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Francisco: El profeta ausente

Por: Lisandro Prieto Femenía
«Un profeta no carece de honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa», Marcos 6:4.
El reciente fallecimiento del Papa Francisco ha abierto un espacio de reflexión sobre su legado, marcado por un pontificado de cercanía global y un particular distanciamiento geográfico: su tierra natal. A lo largo de su papado, Francisco recorrió el continente americano, visitando países como Brasil, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Cuba, México, Estados Unidos, Colombia, Chile y Panamá. Sin embargo, Argentina, el hogar que lo vio nacer y crecer, nunca fue destino de sus viajes papales. Esta ausencia, cargada de simbolismo, nos invita a explorar las razones detrás de esta supuesta paradoja.
La cita bíblica de Marcos 6:4, que mencionamos anteriormente, encuentra un paralelismo significativo en el Evangelio de Mateo, donde se narra un episodio similar en la vida de Jesús: “Viniendo a su patria, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban, y decían: ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos , Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas esas cosas? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: «No hay profeta sin honra sino en su propia tierra y en su casa” (Mateo 13:54, Reina-Valera 1960).
El precitado fragmento se me viene a la mente con mucha fuerza al analizar la relación de Francisco con su patria. Esta frase no sólo describe una experiencia bíblica, sino una realidad humana, demasiado humana: la dificultad de ser reconocido y valorado en el propio entorno. La familiaridad puede generar escepticismo y las dinámicas personales y políticas pueden eclipsar el reconocimiento del mérito. En el caso de Francisco esta cita adquiere una dimensión particular, entrelazándose con las complejidades de la decadente política argentina.
Antes de su elección como Papa, la figura de Jorge Bergoglio estuvo marcada por tensiones con diversos sectores políticos argentinos. Sus posiciones, a menudo críticas, generaron muchísimas controversias y polarización. Siendo Arzobispo de Buenos Aires, mantuvo una relación compleja y tirante con diversos sectores políticos, puesto que sus posiciones, percibidas por algunos como críticas y por otros como una defensa de los valores tradicionales, generaron bastantes controversias. Estas fricciones previas, arraigadas en el contexto político local, influyeron definitivamente en su decisión de mantener cierta distancia durante su papado.
Un punto de fricción notable fue su postura frente a la aprobación de la ley del matrimonio igualitario, sancionada en el año 2010. Bergoglio, en ese entonces, expresó su firme oposición, calificándola como un ataque al “proyecto de Dios”. Concretamente, en una carta dirigida a los sacerdotes de Buenos Aires afirmó: “No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es una pretensión destructiva del plan de Dios. No se trata de un mero instrumento legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ‘movida’ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios.» (Carta del Cardenal Jorge Bergoglio a los sacerdotes de Buenos Aires, julio de 2010).
Además de las tensiones ideológicas y las controversias por sus posturas, Bergoglio fue objeto de campañas de difamación y críticas personales por parte de políticos y sectores específicos. Estas campañas, a menudo motivadas por intereses políticos, buscaron desacreditar su figura y socavar su influencia. Un ejemplo notable, fue la acusación de complicidad con la dictadura militar, que fue utilizada por algunos sectores políticos para intentar ensuciar su imagen. Al final, estas acusaciones, aunque nunca fueron probadas, lograron por un tiempo desacreditar su figura y socavar su influencia.
Durante el gobierno de los Kirchner, las tensiones se intensificaron al extremo. Algunos políticos oficialistas criticaron abiertamente sus declaraciones sobre la pobreza y la desigualdad, interpretándolas como ataques al gobierno. Por ejemplo, Aníbal Fernández, entonces Jefe de Gabinete, realizó declaraciones públicas donde denostaba las posturas del cardenal, al señalar que “hay que leerlo con mucha atención, porque cuando uno lo lee, uno tiene que ver que lo que está haciendo es política, y no está haciendo religión. Y cuando se hace política, se hace con intenciones políticas” (Declaraciones de Aníbal Fernández, 2012, sobre las críticas de Bergoglio a la situación social del país). Estas críticas, que continuaron incluso después de su elección como Papa, buscaban desacreditar su autoridad moral y política, sobre todo utilizando acusaciones de un supuesto pasado para minar su imagen.
Las campañas de difamación y las críticas personales, sumadas a las tensiones ideológicas, crearon un clima de polarización en torno a la figura de Bergoglio: estas dinámicas políticas influyeron de lleno en su decisión de mantener una distancia prudente con Argentina durante su papado, buscando evitar que las divisiones locales afectaran su rol como líder espiritual global.
Ahora bien, tras la elección de Jorge Bergoglio como Papa Francisco en marzo de 2013, se produjo un cambio notable en la actitud de muchos sectores políticos argentinos. Aquellos que antes lo criticaban, difamaban o mantenían una relación distante, comenzaron, milagrosamente, a expresar admiración y buscar su cercanía. Este giro inesperado se manifestó en declaraciones públicas, gestos simbólicos e innumerables visitas de comitivas de impresentables al Vaticano.
Un ejemplo concreto fue el cambio rotundo de postura de algunos miembros del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. A pesar de las tensiones previas, la presidenta expresó públicamente su alegría por la elección de Francisco y destacó su “humildad” y “compromiso”. En un mensaje oficial, declaró: “En nombre del Gobierno y del pueblo argentino, quiero expresar mi alegría y mi reconocimiento por la elección de nuestro compatriota, el cardenal Jorge Bergoglio, como nuevo Papa Francisco. Su humildad, su compromiso con los pobres y su trayectoria pastoral son un motivo de orgullo para todos los argentinos” (Declaración de Cristina Fernández de Kirchner tras la elección de Francisco, marzo de 2013).
Este cambio de tono fue evidente también en otros funcionarios y legisladores, quienes comenzaron a destacar las virtudes del nuevo Papa y a buscar oportunidades para mostrar su cercanía. Claro ejemplo de esto fueron las innumerables visitas de diversos políticos argentinos al Vaticano: figuras que antes expresaban abiertamente náuseas por Bergoglio, buscaban ahora audiencia con Francisco, intentando vender y proyectar una imagen de cercanía ideológica y apoyo. Estas visitas, a menudo acompañadas de declaraciones públicas, buscaban capitalizar el prestigio y la popularidad creciente del nuevo Papa.
Además, algunos medios de comunicación, siempre ateos y progresistas, que antes criticaban fervorosamente a Bergoglio, comenzaron a destacar sus virtudes y a elogiar su liderazgo. Este cambio en la cobertura mediática también contribuyó a crear una imagen de consenso y admiración en torno a la figura del Papa. Este giro “inesperado” (oportunista) plantea interrogantes sobre la autenticidad y las motivaciones detrás de esta nueva veneración. ¿Fue un cambio genuino de actitud, o una estrategia política y mediática para capitalizar la fama del nuevo Papa? ¿Reflejó un reconocimiento sincero de su liderazgo espiritual, o una búsqueda de beneficios políticos personales?
Ahora bien, es necesario, a esta altura del texto, pensar en la postura de Francisco ante semejante maremoto de lame botas interesados y oportunistas. Desde el comienzo de su pontificado, Francisco, en su rol de líder religioso global, buscó tender puentes y promover el diálogo. Sin embargo, esta relación fue dinámica y estuvo lejos de ser lineal, evidenciando acercamientos selectivos y tensiones latentes. Su apertura hacia sectores políticos que antes lo criticaban, aunque comprensible desde una perspectiva pastoral, generó debates sobre la naturaleza de su relación con el poder en Argentina.
Un ejemplo paradigmático de su intento de acercamiento, aunque también fuente de controversia, fue su postura en relación con la detención de Milagro Sala, líder social y política argentina condenada por diversos delitos. Francisco envió una carta privada a Sala expresando su preocupación y cercanía, lo que fue interpelado por algunos sectores como una crítica implícita al sistema político y judicial del gobierno de Mauricio Macri. Esta acción generó diversas reacciones, desde quienes valoraron su sensibilidad social hacia quienes la consideran una injerencia en asuntos internos. Aunque la carta fue privada, su contenido trascendió, generando un debate patético entre el periodismo rentado de un lado y el periodismo rentado del otro.
Precisamente, la relación con el gobierno de Macri (2015-2019) fue notablemente fría. Si bien hubo encuentros protocolares en el Vaticano, no se percibió una sintonía política o ideológica. Las diferencias en la visión sobre la pobreza, la justicia social y los derechos humanos fueron evidentes. No se recuerdan declaraciones públicas de fuerte confrontación directa, pero la falta de efusividad y la distancia marcaron este periodo concreto.
Un capítulo aparte merece la relación con el actual presidente, Javier Milei. Durante su campaña presidencial, Milei profirió descalificativos muy duros hacia la figura del Papa, llegando a calificarlo “personaje nefasto”, “comunista”, y “defensor de dictaduras” (entre otros tantos que no podemos enunciar). Estas declaraciones generaron un profundo rechazo en amplios sectores de la sociedad argentina y cierta adhesión por otros tantos. Sin embargo, tras su elección como presidente, Milei adoptó un tono conciliador, invitando al Papa a visitar Argentina y retractándose por sus dichos anteriores sostuvo: “Si Su Santidad desea visitar su patria, será recibido con todos los honores que corresponden a un jefe de Estado y líder espiritual de la Iglesia Católica.» (Carta de invitación de Javier Milei al Papa Francisco, noviembre de 2023).
Posteriormente, en un encuentro personal en el Vaticano, Milei le pidió disculpas por sus expresiones pasadas. Este giro drástico ilustra la complejidad de las dinámicas políticas y la influencia que la figura papal puede ejercer, incluso sobre quienes inicialmente se mostraron más críticos y maleducados.
Estos ejemplos demuestran que el acercamiento del Papa no implicó una aceptación acrítica de todos los sectores políticos. Su diálogo fue selectivo y estuvo marcado por sus propias convicciones y su rol como líder espiritual con una visión global. Las respuestas políticas a sus gestos y declaraciones fueron igualmente diversas, reflejando las profundas divisiones ideológicas presentes en la decadente cultura y política Argentina actual.
Ahora, tras su fallecimiento, llega una nueva ola de elogios y reconocimientos, lo cual nos habilita a realizar una pregunta crucial: ¿es éste un reconocimiento genuino o una manifestación de idolatría interesada? La rapidez con la que algunos sectores políticos y mediáticos, otrora críticos, se sumaron al coro de alabanzas, invita a reflexionar sobre la autenticidad de este reconocimiento tardío.
Para concluir, simplemente expresamos que la ausencia de Francisco en Argentina durante su papado, sumada a la repentina efusión de elogios tras su muerte, nos lleva a cuestionar la naturaleza del reconocimiento y la valoración. ¿Es necesario que un profeta abandone su tierra para ser apreciado? ¿O es la muerte el único escenario donde se permite el reconocimiento sin reservas? La figura de Francisco, en su relación con Argentina, nos invita a reflexionar sobre la complejidad de la identidad, el poder y la memoria colectiva. ¿Es este reconocimiento póstumo un acto de contrición, o una manifestación de la volubilidad de la opinión pública? La respuesta, quizás, resida en la honestidad con la que cada uno examine su propia relación con la figura del Papa ausente.
Lisandro Prieto Femenía.
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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Expertos destacan impacto internacional del modelo de seguridad de Nayib Bukele

Analistas nacionales coinciden en que la política de seguridad implementada por el presidente Nayib Bukele no solo ha logrado una histórica reducción de homicidios y extorsiones en El Salvador, sino que también se ha convertido en un referente internacional para otros gobiernos que enfrentan altos niveles de criminalidad.
El analista Francisco Góchez aseguró que la estrategia salvadoreña, encabezada por el Plan Control Territorial (PCT), ha captado la atención mundial por su efectividad. “Ha logrado desarticular a las pandillas que, durante décadas, causaron sufrimiento a la población”, señaló. Góchez destacó que la baja sostenida en delitos como homicidios y extorsiones es “un logro objetivo e innegable” que podría ser adaptado por otras naciones.
Como parte del interés internacional, recientemente una delegación de funcionarios de Ecuador visitó El Salvador para conocer de cerca el modelo de seguridad salvadoreño. Además, países como Honduras, Chile y el mismo Ecuador han optado por implementar estados de excepción como medida para enfrentar el crimen organizado, inspirados en parte en la experiencia salvadoreña.
Desde marzo de 2022, el Gobierno salvadoreño ha mantenido vigente el régimen de excepción como complemento al PCT, con el respaldo mayoritario de los partidos Nuevas Ideas, PCN y PDC en la Asamblea Legislativa. Según cifras oficiales, la medida ha permitido la captura de más de 85,900 presuntos pandilleros. Sin embargo, diputadas y diputados de ARENA y VAMOS han votado sistemáticamente en contra de su aprobación y prórrogas.
Para el sociólogo René Martínez, el modelo de seguridad de Bukele es ya un punto obligado en cualquier debate global sobre seguridad pública. “No se puede obviar el impacto de esta estrategia en foros internacionales”, expresó. Martínez también afirmó que Bukele es visto por muchos como un modelo de liderazgo político efectivo. “Es el tipo de mandatario que otros pueblos quisieran tener para resolver los problemas que los aquejan”, opinó.
Ambos expertos coinciden en que el enfoque del Gobierno salvadoreño prioriza los derechos de las víctimas por encima de los de los victimarios, un enfoque que ha marcado una diferencia sustancial respecto a políticas de seguridad anteriores en la región.
Retomado de Diario El Salvador
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«Oposición trata de cubrir delitos de las ONG»: analista político

Los analistas políticos Nelson Flores y Mauricio Rodríguez señalaron que ahora El Salvador es un país donde se respetan las leyes, y por ese motivo la oposición política trata de cubrir los delitos que cometen miembros de organizaciones no gubernamentales (ONG) de fachada.
La corrupción cometida por ONG que recibían fondos públicos, procedentes principalmente del presupuesto general de la nación, fue investigada por la legislatura anterior, y todo el expediente fue remitido a la Fiscalía General de la República (FGR) para que judicialice los casos.
«A ellos no se les persigue por posturas políticas, se les persigue porque ha habido una investigación muy robusta de un delito y deben comparecer ante los tribunales. Es ahí donde deben demostrar su inocencia, no vociferando en las calles con discursos inventados», expresó Flores, quien también es especialista en administración pública.
Los fundadores y directivos de algunas de las ONG que recibían fondos públicos, según la investigación realizada por la legislatura anterior, son exdiputados y exfuncionarios de ARENA y del FMLN, quienes incluso votaron por las asignaciones para sus ONG o de sus allegados.
«Somos un país de leyes, y nadie está sobre esas leyes. Ellos tratan de cubrir sus delitos en las ONG de fachada porque saben muy bien que se beneficiaron con ese modelo sistémico de corrupción que diseñaron los gobiernos del FMLN y de ARENA cuando estuvieron en el poder», añadió Flores.
Para Rodríguez, dichos partidos tienen como «estrategia mediática» que las investigaciones de las autoridades sobre casos de corrupción parezcan como persecución política contra opositores.
«Todos los casos los están matizando de persecución política. ARENA y el FMLN recurren a este tipo de acciones para tratar de buscar un mártir», consideró Rodríguez, sociólogo de profesión.
Opinión | Nelson Flores y Mauricio Rodríguez
Analistas Políticos
Este artículo fue publicado originalmente por Diario El Salvador.
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León XIV ante un mundo en guerra

Por: Lisandro Prieto Femenía
«¡Cristo no cesa de llamar, no cesa de indicar el camino hacia aquellos ‘altos ideales’ de los que hablaba el poeta! ¡No cesa de pedir un testimonio de la conciencia, de la vida! ¡Pide ‘hombres de espíritu’, pide ‘corazones puros’! ¡Pide hombres que sean hermanos, que sepan construir sobre la tierra ‘puentes’ y no ‘muros’!»
Juan Pablo II. (1979). Discurso a los jóvenes en el estadio de Cracovia.
La ascensión de León XIV al trono de Pedro acontece en un momento histórico marcado por la persistente sombra de la guerra. Los conflictos en Ucrania, con su estela de destrucción y desplazamiento, y la desgarradora situación en Gaza, crisol de tensiones ancestrales y reciente devastación, claman por una intervención que trascienda la mera condena en un mensaje misal. Ante este panorama desolador, los católicos nos preguntamos con apremio: ¿qué posibilidades reales ostenta el nuevo pontífice para erigirse como un agente efectivo de paz en estos escenarios de profunda fractura?
Para abordar esta cuestión con la seriedad que amerita, es imprescindible que recurramos a voces medianamente autorizadas que han dedicado su vida a la reflexión del intrincado vínculo entre la fe, la ética y la política internacional. Hans Küng, con su visión ecuménica y su llamado a una “ética global”, nos recuerda que la paz duradera entre las naciones se cimienta en la paz entre las religiones, un diálogo sincero que desentrañe los fundamentos de cada credo para construir puentes de entendimiento mutuo. En este sentido, la figura del Papa, investido de una autoridad moral que resuena más allá de las fronteras confesionales, podría erigirse en un catalizador de encuentros interreligiosos de alto nivel, siguiendo la senda trazada por sus predecesores. En su “Proyecto de una ética mundial”, Küng afirmó que “no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. No habrá diálogo entre las religiones sin investigación de los fundamentos de cada una de ellas” (Küng, H., 1991, p.21). Pues bien, esta convocatoria a líderes ortodoxos rusos y representantes del mundo islámico para explorar vías de diálogo sobre la sacralidad de la vida y la urgencia de la justicia podría sembrar semillas de esperanza en terrenos áridos por la desconfianza, la violencia innecesaria y el resentimiento.
Sin embargo, tampoco podemos obviar las limitaciones inherentes al poder terrenal de la Santa Sede. Como lúcidamente señala George Weigel en “La revolución católica” (2005), la Iglesia no dispone de ejércitos ni de la capacidad coercitiva de los Estados-Nación. Su influencia radica en la persuasión moral e intelectual, cuya eficacia depende, en última instancia, de la voluntad de otros actores para escuchar y responder. En los conflictos que nos ocupan, los intereses geopolíticos en pugna, las narrativas históricas profundamente arraigadas y la escalada de la violencia dificultan de sobremanera cualquier tipo de mediación externa. La intervención papal, por elocuente y bienintencionada que sea, corre el riesgo de ser percibida como un actor más en un tablero de ajedrez donde las piezas se mueven impulsadas por la lógica del poder militar y la seguridad nacional. Esta observación nos recuerda, entonces, que la influencia del papado se ejerce principalmente a través de las “armas” de la persuasión moral y la diplomacia, herramientas en desuso extremo, al menos, desde la incursión de Estados Unidos en Medio Oriente a partir del año 2003.
No obstante, la historia nos ofrece destellos de la capacidad de la Iglesia para influir positivamente en la resolución de conflictos. Recordemos brevemente la mediación de Juan Pablo II en la disputa del Beagle entre Argentina y Chile a finales de la década de 1970 y concluida en 1984 mediante la firma del Tratado de Paz, como claro ejemplo paradigmático. Ante la inminente amenaza de guerra, el Santo Padre ofreció su mediación, enviando al Cardenal Antonio Samoré como su enviado especial: en un mensaje crucial dirigido a los presidentes de facto Jorge Rafael Videla de Argentina y Augusto Pinochet Ugarte de Chile, Juan Pablo II declaró el 232 de diciembre de 1978: “Hago un llamamiento apremiante a la cordura y a la reflexión para que, superadas las actuales dificultades, se prosiga con ánimo renovado por el camino del diálogo y de la negociación, buscando soluciones justas y pacíficas que eviten a las queridas poblaciones de Argentina y Chile los horrores de una contienda fraticida” (Juan Pablo II. ,1978, Mensaje a los Presidentes de Argentina y Chile. Libreria Editrice Vaticana).Esta firme exhortación, sumada a la paciente labor diplomática del precitado Cardenal, creó un espacio para la negociación y finalmente condujo a la firma del Tratado de Paz y Amistad en 1984, evitando un conflicto bélico de graves consecuencias para la región.
Si bien reconocemos el potencial de diversos actores en la búsqueda de la paz, la Iglesia Católica se distingue por una serie de factores que le otorgan una relevancia singular en el contexto de los conflictos en Ucrania y Gaza. Su estructura jerárquica y su presencia global le permiten mantener canales de comunicación con una amplia gama de actores, incluyendo gobiernos, organizaciones internacionales y comunidades locales. Como explicita Weigel, esta red extensa facilita una diplomacia discreta y la posibilidad de ofrecer espacios neutrales para el diálogo (Weigel, G. (2005). La Revolución Católica, p. 317). Consiguientemente, la larga tradición de la Iglesia en la defensa de la justicia y la paz, articulada en su doctrina social, le confiere una autoridad moral reconocida incluso por aquellos que no comparten su fe. Sus llamados permanentes a la protección de los derechos humanos, al respeto del derecho internacional y a la búsqueda de soluciones negociadas resuenan con una fuerza particular en un mundo marcado por la avaricia, la violencia y la injusticia naturalizada.
Desde su influyente obra titulada “El testimonio político de la Iglesia”, John Howard Yoder ofrece una perspectiva distintiva sobre cómo la comunidad cristiana debe interactuar con el poder y la violencia en el mundo. Su argumento central radica en que la Iglesia, moldeada según la vida, muerte y resurrección de Jesús, está llamada a ser una comunidad de resistencia no violenta y un signo profético de la paz de Dios en un mundo marcado por la injusticia y la guerra. Para Yoder, la ética cristiana no se reduce a principios abstractos, sino que se encarna en la vida concreta de una comunidad que vive de manera alternativa al modus operandi del corrupto poder terrenal.
En el contexto de la mediación y la búsqueda de la paz, el aporte de Yoder pone el foco en que la Iglesia no debe aspirar primariamente a ejercer influencia a través de los mecanismos del poder político convencional, sino que su poder radica en su testimonio fiel al Evangelio de la paz. Esto implica una crítica radical a la lógica de la violencia y una demostración práctica de formas alternativas de resolución de conflictos basadas en el amor al enemigo, el perdón y la justicia restaurativa.
Así, la relevancia del pensamiento de Yoder para la posible intervención del Papa León XIV radica en que la autoridad de su Iglesia no se basa en su capacidad de ejercer presiones políticas o económicas, sino en la coherencia entre su mensaje y su práctica. Si la Iglesia aboga por la paz, debe también ser una comunidad que vive esa paz internamente y la irradia hacia afuera, incluso en medio de la hostilidad. Su testimonio de no-violencia activa y de solidaridad con las víctimas de la injusticia es, sin duda alguna, una fuerza transformadora que interpela las conciencias y abre caminos inesperados hacia la reconciliación. En lugar de buscar el poder para imponer la paz, la Iglesia, según Yoder, está llamada a ser un signo del Reino de Dios, donde la paz y la justicia se abrazan, ofreciendo así una visión esperanzadora y una práctica alternativa a la espiral de la violencia. Su “testimonio político”, entonces, no es una estrategia de poder, sino una fidelidad radical al Señorío de Cristo y a su mandato de amar a todos, incluso y sobre todo, a los enemigos.
Conjuntamente, es innegable que la presencia de numerosas organizaciones católicas dedicadas a la ayuda humanitaria y al trabajo por la paz en las zonas de conflicto le otorga a la Iglesia un conocimiento profundo de las dinámicas locales y la posibilidad de construir puentes de confianza con las comunidades afectadas. Esta capilaridad y su compromiso a largo plazo con las víctimas de la guerra, mal que les pese a varios, la convierten en un actor clave para la reconstrucción del tejido social y la promoción de la reconciliación.
En este punto, entonces, es crucial discernir la naturaleza fundamentalmente diferente de los conflictos precitados, pues esta distinción impacta directamente en las posibilidades y estrategias de mediación. La guerra en Ucrania, si bien con profundas raíces históricas y geopolíticas, se desarrolla principalmente entre naciones de tradición cristiana, aunque con identidades nacionales y lealtades estatales claramente diferenciadas. Las afinidades culturales y religiosas, paradójicamente, no han evitado la escalada de la violencia, pero podrían ofrecer ciertos puntos de anclaje para un futuro diálogo, apelando a valores cristianos compartidos de paz y fraternidad, como sugiere la ética global de Küng.
En contraste, el conflicto entre Israel y el mundo islámico en torno a Gaza posee una dimensión religiosa y territorial intrínsecamente entrelazada. Las disputas por la tierra están profundamente imbuidas de narrativas religiosas e identidades colectivas moldeadas por siglos de historia y fe. En este contexto, la presencia cristiana en Jerusalén, lugar sagrado para las tres religiones abrahámicas, puede ser vista como la de un pueblo que vive “en medio” de árabes y hebreos. Esta posición única, aunque históricamente marcada por la vulnerabilidad, también ofrece un potencial para el entendimiento y la mediación, al compartir lazos históricos y geográficos con ambas partes.
Como argumenta Küng, el diálogo interreligioso informado y respetuoso es fundamental para abordar los conflictos con raíces religiosas tan profundas. La Iglesia católica, con su presencia histórica en Tierra Santa y sus relaciones con líderes religiosos de ambas partes, podría desempeñar un rol facilitador en la creación de espacios de encuentro y diálogo que trasciendan las narrativas de confrontación, tan promocionadas por los rentados medios de comunicación.
Ante este intrincado panorama, León XIV podría considerar una estrategia multifacética. En primer lugar, intensificar los llamados a un cese al fuego inmediato y a la protección de la población civil, elevando su voz contra la barbarie de la guerra sin reglas que se está llevando a cabo en estos días. En segundo lugar, ofrecer los buenos oficios de la Santa Sede como espacio neutral para el diálogo entre las partes en conflicto, explorando canales diplomáticos discretos que permitan construir confianza y buscar puntos de encuentro. En tercer lugar, es crucial fortalecer la red de organizaciones católicas presentes en el terreno, brindando ayuda humanitaria y acompañamiento a las víctimas, testimoniando así el rostro compasivo de la tradición eclesial. Finalmente, se podría impulsar iniciativas de diálogo interreligioso a nivel local e internacional, buscando aliados en otras tradiciones de fe para construir un frente común por la paz, recordando la premisa de Küng sobre la interconexión entre la paz religiosa y la paz mundial.
Sin embargo, queridos lectores, está claro que la efectividad de esas posibles acciones dependerá crucialmente de la receptividad de los líderes políticos y de la voluntad de las partes en conflicto para trascender sus intereses particulares en aras de un bien mayor. La tarea que aguarda a León XIV es ardua y desafiante, pero la autoridad moral que todavía encarna y la tradición de búsqueda de la paz de la Iglesia le otorgan una ventana de oportunidad para sembrar la esperanza en un mundo quebrado por la violencia. Su voz, clamando por la justicia y la reconciliación, puede resonar en las conciencias y recordar a la humanidad su vocación fundamental a la fraternidad y a la construcción de un futuro donde la paz no sea una utopía, sino una realidad tangible que todos, en cualquier punto del globo, nos merecemos.
Lisandro Prieto Femenía.
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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