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Dwayne «La Roca» Johnson: un pasado delictivo, un apretón de manos que cambió su vida y un insólito récord Guinness

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El muchacho de 16 años mide un 1.96, pesa 90 kilos e intimida a todos con su enojo contenido. En cuatro años fue expulsado de cuatro escuelas y estuvo detenido otras tantas veces por robos, fraude y peleas. Sus compañeros le temen, ni el más bravucón se le atreve: ya noqueó a varios por su tamaño y porque de su padre, luchador profesional, aprendió a pegar. Sí, más que un destino brillante, ese muchacho parece candidato a un futuro oscuro. Destila esa furia ciega de los que saben que a veces lo difícil no es morir sino seguir viviendo.

Una tarde precisaba ir al baño y el de los alumnos, como siempre estaba, sucio y maloliente. Seguro de que nadie le impediría el paso se metió en el de los docentes. Se lavaba las manos cuando entró Jody Cwik, profesor y entrenador del equipo de futbol: “No deberías estar aquí”. “Okey, me voy cuando termine” le contestó el muchacho, hosco y envalentonado. Quizás fue porque el profesor le habló y no lo retó, porque lo miró pero no lo juzgó, pero lo cierto es que ese alumno “bueno para nada” sintió la necesidad de pedirle disculpas. Lo hizo, y cuando esperaba un sermón, el profesor le extendió la mano y lo invitó a sumarse a su equipo. Ese apretón de manos torcería su destino. El profesor se convertiría en un segundo padre, el deporte en una redención y ese muchacho en uno de los actores más famosos del mundo: Dwayne La Roca Johnson.

La vida de Dwayne hoy detenta todos los elementos de la estrella de Hollywood: fama, películas taquilleras, miles de seguidores, un buen matrimonio, una fundación filantrópica y millones de dólares en el banco. En las entrevistas siempre está de buen humor y se lleva tan bien con la fama que entró al Guinness de los Récords por tomarse 105 selfies en tres minutos. Difícil toparse con otro humano que tenga tanto de lo que quieren tantos otros humanos.

La paradoja es que esta estrella tenía destino de estrellado. Es hijo de Ata, una mujer con lazos con la realeza de Samoa, algo que suena importante pero no paga el supermercado. Su padre, Rocky Johnson, fue el primer afroamericano campeón de lucha libre. Un hombre que se negaba a representar combates donde tuviera que aparecer como un esclavo apaleado. Ese hombre, que podría haber sido un héroe para su hijo, no lo fue.

“Cuando mi padre tenía 13 años, su padre murió y él se convirtió en el hombre de la casa. El día de Navidad su madre llevó a un novio borracho a la casa que orinó en la comida. Al verlo, mi padre tomó una pala, dibujó una línea en el jardín y dijo: ‘Si pasás de esta línea, te mato’. El tipo respondió: ‘Que te jodan’, y cruzó la línea. Mi padre le dio en la cabeza con la pala y lo dejó inconsciente. La policía vino y le aconsejó a mi abuela: ‘Cuando su novio se despierte, van a matarse. No pueden vivir juntos… Uno de los dos tiene que irse’. Y mi abuela le ordenó a mi padre, que solo tenía 13 años, que debía irse de su casa”.

A fuerza de puño y talento, Rocky se hizo un lugar en el mundo de los luchadores. No fue fácil. Acompañando a su padre, a los 14 años Dwayne había vivido en 33 de los 50 estados norteamericanos, algo terrible para ese hijo tímido, al que le costaba hacer amigos y que en su casa apodaban Dewy. “A los seis meses mi madre le preguntó a mi tía si mi pañal estaba mojado y ella le contestó: ‘Only dewy’ (solo húmedo)”.

Con la llegada de la adolescencia no solo estallaron las hormonas, también la furia contenida. El niño tímido se transformó en un adolescente iracundo y matón.

Había terminado la primaria cuando le dijeron que dejarían Hawaii. Su padre no podía pagar los 180 dólares que costaba el alquiler semanal de su casa y los desalojaban. Por primera vez el hijo dijo “no”. Mostró su enojo juntándose con otros adolescentes con problemas. Llegaba tarde, discutía todo, peleaba. “Me convertí en un punk de 14 años. Nos instalamos en Nashville, Tennessee, y me obligaron a marcharme de allí; acabamos en Belén, Pensilvania. En el transcurso de unos nueve meses, estuve en tres ciudades diferentes: Hawai, Nashville y Belén”.

A los 15 años la furia se transformó en impotencia. Presenció el intento de suicidio de su madre: “Salió del coche y caminó hacia el tráfico que se acercaba a nosotros. Los autos se desviaron del camino. La agarré y tiré de ella”. Temeroso de que quisiera repetir la experiencia, el hijo se encerró con su madre en su casa y estaba constantemente llorando.

Volvió a salir y retomar sus “actividades”. Participó en hurtos menores, se involucró en distintas peleas callejeras y hasta un fraude con cheques. A los 17 años un juez lo condenó a participar en una especie de campamento militar con servicios comunitarios. Para pagar un abogado que lo defendiera, sus padres vendieron el coche. Años después, con fama y millones, les compraría ese mismo auto que su madre adoraba.

Fue entonces que llegó el apretón de manos del profesor Cwik, que decidió que valía la pena acompañar a ese adolescente enorme que idolatraba a Muhammad Ali por izquierda y a Ronald Reagan por derecha. Cwik le dio un lugar en el equipo. Se convirtió en su entrenador pero sobre todo en su mentor.

El joven conflictivo descubrió que en el campo de juego su vida cobraba sentido. “Mis calificaciones mejoraron y comencé a ser reclutado por todas las universidades del país. Mi proceso de pensamiento comenzó a cambiar. Empecé a pensar en las metas y en lo que quería lograr”.

De todos los equipos que lo llamaron se decidió por el Miami Hurricanes. “En la universidad mi objetivo era eventualmente trabajar para la CIA. Hasta que mi profesor y consejero de Justicia Criminal me convenció de que el mejor agente que podría llegar a ser debía tener el título de abogado. Pensé que era una gran idea hasta que me di cuenta de que ninguna escuela de Derecho respetable me dejaría entrar con mi montón de notas de mierda”. Con esfuerzo y sin honores arañó la licenciatura en Criminología.

Descartada una carrera en la CIA, se enfocó en entrar en la todopoderosa NFL. Una seguidilla de lesiones en los hombros y la espalda, y sobre todo la opinión de su entrenador (“No sos lo suficientemente bueno”), lo dejaron fuera. Con 24 años se volvió a sentir descartable. Tenía apenas siete dólares en el bolsillo, el panorama se presentaba todo oscuro, sin estrellas.

“Crecí en un lugar donde si una puerta se cerraba, no se abría ninguna ventana. Solo había pequeños huecos y hacía lo que fuera por colarme por esos huecos: arañar, rajar, morder, empujar, sangrar”. Ese hueco era el mundo de la lucha libre, el lugar donde su padre había reinado y él reclamaría su propio trono.

Debutó con el apodo Flex Kavanah. Al trascender que era el hijo del mítico Rocky, lo empezaron a apodar The Rock. Cada combate era una mezcla de coreografías, teatro y lucha. Su carisma con el público era único. A fuerza de hablar de sí mismo en tercera persona, frases ingeniosas, salidas pícaras y su característica levantada de ceja se convirtió en un imán para seguidores y cámaras de televisión. Lo apodaron “el campeón del pueblo”.

Con un nombre reconocido en el mundo de la lucha, Dwayne no tenía pensado incursionar en la actuación. Sin embargo algún productor con ojo entrenado se fijó en ese grandote de 29 años que seducía multitudes con la misma facilidad con la que respiraba, y se lo comentó a otro con más poder que decidió convocarlo, aunque sin jugársela del todo. Así fue como Dwayne realizó su primera y breve aparición en El regreso de la momia. Al año siguiente debutó con el protagónico en El rey Escorpión: le pagaron 5,5 millones de dólares, un récord para alguien sin experiencia.

Ya como protagonista demostró que como actor era un gran luchador. En 2003 y 2004 fue nominado al Razzie a la peor interpretación por sus papeles en El rey Escorpión y Walking Tall. Como no hay dos sin tres, en 2005 lo volvieron a nominar por su rol en Doom: la puerta del infierno; el propio Johnson admitió que había traicionado la saga de videojuegos. En 2017 lo volvieron a nominar por su rol en Baywatch y esta vez sí lo ganó.

Lo que sigue es, como se dice, para sacarse el sombrero. Dwayne en vez de ofenderse o sentir que su ego quedaba herido de muerte escribió en sus redes: “En el domingo de los Oscar, estoy orgulloso y emocionado por mis amigos nominados, Trataré de que todos se lleven a casa el oro. Pero hoy también estoy emocionado porque me acabo de enterar que yo también me llevaré a casa un oro. No un Oscar, eso tal vez algún día, pero sí un Razzie”. Y redobla la apuesta. “La película fue tan mala, que crearon una nueva categoría: ‘Una película tan mala tan mala que al final te gusta’. No estoy bromeando. Significa que el sandwich de mierda que te estás comiendo es tan grande que al final te acaba gustando”. Listo. Aplauso, medalla y ovación.

A diferencia de otros artistas, el talento que La Roca no tiene como actor lo suple con un carisma único y una capacidad maravillosa de reírse de sus limitaciones. Alcanza con mirar la saga Jumanji, donde interpreta a un musculoso pero adorable perdedor para entender por qué se transformó en una súper estrella. Es cierto su cara solo realiza dos expresiones y resulta imposible imaginárselo transformándose en Joker,como Joaquín Phoenix, o en un psicópata como De Niro enTaxi Driver, pero en sus películas Dwayne consigue entretener y que por un rato te olvides de tanto artista salame que se autopercibe jamón crudo.

Hoy, con 49 años, Dwayne es una combinación maravillosa de gran estrella, empresario y amigo que queremos todos. Tiene 113 millones de seguidores en Instagram y si un director lo pretende para su película deberá contar -mínimo- con 20 millones de dólares, además de garantizarle una parte de la venta de entradas. A cambio, el actor no solo protagonizará el film, también pasará horas sacándose fotos con sus fans y semanas promocionando sus películas por todo el planeta, todo moviendo los músculos que más le gusta mover: los de la cara con la sonrisa genuina del que disfruta lo que le pasa y no se la cree demasiado.

Lejos de otros musculosos como Mike Tyson o Tom Hardy, La Roca logró que su figura intimidante se perciba como la de un grandote bueno que habla con orgullo de sus hijos y no teme contar que atravesó períodos de depresión. De ideas independientes -habló en la convención republicana para el mismo año asistir a la convención demócrata-, ya expresó varias veces su deseo de postularse a presidente “si es lo que la gente quiere”.

Después de leer esta nota dejo a criterio del lector apostar si logrará su cometido.

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Carín León regresa a El Salvador con su exitoso «Boca Chueca Tour 2025»

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Carín León, uno de los máximos exponentes del regional mexicano, volverá a El Salvador para ofrecer un concierto cargado de música y emociones. La presentación se realizará el próximo 24 de octubre en el Estadio Jorge «Mágico» González, como parte de su gira «Boca Chueca Tour 2025». Las entradas ya se encuentran disponibles en la plataforma SmartTicket.

La visita de León al país coincide con uno de los momentos más destacados de su carrera. Su gira ha tenido gran éxito internacional, incluido The Sphere en Estados Unidos, donde la demanda de boletos obligó a abrir nuevas fechas debido al rápido agotamiento de entradas. Además, la gira ha recorrido con éxito diversas regiones de América Latina, consolidando a Carín León como una de las voces más reconocidas del regional mexicano a nivel mundial.

Oriundo de Hermosillo, México, Carín León —cuyo nombre real es Óscar Armando Díaz de León Huez— inició su trayectoria musical a mediados de la década de 2000. En 2010 fundó el grupo Arranke, y en 2020 alcanzó notoriedad con su versión del tema «Tú», que rápidamente se popularizó en plataformas digitales. Desde entonces, ha colaborado con artistas como Grupo Firme, Espinoza Paz, Ricky Martin y Kanny García, consolidando su estilo propio en el género.

Durante su concierto en El Salvador, los asistentes podrán disfrutar de sus éxitos más populares, entre ellos «Primera Cita», «A Medio Vivir», «Que Vuelvas» y «Te Lo Agradezco», en un espectáculo que promete emociones y sorpresas para el público salvadoreño.

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Madre de Lamine Yamal genera polémica por evento exclusivo con entradas de 150 a 800 euros

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Sheila Ebana, madre del joven delantero del FC Barcelona y la selección española, Lamine Yamal, anunció un evento en Londres que ha despertado tanto curiosidad como críticas. La velada se llevará a cabo el 7 de noviembre en el Nobu Hotel London Portman Square, y las entradas tienen un costo que oscila entre 150 y 800 euros, dependiendo del paquete elegido.

Organizado por la empresa JEN C Events, el encuentro se promociona con el lema: “No pierdas la oportunidad de conocer a la madre del mejor futbolista del mundo”. Cabe destacar que Lamine Yamal no asistirá, debido a que al día siguiente su equipo se enfrenta al Celta de Vigo.

El evento ofrece distintas modalidades: la entrada más económica incluye un menú de tres platos y una copa de champán; la Silver Ticket añade una botella de vino en la mesa; mientras que el paquete VIP de 800 euros garantiza mesa preferente, barra libre, champán de bienvenida y fotografía junto a Ebana. La agenda contempla cóctel, cena, música en vivo y DJ hasta las 23:00 horas, con un aforo limitado a 400 personas mayores de 18 años.

La iniciativa ha generado polémica en medios y redes sociales, cuestionando el alto costo de los boletos y la motivación detrás del evento. Mientras algunos defienden que se trata de una madre buscando aprovechar la fama de su hijo de manera legítima, otros critican que sea un ejemplo de cómo el entorno de ciertos jugadores monetiza su notoriedad.

A sus 18 años, Lamine Yamal se ha consolidado como una de las mayores promesas del fútbol europeo, con su carrera en el Barcelona y la selección española acaparando la atención mediática. La controversia alrededor de su familia no es nueva; recientemente, su padre, Mounir Nasraoui, expresó públicamente su frustración tras la ceremonia del Balón de Oro, señalando que consideraba que el premio debería haber sido para su hijo, calificando el resultado como un “daño moral”.

Este evento pone de relieve cómo la fama de jóvenes talentos deportivos puede generar iniciativas comerciales polémicas, así como debates sobre la ética de aprovechar la notoriedad familiar en el ámbito público.

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Bad Bunny interpreta a Kiko en homenaje a El Chavo del 8 y causa sensación

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El cantante y compositor puertorriqueño Benito Antonio Martínez Ocasio, conocido como Bad Bunny, sorprendió a sus seguidores este sábado con una aparición en el programa estadounidense Saturday Night Live (SNL), donde interpretó a Kiko, uno de los icónicos personajes de la serie El Chavo del 8, creada por Roberto Gómez Bolaños.

El artista boricua compartió escenario con otros actores, recreando varios personajes de la famosa comedia mexicana, en un segmento que causó revuelo entre los televidentes.

SNL es un programa de comedia estadounidense conocido por sus sketches variados y por contar con invitados especiales de renombre internacional.

La participación de Bad Bunny ocurre en medio de críticas de sectores republicanos tras su confirmación para actuar en el Super Bowl 2026, quienes incluso han amenazado con medidas contra migrantes en respuesta a su presentación.

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