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ESET explica cómo tomar el control de tu herencia digital

Redacción: ESET
¿Ya pensaste qué harás con tu legado digital cuando ya no estés vivo? ESET, compañía líder en detección proactiva de amenazas, destaca cómo y por qué debería importar configurar Facebook, Google, Twitter y otras plataformas como prevención en caso de que el usuario fallezca.
“Si no se planea qué hacer con la huella digital, dependerá de otras personas pasar por este proceso. Además de su dolor y el papeleo habitual, tendrán que lidiar con Facebook, Twitter, Apple o cualquier cuenta que tengas. Sobre todo, querrán proteger tu memoria, pero también posiblemente quieran evitar las notificaciones sobre, por ejemplo, tu cumpleaños. Hace menos de 15 años, esto no era realmente un problema. Pero ahora administrar el legado digital de familiares y amigos fallecidos es un problema creciente y, en unas pocas décadas, plataformas como Facebook podrían incluso tener más perfiles de personas muertas que de personas vivas, principalmente a medida que su base de usuarios comienza a estancarse.”, así lo comenta Camilo Gutiérrez Amaya, jefe del Laboratorio de Investigación de ESET Latinoamérica.
El proceso que recomiendan realizar desde ESET no toma más de una hora, y se debe revisar cada cinco años aproximadamente para asegurarse de que las personas a las que se les otorgó el poder de decidir qué hacer con la vida virtual tras la muerte, sigan siendo las mismas dado cercanía o afinidad:
1. Facebook – Si se tiene una cuenta en Facebook, hay dos caminos diferentes:
- Eliminar la cuenta en caso de fallecimiento. Esta es una petición que se hace a Facebook y que nadie podrá cambiar. Sin embargo, esto requiere que alguien envíe una foto del certificado de defunción a Meta, para que informar el fallecimiento. Es importante asegurarse de que alguien cercano sepa que esto es lo que se quiere para que avance cuando llegue el momento.
- Se puede elegir un contacto de legado que administrará las cuenta conmemorativa. Debe ser alguien en quien se confíe y que esté dispuesto a gestionar el perfil, publicaciones de homenaje, fotos, etc. Mientras que para algunas personas esto puede ser emocionalmente angustiante, otras pueden encontrar consuelo en ello, así que tener esto en cuenta para asegurarse de elegir a la persona adecuada.
Ya sea que se decida que alguien cuide el perfil o lo eliminen, se debe hablar con la persona que se cree que podría hacerlo. Además, este contacto debe poder acceder al certificado de defunción y, por supuesto, también debe tener una cuenta de Facebook.

2. Instagram: A pesar de que Instagram es parte de Meta, al igual que Facebook, los usuarios de Instagram no pueden decidir sobre la eliminación de sus cuentas. Una cuenta puede ser conmemorada a petición de una persona autorizada o miembro de la familia en posesión de un certificado de defunción, pero nadie podrá administrar sus imágenes, videos o configuraciones de privacidad. Los Términos de uso de Instagram son claros: el usuario es dueño de su contenido, pero da permiso para que Instagram lo use como mejor le parezca, siempre y cuando esté en la plataforma. Si bien nadie puede eliminar una cuenta después de un fallecimiento, Instagram aún puede argumentar su derecho a usar el contenido de la misma.
3. Google: Lo más probable es que se utilicen muchos servicios de Google, incluidos Gmail, YouTube o incluso Google Drive. Para evitar que la información importante se vuelva inaccesible, se puede habilitar el Administrador de cuentas inactivas de Google. Entonces Google podrá detectar la inactividad de la cuenta y emitir un enlace descargable a un contacto que se haya elegido previamente. El período de tiempo que determina la inactividad lo decide el usuario, al igual que qué datos se pueden descargar. También se puede decidir si una cuenta debe eliminarse tres meses después de que se haya compartido con el contacto heredado. Sin embargo, esto implica que se eliminará todo el contenido, incluidos los videos de YouTube o las publicaciones de blog, una razón por la que no todos podrían querer habilitar esta opción.
Alternativamente, si se decide no dejar ninguna instrucción, los miembros de la familia o representante legal podrán solicitar la eliminación de la cuenta e incluso algunos datos o fondos. Google indica que la decisión seguirá teniendo la privacidad como prioridad y cada caso será revisado individualmente.

4. Microsoft: no proporciona ninguna herramienta específica que permita administrar el legado, ni que un miembro de la familia solicite la eliminación de una cuenta. Sin embargo, Microsoft eliminará las cuentas en cumplimiento de una orden judicial. La única excepción se aplica a los clientes en Alemania, cuyos sucesores legales pueden ponerse en contacto con el servicio de atención al cliente de Microsoft y, si están en posesión de un certificado de defunción y otros documentos, solicitar el cierre de la cuenta.
5. Twitter: Twitter no tiene ninguna política establecida que permita decidir qué sucederá con una cuenta una vez que el usuario fallezca. En su lugar, permite que un miembro de la familia o un representante autorizado se comunique con Twitter y solicite la eliminación de la cuenta. La plataforma solicitará copias del certificado de defunción, así como la tarjeta de identificación del solicitante y posiblemente alguna información adicional.
6. Apple: Introdujo en 2021 la posibilidad de elegir un Legacy Contact. Esta función solo está disponible para personas mayores de 13 años y tiene algunas limitaciones técnicas: se debe tener un ID de Apple activo en un dispositivo que ejecute al menos iOS 15.2, iPadOS 15.2 o macOS Monterey 12.1. El ID de Apple también debe tener habilitada la autenticación de doble factor.
Si se cumple con los requisitos, se puede realizar este proceso en el dispositivo tocando el icono de ID de Apple en el menú Configuración, seleccionando “Contraseña y seguridad” y, finalmente, seleccionando Contacto de legado. Esto generará una clave de acceso en un formato de código QR que se puede enviar a través de Mensajes o imprimir y entregar a la persona elegida. Cuando llegue el día, se podrá solicitar acceso en la web o directamente en un dispositivo iOS o macOS. Apple también solicitará un certificado de defunción antes de otorgar acceso a la cuenta.

7. PayPal: Al igual que con las otras plataformas, PayPal solo puede recibir instrucciones de un albacea autorizado o administrador del patrimonio del fallecido para cerrar una cuenta y transferir fondos. Además del certificado de defunción, el representante legal también deberá tener una prueba de su posición a través de un testamento vital o documentación emitida por el estado. Finalmente, el saldo restante puede transferirse a otra cuenta PayPal o emitirse como un cheque.
“Hemos visto cómo se desarrolla la tecnología y rápidamente nos acostumbramos a ella. Publicamos fotos en línea sin pensar mucho, o sin pensar en absoluto, en lo que eso significa. Debido a que podemos tomar cientos de fotos en un día sin tener que pagar ningún extra por cada vez que presionamos el botón del obturador de la cámara de nuestro teléfono, las imágenes han perdido parte de su valor. Pero en realidad, una vez que morimos, esas son las imágenes por las cuales nuestros conocidos, amigos y seres queridos nos recordarán.”, agrega Gutiérrez Amaya de ESET.
En este contexto, Desde ESET recomiendan tomar algunos pasos adicionales en paralelo a la organización del legado digital:
- Realizar una copia de seguridad de los datos. Las plataformas de redes sociales son servicios administrados por empresas, y las empresas algún día podrían tener que cerrar y borrar todos los datos en un instante, a veces incluso por error.
- Hacer una segunda copia de seguridad de documentos e imágenes importantes que realmente no se desean perder.
- Nunca compartir contraseñas con otros y continuar tomando esa posición firme sobre el intercambio de contraseñas. Sin embargo, planificar la gestión del legado digital es una situación en la que podría no solo ser deseable romper esa regla, sino que se puede sentir que hacerlo es necesario. Como sugiere Microsoft, esto es lo que se debe hacer para proporcionar una planificación de legado digital, y la mayoría de los otros servicios en línea son claramente más fáciles de administrar por su ejecutor digital si simplemente tienen acceso a las credenciales de las cuentas y pueden iniciar sesión como si fueran el mismo usuario.
- Revisar los contactos de legado cada pocos años y asegurarse de que las copias de seguridad funcionen y estén en orden. ¡Tener toda esta información organizada también puede ser muy útil mientras se está vivo!
Para conocer más sobre seguridad informática visita el portal de noticias de ESET: https://www.welivesecurity.com/la-es/2022/12/30/como-tomar-control-herencia-digital/
Por otro lado, ESET invita a conocer Conexión Segura, su podcast para saber qué está ocurriendo en el mundo de la seguridad informática. Para escucharlo ingrese a:
Nacionales
Hombre de 35 años es asesinado con arma blanca en San Marcos

Un hombre de 35 años fue asesinado con arma blanca en el municipio de San Marcos, al sur de San Salvador, según información proporcionada por la Policía Nacional Civil (PNC).
Según se conoció, la víctima presentaba varias lesiones ocasionadas durante el ataque.
En la zona, equipos de Investigaciones e Inteligencia de la Policía Nacional Civil desplegaron un operativo para ubicar y capturar al responsable del homicidio.
Internacionales
OMS alerta sobre el aumento del uso de cigarrillos electrónicos entre adolescentes

La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió este lunes que los cigarrillos electrónicos están generando una nueva ola «alarmante» de dependencia a la nicotina, con millones de niños afectados en todo el mundo.
La agencia de la ONU señaló que, aunque la industria promociona estos productos como menos dañinos que los cigarrillos tradicionales, en realidad buscan atraer a los jóvenes y volverlos dependientes.
«Las cifras son alarmantes», indicó la OMS, que por primera vez estimó el uso global de cigarrillos electrónicos en más de 100 millones de vapeadores, incluyendo al menos 15 millones de niños de entre 13 y 15 años, principalmente en países de altos ingresos.
«Los cigarrillos electrónicos alimentan una nueva ola de dependencia a la nicotina», alertó Etienne Krug, director de los determinantes de la salud, promoción y prevención de la OMS. Añadió que, aunque a veces se presentan como medios de reducción de riesgos, estos productos «hacen dependientes a los niños más pronto y pueden comprometer décadas de progreso».
Según datos de la OMS, el número de fumadores en el mundo ha disminuido de 1.380 millones en 2000 a 1.200 millones en 2024, pese al aumento de la población mundial.
Opinet
Instagram y su nefasto mecanismo de censura

Por: Lisandro Prieto Femenía
Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión vale poco: José Luis Sampedro
La promesa de las grandes plataformas digitales fue simple y seductora: restaurar la palabra pública, democratizar la difusión, dar voz a quien antes carecía de tribuna. Instagram, en particular, se presentó como un ágora visual donde la creatividad y la expresión personal florecían sin intermediarios. Pues bien, hoy esa promesa aparece totalmente corroída por una doble realidad: por un lado, la red social tolera y a menudo amplifica imágenes y relatos de violencia, pornografía y todo tipo de atrocidades; por otro, castiga e invisibiliza sistemáticamente voces que promueven la concientización, el cuidado, el amor a la familia o posiciones discordantes con ciertas corrientes culturales posmodernas. Entre la retórica de la libertad y la práctica de la moderación se ha instalado una hipocresía patética que merece ser confrontada filosóficamente.
Bien sabemos que la hipocresía no es un fallo técnico accidental, sino la clara manifestación lógica de una arquitectura institucional y económica. Las decisiones de qué puede permanecer visible y qué debe ser suprimido no nacen en un vacío moral, sino que responde a intereses, incentivos y diseños que priorizan la captura de atención y la extracción masiva de datos de todos los usuarios. En lugar de una ética coherente de la palabra pública, lo que está rigiendo es una economía de la atención que recompensa solamente lo sensacional, lo inmediato y lo emotivo. Las imágenes que escandalizan atraen miradas y likes mientras que los relatos serenos de aprendizaje, sensatez, cordura o crítica reflexiva atraen menos y, por tanto, quedan penalizados por un algoritmo cuya función primera es maximizar retención y retorno publicitario. Así, la plataforma enseña su clara moral: la visibilidad se paga en tiempo de atención y la censura se impone cuando el discurso no resulta rentable o resulta políticamente incómodo.
La precitada economía no actúa sola: la moderación se externaliza a sistemas mixtos de aprendizaje automático y denuncias humanas, ambos cargados de sesgos de dudosa procedencia. Los modelos se entrenan con datos que reproducen prejuicios: léxico marcado como “peligroso”, imágenes etiquetadas como “sensibles”, comunidades etiquetadas como de alto riesgo. El resultado es un sistema que discrimina no sólo por el contenido sino por el estilo, vocabulario y afiliación. Es fácil ignorar o retrasar la retirada de material explícito que atrae audiencia; es mucho más sencillo y barato sancionar a usuarios que comparten testimonios incómodos para las narrativas patéticas dominantes. La hipótesis es inquietante pero totalmente verosímil: la censura no castiga únicamente por daño, sino también por incomodidad y por riesgo reputacional para la plataforma, ya comprometida con ciertos intereses.
Ahora bien, contrastemos la retórica y la praxis mediante ejemplos concretos. Incidentes en los que asesinatos han sido transmitidos o difundidos en vivo, y han circulado durante horas antes de su eliminación, muestran un fracaso institucional para priorizar la protección de las víctimas por sobre la viralidad. En paralelo, hay múltiples relatos periodísticos e investigaciones que denuncian cierres de cuentas y eliminación de contenidos destinados a la prevención y cuidado o a la crítica social, alegando siempre “violaciones de políticas” de la empresa- “contenido sensible”, “desinformación”, “discurso de odio”- con criterios vagos y aplicaciones erráticas. Estos patrones, repetidos en distintos contextos, delinean una práctica nefasta: contenidos gráficos que alimentan la máquina de la atención perviven mientras que las voces que desestabilizan narrativas cómodas se silencian con rapidez.
Para comprender la mecánica de este fenómeno, conviene apoyarse en algunos marcos teóricos contemporáneos. Shoshana Zuboff ha mostrado cómo las plataformas convierten la conducta en datos y luego en ganancias mediante la vigilancia, que es la materia prima de un negocio que no sólo vende atención sino que moldea sujetos. Por su parte, Eli Pariser advirtió la creación de “burbujas de filtro”, entornos que homogeneizan la información y restringen la pluralidad real. Simultáneamente, Tarleton Gillespie describe a las empresas tecnológicas como “custodios de internet”, es decir, actores privados que, sin legitimidad democrática, toman decisiones de alcance público. Por último, Safiya Noble expuso cómo los sesgos tecnológicos reproducen y amplifican ciertas injusticias. Todos estos aportes coinciden en un punto crucial: las decisiones de “moderación” en las redes no son neutrales, sino que son políticas enmascaradas de técnicas.
De aquí se desprende una tensión filosófica central, puesto que la supuesta libertad de expresión que proclaman estas redes sociales es, en el mejor de los casos, una libertad condicionada por el acceso y la visibilidad. No basta con la posibilidad de hablar, porque la libertad real exige ser realmente escuchado. La famosa técnica del “shadowbanning”, la degradación algorítmica y los sistemas opacos de apelación ilustran con claridad cómo la supresión puede ser más efectiva cuando es invisible, es decir, que la voz no es silenciada por eliminación directa sino por la negación de audiencia. La privatización de la jurisdicción comunicativa despoja a la esfera pública de mecanismos democráticos de resolución de conflictos, a saber, normas esenciales para la convivencia digital pasan ahora por equipos internos de moderación, políticas de empresa y modelos entrenados (entidades que no rinden cuentas a los ciudadanos). Sin ir más lejos, hace un año, Instagram decidió eliminar mi cuenta, la cual tenía 1,4 millones de seguidores, sin mediar explicación alguna y sin permitirme atisbo de apelación. ¿Democrático no?
La censura selectiva plantea también una cuestión ética sobre la correspondencia entre intención y efecto. Muchos contenidos removidos por “desinformación” o por violaciones a términos ambiguos escritos por un degenerado desconocido en Los Ángeles son, en realidad, esfuerzos de concientización o testimonios personales. Penalizar una crítica por el uso de lenguaje desacomodado a la moda posmo-progre o por documentación cruda- por ejemplo, materiales destinados a sensibilizar sobre riesgos o a documentar violencia para pedir justicia- equivale a castigar la posibilidad misma de narrar la experiencia. Así, se produce un doble daño perverso: las víctimas pierden voz y la sociedad pierde información crítica para poder deliberar con autonomía.
Tampoco puede soslayarse la dimensión de la vulgar vigilancia de datos. Instagram no sólo decide qué verás, sino que también perfila quién eres ante los demás. Cada “me gusta”, cada tiempo de visionado, cada comentario alimentan modelos que categorizan usuarios en función de su capacidad de retención, su propensión a reaccionar emocionalmente y su capacidad de monetización. Estos perfiles determinan tratamientos claramente diferenciales: exposición priorizada, relegación o supresión. La instrumentación de datos para moderación de contenidos convierte la privacidad en un vector de control porque el historial de interacciones define si una voz será amplificada o enterrada en el olvido. Además, la monetización de la atención vuelve la moderación un servicio económicamente rentable ya que las empresas que venden soluciones de verificación se benefician de un mercado de “seguridad” digital que, paradójicamente, es turbio y discrecional.
Las consecuencias sociales son bastante profundas. Primero, la erosión del debate plural que se da cuando ciertas críticas son sistemáticamente invisibilizadas produce un empobrecimiento de la deliberación pública que pierde su capacidad de autocorrección. En segundo lugar, se produce una desigualdad comunicativa peligrosa, porque quienes disponen de recursos- instituciones bien financiadas, influencers alineados con las agendas dominantes- navegan mejor los rigores y las zonas grises de las políticas mientras que los de “abajo”, activistas independientes y comunidades altamente vulnerables, son propensos a sanciones permanentes. En tercer y último lugar, se ejecuta una delegación de la legitimidad: funciones que pertenecen a la esfera pública, como la regulación de discursos nocivos y la protección de derechos, son asumidas por actores privados sin los mecanismos de transparencia y control democrático necesarios. A pesar de que no existe en el mundo un registro internacional de memes o de contenido digital, si uno comparte contenidos que van en contra de las modas, la entidad etérea de Instagram tiene la potestad de acusarte de infringir normas de “derecho de autor”, aunque ese contenido no esté fehacientemente patentado en ninguna parte.
Frente a este cuadro, las respuestas puramente tecnológicas no bastan. Es necesario plantear una reforma que convoque principios de justicia comunicativa que implique cierta transparencia algorítmica real- no meras divulgaciones de marketing-, auditorías independientes de moderación de contenidos, mecanismos de apelación que restituyan no sólo cuentas sino alcance y reparación simbólica, y normas que desincentiven el diseño de productos que premian solamente lo que es nocivo. De igual manera, también es necesario contar con políticas públicas que limiten la externalización de funciones regulatorias a privados y que obliguen a presentar cierta rendición de cuentas, como lo hacen con casi todos los mortales.
El problema es, en último término, filosófico. Se trata de decidir qué tipo de esfera pública queremos. ¿Aceptamos que un puñado minúsculo de empresas privadas, guiadas por incentivos comerciales y criterios nebulosos, definan los límites de lo pensable y lo visible? ¿O reclamaremos una esfera en la que la moderación sea un asunto de derechos, criterios transparentes y supervisión democrática? La respuesta no es una nostalgia idealizada de internet, sino una exigencia para recuperar mecanismos de deliberación y responsabilidad que permitan que la libertad de expresión no sea sólo un eslogan progre sino una práctica efectiva que tenga alcance verdadero para todos.
Si las plataformas se proclaman paladines de la libre expresión, deberán también aceptar las obligaciones que ello implica, a saber: explicitar criterios, proporcionar recursos reales de apelación, someterse a auditorías públicas y desvincular la policía del pensamiento digital de los incentivos que premian lo aberrante. Sin esas condiciones, la declaración de libertad será sólo una mera fachada mientras que la maquinaria seguirá alimentando la visibilidad de lo escandaloso y devorará a quienes practican la palabra como cuidado, denuncia y remedio. Pues bien, queridos lectores, la verdadera libertad de expresión exige más que la posibilidad de publicar pavadas en una red social; requiere también el derecho a ser visibilizado, a ser escuchado y a participar en una esfera pública que no esté en venta. Sólo así, dejarán de florecer los censuradores rapaces bajo la máscara de “pluralistas”.
Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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