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Crece confianza de la población salvadoreña en la Policía, según estudio de Gallup

La Policía Nacional Civil (PNC) de El Salvador es el cuerpo de seguridad en el que más confían los ciudadanos en el continente americano y el Caribe, de acuerdo con el estudio de Gallup denominado «Global Law and Order 2023», llevado a cabo en 141 naciones y en la que participaron más de 141,000 adultos encuestados.
La Policía salvadoreña subió del 75 % en 2022 al 84 % de confianza para el 2023, es decir, escaló nueve puntos porcentuales y se sitúa en primer lugar por arriba de policías de Canadá y Estados Unidos que tienen un 83 %, respectivamente.
La buena posición de la PNC es el resultado de las políticas del gobierno del presidente Nayib Bukele en pro de dignificar la labor policial con el objetivo de brindar una mejor atención a la población honrada.
En el estudio llama la atención que la percepción de seguridad disminuyó la mayoría en Canadá, donde la puntuación del índice cayó cuatro puntos en 2022 hasta un nuevo mínimo de 83 – igualando el puntaje de EE.UU., que permaneció estancado respecto al año anterior.
Aunque la mayoría de los canadienses siguen confiando en su policía local (78%) y sentirse seguros caminando solos en noche (74%), ambas medidas cayeron a nuevos mínimos en 2022. La fe del público se ha erosionado a medida que la violencia y la delincuencia sigue aumentando en la nación norteamericana, donde la tasa de asesinatos en 2022 fue la más alta en 30 años.
En países como Panamá, la confianza en sus policías, ronda el 78 %, Nicaragua (74), Costa Rica (73), Uruguay (73); Guatemala (72), Paraguay (71), Argentina (70), Honduras (69), Chile (67), Colombia (66); México y Venezuela 66, respectivamente.
Los cuerpos de seguridad menos confiables para sus ciudadanos son los de Bolivia y de Perú con 61 % y Ecuador con 59 %.
Recientemente, CID Gallup preguntó a pobladores de 13 países latinoamericanos sobre la percepción del incremento de la criminalidad y El Salvador ocupó el último lugar, pues solo 3 de cada 100 (3 %) manifestó que la misma va al alza, lo que deja al 97 % que expresó lo contrario; es decir, que el crimen va en descenso. Para el resto de países, el sondeo arrojó porcentajes altos de la población que opina que la inseguridad es mayor.
Según el estudio regional, que fue realizado en septiembre pasado y que tiene 95 % de confiabilidad, los dos países de la muestra en los que más personas consideran que el crimen está en aumento son Perú y Ecuador, pues el 87 % manifestó tener la percepción de que la situación está empeorando.
En el caso de Costa Rica alcanzó el 82 %, mientras que en Panamá el 72 % y en Argentina fue del 68 %, seguidos por Colombia donde el resultado fue del 67 %, en República Dominicana del 59 %, Nicaragua 55 %, en Guatemala 54 %, Honduras 49 % México 41 % y el que menos porcentaje obtuvo después de El Salvador fue Venezuela, aunque alto con un 31 %.
Opinet
Exponiendo la quimera del amor sin compromiso

Por: Lisandro Prieto Femenía
“En la modernidad líquida, las relaciones, como todo lo demás, están sujetas a la implacable lógica del consumo y la descarte. La fragilidad se convierte en la norma, y la permanencia, en una carga”: Zygmunt Bauman
Antes de zambullirnos en la compleja trama de los vínculos humanos en la era patética de la postmodernidad, resulta ineludible encarar el significado y la esencia misma del amor. La riqueza semántica de esta palabra, que en español aúna múltiples facetas, encuentra su raíz en el latín amor, y su significado ha sido objeto de profunda reflexión desde la antigüedad. Los griegos, con su agudeza filosófica, discernieron distintas modulaciones de este sentimiento, otorgándoles nombres específicos que revelan su intrincada naturaleza. Así, distinguieron entre el eros, un amor apasionado y a menudo posesivo, vinculado al deseo y la atracción física; la philia, un afecto fraternal, de amistad y lealtad, que subyace en la camaradería y el compañerismo y el ágape, un amor incondicional, altruista, que se entrega sin esperar nada a cambio, evocando una dimensión trascendente y universal. En este sentido, Platón nos introduce a una visión jerárquica del eros en su célebre obra titulada “El banquete”, que asciende desde la admiración por la belleza corporal hasta la contemplación de la Belleza en sí, la Idea suprema, inmutable y eterna. Recordemos que para Platón, el amor no era simplemente una emoción, sino una fuerza impulsora que nos eleva hacia el conocimiento y la perfección. La búsqueda de la “media naranja” primigenia, tal como narró Aristófanes en el mismo diálogo, subraya esta añoranza de plenitud y unidad a través del otro.
Sin embargo, en el escenario que nos toca vivir, la posmodernidad, con su descrédito de los grandes relatos, su erosión de las certezas y su entronización del individualismo exacerbado, la concepción platónica del amor, anclada en lo eterno y trascendente, se desvanece en el horizonte de la promocionada volatilidad. La emergencia de la post-verdad, donde la emoción y la creencia personal, a menudo, prevalecen sobre los hechos objetivos y la razón crítica, ha corroído las bases de la confianza y el compromiso, pilares esenciales de cualquier vínculo duradero. En este torbellino de lo efímero, el amor se ha licuado, adoptando formas esporádicas, circunstanciales y, en muchos casos, desechables. La promesa de un vínculo perdurable, forjado en la paciencia y la vulnerabilidad, se ha transmutado en la conveniencia de una conexión utilitaria y momentánea, fácil de establecer y aún más fácil de disolver. Como lúcidamente diagnosticó Zygmunt Bauman en su obra “Amor líquido”, “vivimos en el mundo de ‘conexiones’ en lugar de ‘relaciones’, donde el compromiso se considera una trampa y la ambigüedad una virtud”.
Esta metamorfosis no es accidental, sino el resultado de un proceso de desensibilización que impregna las esferas más íntimas y las más amplias de nuestra vida social. La inmediatez que propugnan las nuevas tecnologías, la cultura del “usar y tirar” trasladada a las emociones, y la constante búsqueda de gratificación instantánea han mermado nuestra capacidad para invertir tiempo, esfuerzo y vulnerabilidad en la construcción de relaciones sólidas y significativas. Los lazos afectivos, lejos de ser refugios de estabilidad y de crecimiento mutuo, se han convertido en plataformas de consumo emocional, donde cada individuo busca satisfacer sus propias necesidades sin la pesada carga de la reciprocidad o el compromiso a largo plazo. En esta lógica, el “otro” no es ya un compañero de viaje en la construcción de una vida compartida, sino una pieza reemplazable en un intrincado juego de utilidades personales. Lo que entendíamos por “amor romántico”, con sus ideales de exclusividad y eternidad, ha cedido su lugar a lo que Eva Illouz denomina “capitalismo emocional” en su obra “El consumo de la utopía romántica”, donde los sentimientos se mercantilizan y las relaciones se evalúan en términos de costo-beneficio, propiciando una instrumentalización del afecto.
Asimismo, esta fragilidad no se limita al ámbito de las parejas. Se extiende, con igual o mayor virulencia, a la totalidad de nuestras relaciones humanas. La pérdida del cariño y el compromiso se manifiesta dolorosamente en las dinámicas familiares: entre padres e hijos, donde la autoridad moral y el afecto incondicional ceden a menudo ante la tiranía de la inmediatez y el distanciamiento emocional, y donde la comunicación se reduce a interacciones superficiales mediadas por pantallas. Los lazos entre familiares en general, antaño pilares de una identidad compartida y un apoyo incondicional, se deshilachan en la indiferencia y la falta de presencia, reemplazados por el contacto esporádico o la ausencia total. La comunidad vecinal, que en épocas no tan lejanas, constituía un microcosmos de apoyo mutuo y solidaridad, se ha fragmentado en una serie de individualidades aisladas, cada una encapsulada en su propio universo digital y ajena al devenir del otro. Este fenómeno no es meramente una cuestión de falta de tiempo, sino una profunda alteración de nuestra disposición a la alteridad, a la co-presencia, a lo que Emmanuel Lévinas llamaría la “responsabilidad infinita” ante el rostro del Otro. El mundo se ha vuelto un conjunto de mónadas leibnizianas, sin ventanas, encerradas en su propia percepción.
Consecuentemente, en el ámbito cívico, la erosión de los vínculos es palpable. La relación entre ciudadanos y gobernantes se ha despojado de la confianza y la responsabilidad mutua, mutando en un espectáculo de desconfianza, cinismo y, a menudo, abierto desprecio. El contrato social, que teóricamente cimentaba la convivencia y el progreso colectivo, se diluye en la percepción de que la política es un juego de intereses particulares, donde la ética y el bien común son meras quimeras, y donde la participación se limita a la expresión de quejas individuales sin articulación colectiva. Como observó el paladín posmoderno Michel Foucault, el poder no sólo reprime, sino que también produce subjetividades. En esta era paupérrima, parece que las subjetividades producidas son aquellas que se retraen al compromiso, que desconfían de la alteridad y que privilegian la seguridad de la soledad autoimpuesta por encima de la rica complejidad de la interdependencia.
Al respecto, Hannah Arendt advirtió, en su obra “Los orígenes del totalitarismo”, sobre la corrosión del espacio público y la desintegración de los lazos sociales como condición para el surgimiento de fenómenos políticos autoritarios. Ante esto, queda preguntarse: ¿Acaso no es esta atomización una forma de control sutil, que nos vuelve maleables y menos propensos a la acción colectiva y al pensamiento crítico, al desactivar la potencia de la solidaridad y el ágape cívico?
Ante este panorama desolador de amores efímeros y vínculos disueltos, ¿estamos condenados a la fragmentación perpetua y a la superficialidad de los encuentros? ¿O existe la posibilidad de reavivar la llama del compromiso y la sensibilidad en un mundo que prioriza la desconexión afectiva? La desensibilización no es nuestro destino ineludible, sino una construcción social que puede ser deconstruida, un hábito cultural que puede ser re-aprendido. ¿Acaso hemos olvidado, en esta vorágine de lo efímero y lo descartable, que la verdadera riqueza reside en la profundidad de los lazos, en la capacidad de construir historias compartidas que trasciendan la fugacidad de lo instantáneo y se anclen en la persistencia del afecto? ¿Es posible que, al abrazar la vulnerabilidad y la paciencia, podamos redescubrir la resistencia inherente a un amor que se atreve a ser permanente, no por obligación o tradición, sino por elección consciente y por la convicción de su valor intrínseco?
Quizá, la clave resida en una revolución silenciosa, que comience en el ámbito individual y familiar, que nos invite a cuestionar la lógica del descarte y a abrazar la complejidad inherente a cualquier vínculo genuino, reconociendo que el conflicto y la diferencia no son razones para la huida, sino oportunidades para el crecimiento. Entonces, ¿podemos, como individuos, resistir la tentación de la inmediatez y apostar por la construcción lenta, a veces dolorosa, pero profundamente gratificante, de lazos duraderos, tanto personales como comunitarios? ¿Es momento de reconocer que la verdadera libertad no radica en la ausencia de ataduras, sino en la elección consciente de aquellas relaciones que nos enriquecen y nos permiten crecer, incluso cuando nos desafían, y que la felicidad no se encuentra en la acumulación de experiencias superficiales, sino en la profundidad de las conexiones?
La reflexión crítica, el pensamiento autónomo y la chispa de un pensar sensible que no se da por vencido son, quizás, las herramientas más poderosas para reclamar el amor de las garras de la liquidez de la moda posmo-progre y su correspondiente post-verdad. Sólo al mirar de frente esta crisis de los lazos, al interrogarnos sobre nuestro propio papel en ella y al atrevernos a redefinir el valor del compromiso, podremos aspirar a reconstruir una sociedad donde el afecto, en todas sus nobles formas, recupere la centralidad y su potencia transformadora. ¿Nos atreveremos a utilizar estas herramientas, a salir de la comodidad de la indiferencia y a asumir el riesgo de volver a amar con profundidad y a construir con permanencia? La pregunta no es menor, y la respuesta, implica un imperativo ético para nuestro tiempo plagado de gente rota que no sabe amar (y tampoco le importa aprender).
Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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Internacionales
India ordena captura masiva de perros callejeros en Delhi por aumento de mordeduras

La Corte Suprema de India ordenó este lunes la captura de decenas de miles de perros callejeros en Nueva Delhi y sus suburbios, tras un incremento de ataques a la población.
Según un censo de 2012, en la capital viven al menos 60.000 perros sin hogar. El tribunal instruyó a las autoridades a crear refugios en un plazo máximo de ocho semanas, mantener registros diarios de los animales capturados y evitar su liberación.
La medida se aplica en una región que concentra cerca de 30 millones de habitantes. India, que alberga millones de perros callejeros, registra un alto número de ataques mortales, en su mayoría contra niños y ancianos. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el país concentra más de un tercio de las muertes por rabia a nivel mundial, un problema vinculado a la falta de programas de esterilización y a las restricciones legales para eliminar a estos animales.
Internacionales
Fallece Miguel Uribe Turbay, precandidato presidencial colombiano, tras dos meses en cuidados intensivos

El senador colombiano y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay murió la madrugada de este lunes, luego de permanecer dos meses hospitalizado en estado crítico a causa de un atentado a balazos ocurrido el 7 de junio durante un mitin en Bogotá.
Uribe, de 39 años, había mostrado signos de mejoría en julio e inició un proceso de neurorehabilitación, pero su estado empeoró el sábado debido a una hemorragia cerebral, informó la clínica que lo atendía.
En el ataque, un adolescente de 15 años le disparó en tres ocasiones, impactando dos balas en su cabeza. Las autoridades han capturado a seis personas presuntamente vinculadas, entre ellas el atacante y Elder José Arteaga Hernández, alias “El Costeño”, señalado como responsable logístico. La investigación apunta a la disidencia de las FARC conocida como Segunda Marquetalia como posible autora intelectual.
Uribe deja un hijo pequeño y tres hijastras. Su vida estuvo marcada por la violencia: en 1991, su madre, la periodista Diana Turbay, murió durante un operativo de rescate tras ser secuestrada por orden de Pablo Escobar.
El hecho ha generado reacciones de condena en el país. “La democracia no se construye con balas ni con sangre”, expresó la vicepresidenta Francia Márquez. Por su parte, el expresidente Álvaro Uribe afirmó que “la lucha de Miguel sea luz que ilumine el camino correcto de Colombia”.
El asesinato reaviva la memoria de los atentados contra líderes políticos que marcaron la historia reciente de Colombia.