ENTREGA ESPECIAL
“Ningún violador merece perdón ni olvido”: el calvario de la esclava sexual de un hombre que lleva 20 años protegido por el estado venezolano
“Yo tenía 18 años”, repite insistentemente Linda Loaiza López Soto, como si quisiera asegurarse de que era demasiado joven para el horror que vivió. De hablar sereno, pero firme. Responde a las preguntas con el cuidado de quien no quiere olvidar lo importante. Veinte años del dolor que apenas menciona, del que no quiere profundizar, quizá porque como dijo al final de la entrevista “cuando es necesario, lloro” y a veces lo que entendemos es el refugio más importante hay que administrar mejor.
Durante cuatro meses, 112 días exactamente, desde que fue secuestrada en marzo 2001, su victimario Luis Antonio Carrera Almoina, a quienes en la prensa llamaron el “Monstruo de los Palos Grandes”, la violó, la mutiló y la convirtió en esclava sexual, hasta el 19 de julio cuando fue rescatada. Y ahí empezó el otro crimen: con el que lleva 20 años luchando, el de la impunidad. De la entrevista que en exclusiva le concede a Infobae, se revela que tiene muchas cicatrices, pero la herida de la justicia aun sangra, deforme y atroz. Y no solo para ella sino para varias mujeres abusadas por el hombre que sigue en libertad. López no fue la primera y tampoco ha sido la última de víctima del monstruo.
Desde que la rescatan hasta que la llevan a prestarle atención médica pasaron cinco horas. “Lo había perdido todo, mi familia estaba desmoronada, yo en cualquier momento podía fallecer, aparte de todo el tiempo que estuve en cautiverio, mi vida estuvo en peligro. Tengo 15 operaciones muy comprometedoras, dos del páncreas, son de gran envergadura para una persona, yo tenía 18 años”.
“Desde el momento en que mi hermana me rescató, no ocurre nada, las instituciones del Estado no dictaron las medidas de protección que debían, desde allí comienza la falla”, dice la ahora abogada Linda Loaiza López Soto.
El apellido de quien la secuestró, violó y torturó, Luis Antonio Carrera Almoina, no es cualquiera, es parte de una familia reconocida en el mundo académico venezolano. Su padre es el destacado escritor, miembro de la Academia Venezolana de Letras y ex rector de la Universidad Nacional Abierta, doctor Gustavo Luis Carrera Damas. Y sus tíos son el historiador Germán Carrera Damas, colaborador de la Unesco y presidente del Comité Internacional de Redacción de la Historia General de América Latina y Jerónimo Carrera Damas, quien al morir en el 2013 era el presidente del Partido Comunista de Venezuela.
Para que se realizara el juicio Linda Loaiza, a secas, como todos la llaman, tuvo que hacer una huelga de hambre durante 13 días. “Eso me llevó unas 6 o 7 semanas de un proceso de juicio, audiencias, ofensas, atropellos, donde no se valoró mi testimonio”.
En octubre del 2004 la juez Rosa Cádiz absolvió a Carrera Almoina de todos los cargos. Él dijo que la joven había llegado golpeada a su casa y que no denunció porque ella no quería implicar a personas allegadas. En un nuevo juicio el individuo fue sentenciado por lesiones gravísimas y privación de libertad, por lo que estuvo preso durante seis años. Siguen pendientes los delitos de violación e intento de homicidio.
Por su parte, hoy en día, Linda Loaiza subraya que recibe mucha solidaridad a través de mensajes, “Algunas personas piden perdón por no haber actuado efectiva ni activamente desde el año 2001 hasta ahora”.
Necesaria justicia
Recientemente en Venezuela se viralizó el “yo sí te creo”, al estilo de “me too”, para apoyar a las víctimas de acoso o violencia sexual, que revelaron entre otros al escritor Willy McKey, nombre verdadero Willy Joseph Madrid Lira, quien se suicidó luego de las denuncias de abuso sexual, de las cuales el Ministerio Público inició una investigación sobre él y Alejandro Sojo y Tony Maestracci, por los presuntos delitos de violencia y abuso sexual.
Ante eso, Linda Loaiza escribió un hilo a través de Twitter dirigido al fiscal Tarek William Saab, recordándole la sentencia de la CIDH. “Yo simplemente escribí ese tweet esperando una respuesta que no he conseguido aún”.
-¿La impunidad en su caso es un aliciente para que los depredadores sexuales, los violadores, sientan que en Venezuela pueden cometer este tipo de delitos y no pagar por ellos?
-Sí, por supuesto, porque si hace 20 años atrás, el Estado, las instituciones, el sistema de justicia hubieran dado un mensaje diferente a los agresores, a los violadores, pero al no brindarme justicia, al no emitir una sentencia de justicia ejemplarizante en favor de las mujeres, el mensaje que le sigue brindando el Estado a la sociedad es que a los hombres que cometen delitos, no los vamos a sancionar. Ese es el mensaje que le ha enviado la Justicia a la sociedad venezolana desde hace 20 años. Ellos tienen la oportunidad de reconocer, rectificar y sancionar a cualquier hombre que comete estos delitos.
-¿No consiguió a funcionarios que se identificaran con su causa o interés en hacer justicia?
-Sí. Encontré gente interesada y también indignada con mi causa, se veía, pero también hay gente temerosa, una sociedad de cómplices que prefieren callar y avanzar sin apoyar a otros.
-¿Cree que fue intencional para proteger al victimario o solo que a usted no le creyeron?
-Cuando se trata de delitos contra la mujer, básicamente no nos creen. Mi hermana fue varias veces a denunciar mi desaparición y no le tomaron la denuncia, hasta que ella recibió amenazas por parte de la persona que me tenía en cautiverio a mí. ¿Puedes imaginar la incredulidad?
-Quizá no creyeron tal horror o el cinismo por parte de Carrera Almoina.
-Yo estaba en riesgo de muerte, como lo certifican los informes médicos, peritaje, policía, y según lo registran las actas policiales, desde el rescate estuve de 10 de la noche, que pudieron transcribir un acta procesal, hasta las 3 y media de la mañana cuando ingreso a un hospital. El chofer de la ambulancia consultó con la fiscal si colocaba la sirena.
-¿Quién era la fiscal?
-Rodríguez González (Capaya Rodríguez González, actual Viceministra del régimen venezolano para Asia, Medio Oriente y Oceanía)
-¿Cuál fue el argumento para denegarle justicia?
El ciudadano Luis Carrera es hijo del ex Rector de la Universidad Nacional Abierta y ese era su carnet de presentación para lograr impunidad ante los delitos que cometió en mi contra. Las instituciones no han hecho nada por lograr justicia, ni a mí ni a tantas víctimas.

-Me avergüenza que ese atroz crimen esté impune, porque hemos tenido mujeres en cargos relevantes: la fiscal Luisa Ortega Díaz, la presidente de la Asamblea Nacional Cilia Flores, en el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), Luisa Estela Morales Lamuño y Gladys María Gutiérrez Alvarado. Uno creería que por condición de género hubiese interés en que haya justicia en un caso como el suyo.
-Que haya mujeres en cargos reconocidos no indica que se garanticen los derechos de la mujer. En esos cargos, con mujeres, lo que he visto es una figura utilizada. Con respecto a los derechos de la mujer, no hay garantías. No hay protección a nuestros derechos, y si alguien tiene dudas, que lea el libro que recientemente he publicado, vea las veces que he acudido al sistema de justicia. No he recibido una respuesta durante 20 años. Recientemente salió el testimonio de la señora Zuleima Yamilet Arráiz, otra víctima de Carrera Almoina y no se ha abierto una investigación, no se ha procedido a brindar justicia a las víctimas.
-Lo que usted cuenta me lleva a concluir que somos muy vulnerables en una sociedad que se preciaba de ser democrática. En su caso no hay dudas o sospechas, porque los daños físicos son demasiado evidentes. ¿Quiénes son los fiscales y jueces que han tenido su caso?
-Sería un reto a la memoria recordar el nombre de cada uno de ellos, pero puedo decirte que hay más de 90 jueces y 10 fiscales en este país, que conocieron mi caso. El expediente pasó por recusaciones y no se garantizó justicia, por lo que acudí, en el año 2007, a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que en el año 2018 condena al estado venezolano por las diversas violaciones a los DDHH en mi contra y en contra de mi familia. La CIDH categorizó que los delitos cometidos en mi contra fueron esclavitud sexual y tortura cometidos por un particular favorecidos por el Estado. El Estado venezolano no ha cumplido la sentencia de la Corte Interamericana y he luchado por obtener normativas de protección a las mujeres, niñas y adolescentes; mientras el Estado no cumpla yo seguiré mi lucha.
Defensora de mujeres
En esta conversación con Infobae, Linda Loaiza reitera, “yo continúo buscando justicia para mí y por supuesto, para todas las mujeres a nivel nacional e internacional, sobre todo en la cultura de las nuevas generaciones, porque es muy importante la formación de personas con valores, con equidad, con justicia. Por eso continúo”.
-¿Cómo pudo pasar de ser una víctima a ser una defensora de los Derechos Humanos de las mujeres?
-Fue una sobrevivencia en todos los sentidos, desde varios ángulos y frentes: luchar por la parte médica, mi recuperación, luchar para mantenerme socialmente, intentar la parte legal. Fue una lucha bárbara por resistir, por buscar justicia; creo en mí misma y en la lucha que he dado. Desde el momento de mi rescate, el 19 de julio de 2001, atravieso por un sinfín de atropellos, incluso durante el traslado en ambulancia hasta el hospital.
-¿Qué ha hecho Linda Loaiza en estos 20 años, además de exigir justicia y tratar de sanar mental, física y emocionalmente?
-Además de luchar por justicia, en el camino decidí estudiar Derecho, me gradué de abogada e hice una Especialización en Derechos Humanos de las Mujeres; me dedicó a asesoría en estos temas.
-Y personalmente, ¿cómo se rehace la confianza en la gente después de lo que le sucedió?
-(silencio corto) Para sobrevivientes de delitos relacionados con la sexualidad, como la violación, es muy difícil relacionarse y enfrentar la sociedad, es un gran reto. Durante estos 20 años he estado acompañada por terapeutas, tanto psicológica como psiquiatra y en algunas oportunidades he estado medicada, cuando ha sido necesario; he contado con el apoyo de mis padres y de mis hermanas y hermanos, he buscado especialistas en el tema. He hecho un esfuerzo, he mantenido la perseverancia, la constancia para alcanzar la justicia, con disciplina. Las víctimas y sobrevivientes requieren, para su desarrollo en la sociedad, lograr justicia.
-Es un capítulo no cerrado, entonces.
-Sí, porque todavía mi caso permanece en la impunidad. Junto a Luisa Kislinger publicamos el libro “Doble Crimen”, sobre este caso y la lucha que hemos tenido. Está a la venta en todo el país, también en Alemania, Canadá, Estados Unidos, España, Francia, Inglaterra, Italia y Japón, además de Amazon. Este libro es mi testimonio, el reflejo de lo que ocurre en Venezuela, y que deben conocer las futuras generaciones.
-¿Qué les diría a las jovencitas de hoy a la vista de la amarga experiencia que vivió?
-Que ante cualquier delito de violencia, deben denunciar. Es importante informar a las autoridades y buscar ayuda de cualquier institución, organización, de cualquier profesional, a fin de protegerse, hay que formalizar las denuncias, acudir a las instituciones correspondientes, al Ministerio Público, obviamente, y denunciar cualquier delito que pudiera estar sufriendo una mujer, una adolescente, también perseverar y buscar justicia. Es un camino largo, duro.
-¿Cómo se supera?
En mi experiencia, pienso que esto no se supera, este sufrimiento, esta afectación. Este tipo de delito no se supera, se aprende a convivir con ese dolor, y es allí donde alcanzar la justicia se vuelve una necesidad para la sobreviviente. Eso es indispensable para cualquier sobreviviente, al menos para continuar la vida, para cerrar un capítulo y seguir.
-¿Cree que eso sea suficiente?
Bueno, hay una frase con la que pedí terminara mi libro Doble Crimen; “Nada se parece tanto a la injusticia que la justicia tardía”. Yo sigo en mi lucha y sigo esperando respuesta de las instituciones que profanan la garantía, el respeto a los DD.HH., de la justicia y de todos estos derechos que deben ser garantizados.

-Sí, doble crimen
-En el libro “Doble Crimen, Tortura, esclavitud sexual e impunidad”, publicado por la Editorial Dahbar, está su testimonio, está la historia, pero no solo del horror que padeció como víctima de Carrera Almoina sino de los largos 20 años de no desfallecer en búsqueda de la justicia.
-¿Por qué el libro se llama Doble Crimen?
-Un crimen el que cometió Luis Carrera en mi contra y el otro crimen el que sigue cometiendo el Estado al no garantizarme justicia. Es Doble Crimen, es tortura y esclavitud sexual, los que mencionó la Corte Interamericana en la sentencia condenatoria contra el Estado y la palabra impunidad, porque estos 20 años no he tenido justicia por parte del estado venezolano.
-Antes de que sucediera este hecho atroz, ¿qué planes tenía en su vida?
-Bueno, quiero decirte que amo los animales y estudié durante ocho años Zootecnia, yo me gradué a mis 17 años de Técnico Medio en Producción Animal. Realmente, lo que deseaba era ser Médico Veterinario, pero tuve que direccionar mi vida, por los hechos a los cuales sobreviví, aunado a la necesidad de justicia, a lo que vi y oi en los pasillos del sistema de justicia, los testimonios que escuché de mucha gente y el temor a seguir en una sociedad que no garantice los derechos de la mujer.
-¿Pudo volver a confiar en algún hombre en su vida?
-Hay una frase que mi papá me dijo antes de salir del hospital, “recuerda que no todos los hombres son iguales”. Yo sé que mi papá y mis hermanos tienen respeto por las mujeres. Esa frase la llevo tatuada en mi mente, aprendí a no juzgar a todos por una persona en específico. Con eso aprendí que no todos los hombres son malos.
-Usted resume en que Carrera Almoina es malo. ¿Puede alguien así ser perdonado?
-Ningún agresor, ningún torturador, ningún violador, merece perdón ni olvido. Lo que ellos merecen es sanciones, ser condenados, ser apresados, ser privados de libertad para evitar que otras mujeres, otras niñas, otras adolescentes, corran peligro.
No soy la única víctima
Hoy tiene 38 años, pero cuando el horror tocó a su vida, apenas era una jovencita de 18 años, que había egresado como Técnico Medio en Zootecnia, vivía en el andino estado Mérida, junto con sus padres, oriundos de Colombia, Viajó a Caracas, la capital del país, para ‘salir adelante’. Razona en que no tenía una posición social reconocida. “Venía saliendo de la adolescencia”.
-Hay casos simbólicos a nivel mundial y se hace justicia, aunque a veces tarda. Insisto en una pregunta del principio, ¿por qué cree que hasta ahora su victimario Luis Carrera Almoina ha logrado salir impune?
-Porque tiene una sociedad de cómplices que sigue cubriendo, que sigue permitiendo este tipo de delitos, ahí tienen “las vacas sagradas” y hay instituciones, específicamente, las del sistema de justicia, que permiten y facilitan, que dejan que este tipo de delitos se sigan cometiendo sin sancionar.
-Lo pregunto, no desde la generalidad, sino desde la particularidad. ¿Por qué él logra salir impune, y en otros casos no ha ocurrido así?
-Porque Luis Antonio Carrera Almoina, quien es el agresor, violador y torturador en mi caso, y en el caso de otras víctimas de delitos que no se han sancionado, es el hijo del señor Luis Gustavo Carrera Damas, quien era para el 2001 el Rector de la Universidad Nacional Abierta, hermano del famoso Luis Carrera Damas, que uno era del Partido Comunista, el otro a los escritores. En fin, era un grupo de intelectuales que tocan cualquier puerta, piden cualquier favor y es allí donde yo lo llamo sociedad de cómplices al permitir que estos crímenes se sigan manteniendo impunes y no sancionados.
-Esa familia ha permitido que un integrante, no sé si hay otros, pero al menos Carrera Almoina, sea el victimario de un crimen atroz sin castigo.
-Yo no soy la única víctima de Luis Antonio Carrera Almoina. Hay varias víctimas y el sistema de justicia lo sabe y las tiene identificadas; él ha tenido denuncias antes de mi caso. Ya antes había víctimas que han huido porque las amenazas de la familia Carrera las aterra. Sin duda, hay un patrón establecido, no solamente de conducta sexual desviada.

-¿Se han cuantificado las víctimas de ese individuo?
Más de media docena.
-Durante el transcurso de esta entrevista, siempre se ha referido a Luis Antonio Carrera Almoina como “ciudadano”, lo hace con serenidad y no expresa ira ni odio, ¿Qué siente hoy después de 20 años de lo ocurrido?
-Mi objetivo y mi intención al acudir a las instituciones, es lograr justicia, no tengo intenciones de venganza, mi única lucha ha sido por la justicia, será que por eso nota mi serenidad. No lo sé.
-¿Aún siente miedo? ¿Llora?
-El miedo es un sentimiento que nunca debe desaparecer, porque en algún momento lo vamos a necesitar, hasta por defensa propia. Tengo mucho cuidado, y bueno, llorar también es necesario para sanar el alma, y para lavar los ojos.
-Insisto en la pregunta, ¿tiene miedo? ¿llora?
Tengo cuidado y cuando es necesario, lloro.
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Conmemoran décimo aniversario del fallecimiento del Dr. Armando Bukele
Este 30 de noviembre se cumplen diez años del fallecimiento del Dr. Armando Bukele, padre del presidente Nayib Bukele. Su partida causo tristeza en la población salvadoreña, que continúa recordando su legado.
Durante su vida, el Dr. Armando Bukele destacó en los ámbitos médico, social y político, ganándose el respeto de quienes lo conocieron. Su labor por el bienestar del país y su compromiso con la ciudadanía siguen siendo motivo de reconocimiento.
Igualmente, se le reconoce por las enseñanzas que dejó al pueblo salvadoreño a través de sus distintas profesiones: maestro, empresario y filántropo, así como por su papel como padre. Realizó un destacado trabajo en la crianza de sus hijos, especialmente con Nayib Bukele, quien, gracias a sus consejos y la educación recibida, formó la visión con la que sueña con un mejor El Salvador.
Entre sus mensajes, se cita la frase: “Lucha, gana y goza en esta vida y hazlo también para la otra. Busca el Reino de Dios y su justicia y lo demás te vendrá por añadidura”.
ENTREGA ESPECIAL
Jovencita de la UES destaca con segundo lugar en concurso de la NASA
La NASA desarrolló recientemente un concurso que reunió a universitarios de diversas regiones, entre ellos Ángela Pineda, estudiante de tercer año de Ingeniería en Sistemas Informáticos de la Universidad de El Salvador (UES).
El proyecto de Ángela consistió en un sistema autónomo de drones con mini propulsores, con el que participó en el Programa Aeroespacial Internacional, obteniendo el segundo lugar en la base central de la NASA en Houston, Texas.

El evento se realizó entre el 8 y el 16 de noviembre, periodo en el que también recibió entrenamiento similar al de los astronautas, incluyendo simuladores de gravedad cero, vuelo de aeronaves Piper Archer y actividades de robótica bajo el agua.
El proyecto presentado por Ángela y otros estudiantes mexicanos fue nombrado «Hope» y consistió en un concepto de traje espacial con sensores incorporados en la tela.
“¡Segundo lugar! Un logro que destaca su talento, disciplina y el alto nivel académico de nuestra comunidad estudiantil. Felicitamos a Ángela por dejar en alto el nombre de la UES”, expresó la institución en sus cuentas oficiales.

ENTREGA ESPECIAL
Su esposo murió de cáncer a los 72 y ella que tiene 27 tomó la peor decisión con sus dos hijos
La historia de Vanessa Collias, una mujer de 27 años radicada en Ontario, Canadá, quedó grabada en los registros judiciales y en la memoria social como uno de esos casos en los que el dolor personal, la tragedia familiar y una cadena de sucesos desafortunados convergen en un final devastador. El 10 de diciembre de 2023, apenas nueve días después de la muerte de su esposo, la joven madre asfixió a sus dos hijos pequeños: Yiannis, de cinco años, y Dimitri, de cuatro. Luego intentó quitarse la vida, pero sobrevivió, aunque con consecuencias permanentes. El caso conmocionó a la comunidad canadiense no solo por la crudeza de los hechos, sino también por las circunstancias emocionales y psicológicas que rodearon a la acusada y que finalmente influyeron en la condena dictada por la justicia.
Las horas previas al crimen se reconstruyeron con precisión durante el proceso. Según la investigación policial, cuando los agentes ingresaron al departamento donde vivía la familia, encontraron a los niños tendidos uno junto al otro, en una escena silenciosa y perturbadora. La televisión seguía encendida y, cerca de los cuerpos, se hallaron prendas de ceremonia, como si la madre hubiese querido preparar algún tipo de ritual íntimo. En ese mismo espacio también se encontró una nota colocada detrás del televisor, un mensaje que los investigadores incorporaron al expediente y que sería analizado en el contexto del estado emocional de Collias.
Para los efectivos policiales que participaron del operativo, el shock fue inmediato. No había signos de violencia más allá de la asfixia. Los cuerpos de los pequeños no presentaban golpes, cortes ni ningún otro indicio de abuso previo. Más tarde, los exámenes post-mortem confirmarían que los dos niños estaban “sanos y nutridos”, un detalle que la fiscalía subrayó para remarcar que, pese al desenlace fatal, la madre había cumplido con los cuidados básicos hacia ellos. Ese dato se convirtió en un elemento clave para comprender la dinámica familiar previa al crimen.
En su confesión ante la corte, Vanessa Collias narró con lágrimas y voz quebrada el momento en el que decidió poner fin a la vida de sus hijos. Relató que había tapado sus narices y bocas con su mano mientras les cantaba “You Are My Sunshine”, una canción que solía entonarles desde que eran bebés. La imagen de una madre acunando a sus hijos con una canción dulce mientras ejecuta un acto irreversible estremeció a todos los presentes. La misma mujer aseguró que intentó quitarse la vida inmediatamente después, lanzándose desde el balcón del departamento. La caída no le provocó la muerte, pero sí una serie de lesiones que la dejaron parapléjica.
La confesión fue tan detallada como desgarradora. Collias explicó que, desde la muerte súbita de su esposo, Costa Collias, ocurrida el 1 de diciembre debido a una leucemia agresiva combinada con un cuadro de sepsis, su mundo entero se había desmoronado. Según sus propias palabras, la pérdida la había dejado “rota, completamente sola e incapaz de concebir una vida sin él”. En el expediente, agregó que en ese estado de desesperación había llegado a la conclusión de que la única manera de reunirse como familia era morir junto a sus hijos. Esa frase sería citada una y otra vez durante el juicio para intentar explicar la raíz psicológica del crimen.
La fiscalía, luego de recibir un extenso informe psiquiátrico, decidió reducir los cargos originales y aceptar que Collias se declarara culpable de dos asesinatos en segundo grado, lo que de todos modos implica una sentencia de cadena perpetua bajo la legislación canadiense. La rebaja se sustentó en el diagnóstico de un psiquiatra del Centro de Adicción y Salud Mental, quien concluyó que la mujer había sufrido un trastorno de adaptación grave tras la muerte de su esposo. No se trataba de una psicosis prolongada ni de un desorden estable, sino de un episodio agudo que alteró completamente su capacidad de juicio.
Durante la audiencia, el equipo de defensa aportó contexto sobre la relación entre Vanessa, su esposo y los niños. Describieron una dinámica familiar estable, amorosa y sin antecedentes de maltrato. “Lo que la señorita Collias más quiere, su señoría, es que entiendan que lo que ocurrió no fue de ninguna forma motivado por malicia. No fue por una falta de amor hacia sus hijos”, señaló uno de los abogados. Luego añadió: “Fue completamente lo opuesto”. Según la defensa, en la mente de Collias, distorsionada por el duelo extremo, la idea de morir con ellos era una forma de protegerlos del sufrimiento que ella misma creía inevitable.
Ese planteo generó un debate profundo en la sala. Por un lado, los fiscales insistieron en que la muerte de los niños había sido deliberada y que ninguna circunstancia emocional podía borrar ese hecho. Por el otro, la defensa pedía comprensión contextual, no para justificar el acto, sino para explicar cómo una madre sin antecedentes criminales había llegado a cometerlo. La jueza reconoció la complejidad emocional del caso, pero fue categórica en su sentencia: dos niños pequeños habían perdido la vida a manos de quien debía cuidarlos y protegerlos, y ese acto exigía la condena más alta contemplada para este tipo de delitos.
En paralelo, se conocieron detalles de los días posteriores a la muerte de Costa Collias. La joven madre había creado una página en GoFundMe solicitando ayuda económica para afrontar los gastos funerarios y sostener a sus hijos. Ese gesto, en apariencia racional y propio de un duelo reciente, contrastaba con la espiral emocional que se desencadenó poco después. Según el informe forense mental, la mujer alternaba momentos de aparente lucidez con episodios de angustia profunda, en los que expresaba que ya no encontraba sentido en la vida.
En el juicio, cada una de estas piezas fue encajando para reconstruir el derrumbe emocional que atravesó Vanessa. Su entorno más cercano también declaró que, tras la muerte de Costa, había perdido peso rápidamente, casi no dormía y pasaba horas mirando fotografías de su esposo. Los vecinos relataron que la escuchaban llorar durante la madrugada y que, en varias oportunidades, ella misma confesó sentirse desbordada. Pese a esos signos, nadie imaginó que la situación derivaría en un doble filicidio, uno de los crímenes más difíciles de asimilar socialmente.
El momento final de la audiencia estuvo marcado por un silencio absoluto. Vanessa pidió permiso para dirigirse a sus hijos, miró hacia el vacío y, entre sollozos, pronunció las palabras que quedaron registradas en las actas judiciales. “Dicen que Dios le da sus batallas más duras a sus soldados más fuertes”, comenzó diciendo. Luego agregó: “Bueno, este soldado perdió su lucha y por eso, mis bebés, me disculpo”. Aquella frase, cargada de un dolor irreparable, selló el cierre emocional del proceso.
No hubo aplausos, ni gritos, ni reacciones públicas explosivas. Solo un clima de consternación. Las crónicas locales señalaron que, incluso entre los agentes judiciales, la sensación predominante era la de una tragedia en la que no había ganadores ni perdedores, sino un entramado de duelo y desesperación que culminó en la fractura total de una familia. La condena de cadena perpetua, más allá de su dimensión penal, tiene para Vanessa un peso particular: debido a las lesiones sufridas en su intento de suicidio, pasará el resto de su vida cumpliendo la sentencia desde una silla de ruedas, en condiciones de movilidad reducida y con una dependencia casi absoluta de terceros.
El caso generó discusiones más amplias sobre la importancia del acompañamiento psicológico tras pérdidas repentinas y traumáticas. Organizaciones de salud mental subrayaron que el duelo no solo puede desencadenar tristeza, sino también cuadros severos que alteran la percepción de la realidad. “Las tragedias extremas son posibles cuando una persona queda emocionalmente aislada”, afirmaron expertos consultados por los medios. La historia de Collias se convirtió, para muchos profesionales, en un ejemplo doloroso de lo que puede ocurrir cuando el dolor se vuelve insoportable y no encuentra contención.
A medida que se conocieron más detalles, la sociedad canadiense continuó debatiendo el equilibrio entre la responsabilidad penal y la comprensión psicológica. Algunos sectores sostienen que la sentencia debía ser aún más dura; otros consideran que el sistema judicial debería contemplar de manera más profunda los contextos de colapso emocional extremo. Sin embargo, para todos quedó claro que lo ocurrido no encaja en los moldes tradicionales de violencia intrafamiliar, sino en el marco de una mente devastada por un duelo que avanzó más rápido y más fuerte de lo que su entorno pudo advertir.
Así, la historia de Vanessa Collias quedó sellada como una tragedia múltiple: la muerte de un padre, la pérdida de dos niños pequeños y la destrucción emocional definitiva de una mujer que, según todas las evaluaciones, amaba profundamente a su familia, pero no logró soportar una realidad que la desbordaba por completo. Un caso que para la crónica policial es un hecho consumado, pero que para la sociedad y para los expertos en salud mental sigue siendo una dolorosa señal de alerta.








