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El proceso de paz en Marruecos y la contribución de Centroamérica

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El 30 de abril pasado, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) enfocó nuevamente el Sáhara Occidental y el plan de autonomía presentado por el Reino de Marruecos el año 2007 -el cual ha sido calificado con anterioridad como una propuesta “seria, realista y creíble” por la comunidad internacional- de tal suerte que emitió la Resolución 2498 (2019) para prorrogar así por seis meses -hasta el 31 de octubre del presente año- el mandato de la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO).

Esta importante Resolución ocurrió siete días después de que, en Ciudad de Guatemala, los países miembros del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), junto al Secretario General, Vinicio Cerezo, y la Secretaria de Estado de las Relaciones Exteriores y de la Cooperación Internacional de Marruecos, Mounia Boucetta, suscribieran un Memorando de Entendimiento que permitirá el establecimiento del Foro de Diálogo Político y de Cooperación entre los países del SICA y Marruecos.

El acuerdo permitirá mayor intercambio de información y coordinación de la cooperación marroquí con los países del SICA. “Es un momento histórico para el Sistema y estamos seguros de que este paso fortalecerá los lazos de amistad política y colaboración entre nuestros países, así como estrechar la cooperación de ambas partes en el marco del proceso de la integración centroamericana”, afirmó Cerezo.

Marruecos ha reforzado sus relaciones de amistad y cooperación con Centroamérica desde que instaló el año 2011 su primera embajada en Guatemala, la cual es concurrente ante El Salvador. El 2014, Marruecos fue admitido, por unanimidad, como Observador Extra-Regional del SICA. Un año después, las dos cámaras legislativas de Marruecos ingresaron como Observador Permanente en el Parlamento Centroamericano. Y ahora se profundiza la relación con este Memorando de Entendimiento.

Frente a esta nueva Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Qué hacer por nuestro socio y cooperante?

EL CONSENSO SOBRE EL PLAN DE AUTONOMÍA

Desde el lanzamiento del plan de autonomía por Marruecos, la propuesta ha ganado el consenso en la comunidad internacional, contando, lamentablemente, con la oposición del Frente Polisario y los vecinos Argelia y Mauritania.

En abril de 2018, con 12 votos a favor y 3 abstenciones, el Consejo de Seguridad llamó al Polisario a retirarse “inmediatamente” de la zona de separación en el área de Guerguerat, al sur del Sáhara Occidental. Repetidamente, el Consejo de Seguridad ha condenado los avances armados del Polisario.

Ciertamente, el Polisario ya no es la organización de los 70s, 80s, cuando impulsó el reconocimiento a una “República Árabe Saharaui Democrática”. En fecha reciente, Marruecos ha denunciado los lazos del Polisario con Irán y Hezbollah (milicia pro-iraní en El Líbano). Esta denuncia, junto con el rompimiento de relaciones diplomáticas entre Marruecos e Irán, arribó a Washington D.C. El 29/09/18, los congresistas republicanos Joe Wilson y Carlos Curbelo junto con el demócrata Gerry Connolly, presentaron un proyecto de ley que reafirma la relación entre Estados Unidos y Marruecos, condena la colusión entre el Polisario y Hezbollah, y las finalidades desestabilizadoras de Irán en el Norte de África y en otras regiones. «El Reino de Marruecos fue la primera nación en reconocer a los Estados Unidos en 1777 y sigue siendo un aliado estratégico importante y un socio por la paz en el Oriente Medio y en el Norte de África», afirmó el congresista Wilson.

El proyecto de ley califica al Polisario como “una organización terrorista financiada por Irán” al tiempo que reafirma el apoyo al plan marroquí de autonomía, calificándolo de «serio, creíble y realista» en términos de constituir «un paso adelante con el fin de satisfacer las aspiraciones de las poblaciones del Sáhara a gestionar sus propios asuntos en paz y dignidad». El texto llama al presidente Donald Trump, al Secretario de Estado, Mike Pompeo, y a la representación estadounidense en la ONU, a apoyar los esfuerzos de la ONU por un arreglo pacífico al conflicto en el Sáhara.

La propuesta marroquí desde el año 2007 no ha sido vetada dentro del Consejo de Seguridad por potencia alguna. Esta nueva Resolución del 30 de abril fue aprobada por 13 votos registrándose la abstención de Rusia (permanente) y Sudáfrica (alterno). Francia, potencia que ocupó militarmente Marruecos y el norte de África, reiteró que el plan de autonomía de Marruecos debe considerarse como base de negociación para la solución del conflicto. “Me gustaría aprovechar esta oportunidad para reafirmar que Francia considera el plan de autonomía marroquí como una base seria y creíble para las negociaciones destinadas a alcanzar una solución política definitiva a la cuestión del Sahara”, señaló la representante adjunta francesa ante la ONU, Anne Gueguen.

Por su parte, los representantes de Costa de Marfil y Guinea Ecuatorial, miembros alternos del Consejo de Seguridad, también respaldaron el plan de autonomía presentado por Rabat al que calificaron como “un esfuerzo realista, viable y creíble”. Al mismo tiempo, destacaron el imperativo de respetar la soberanía e integridad territorial de Marruecos.

La resolución del Consejo de Seguridad destaca el papel de Argelia y Mauritania como actores en el diferendo y les demanda su contribución positiva en la búsqueda de una solución en la mesa de negociaciones con Marruecos. Mauritania tiene adyacencia geográfica con Marruecos y Argelia, y consanguíneos con la población saharaui y otros grupos étnicos en el Sáhara Occidental, pero en general su papel en el conflicto ha sido de “neutralidad”, si bien en algunos momentos Mauritania ha roto comunicación con el Polisario y nunca ha permitido una representación en su capital Nuakchot.

El papel de Argelia, al contrario, ha sido crucial en el conflicto no sólo por el apoyo político y financiero del gobierno militar a la dirigencia del Polisario y que en su territorio se localizan campamentos de refugiados saharauis, sino también porque, hoy día, experimenta una transición cuyo motor son las multitudinarias manifestaciones en la calle que forzaron la dimisión de Abadelaziz Bouteflika, entronizado gobernante desde 1999 quien, a sus 82 años y gravemente enfermo, se había presentado a su quinta reelección.

Las multitudes en las calles desconfían de los militares aliados de Bouteflika que han tomado el poder, a pesar que ya se estableció el 4 de julio próximo como la fecha para elecciones presidenciales. Los manifestantes y la sociedad civil reclaman que se construyan instituciones dedicadas a una verdadera transición política, y no a la extensión del régimen autoritario sólo que sin Bouteflika. «El pueblo es más grande que la Constitución», se ha leído en las mantas y carteles de los ciudadanos. Para los manifestantes, las elecciones del 4 de julio no pueden ser libres ya que están siendo organizadas por las instituciones y personalidades heredadas de 20 años de poder de Bouteflika, marcados por comicios fraudulentos. Esta presidencial es «legal pero no legítima», sentenció Louisa Dris-Aït Hamadouche, una reconocida politóloga de la Universidad de Argel.

Cabe esperar que esta misma transición política se traduzca en un viraje positivo para las negociaciones hacia la autonomía del Sáhara Occidental. El territorio argelino, especialmente la región de Tinduf, ha sido huésped de miles de refugiados saharauis desde hace 40 años. A estas alturas, la ONU estima que alrededor del 60 % de la población saharaui refugiada es menor a los 30 años, es decir, nacieron en los campamentos. Cientos de estos jóvenes se han beneficiado de medidas de confianza supervisadas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) desde el año 2004, entre ellas el establecimiento de vuelos comerciales entre Tinduf y el Sáhara marroquí propiciando así el reencuentro de familias separadas por el conflicto. 

Organizaciones no gubernamentales africanas han condenado, los últimos años, el desvío por el Polisario, en complicidad con funcionarios de Argelia, de la ayuda humanitaria que debe llegar a los campamentos en Tinduf. Esas organizaciones insisten en la demanda, hecha también por el ACNUR, para que Argelia deje de oponerse a la identificación y censo de las poblaciones de esos campamentos a fin de cuantificar de forma realista la ayuda humanitaria que se les asigna. Han denunciado, igualmente, la malversación financiera y el desvío de alimentos y medicamentos que son vendidos en el sur de Argelia, en Mauritania y hasta en Mali.

Los refugiados en Tinduf sobreviven, en gran medida, gracias a la cooperación internacional que por momento decae debido a que debe enviar fondos para asistir a refugiados generados por otros conflictos. En las proximidades, Marruecos prosigue con la ejecución de la autonomía del Sáhara. El 2015, fueron electas, bajo supervisión internacional, autoridades regionales y municipales las cuales cuentan con un presupuesto quinquenal para el desarrollo de alrededor de US$ 8 mil millones.  Estas elecciones contaron con una participación del 79% de la población. Los proyectos de desarrollo que se ejecutan están orientados a facilitar el retorno a Marruecos de los refugiados, de conformidad al Derecho Internacional.

Marruecos ha expuesto en la ONU evidencias de que en los campamentos en Tinduf la situación se agrava para los refugiados quienes, por diversos medios, han expresado su descontento ante restricciones impuestas por el Polisario que habría llegado a desplegar hasta vehículos blindados para mantener el control sobre los campamentos. Es de esperar así que florezca la primavera democrática en Argelia y ella facilite una reorientación de su política exterior en términos de su colaboración efectiva en las negociaciones para alcanzar la autonomía del Sáhara Occidental.

¿HACIA UN SOLUCION DURADERA?

Centroamérica no posee los recursos naturales de Argelia, ni por cerca. En el otro ángulo, la evolución democrática desde finales de los ochenta en Centroamérica, aún sin una plena reconciliación dentro de cada país y entre los países, nos coloca a los centroamericanos en una mejor posición institucional con todo y el déficit de desarrollo atribuido a la corrupción que cada día se combate con mayor fuerza y determinación.

La riqueza del gas natural y el petróleo se la han repartido los militares, los empresarios y los líderes políticos afines al régimen de Bouteflika. Al gasto militar se destina el 10% del PIB lo que representa la mitad de lo que gasta todo el continente, convirtiéndolo en el mayor importador de armas de África. Argelia, miembro de la OPEP desde 1969, ha caído en la incapacidad para producir su cuota por la falta de inversión en su industria petrolera. Aunque posee la décima reserva de gas natural más grande del mundo y las terceras de gas de esquisto, no capta inversión extranjera pues el Estado retiene el 51% de la propiedad de los proyectos. Por ello, las exigencias ciudadanas por democracia en el corto y largo plazos son determinantes incluso para rescatar a Argelia del desastre económico y productivo. “El mantenimiento del estatus quo ya no es viable”, explicó Dalia Ghanem, investigadora argelina del Carnegie Middle East Centre en Beirut.

Desde Centroamérica, vemos con claridad los obstáculos para la pacificación del Sáhara Occidental. No fueron en balde los conflictos armados, y la turbulencia político-militar articulada con la Guerra Fría, que padecimos por décadas. Así se plasmó en el Protocolo de Tegucigalpa de 1991: “El SICA tiene como objetivo fundamental la realización de la integración de Centroamérica, para constituirla como Región de Paz, Libertad, Democracia y Desarrollo” (Art. 3).

El SICA debe respaldar como bloque de ocho naciones la Resolución del Consejo de Seguridad del 30 de abril en todos sus puntos, no sólo por ser Marruecos nuestro socio sino también por la paz en África y el mundo. Debe el SICA sumarse al respaldo internacional para el plan de autonomía presentado responsablemente por Marruecos desde el 2007 y llamar al Polisario a una rectificación histórica por la población saharaui que dice aún representar, igualmente a Argelia confiando que arribe a ese país “la primavera democrática”.

Aquí tiene un tema relevante de política exterior el nuevo Gobierno de El Salvador 2019-2024, en varias vías. El presidente Nayib Bukele, quien asumirá la presidencia semestral del SICA a finales de junio próximo, desde la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, puede invitar a sus homólogos a brindar el respaldo político y diplomático a la Resolución del Consejo de Seguridad, respaldo que contribuiría a robustecer el nuevo nivel de diálogo y cooperación con Marruecos tras la firma del Memorando de Entendimiento. Por otra parte, en la Asamblea General de la ONU, el Gobierno de El Salvador puede expresar este apoyo en nombre del SICA, potestad que le brinda dicha presidencia pro témpore pues a una voz elevaría una posición común regional en el foro planetario.

Finalmente, a título nacional, pues constitucionalmente dirige las relaciones exteriores, el presidente Bukele puede declarar su respaldo a la Resolución. El fortalecimiento de la relación bilateral El Salvador-Marruecos es importante por igual, en aras de facilitar las inversiones desde Marruecos en ámbitos comunes como el turismo, la migración y la lucha contra el cambio climático en los que Marruecos es líder internacional. Una visita oficial a Rabat dinamizaría, sin duda, la relación bilateral.

Ciertamente, la causa de la paz de Marruecos y el Sáhara Occidental es a la vez causa para la paz del planeta -en el marco de las Naciones Unidas- así como la paz, la seguridad, la democracia y el desarrollo siguen constituyendo motivo de cooperación y solidaridad de la comunidad internacional con Centroamérica.

Artículo de Opinión: Doctor Napoleón Campos.

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«La vigencia de Wittgenstein en nuestros días»-Lisandro Prieto Femenía

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“La filosofía es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia mediante el uso del lenguaje”

L. Wittgenstein

Hoy quisiera invitarlos a reflexionar en torno a uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, cuyos trabajos tienen un impacto crucial en la filosofía del lenguaje, la epistemología, la filosofía de la mente y la lógica, a saber, el gran Ludwig Wittgenstein (1889-1951). Si bien sus obras fundamentales, el «Tractatus Logico-Philosophicus» (1922) y las «Investigaciones filosóficas» (1953), fueron escritas en un contexto histórico muy distinto al nuestro, la relevancia de sus ideas no ha menguado tras el paso de las décadas, motivo por el cual intentaremos recuperarlo para demostrar su vigencia, en un mundo marcado por la tecnología, la comunicación digital, la fragmentación cultural y el desprecio por el pensamiento lógico y crítico.

En su Tractatus, Wittgenstein declaró que «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» (Wittgenstein, 1922/2003, p. 68), indicando con ello algo fundamental en esta época dominada por la globalización y el multilenguaje mediático, puesto que la proliferación de plataformas digitales y redes sociales ha transformado el lenguaje en una herramienta de comunicación rápida, pero también excesivamente superficial. La pregunta filosófica central aquí sigue siendo: ¿Cuánto comprenden realmente las personas cuando usan un lenguaje que, a menudo, se descontextualiza y simplifica al extremo?

Evidentemente, la tensión entre el lenguaje como medio de representación de la realidad y como herramienta de acción se manifiesta con claridad en la actual comunicación digital, algo a lo que Wittgenstein, especialmente en su segunda etapa filosófica, subrayó al indicar que el significado de una palabra no está en su representación abstracta, sino en su uso dentro de un «juego de lenguaje» (Wittgenstein, 1953/2009, § 43). En este contexto, es importante que podamos poner en discusión la creciente desinformación mediante las «fake news», que ilustran perfectamente cómo los usos del lenguaje construyen realidades sociales, moldean creencias y afectan las decisiones individuales y colectivas.

Esto nos lleva a razonar, lógicamente, sobre la dicotomía entre «sentido» y «sinsentido», avizorada ya en el Tractatus, cuando Wittgenstein hizo una distinción fundamental entre las proposiciones con sentido y aquellas que no lo tienen: para él, el lenguaje de la ciencia tiene sentido porque describe estados de cosas verificables, mientras que las proposiciones metafísicas, estéticas y éticas carecen de sentido en un sentido estricto, aunque no dejan de ser importantes para la experiencia del ser humano. Ahora bien, ¿qué implica ésto en una época en la que proliferan discursos pseudocientíficos y teorías conspirativas?

«El lenguaje es una forma de vida» (Wittgenstein, 1953/2009, § 19). Esta idea nos recuerda que el significado depende de cómo usamos el lenguaje en nuestras interacciones diarias, un desafío evidente en la comunicación digital contemporánea.

En definitiva, la filosofía de Wittgenstein nos invita a evaluar cómo utilizamos el lenguaje para distinguir entre lo que se puede decir y lo que debe permanecer en silencio. Esta distinción es crucial, sobre todo en el debate contemporáneo sobre los límites de la libertad de expresión, especialmente en un entorno digital donde las opiniones y las «verdades alternativas» se comen crudos a los hechos, cosa que parece importarle cada vez menos a la humanidad, sodomizada por una cultura que ha logrado reemplazar el pensamiento profundo por el entretenimiento vacío.

«La lógica no es un cuerpo de doctrina, sino un espejo de la forma lógica del mundo» (Wittgenstein, 1922/2003, p. 33). Este enfoque nos invita a reflexionar sobre cómo fundamentamos nuestras afirmaciones en un mundo saturado de información de dudosa procedencia.

Justamente por ello es enriquecedor traer a Wittgenstein a nuestros días, ya que en su obra tardía abandonó la idea de un lenguaje ideal en favor de una exploración más pragmática de los juegos de lenguaje. Este giro es particularmente relevante para que podamos analizar la dinámica propia de la comunicación tecnológica actual. Las plataformas digitales han creado nuevos «juegos de lenguaje», que modifican las reglas tradicionales de interacción humana, convirtiendo los emojis, los memes y los gifs en formas legítimas y significativas de expresión, desafiando así las ideas tradicionales de cómo se construye el significado en el lenguaje. Así nos va…

Asimismo, el uso de algoritmos en los motores de búsqueda y en las redes sociales nos plantea preguntas sobre el control del lenguaje y la construcción del conocimiento: si el significado depende del uso, ¿qué ocurre cuando los algoritmos determinan qué usos son visibles y qué información es prioritaria?

«No pienses, sino mira» (Wittgenstein, 1953/2009, § 66). Este consejo es esencial para entender la interacción mediada por tecnología, donde lo visual a menudo reemplaza a lo textual.

Aún hay más, puesto que la filosofía de Wittgenstein también encuentra aplicación en ámbitos como la inteligencia artificial. Si prestamos atención, el desarrollo de modelos de lenguaje como el de ChatGPT, nos hace cuestionar sobre la naturaleza del entendimiento y la posibilidad de que las máquinas «comprendan» el lenguaje humano. Pues bien, desde la perspectiva de Wittgenstein, la comprensión no es simplemente una cuestión de procesar datos e información, sino de participar en un contexto social compartido en el cual se pueda crear conocimientos significativos que apunten a la mejora de las condiciones de vida de los que tenemos pulso. Esto debería hacernos reflexionar acerca de los límites éticos y epistemológicos de los usos que se le está dando a la IA en una sociedad que ya lleva décadas quejándose de la longitud de los textos y de la complejidad de sus significados.

«Entender un enunciado es entender un lenguaje. Entender un lenguaje significa dominar una técnica» (Wittgenstein, 1953/2009, § 199).

A esta altura del partido, queda claro que Wittgenstein no ofrece soluciones simplonas, pero su pensamiento sigue siendo una herramienta poderosísima para analizar los desafíos de nuestro tiempo marcado por un lenguaje que se encuentra en constante transformación. Ante ello, esta perspectiva lógica-filosófica nos recuerda cuán importante es saber leer la realidad en su contexto, mediante una comprensión que pueda ir más allá de las palabras. Para que eso suceda, es preciso saber manejarlas: no tiene sentido exigir comprensión cuando no se sabe leer o escribir. No se puede solicitar pensamiento crítico a quien no ha sido educado en el arte de la interpretación y la comprensión, sino en la opinión de la repetición. No se puede esperar una ola de grandes pensadores juveniles cuando quienes tenían que enseñarles a tener juicio crítico, les enseñaron a copiar y pegar, repetir y sin soplar. La actualidad del pensamiento de Wittgenstein radica, entonces, en su capacidad para cuestionar las estructuras subyacentes de nuestro lenguaje y, por ende, de nuestra forma de vivir y pensar el mundo.

Lisandro Prieto Femenía.
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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¿Quién le asigna el valor a tu profesión?

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Por: Lisandro Prieto Femenía

«Debemos preguntarnos si el mercado asigna los salarios de manera justa o si simplemente reflejan una distribución arbitraria de oportunidades»: Michael Sandel

Siguiendo el hilo de nuestra reflexión anterior, titulada «¿Debemos confiar nuestra vida cívica al mercado», hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre una entrevista complementaria a Michael Sandel, titulada «¿Vale más Neymar que un maestro?», en la cual nuestro filósofo expone cuestiones fundamentales sobre el valor económico de las profesiones, la meritocracia y la justicia en la creación y distribución de recursos en nuestras sociedades. Su posicionamiento cuestiona la lógica con la que se suelen asignar los salarios y el prestigio social a distintos trabajos, invitándonos a una reflexión más profunda sobre los principios éticos que guían nuestras economías.

En primer lugar, Sandel plantea una pregunta provocadora, puesto que una filosofía que no provoca al indagar, no sólo no sirve para nada, sino que es nociva y servil a la industria cultural de la moda de turno: ¿Por qué un futbolista gana millones de dólares mientras que un docente, cuya labor es esencial para cualquier sociedad, recibe un salario indigno? Este interrogante nos lleva a pensar en la distinción filosófica entre valor económico y valor moral, algo que no es común debatir en ningún medio masivo de comunicación en nuestros días.

«Debemos preguntarnos si el mercado asigna los salarios de manera justa o si simplemente reflejan una distribución arbitraria de oportunidades»

Recordemos brevemente que Aristóteles, en su «Ética a Nicómaco», diferenciaba entre el valor de uso y el valor de cambio, señalando que «el dinero no es más que un medio de intercambio y no debe ser el fin último de la vida» (Ética a Nicómaco, Libro V). Asimismo, en misma obra, Aristóteles también distingue entre justicia distributiva y conmutativa, haciendo foco en el aspecto particular de la implicancia de la primera, que busca asignar recursos de acuerdo con el mérito y la contribución a la polis. Desde esta perspectiva, podríamos preguntarnos si la asignación de ingresos en el mercado sigue esta lógica o si, por el contrario, se basa en factores individuales y arbitrarios, como la demanda y la rentabilidad del entretenimiento.

Por su parte, y en el mismo sentido, Karl Marx analizó cómo el capitalismo asigna valor de acuerdo con la lógica del mercado y no según la importancia social del trabajo, afirmando que «el valor de una mercancía es determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirla» (El Capital, Tomo I). En síntesis, Marx está criticando cómo en el capitalismo el valor de los bienes y servicios no se relaciona con su utilidad social real, sino con la acumulación misma de capital, motivo por el cual introduce la idea de «fetichismo de la mercancía» para explicar cómo en el capitalismo, las relaciones sociales entre personas se ocultan detrás de las relaciones entre cosas. Es decir, en lugar de reconocer que los bienes y servicios son el resultado del trabajo humano y de las estructuras sociales, el mercado los presenta como si su valor fuera intrínseco y determinado por una lógica impersonal.

«A los ojos de los hombres, las relaciones sociales de su propio trabajo adquieren la forma fantasmagórica de una relación entre cosas» (El Capital, Tomo I, Capítulo 1).

Este concepto nos permitiría entender cómo el salario de un futbolista se percibe como el reflejo de su «valor de mercado», sin cuestionar las estructuras sociales que permiten esta disparidad pornográfica. En este sentido, el fetichismo de la mercancía contribuye a la naturalización masiva de la desigualdad, ya que oculta el hecho de que el mercado no es un mecanismo neutral, sino un sistema construido sobre decisiones políticas y económicas que favorecen ciertas actividades sobre otras. Así, el valor económico no sólo se aparta del valor moral, tal como señala Sandel, sino que también se presenta como una realidad objetiva cuando, en el plano de lo fáctico, es el resultado de relaciones de poder de unos pocos sobre unos muchos.

Ahora bien, desde una perspectiva contemporánea, podríamos cuestionar si el mercado realmente se toma el trabajo de reflejar nuestras prioridades como sociedad o si, por el contrario, impone valores que terminan desdibujando nuestra concepción de lo justo y lo necesario. En este punto, entonces, cabe preguntarse: ¿Debería haber un mecanismo para equilibrar la distribución del valor económico en función del impacto social de las profesiones? o, más claro aún ¿debería existir una reestructuración del valor basada en la contribución social en lugar de en la lógica de la mano invisible del mercado?

Estos interrogantes se pueden tamizar claramente en la entrevista a Sandel, cuando cuestiona la lógica que rige la asignación de valor económico a las profesiones, y un ejemplo paradigmático de esta problemática es la labor de los docentes. A pesar de ser los pilares sobre los cuales se erige el conocimiento de todas las demás profesiones, su trabajo suele ser infravalorado tanto en términos económicos como en reconocimiento social.

Al respecto, es interesante recuperar el aporte de Hannah Arendt en «La crisis de la educación» (1954), donde afirmaba que la educación es el punto en el que decidimos si amamos lo suficiente al mundo como para asumir la responsabilidad de él. A pesar de ello, nuestra sociedad ha decidido desatender a quienes cumplen esta función esencial, al punto de atomizarla, degradarla, licuarla y convertirla en lo que es hoy, un producto básico y mediocre para quienes no pueden pagar, y un producto de lujo y complejidad para quien sí pueda pagar. Así nos va…

En este aspecto, John Dewey, en «Democracia y educación», nos advertía que una sociedad que descuida la formación de sus ciudadanos está condenada a reproducir desigualdades y carencias estructurales. Si la educación es la base del desarrollo de cualquier nación, entonces los docentes no sólo deberían recibir salarios dignos, sino que su profesión debería ser reconocida como la condición de posibilidad de todas las demás. Sin ellos, amigos míos, no existirían médicos, ingenieros, filósofos, artistas ni economistas. Sandel nos está invitando a reconsiderar nuestras prioridades y a preguntarnos si estamos dispuestos a aceptar un modelo que margina a quienes sostienen el futuro intelectual y moral de nuestras sociedades: si la educación es un derecho fundamental, pues su preservación y fortalecimiento deberían estar en el centro de nuestras decisiones políticas y económicas.

Otro punto central en la entrevista precitada es la crítica que Sandel realiza sobre la idea de la meritocracia. En principio, este concepto sugiere que el esfuerzo y el talento individuales determinan el éxito de una persona. Sin embargo, esta visión ignora completamente que las condiciones iniciales no son equitativas para todos: la familia en la que se nace, la educación recibida, el acceso a recursos y redes de apoyo juegan un papel determinante en las oportunidades que cada individuo tiene. En otras palabras, queridos lectores, nadie llega a ningún lado sólo por su esfuerzo y sus condiciones, es necesario el aporte de una familia, una comunidad y una nación, los cuales sientan las bases de las condiciones necesarias para prosperar o fracasar.

«La idea de que el éxito es exclusivamente fruto del esfuerzo individual o personal , es una falacia, pues ignora las condiciones de origen y las oportunidades desiguales»

En criollo, amigos míos, lo que Sandel nos está indicando es que nadie llega a grande solito. El discurso liberal nos quiere hacer creer que un día nos levantamos en la mañana y, por nuestro esfuerzo en soledad, hemos conseguido todo lo que tenemos. Patrañas, que sólo pueden ser verosímiles y creíbles para una masa social totalmente adormecida y carente de cualquier atisbo de pensamiento y crítica: hay que decirlo sin tapujos, las desigualdades estructurales moldean el futuro de las personas, antes incluso de que puedan hacer uso de su supuesto mérito.

«La herencia social influye profundamente en la capacidad de una persona para acumular capital económico, social y cultural» (Bourdieu, «La distinción», 1979).

Más aún, cuando Sandel retoma esta crítica y la aplica al contexto postmoderno nos dice con claridad que el problema de la meritocracia no sólo radica en la falsa creencia de que el esfuerzo es el único factor del éxito, sino también en el desprecio que genera hacia quienes no logran ascender socialmente. Como él mismo señala en su obra «La tiranía del mérito», la meritocracia moderna fomenta un sentimiento de arrogancia entre los «ganadores» y de humillación entre los «perdedores», cuando en realidad el destino de cada individuo está fuertemente condicionado por factores externos. Fuera de lo teórico, quién no ha conocido en su vida algún que otro cabeza de termo moralista que habla con asco de quienes no tienen lo que él sí, por «no haberse esforzado lo suficiente», mientras que este Juan Pérez nació en la comodidad de un hogar donde no faltaba absolutamente nada, y aquél Mengano a quien él critica se crió en una familia en la cual la madre simulaba dolor de estómago a la hora de la cena, para que alcance para todos.

En este sentido, el mercado, al premiar desproporcionadamente ciertos talentos sobre otros (como los futbolistas sobre los maestros), refuerza desigualdades que no dependen en absoluto del esfuerzo personal. Por ello, según Sandel, la meritocracia no sólo es un mito, sino que sirve como mecanismo perverso de legitimación de la desigualdad, al hacer parecer naturales y justas diferencias que en realidad son producto de estructuras económicas y sociales que deben ser cuestionadas. En modo meme: Ricardo expresa «éstos vagos se quejan, pero no se han esforzado lo suficiente». Ricardo: jamás trabajó ni en un quiosco y vive de la totalidad de la herencia recibida por sus padres. ¿Realmente recompensamos el esfuerzo y el talento, o simplemente perpetuamos estructuras de privilegio?

Finalmente, Sandel nos convoca a pensar en el papel que tiene la filosofía en la discusión sobre la economía y la justicia. En una era totalmente dominada por criterios de eficiencia, rendimiento y crecimiento, los debates filosóficos sobre qué constituye una distribución justa de los recursos parecen haber quedado en segundo plano. Pues sí, ya que vemos que la gran mayoría de «intelectuales» de la academia, en lugar de estar pensando en que la economía no puede desligarse de cuestiones éticas y políticas, están ocupados defendiendo agendas progres foráneas de minorías que exigen caprichos disfrazados de derechos, mientras alrededor la sociedad padece hambre y sed de justicia en todos los ámbitos de su vida.

El mercado, lejos de ser una entidad etérea y neutral, está construido sobre decisiones morales y políticas concretas. Determinar qué trabajos son los más valiosos y cómo se distribuyen los beneficios de la producción es, en última instancia, una cuestión de justicia. En este sentido, la filosofía que no es progre ni servicial a los gobiernos corruptos de turno y sus patéticas agendas culturales, tiene el poder de cuestionar y reformular los principios que rigen nuestras sociedades, proponiendo alternativas más equitativas y humanas que sean, al mismo tiempo, rentables y convenientes.

«Si queremos una sociedad justa, debemos preguntaros no sólo cómo distribuir la riqueza, sino también qué valores queremos que refleje nuestra economía»

En definitiva, la entrevista de Michael Sandel que les he propuesto analizar, abre una discusión fundamental sobre la forma en que valoramos el trabajo y las profesiones, la falacia de la meritocracia y el papel de la filosofía en la crítica a la economía y la política. Al confrontar estas cuestiones, no con el insumo del periodista del prime time del noticiero rentado, sino con el arsenal teórico y práctico del pensamiento occidental, podemos ver que la reflexión sobre la justicia económica no es nueva, pero sigue siendo urgente. Si realmente queremos vivir en sociedades más justas, debemos replantearnos qué valoramos y por qué, asegurando que las decisiones políticas y económicas reflejen verdaderamente los principios éticos que sustentan el ya casi extinto bien común.

Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina

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¿Debemos confiar nuestra vida cívica al mercado?- Lisandro Prieto Femenía

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«Hemos pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado», Michael Sandel

Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre una realidad que nos atraviesa a todos, pero no por igual: en el mundo contemporáneo, los mercados ocupan un lugar central en nuestras vidas, en tanto que no sólo determinan lo que compramos o vendemos, sino que también influyen en áreas fundamentales como la educación, la salud, la justicia e incluso las relaciones humanas. Esta «omnipresencia» nos obliga a preguntarnos ¿deberíamos permitir que los mercados guíen todos los aspectos de nuestra vida cívica? Este razonamiento es explicado con magistral claridad y profundidad por Michael Sandel, en su disertación titulada «¿Por qué no deberíamos confiar nuestra vida cívica al mercado?», en la cual argumenta que esta tendencia erosiona los valores cívicos y democráticos, sustituyéndolos por una lógica mercantil que socava la justicia, la dignidad y la igualdad.

«Cuando los valores de mercado se infiltran en áreas de la vida que no deberían ser gobernadas por ellos, corremos el riesgo de perder algo importante: nuestra capacidad para debatir sobre el bien común.»

Comencemos el análisis brindando un pequeño bosquejo del contexto epistémico de Sandel, quien plantea que en las últimas décadas hemos pasado de tener economías de mercado a convertirnos en sociedades de mercado, donde casi todo se encuentra disponible para venderse. Según nuestro autor, esto no sólo genera desigualdad económica, sino que también corrompe los valores esenciales de cada comunidad.

«La educación no es simplemente un vehículo para el crecimiento económico individual, sino un bien público que debe fomentar la igualdad de oportunidades y la ciudadanía activa.»

Para comprender en profundidad este planteo, es necesario que ahondemos en los ejemplos que el mismo Sandel desarrolla. En primer lugar, plantea cómo la educación se ha convertido en un bien de consumo. En muchos países, la educación privada de calidad tiene costos prohibitivos, lo que refuerza las desigualdades sociales: universidades prestigiosas como Harvard o Stanford en Estados Unidos, tienen tasas de matrícula extremadamente altas, accesibles sólo para una élite económica, dejando a estudiantes de menores recursos con opciones limitadas. Paralelamente, la mercantilización de la educación también se observa en la proliferación de préstamos estudiantiles, que endeudan a millones de jóvenes al tratar la formación como una inversión financiera en lugar de un derecho.

«En la Universidad de California en Berkeley, que es una universidad pública, los estudiantes de fuera del estado pagan una matrícula más alta que los estudiantes del estado. Y en algunas universidades públicas, los estudiantes de fuera del estado pueden pagar una prima para inscribirse en clases populares que de otro modo estarían llenas».

En segundo lugar, y ésto lo podemos vivir casi todos los países occidentales, la conversión de la salud a un lujo para pocos. Los sistemas de salud privatizados, domo el de Estados Unidos, muestran cómo el acceso a tratamientos de calidad depende directamente del poder adquisitivo de las personas. Según el informe del año 2022 de la Fundación Commonwealth, más del 40% de los norteamericanos no puede pagar atención médica básica, sin incurrir en deudas. En contraste, podemos ver países con sistemas de salud pública sólidos, como los escandinavos, que promueven la salud como un derecho para todos sus ciudadanos, sin importar sus ingresos, evidenciando la tensión entre los valores cívicos y la lógica mercantil.

«Cuando permitimos que los mercados decidan quién tiene acceso a recursos esenciales, dejamos que la desigualdad económica determine la dignidad humana.»

Un último ejemplo podemos evidenciarlo en el vínculo del concepto de democracia y el ejercicio del poder político. Bien sabemos que en la política postmoderna, el dinero juega un papel fundamental: las campañas electorales dependen de donaciones privadas, lo que otorga a los grandes capitales una influencia desproporcionada sobre las políticas públicas. Pues bien, en este aspecto particular, Sandel critica cómo el financiamiento privado crea una democracia esencialmente desigual, en la que las voces de quienes no tienen recursos del cabildeo quedan marginadas frente a los intereses de corporaciones y élites económicas: bajo esta lógica, ningún trabajador común podría llegar a ocupar lugares de poder si no se «moja» con los financistas de la política.

«La idea de que el mercado puede distribuir de manera justa los recursos y las oportunidades es una falacia. Cuando el dinero puede comprar acceso y poder político, la democracia se ve comprometida»

Como pueden apreciar, amigos míos, el problema no es sólo la desigualdad que los mercados generan, sino el daño moral que causan al mercantilizar aspectos de la vida cotidiana que deberían estar regidos por valores cívicos, es decir, una moral y una ética compartida por todos los habitantes de una nación, ricos y pobres, en pos de la equidad, la solidaridad y el bien común, los cuales son muy rentables, pero no tanto como la exclusión y la eliminación sistemática de posibilidades para una gran mayoría.

«Uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo es decidir dónde pertenecen los mercados y dónde no. No todo debe estar en venta.»

En términos filosóficos, el planteo que Sandel nos trae resuena bastante con el concepto de alienación que vimos de Karl Marx, quien advirtió que el capitalismo transforma todas las relaciones humanas en relaciones de intercambio. En este sentido, no debemos olvidar que Marx alertó sobre cómo el mercado deshumaniza a las personas, convirtiéndolas en meras mercancías, motivo por el cual podríamos darnos cuenta de que este proceso no sólo afecta la economía, sino también la capacidad de los individuos para relacionarse de manera auténtica y solidaria.

Por su parte, Hannah Arendt también nos recuerda cuán importante es la esfera pública como espacio de deliberación y acción colectiva (no como oportunidad espuria para fundar curros para amigos del partido de turno). Para Arendt, la privatización de lo público a través de la lógica mercantil amenaza la esencia misma de la política y del compromiso cívico, reduciendo a los ciudadanos a meros consumidores que, dependiendo de cuánto ganen, dependerá también su poder de participación en el destino de cada comunidad.

«Cuando el dinero puede comprar el acceso a los políticos, deja de ser un medio de intercambio y se convierte en un medio de influencia.»

En contraste con lo previamente descrito, tenemos a John Stuart Mill, que defendía la libertad individual, pero reconocía que ésta debía equilibrarse con el bienestar colectivo. Pues bien, Sandel retoma esta idea al señalar que permitir que los mercados dominen todos los aspectos cívicos socava ese equilibrio, favoreciendo a unos pocos a expensas de la mayoría: ¿les suena conocida esa canción?

Volviendo a nuestra situación actual, es preciso afirmar que la influencia de los mercados en la vida cotidiana es innegable. La privatización de los servicios esenciales como la educación y la salud no ha hecho otra cosa que reforzar las desigualdades sociales preexistentes. Ya lo dijimos previamente, pero tal vez es necesario repetirlo: el acceso a una educación de calidad o a tratamientos médicos complejos depende cada vez más de la capacidad económica, relegando a un segundo plano el derecho universal al acceso a estas necesidades básicas.

Complementariamente, no podemos dejar de lado el impacto de las redes sociales, cuyo modelo de negocio basado en datos personales mercantiliza nuestras relaciones y comportamientos, fomentando la polarización y el aislamiento de las personas. Este fenómeno no hace otra cosa que reforzar lo que Sandel llama «la erosión de lo cívico», ya que las plataformas se dedican a priorizar el lucro sobre el verdadero diálogo y la cohesión social.

Como habrán podido apreciar, queridos lectores, queda claro que la mercantilización de la vida cívica no sólo genera desigualdad de índole económica, sino que también pone en peligro los valores que sostienen una sociedad justa, equitativa, honesta y solidaria. Tal como señala Sandel, sería fantástico que nos replanteemos qué aspectos de nuestras vidas queremos que estén regidos por la lógica del mercado y cuáles deben protegerse como bienes comunes para todos por igual.

«Reaprender a debatir sobre el bien común es el primer paso para recuperar la integridad de nuestras instituciones públicas.»

En definitiva, el desafío está propuesto en la recuperación del valor de lo público y lo cívico como eje fundamental de una política menos corrupta que apunte a construir un futuro más equitativo y humano. Esto implicaría reforzar instituciones que prioricen el bien común y fomentar una cultura que valore la justicia, la solidaridad y la participación política por encima del beneficio económico. Lo sé, parece una utopía, o tal vez lo sea, pero aunque el desafío es grande, la posibilidad de cambio real radica en nuestra capacidad colectiva para re-imaginar una sociedad donde los mercados sean herramientas para el bienestar y no los dueños de la totalidad de nuestra vida cívica.

Enlace de la disertación: https://youtu.be/3nsoN-LS8RQ

Lisandro Prieto Femenía.
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina

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