, queridos lectores, de más está decir que condenamos con la máxima firmeza el asesinato de Charlie Kirk y condenamos, asimismo, con igual rotundidad, las burlas, la instrumentalización y la celebración pública de su muerte por un considerable séquito de desquiciados con acceso a internet. Todas esas manifestaciones detestables son formas de banalización de la violencia y del mal. Cuando el espectáculo sustituye al duelo y la mofa suprime la reflexión, la comunidad política demuestra que ha perdido el sentido mínimo de lo que supone la vida compartida. No hay equilibrio moral en relativizar una vida porque se disiente de sus ideas. La justicia exige investigación, sanción y, sobre todo, un examen crítico de las prácticas discursivas que hacen posible que alguien crea que un homicidio de esta índole es justificable.
Finalizo, como siempre, con algunas preguntas. ¿Qué fuerzas- mediáticas, políticas, económicas- han cultivado la atmósfera que hace posible la violencia política? ¿De qué manera nuestras propias prácticas de consumo informativo y de redes sociales contribuyen a la deshumanización del otro? ¿Cómo distinguir entre violencia “constituyente” y “violencia preservadora” sin caer en justificaciones peligrosas? ¿Qué medidas institucionales y culturales serían necesarias para restituir la capacidad colectiva de indignación moral frente a un asesinato, cualquiera sea el sujeto?
Cerrar con estas preguntas no es renunciar a las posibles respuestas, sino que es insistir en que la respuesta ética exige trabajo público, memoria crítica y reformas que desactiven la lógica de la tensión como instrumento político. Encarando estas preguntas con seriedad, algo que jamás harán los degenerados que nos gobiernan en occidente, podremos empezar a revertir la tendencia a naturalizar la violencia y proteger la dignidad humana en tiempos de polarización exacerbada.
Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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Economia
El Salvador consume productos chinos desde hace 500 años

El comercio de China hacia México, Centroamérica, e incluso, Sudamérica data desde los tiempos de la colonización de América, de acuerdo al libro publicado por el Doctor Ricardo Castellón y presentado por la Embajada de México en El Salvador recientemente.
El libro presentado lleva por título «El tráfico de ´efectos de la China´ de Nueva España al Reino de Guatemala (actuales México y Centroamérica): 500 años de conexiones globales».
Este proyecto, sin precedentes en la historiografía regional, revela la importante presencia de productos asiáticos en todo el territorio desde México hasta Perú y donde se evidencia la participación activa de Centroamérica, desde la era colonial, no solo como punto intermedio del tráfico entre el Norte y el Sudaméricano, sino como importante centro de consumo y escenario de intercambios económicos, como también culturales con China.
«Tenemos la historia nacional tiene un montón de episodios fantásticos y que todavía falta que se estudien, que es preciso revelar. Este tema en particular tiene particular relevancia en la actualidad por los actuales acomodos geoeconómicos», explicó el Doctor Ricardo Castellón, autor del libro, sobre los motivos que lo llevaron a esta investigación.
La temática del libro tuvo una gran aceptación por la población salvadoreña, donde su presentación tuvo un lleno total y los asistentes mostraron mucho interés por el tema.
La investigación realizada por el doctor Castellón comprende el análisis de fuentes secundarias de Centroamérica, regionales y globales, así como principalmente, información de archivos mexicanos y centroamericanos que avalan la investigación hecha sobre el comercio de China.
$14 es el precio del libro y se puede adquirir en la Embajada de México