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El proceso de paz en Marruecos y la contribución de Centroamérica

El 30 de abril pasado, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) enfocó nuevamente el Sáhara Occidental y el plan de autonomía presentado por el Reino de Marruecos el año 2007 -el cual ha sido calificado con anterioridad como una propuesta “seria, realista y creíble” por la comunidad internacional- de tal suerte que emitió la Resolución 2498 (2019) para prorrogar así por seis meses -hasta el 31 de octubre del presente año- el mandato de la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO).
Esta importante Resolución ocurrió siete días después de que, en Ciudad de Guatemala, los países miembros del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), junto al Secretario General, Vinicio Cerezo, y la Secretaria de Estado de las Relaciones Exteriores y de la Cooperación Internacional de Marruecos, Mounia Boucetta, suscribieran un Memorando de Entendimiento que permitirá el establecimiento del Foro de Diálogo Político y de Cooperación entre los países del SICA y Marruecos.
El acuerdo permitirá mayor intercambio de información y coordinación de la cooperación marroquí con los países del SICA. “Es un momento histórico para el Sistema y estamos seguros de que este paso fortalecerá los lazos de amistad política y colaboración entre nuestros países, así como estrechar la cooperación de ambas partes en el marco del proceso de la integración centroamericana”, afirmó Cerezo.
Marruecos ha reforzado sus relaciones de amistad y cooperación con Centroamérica desde que instaló el año 2011 su primera embajada en Guatemala, la cual es concurrente ante El Salvador. El 2014, Marruecos fue admitido, por unanimidad, como Observador Extra-Regional del SICA. Un año después, las dos cámaras legislativas de Marruecos ingresaron como Observador Permanente en el Parlamento Centroamericano. Y ahora se profundiza la relación con este Memorando de Entendimiento.
Frente a esta nueva Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Qué hacer por nuestro socio y cooperante?
EL CONSENSO SOBRE EL PLAN DE AUTONOMÍA
Desde el lanzamiento del plan de autonomía por Marruecos, la propuesta ha ganado el consenso en la comunidad internacional, contando, lamentablemente, con la oposición del Frente Polisario y los vecinos Argelia y Mauritania.
En abril de 2018, con 12 votos a favor y 3 abstenciones, el Consejo de Seguridad llamó al Polisario a retirarse “inmediatamente” de la zona de separación en el área de Guerguerat, al sur del Sáhara Occidental. Repetidamente, el Consejo de Seguridad ha condenado los avances armados del Polisario.
Ciertamente, el Polisario ya no es la organización de los 70s, 80s, cuando impulsó el reconocimiento a una “República Árabe Saharaui Democrática”. En fecha reciente, Marruecos ha denunciado los lazos del Polisario con Irán y Hezbollah (milicia pro-iraní en El Líbano). Esta denuncia, junto con el rompimiento de relaciones diplomáticas entre Marruecos e Irán, arribó a Washington D.C. El 29/09/18, los congresistas republicanos Joe Wilson y Carlos Curbelo junto con el demócrata Gerry Connolly, presentaron un proyecto de ley que reafirma la relación entre Estados Unidos y Marruecos, condena la colusión entre el Polisario y Hezbollah, y las finalidades desestabilizadoras de Irán en el Norte de África y en otras regiones. «El Reino de Marruecos fue la primera nación en reconocer a los Estados Unidos en 1777 y sigue siendo un aliado estratégico importante y un socio por la paz en el Oriente Medio y en el Norte de África», afirmó el congresista Wilson.
El proyecto de ley califica al Polisario como “una organización terrorista financiada por Irán” al tiempo que reafirma el apoyo al plan marroquí de autonomía, calificándolo de «serio, creíble y realista» en términos de constituir «un paso adelante con el fin de satisfacer las aspiraciones de las poblaciones del Sáhara a gestionar sus propios asuntos en paz y dignidad». El texto llama al presidente Donald Trump, al Secretario de Estado, Mike Pompeo, y a la representación estadounidense en la ONU, a apoyar los esfuerzos de la ONU por un arreglo pacífico al conflicto en el Sáhara.
La propuesta marroquí desde el año 2007 no ha sido vetada dentro del Consejo de Seguridad por potencia alguna. Esta nueva Resolución del 30 de abril fue aprobada por 13 votos registrándose la abstención de Rusia (permanente) y Sudáfrica (alterno). Francia, potencia que ocupó militarmente Marruecos y el norte de África, reiteró que el plan de autonomía de Marruecos debe considerarse como base de negociación para la solución del conflicto. “Me gustaría aprovechar esta oportunidad para reafirmar que Francia considera el plan de autonomía marroquí como una base seria y creíble para las negociaciones destinadas a alcanzar una solución política definitiva a la cuestión del Sahara”, señaló la representante adjunta francesa ante la ONU, Anne Gueguen.
Por su parte, los representantes de Costa de Marfil y Guinea Ecuatorial, miembros alternos del Consejo de Seguridad, también respaldaron el plan de autonomía presentado por Rabat al que calificaron como “un esfuerzo realista, viable y creíble”. Al mismo tiempo, destacaron el imperativo de respetar la soberanía e integridad territorial de Marruecos.
La resolución del Consejo de Seguridad destaca el papel de Argelia y Mauritania como actores en el diferendo y les demanda su contribución positiva en la búsqueda de una solución en la mesa de negociaciones con Marruecos. Mauritania tiene adyacencia geográfica con Marruecos y Argelia, y consanguíneos con la población saharaui y otros grupos étnicos en el Sáhara Occidental, pero en general su papel en el conflicto ha sido de “neutralidad”, si bien en algunos momentos Mauritania ha roto comunicación con el Polisario y nunca ha permitido una representación en su capital Nuakchot.
El papel de Argelia, al contrario, ha sido crucial en el conflicto no sólo por el apoyo político y financiero del gobierno militar a la dirigencia del Polisario y que en su territorio se localizan campamentos de refugiados saharauis, sino también porque, hoy día, experimenta una transición cuyo motor son las multitudinarias manifestaciones en la calle que forzaron la dimisión de Abadelaziz Bouteflika, entronizado gobernante desde 1999 quien, a sus 82 años y gravemente enfermo, se había presentado a su quinta reelección.
Las multitudes en las calles desconfían de los militares aliados de Bouteflika que han tomado el poder, a pesar que ya se estableció el 4 de julio próximo como la fecha para elecciones presidenciales. Los manifestantes y la sociedad civil reclaman que se construyan instituciones dedicadas a una verdadera transición política, y no a la extensión del régimen autoritario sólo que sin Bouteflika. «El pueblo es más grande que la Constitución», se ha leído en las mantas y carteles de los ciudadanos. Para los manifestantes, las elecciones del 4 de julio no pueden ser libres ya que están siendo organizadas por las instituciones y personalidades heredadas de 20 años de poder de Bouteflika, marcados por comicios fraudulentos. Esta presidencial es «legal pero no legítima», sentenció Louisa Dris-Aït Hamadouche, una reconocida politóloga de la Universidad de Argel.
Cabe esperar que esta misma transición política se traduzca en un viraje positivo para las negociaciones hacia la autonomía del Sáhara Occidental. El territorio argelino, especialmente la región de Tinduf, ha sido huésped de miles de refugiados saharauis desde hace 40 años. A estas alturas, la ONU estima que alrededor del 60 % de la población saharaui refugiada es menor a los 30 años, es decir, nacieron en los campamentos. Cientos de estos jóvenes se han beneficiado de medidas de confianza supervisadas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) desde el año 2004, entre ellas el establecimiento de vuelos comerciales entre Tinduf y el Sáhara marroquí propiciando así el reencuentro de familias separadas por el conflicto.
Organizaciones no gubernamentales africanas han condenado, los últimos años, el desvío por el Polisario, en complicidad con funcionarios de Argelia, de la ayuda humanitaria que debe llegar a los campamentos en Tinduf. Esas organizaciones insisten en la demanda, hecha también por el ACNUR, para que Argelia deje de oponerse a la identificación y censo de las poblaciones de esos campamentos a fin de cuantificar de forma realista la ayuda humanitaria que se les asigna. Han denunciado, igualmente, la malversación financiera y el desvío de alimentos y medicamentos que son vendidos en el sur de Argelia, en Mauritania y hasta en Mali.
Los refugiados en Tinduf sobreviven, en gran medida, gracias a la cooperación internacional que por momento decae debido a que debe enviar fondos para asistir a refugiados generados por otros conflictos. En las proximidades, Marruecos prosigue con la ejecución de la autonomía del Sáhara. El 2015, fueron electas, bajo supervisión internacional, autoridades regionales y municipales las cuales cuentan con un presupuesto quinquenal para el desarrollo de alrededor de US$ 8 mil millones. Estas elecciones contaron con una participación del 79% de la población. Los proyectos de desarrollo que se ejecutan están orientados a facilitar el retorno a Marruecos de los refugiados, de conformidad al Derecho Internacional.
Marruecos ha expuesto en la ONU evidencias de que en los campamentos en Tinduf la situación se agrava para los refugiados quienes, por diversos medios, han expresado su descontento ante restricciones impuestas por el Polisario que habría llegado a desplegar hasta vehículos blindados para mantener el control sobre los campamentos. Es de esperar así que florezca la primavera democrática en Argelia y ella facilite una reorientación de su política exterior en términos de su colaboración efectiva en las negociaciones para alcanzar la autonomía del Sáhara Occidental.
¿HACIA UN SOLUCION DURADERA?
Centroamérica no posee los recursos naturales de Argelia, ni por cerca. En el otro ángulo, la evolución democrática desde finales de los ochenta en Centroamérica, aún sin una plena reconciliación dentro de cada país y entre los países, nos coloca a los centroamericanos en una mejor posición institucional con todo y el déficit de desarrollo atribuido a la corrupción que cada día se combate con mayor fuerza y determinación.
La riqueza del gas natural y el petróleo se la han repartido los militares, los empresarios y los líderes políticos afines al régimen de Bouteflika. Al gasto militar se destina el 10% del PIB lo que representa la mitad de lo que gasta todo el continente, convirtiéndolo en el mayor importador de armas de África. Argelia, miembro de la OPEP desde 1969, ha caído en la incapacidad para producir su cuota por la falta de inversión en su industria petrolera. Aunque posee la décima reserva de gas natural más grande del mundo y las terceras de gas de esquisto, no capta inversión extranjera pues el Estado retiene el 51% de la propiedad de los proyectos. Por ello, las exigencias ciudadanas por democracia en el corto y largo plazos son determinantes incluso para rescatar a Argelia del desastre económico y productivo. “El mantenimiento del estatus quo ya no es viable”, explicó Dalia Ghanem, investigadora argelina del Carnegie Middle East Centre en Beirut.
Desde Centroamérica, vemos con claridad los obstáculos para la pacificación del Sáhara Occidental. No fueron en balde los conflictos armados, y la turbulencia político-militar articulada con la Guerra Fría, que padecimos por décadas. Así se plasmó en el Protocolo de Tegucigalpa de 1991: “El SICA tiene como objetivo fundamental la realización de la integración de Centroamérica, para constituirla como Región de Paz, Libertad, Democracia y Desarrollo” (Art. 3).
El SICA debe respaldar como bloque de ocho naciones la Resolución del Consejo de Seguridad del 30 de abril en todos sus puntos, no sólo por ser Marruecos nuestro socio sino también por la paz en África y el mundo. Debe el SICA sumarse al respaldo internacional para el plan de autonomía presentado responsablemente por Marruecos desde el 2007 y llamar al Polisario a una rectificación histórica por la población saharaui que dice aún representar, igualmente a Argelia confiando que arribe a ese país “la primavera democrática”.
Aquí tiene un tema relevante de política exterior el nuevo Gobierno de El Salvador 2019-2024, en varias vías. El presidente Nayib Bukele, quien asumirá la presidencia semestral del SICA a finales de junio próximo, desde la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, puede invitar a sus homólogos a brindar el respaldo político y diplomático a la Resolución del Consejo de Seguridad, respaldo que contribuiría a robustecer el nuevo nivel de diálogo y cooperación con Marruecos tras la firma del Memorando de Entendimiento. Por otra parte, en la Asamblea General de la ONU, el Gobierno de El Salvador puede expresar este apoyo en nombre del SICA, potestad que le brinda dicha presidencia pro témpore pues a una voz elevaría una posición común regional en el foro planetario.
Finalmente, a título nacional, pues constitucionalmente dirige las relaciones exteriores, el presidente Bukele puede declarar su respaldo a la Resolución. El fortalecimiento de la relación bilateral El Salvador-Marruecos es importante por igual, en aras de facilitar las inversiones desde Marruecos en ámbitos comunes como el turismo, la migración y la lucha contra el cambio climático en los que Marruecos es líder internacional. Una visita oficial a Rabat dinamizaría, sin duda, la relación bilateral.
Ciertamente, la causa de la paz de Marruecos y el Sáhara Occidental es a la vez causa para la paz del planeta -en el marco de las Naciones Unidas- así como la paz, la seguridad, la democracia y el desarrollo siguen constituyendo motivo de cooperación y solidaridad de la comunidad internacional con Centroamérica.

Artículo de Opinión: Doctor Napoleón Campos.
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El Eternauta: la esperanza ante la erosión de la comunidad

Por: Lisandro Prieto Femenía
«‘Nadie se salva solo.'» – El Eternauta
Tuve que esperar un tiempo prudencial para pronunciarme al respecto de la nieve mortal que cae sobre Buenos Aires en “El Eternauta”. No se trata solamente de un fenómeno meteorológico catastrófico, sino que es una metáfora escalofriante de una crisis mucho más profunda y real: la erosión de los valores que cimentan la comunidad y la esperanza. La obra maestra de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, representa una distopía que ha trascendido generaciones y que nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de los lazos sociales y la imperante necesidad de reavivar los códigos morales que nos definen como humanidad. La reciente adaptación de Netflix, aunque con sus propias interpretaciones, no hace sino subrayar la vigencia de esta reflexión en un mundo que a menudo, sin importar la época, parece caminar al borde del abismo.
En el corazón de la narrativa del Eternauta yace la desintegración de lo familiar y lo social. La invasión alienígena, lejos de ser un mero telón de fondo de ciencia ficción, actúa como un catalizador que expone las fisuras preexistentes en el tejido social argentino de los años 50’ y 60’, y por extensión, en cualquier sociedad presa de la indiferencia y el egoísmo exacerbado. La figura del “hombre-robot”, despojado de su voluntad y convertido en un instrumento de la voluntad ajena, no es una simple creación fantástica, sino que simboliza el eco de una humanidad que, en su desorientación y apatía, renuncia a su propia autonomía y a su capacidad de empatizar. Es, en definitiva, una advertencia que rige hasta nuestros días, en un mundo donde la polarización y la desinformación amenazan con transformar a los individuos en patéticos autómatas al servicio de intereses ajenos.
Oesterheld, un autor indiscutiblemente comprometido con su tiempo, no escatimó en la crítica social. Su visión de la resistencia, encarnada en Juan Salvo y sus compañeros, no es la de héroes invencibles, sino la de personas comunes que, a pesar de sus miedos y debilidades, eligen la solidaridad frente a la desesperación. Es en este punto donde la obra se eleva del ámbito de la mera aventura para convertirse en un tratado filosófico sobre la ética de la supervivencia y la importancia de la acción colectiva. Como señaló oportunamente Ricardo Piglia en su ensayo titulado “El último lector”, Oesterheld “propone una lectura de la historia argentina como un drama colectivo, donde el individuo es una parte de un todo, y su destino está ligado al destino de la comunidad” (Piglia, 2000, p. 115). Desde esta perspectiva, la lucha de Salvo no es por la gloria personal, sino por la supervivencia de su familia y, por extensión, de la humanidad.
La crisis de valores se manifiesta en la obra a través de la fragilidad de las instituciones y la ceguera ante el peligro inminente. La inacción inicial, la incredulidad ante la amenaza, la falta de una respuesta unificada, son reflejos de una sociedad que, sumida en sus propias trivialidades e intereses mezquinos, ignora las señales de alerta. Esta analogía es dolorosamente pertinente en nuestro presente, donde la negación de los problemas globales como el impacto de nuestra forma de vida en el ambiente, las desigualdades socioeconómicas o la polarización política, parece ser una constante. La “nieve” de la indiferencia y el individualismo, como en la historieta, amenaza con sepultarnos a todos bajo su manto gélido e incompasivo.
Sin embargo, “El Eternauta” no es una obra apocalíptica. A pesar de la sombría atmósfera, Oesterheld introduce la chispa de la resistencia y la solidaridad. La unión de Salvo con Favalli, Lucas y el resto de los supervivientes es la demostración palpable de que la cooperación y la confianza son los únicos antídotos contra la desintegración. La reconstrucción de la comunidad, aunque sea en un escenario terrible, se convierte en el motor de la supervivencia. Es un llamado a la acción muy potente, pero también, terriblemente olvidado permanentemente: “nadie se salva sólo”.
La hermosa obra de arte precitada, más allá de su envoltorio de ciencia ficción, nos confronta con interrogantes filosóficos fundamentales sobre la naturaleza humana, la ética de la supervivencia y la disolución de los lazos comunitarios. Repito, la “nieve” no sólo destruye lo físico, sino que corroe la confianza y la solidaridad, dejando al descubierto la precariedad de una sociedad que, quizás, ya venía resquebrajándose.
Esta idea de que la crisis externa revela una crisis interna no es nueva en el pensamiento filosófico. Hannah Arendt, al analizar el fenómeno del totalitarismo, advertía sobre la “banalidad del mal” y cómo la pérdida de la capacidad de juicio moral individual puede conducir a la deshumanización. Si bien el contexto del Eternauta es distinto, la pasividad inicial ante la amenaza y la tendencia a la obediencia ciega en algunos “hombres-robot” se asemejan al consejo de Arendt sobre la erosión de la responsabilidad personal en la esfera pública. Con una actualidad extrema, nuestra autora postula en su obra “Eichmann en Jerusalén” (2003) que “la incapacidad de pensar no es una estupidez, es una ausencia de pensar, de la actividad de reflexionar sobre los propios actos y las propias palabras. Esto es lo que hace posible que hombres comunes hagan cosas extraordinarias en contextos perversos” (p. 287). Esta ausencia de pensar es, precisamente, lo que hace vulnerable a la comunidad ante la manipulación, sea alienígena o ideológica, y lo que socava la resistencia colectiva.
Por su parte, Zygmunt Bauman analiza la fragilidad de la comunidad frente al individualismo y a la indiferencia en su concepto de “modernidad líquida”, mediante el cual describe una sociedad donde los lazos sociales son efímeros y la solidaridad se disuelve en favor de una búsqueda individual de seguridad y placer. La atomización social que precede y acompaña a la invasión en el Eternauta, puede verse como un reflejo de esta liquidez, plasmada con claridad por nuestro autor al señalar “en la modernidad líquida, la lealtad es un bien escaso y la comunidad es más un proyecto de consumo que una red de obligaciones mutuas. Los lazos humanos se diluyen en relaciones de “red”, donde la conexión es temporal y fácilmente desechable” (Modernidad líquida, p. 15). Esta descripción de Bauman capta la esencia de una comunidad quebrada moralmente, donde la falta de compromiso mutuo se convierte en el talón de Aquiles ante cualquier adversidad.
También, es justo remarcar que la narrativa de Oesterheld nos ofrece la esperanza de una reconstrucción, un renacimiento de lazos a partir de la adversidad. La emergencia del grupo de Juan Salvo como un núcleo de resistencia y apoyo mutuo encarna la idea aristotélica de que el ser humano es un “animal político”, cuya plenitud se alcanza en la polis, en la vida en común. La lucha de Salvo no es sólo por la supervivencia física, sino por la reafirmación de la humanidad a través de la solidaridad y el sacrificio por el otro. En palabras del mismísimo Aristóteles en su “Política”, “el hombre es por naturaleza un animal social; y el que vive fuera de la sociedad por organización y no por azar es o un ser inferior o un ser superior al hombre (un animal, o un Dios)” (1253a).
La acción de Salvo y su grupo de amigos y compañeros es una encarnación de esta necesidad intrínseca de comunidad, incluso en las condiciones más extremas. Es en la acción colectiva donde se recupera el sentido de la dignidad y se reconstruyen las normas morales que la crisis había desdibujado. La lección del Eternauta, leída a través de estas lentes filosóficas, es que la esperanza no es un sentimiento pasivo, sino un imperativo moral que se actualiza en el compromiso activo con el otro y en la reafirmación constante de la comunidad como el único refugio frente a la deshumanización.
La cruda observación de Aldous Huxley que versa: “Quizá la única lección que nos enseña la historia es que los seres humanos no aprendemos nada de las lecciones que nos da la historia”, replica con inquietante precisión al trazar un paralelismo entre la crisis expuesta en el Eternauta y la reciente pandemia de COVID-19. La frase encapsula una verdad incómoda sobre nuestra capacidad colectiva para extraer sabiduría de la experiencia, especialmente ante catástrofes que exponen nuestras vulnerabilidades y fallas estructurales.
En el Eternauta, la nieve mortífera es el catalizador de una crisis que, como ya exploramos, revela la fragilidad de los lazos comunitarios y la ceguera ante la amenaza. La desconfianza e incredulidad, la desorganización y la búsqueda de soluciones individuales, como también la manipulación de la información por parte de los “Ellos”, tienen ecos perturbadores en nuestra experiencia pandémica. Al principio, la ignorancia, incredulidad y subestimación del virus fueron patentes. Las respuestas fragmentadas, a nivel global, revelaron la debilidad de ciertas estructuras de cooperación internacional y la primacía de intereses particulares sobre el bien común.
Recordemos las primeras semanas de la pandemia: la escasez de equipos de protección, la saturación de los sistemas sanitarios, la desinformación campante y la polarización social que a menudo dificultaba la implementación de medidas de salud pública. Este escenario evoca claramente la parálisis y el desconcierto que vivieron los personajes de Oesterheld. La cita de Huxley tiene relevancia justamente aquí: a pesar de las lecciones de epidemias pasadas- desde la Peste Negra hasta la Gripe Española-, la humanidad pareció tropezar con muchas de las mismas piedras, enfrentando desafíos similares en la coordinación, la comunicación y la priorización de la vida sobre la economía o la política.
Es que la tentación de mirar hacia otro lado, de negar la magnitud de la amenaza, o de buscar chivos expiatorios en lugar de dar soluciones colectivas, es una constante que el Eternauta ilustra de manera vívida y que la pandemia puso de manifiesto. Si bien hubieron ejemplos extraordinarios de solidaridad y sacrificio durante la crisis del COVID-19- análogos a la resistencia de Juan Salvo y su grupo-, también presenciamos la exacerbación de divisiones y la desintegración de la confianza en las instituciones y entre los ciudadanos.
El paralelismo se extiende a la capacidad de aprendizaje post-crisis. Tras la pandemia, surgieron promesas de fortalecimiento de los sistemas de salud, de mayor inversión en investigación científica y de una mejor preparación para futuras emergencias. Sin embargo, el tiempo dirá si estas promesas se traducen en un cambio duradero o si, siguiendo la máxima de Huxley, volveremos a caer en la amnesia colectiva, olvidando las duras lecciones en cuanto la amenaza se desvanece del primer plano mediático. Justamente, la historia del Eternauta nos advierte que el olvido y la negación de los problemas latentes sólo preparan el terreno para futuras y más devastadoras catástrofes. La esperanza reside, entonces, en romper ese ciclo huxleyano, en hacer de la memoria histórica un pilar fundamental para la construcción de una comunidad más resiliente y solidaria.
En la fantástica adaptación cinematográfica, aunque la atmósfera puede variar, la esencia de esta lucha por la comunidad se mantiene. La desesperación y la pérdida se contrastan con actos de valentía y sacrificio, remarcando la universalidad del mensaje de Oesterheld, aplicable a cualquier época y lugar. La serie, al actualizar el contexto visual y narrativo, no hace otra cosa que reforzar la idea de que la lucha por los valores humanos es un desafío atemporal: “lo viejo funciona, Juan”, y sí, siempre funciona, sólo alcanza con no olvidarlo y ponerlo en práctica.
En conclusión, queridos lectores, la nieve del Eternauta nos invita a una introspección profunda sobre algo que supera el relato de invasiones alienígenas y se centra en la advertencia siempre vigente del desmoronamiento social y las ansias de esperanza. La crisis de valores que pareciera comer los cimientos de nuestra sociedad no es una sentencia ineludible: las ruinas de Buenos Aires oesterheldiana son un espejo de nuestra propia vulnerabilidad, pero también un lienzo sobre el cual se puede dibujar un futuro distinto. La recuperación de los códigos morales que cohesionan a la comunidad no es una tarea titánica reservada a héroes míticos, sino una labor cotidiana, un compromiso con el otro, una decisión consciente de reconstruir los puentes que la indiferencia ha derrumbado. Porque si la historia del Eternauta nos enseña algo, es que la supervivencia no es un acto individual, sino una sinfonía de manos que se unen en la oscuridad, una prueba irrefutable de que, incluso cuando la nieve amenaza con enterrarnos, la luz de la esperanza aún puede encenderse en la solidaridad y el abrazo. El tiempo para la indiferencia debe terminar, es hora de recordar que sólo juntos, podemos deshacer el manto de oscuridad que ciega nuestras almas y nos conduce inexorablemente a la perdición.
Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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El Salvador avanza como destino académico gracias a mejoras en seguridad, según Christian Aparicio

Foto: Cortesía
El director nacional de Educación Superior, Christian Aparicio, afirmó este miércoles que El Salvador está en proceso de consolidarse como un destino académico regional, gracias al impacto positivo de la política de seguridad impulsada por el presidente Nayib Bukele.
Durante su participación en la entrevista, Aparicio explicó que este año se ha registrado un aumento significativo en las inscripciones universitarias. Tras un diagnóstico institucional, se determinó que uno de los factores clave en este repunte es la percepción de seguridad en el país.
“La gente tiene más confianza”, señaló el funcionario, al destacar que las condiciones actuales están permitiendo que estudiantes extranjeros elijan El Salvador para cursar estudios superiores. Como ejemplo, mencionó que este mismo día llegará un grupo de jóvenes procedentes de Costa Rica para iniciar sus estudios en instituciones locales.
Aparicio subrayó que El Salvador ya está atrayendo a estudiantes internacionales interesados en programas especializados, como el diseño de prótesis en la Universidad Don Bosco. Además, adelantó que se incorporarán nuevas carreras únicas en la región, lo cual posicionará aún más al país como referente en educación superior.
Entre las novedades para 2026, destacó la creación de una maestría y un doctorado en gestión de la educación superior, que serán únicos en Iberoamérica, así como el lanzamiento de la carrera de Ingeniería en Programación de Habilidades Humanas para la Inteligencia Artificial.
El titular también resaltó el rol que desempeñan los programas de becas del gobierno en la promoción del acceso a la universidad. Aseguró que iniciativas como “Súmate a la U”, y las becas otorgadas por diversas entidades públicas y privadas, han generado un mayor interés por parte de jóvenes que antes no contemplaban cursar estudios superiores.
“El Salvador está poniendo la nota a nivel global en materia de educación superior”, concluyó Aparicio.
Opinión | Christian Aparicio
Director nacional de Educación Superior
Este artículo fue publicado originalmente por Diario El Salvador.
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Analizando el vértigo de la venganza: Irán, Israel y el mundo también

Po: Lisandro Prieto Femenía
«No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero sí sé que la Cuarta Guerra Mundial será con palos y piedras.»
Albert Einstein
Otra vez, la sombra de una gran guerra se cierne sobre el Medio Oriente, una región que parece estar condenada a un ciclo interminable de violencia y tensión. Los recientes intercambios de ataques directos entre Israel e Irán han encendido todas las alarmas globales, llevando a la comunidad internacional al borde de un abismo cuya profundidad y consecuencias aún son incalculables. Lo que hasta hace poco se manifestaba a través de guerras subsidiarias y enfrentamientos asimétricos, ha escalado a una confrontación abierta que redefine el tablero geopolítico y exige una profunda reflexión sobre las verdaderas causas y los devastadores efectos de semejante beligerancia.
La situación actual es de una volatilidad extrema. Tras el ataque israelí a un consulado iraní en Damasco, al que siguió una represalia iraní con drones y misiles, y una posterior respuesta israelí sobre objetivos militares de inteligencia dentro de Irán, la región se encuentra en un punto de inflexión. Cada acción parece estar generando una reacción, tejiendo una red de represalias que amenaza con arrastrar a más actores a un conflicto a gran escala. Las informaciones de inteligencia y los análisis militares se centran en la capacidad de disuasión de cada parte, en la precisión de sus armamentos y en la contención- o la falta de ella- de sus aliados internacionales. Sin embargo, más allá de la fría lógica estratégica, subyace una serie de interrogantes que, desde una perspectiva filosófica y crítica, resultan ineludibles.
En este ciclo de venganza interminable, ¿a quién le sirve realmente este conflicto? ¿Quiénes son los verdaderos artífices de esta espiral de violencia y quiénes se benefician de la inestabilidad perpetua en una región tan rica en recursos y tan vital estratégicamente? En contrapartida, ¿quiénes son los grandes perdedores, aquellos que pagarán el precio más alto por decisiones tomadas en despachos y palacios lejanos o en la euforia del fervor imperial o nacionalista?
Este tipo de preguntas no circulan en ningún medio de comunicación ni salen de la boca de ningún comunicador del prime time, justamente porque nos obligan a pensar, es decir, ir más allá de la mera descripción de los eventos y a indagar en las capas más profundas de poder, interés y sufrimiento humano. La geopolítica nos ofrece un marco para entender las dinámicas de poder entre Estados, las alianzas cambiantes y la lucha por la hegemonía regional. Pero la filosofía nos interpela sobre la ética de la guerra, la responsabilidad de los líderes y el valor intrínseco de la vida humana.
La retórica del “ojo por ojo” que ha dominado estas últimas semanas de confrontación directa entre Israel e Irán ha cristalizado en acciones militares muy precisas y calculadas, pero de un riesgo incalculable. Los ataques iraníes, que incluyeron el lanzamiento de cientos de drones y misiles hacia el territorio israelí, fueron presentados como una respuesta directa al bombardeo de un anexo consular iraní en Damasco que resultó en la muerte de altos mandos de la Guardia Revolucionaria. La defensa israelí, apoyada por una coalición internacional liderada por Estados Unidos, logró interceptar la vasta mayoría de estos proyectiles, minimizando los daños materiales y, crucialmente, evitando víctimas mortales significativas. Sin embargo, la posterior respuesta de Israel sobre objetivos militares y de inteligencia en Isfahán, Irán, aunque de alcance limitado y con aparente intención de enviar un mensaje de capacidad más que de aniquilación, mantuvo viva la llama de la tensión.
Detrás de los titulares sobre interceptores y drones, la verdadera tragedia se desarrolla lejos de los cálculos estratégicos. Son los civiles, de ambos lados y en toda la región, quienes se encuentran atrapados en la encrucijada de esta peligrosa escalada. En Israel, la población vivió horas de incertidumbre bajo la amenaza de los misiles, con el trauma latente de la guerra. En Irán, la noticia de los bombardeos, aunque minimizada oficialmente, alimenta el temor a una confrontación abierta que podría devastar la infraestructura y la vida cotidiana. Como señalaba el filósofo Immanuel Kant en su ensayo titulado “Sobre la paz perpetua”, “el estado de paz entre los hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza… el estado de paz debe ser establecido”. La realidad de hoy dista mucho de esta visión kantiana, con la seguridad de los ciudadanos constantemente en vilo, y la esperanza de una vida normal sacrificada en el altar de las ambiciones geopolíticas de dos o tres degenerados que deciden por ellos y sobre ellos. Las familias se preparan para lo peor, los niños crecen bajo la sombra de la amenaza constante, y la vida se convierte en una serie de pausas entre alarmas y ataques de noticias. Las economías locales, ya frágiles, se resienten aún más, y la inversión en armas desvía recursos que podrían destinarse a producción, salud, educación o desarrollo social.
En el tablero de este conflicto, los actores principales se encuentran impulsados por su propia percepción de seguridad existencial y ambiciones regionales. Teherán, con su teocracia y una Guardia Revolucionaria que extiende su influencia más allá de sus fronteras, busca consolidar su poder en el “eje de la resistencia”, desafiando la hegemonía regional y protegiendo sus intereses, incluyendo sus programas nucleares y de misiles.
Del otro lado, Jerusalén, con un gobierno que prioriza la protección de su población y su territorio, percibe la expansión iraní y su retórica como una amenaza directa a su supervivencia, lo que pareciera justificar sus acciones preventivas y reactivas.
Pero esta confrontación no se limita a dos capitales. Se extiende como una vasta red de intereses y alianzas, donde los actores indirectos ejercen una influencia considerable. Grupos como Hezbollah en Líbano, Hamas en Gaza o los Hutíes en Yemen operan como brazos armados de la proyección de poder iraní, capaces de abrir múltiples frentes y desestabilizar rutas comerciales vitales. Del lado israelí, el apoyo inquebrantable de los Estados Unidos ha sido un pilar fundamental en la disuasión y defensa, con Washington actuando como garante de seguridad y, a su vez, como mediador para evitar una escalada incontrolable. Sin embargo, el rol de Estados Unidos no es ajeno a sus propios intereses estratégicos en el control del flujo energético global y la contención de rivales.
Mientras tanto, potencias como Rusia y China observan con cautela, buscando proteger sus propias esferas de influencia y sus relaciones con todos los actores, a menudo utilizando su peso diplomático para oponerse a intervenciones occidentales o para abogar por una estabilidad que favorezca sus intereses económicos. Los países árabes moderados, como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, aunque comparten la preocupación por la influencia iraní, temen ser arrastrados a una guerra regional que devastaría sus economías y sociedades. Europa, por su parte, clama por la desescalada, consciente de las ramificaciones económicas, energéticas y migratorias de un conflicto ampliado.
Así, las posibilidades futuras se mueven en una cuerda floja, tensa entre el estallido total y la precaria esperanza de un cese el fuego. La doctrina actual parece ser una disuasión mutua, donde ambos bandos calibran sus golpes para enviar un mensaje de capacidad y voluntad sin provocar una guerra abierta que, dadas las consecuencias catastróficas, ninguno parece desear plenamente. Pero esta línea es peligrosamente fina. Cualquier error de cálculo, cualquier ataque no intencionado o cualquier acción percibida como una humillación insoportable, podría romper el delicado equilibrio y desencadenar un conflicto a gran escala con ramificaciones globales.
La búsqueda de un acuerdo de paz o un cese el fuego requeriría una diplomacia hoy inexistente, es decir, exhaustiva y multifacética, involucrando a potencias globales y regionales. Sería necesario abordar las causas subyacentes de la desconfianza y la hostilidad, incluyendo las ambiciones nucleares de Irán, la cuestión palestina, la seguridad de Israel y la influencia iraní en la región a través de sus proxies. Como argumenta el teórico político John Mearsheimer en su obra “La tragedia de la política de las grandes potencias”, los Estados “están condenados a competir por el poder, porque el sistema internacional es anárquico y las capacidades militares son los medios con los que los Estados pueden sobrevivir”. Superar esta lógica de suma cero requeriría un cambio paradigmático en la percepción de seguridad y una voluntad genuina de compromiso. Básicamente, un milagro.
No obstante, la historia nos enseña que, incluso en los escenarios más sombríos, la diplomacia y el diálogo pueden abrir brechas hacia la desescalada. El cese el fuego, por más precario que sea, es siempre preferible a la anarquía de la guerra, ofreciendo un respiro a los civiles y una oportunidad para la razón y la sensatez.
Más allá de las fronteras de Oriente Medio, la escalada actual entre Israel e Irán proyecta una sombra ominosa sobre el orden mundial. Como dijimos previamente, las ramificaciones económicas son inmediatas y profundas: la interrupción del suministro de petróleo a través del Estrecho de Ormuz, una arteria vital para el comercio global, disparará los precios energéticos a niveles insostenibles, desestabilizando los mercados y las economías ya fragilizadas. Las cadenas de suministro globales, aún recuperándose de crisis anteriores, se verían severamente afectadas, impactando desde la producción industrial hasta el coste de vida de millones de personas en cada rincón del planeta.
En el ámbito político, un conflicto abierto desafiaría la ya patética y erosionada arquitectura de la gobernanza actual. Las organizaciones internacionales y el derecho internacional, también en terapia intensiva hace años, se verían aún más debilitados si las potencias no logran contener la beligerancia. Se intensificarían las divisiones entre bloques, con el riesgo de acudir a una nueva Guerra Fría que polarice aún más las relaciones internacionales, desviando la atención y los recursos de desafíos globales apremiantes como las pandemias, la desigualdad y la pobreza. La proliferación nuclear, ya una preocupación latente, está cobrando una urgencia aterradora, ya que la inestabilidad puede incentivar a otros Estados a buscar capacidades atómicas como medida de seguridad.
Los grandes perdedores, en última instancia, somos todos los seres humanos que no tenemos acceso a la protección total de los jefes de Estado. La guerra, en su esencia, es un fracaso de la razón y la empatía. Cada explosión, cada vida perdida, cada desplazamiento forzado no es sólo una estadística, sino una herida en el tejido colectivo de nuestra ya vapuleada civilización. Este conflicto, como tantos otros, revela la cruda realidad de que la seguridad de una nación a menudo se persigue a expensas de la seguridad y el bienestar de otras, creando así un círculo vicioso de miedo, agresión y muerte masiva.
Frente a este panorama espantoso, nuestra postura no puede ser otra que la de una neutralidad activa en favor de la paz. No se trata de culpar a unos u otros, sino de reconocer la complejidad histórica y las múltiples capas de agravios que alimentan esta confrontación. La paz, sin embargo, no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de resolverlo sin recurrir a la violencia, a través del diálogo, la negociación y el respeto mutuo. Es imperativo que la comunidad internacional abandone la red social X y redoble sus esfuerzos diplomáticos. La presión concentrada sobre todos los actores, directos e indirectos, para que se abstengan de nuevas acciones militares y se sienten a la mesa de negociaciones es crucial. Se necesitan garantes confiables y marcos robustos que permitan una desescalada sostenida y el inicio de un proceso de construcción de confianza a largo plazo.
Por último, queridos lectores, es preciso indicar que el cese el fuego no es sólo una tregua militar, sino un imperativo moral. Es la única vía para romper el interminable ciclo de venganza, para sanar las heridas, para reconstruir las sociedades y para que las futuras generaciones no sigan heredando un legado de odio, resentimiento y destrucción. Es hora ya de que la razón sensata guíe la geopolítica, y que la humanidad elija el camino de la ardua concordia sobre el abismo de la exterminación.
Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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