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El sentido de la navidad: nacimiento y renovación
Por: Lisandro Prieto Femenía
“El nacimiento es la única ocasión de la que tenemos una garantía absoluta de que, por un instante, el ser humano ha sido un verdadero milagro”
Simone Weil, “La gravedad y la gracia”, 1947.
La presente es la primera entrega de la saga “El sentido de la navidad”, en la cual reflexionaremos sobre el simbolismo del nacimiento y la renovación, más allá de su dimensión festiva o religiosa, puesto que se trata de una celebración que invita a la reflexión de la existencia humana en general. En el corazón de la natividad, se encuentra un símbolo poderosísimo: el poder del nacimiento. Se trata de un sentido profundo, ya que la Navidad no solo conmemora un parto que da inicio a una figura histórica, sino que nos recuerda que, en cada ciclo de la vida, existe la posibilidad de un renacer.
Evidentemente, es un momento que, cargado de simbolismo, nos plantea la pregunta de si, como humanidad, estamos dispuestos a renovarnos, es decir, a reescribir nuestros propios destinos y a redescubrirnos en lo más esencial de nuestro ser. Este tiempo de celebración parece detener el curso incesante de la rutina cotidiana, invitándonos a detenernos, mirar hacia adentro y considerar el significado que le estamos dando a nuestra vida y reevaluar si es o no necesario un nuevo comienzo. Tengamos en cuenta que un bebé recién nacido es, en su fragilidad y potencialidad, un recordatorio de que cada nacimiento no solo trae consigo una nueva vida, sino también la promesa de renovación y cambio.
“El hombre ha nacido para vivir con humildad, como el niño en la cuna, sin dejar de buscar lo que lo eleva hacia el amor divino”, San Agustín “Confesiones”, 397.
La navidad, entonces, se convierte en un momento propicio para pensar sobre el ciclo de la existencia, sobre cómo cada día, cada año, nos brinda la oportunidad de empezar nuevamente, de reconfigurar nuestra existencia y, tal vez, de encontrar un significado más profundo en lo que hacemos y en cómo nos relacionamos con los demás. Es en este contexto que podemos explorar el simbolismo del nacimiento, no como un evento puntual, sino como un principio que atraviesa toda nuestra vida, desafiándonos a mirar más allá de las apariencias y a cuestionar las estructuras que nos condicionan y, en algunos casos, definen. En la fragilidad del nacimiento, la filosofía nos invitará a reconocer que, a pesar de las dificultades y las sombras que a menudo oscurecen nuestro camino, siempre hay espacio para la luz, la esperanza y la transformación.
“El valor de la vida no está en lo que se ha logrado, sino en lo que se es capaz de empezar”, S. Kierkegaard (Diario, 1849)
El nacimiento, en su pureza, nos invita a pensar en este “nuevo comienzo”, que se refiere al inicio de la aventura de vivir y a la posibilidad que se extiende hacia el futuro. En nuestra tradición teológica cristiana, el nacimiento de Jesús simboliza la llegada de la gracia divina, un punto de partida que transforma el curso de la humanidad. Este nacimiento concreto es un acto de redención, un mensaje de esperanza para una humanidad sufriente, sugiriendo que, independientemente de nuestros errores y limitaciones, siempre existe la posibilidad de renacer mediante la reconciliación con lo divino. El niño recién nacido es la encarnación de una promesa: que la renovación es posible, incluso en los momentos más trágicos y barbáricos: desde esta perspectiva teológica, el nacimiento es la manifestación de un “comienzo divino”, una gracia que se ofrece sin condiciones, un perdón que nos permite reconfigurarnos. En este sentido, la navidad no solo conmemora un acontecimiento histórico, sino que se convierte en una ocasión anual para la reflexión sobre la posibilidad de empezar de nuevo, de acercarnos a lo trascendental, de asumir el reto de renovarnos en lo espiritual y en lo moral.
Por otro lado, el nacimiento, como concepto filosófico, adquiere también una dimensión profundamente existencialista, particularmente si lo analizamos desde la obra de Martin Heidegger. Para él, el “ser-ahí” (“Dasein”), es la condición humana básica, una existencia abierta al futuro, un “ser-en-el-mundo” que, en cada momento, se enfrenta a la posibilidad de reinventarse. En su obra emblemática “Ser y Tiempo”, Heidegger nos invita a reconocer que la existencia es fundamentalmente finita y que el futuro es aquello que define nuestro ser, porque no es simplemente una extensión lineal del pasado, sino un campo abierto de posibilidades donde el individuo puede proyectarse y, en cada instante, elegir su camino.
“El ser humano no es, sino que está en el mundo, es decir, proyectado hacia el futuro.” Martin Heidegger- “Ser y tiempo”, 1927.
El nacimiento, visto desde esta óptica, puede interpretarse como la apertura al futuro incierto, cargado de posibilidades que, lejos de ser predecibles, nos desafían a crear, a decidir, a tomar parte activa en la configuración de nuestro ser. El “ser-ahí” heideggeriano no es un ser estático ni determinado por lo que ya ha ocurrido, sino un ser que siempre está en el proceso de hacerse, de proyectarse hacia lo que aún no ha sucedido. Así, cada “nacimiento” puede verse como una nueva apertura al futuro, una nueva oportunidad para redirigir a nuestra existencia hacia un horizonte inexplorado. En este sentido, la navidad se presenta como un recordatorio de la existencia: en cada ciclo de la vida, cada año, cada día, hay un potencial renovador, porque nada está dicho de ahora y para siempre. Si bien el nacimiento de un niño es un recordatorio evidente de la fragilidad y la maravilla de la vida, también es una convocatoria para que cada uno de nosotros reflexionemos sobre cómo podemos “nacer” nuevamente en nuestro propio ser, independientemente de las cargas que llevemos o de los errores que cometamos. Al igual que el bebé que llega al mundo sin pasado, sin definiciones previas, estamos llamados a una continua apertura hacia lo que podemos ser, a tomar riendas de nuestra propia existencia y a proyectarnos hacia un futuro lleno de posibilidades.
Procedamos ahora a interpretar un aspecto que es fundamental en el simbolismo que venimos analizando: la fragilidad y la humildad del comienzo, mirando el nacimiento de Jesús en un pesebre como una metáfora majestuosa del poder transformador. Es que el nacimiento, en su expresión más pura, nos confronta con una realidad fundamental: la fragilidad. Un recién nacido, sin fuerzas, sin historia y sin poder, depende completamente de su madre para sobrevivir. Esta vulnerabilidad intrínseca no es solo un recordatorio de lo efímera que es nuestra existencia, sino una invitación a reflexionar sobre el valor de lo pequeño y lo aparentemente insignificante en un mundo que exalta exactamente todo lo contrario: lo grandioso, lo imponente, lo exitoso.
“El que tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo.”– F. Nietzsche, “El crepúsculo de los ídolos”, 1888.
El nacimiento de Jesús en un establo es, en este sentido, una de las imágenes más poderosas de nuestra tradición cristiana: en lugar de llegar al mundo en el esplendor de un palacio real, Jesús nace en la humildad del pesebre, rodeado de animales y con pocos testigos. Esta imagen de un niño recién nacido, acompañado de lo simple y lo marginal, se convierte justamente en un acto subversivo. La llegada de Dios a la humanidad no se da en la grandeza de un imperio exuberante, sino en lo humilde, en lo vulnerable y pequeño. Ese resguardo en el campo, se convierte en el lugar donde lo divino se manifiesta de la manera más inesperada, desafiando la idea de que lo grande y lo poderoso son los únicos lugares donde puede encontrarse un sentido verdaderamente profundo. Esta lección sobre humildad del nacimiento resuena también en la filosofía de Hannah Arendt, quien introduce el concepto de “natalidad” en su obra titulada “La condición humana”.
Para Arendt, la natalidad no sólo se refiere al acto físico de nacer, sino a la capacidad que tenemos los seres humanos de comenzar algo nuevo. El nacimiento, en este sentido, es un principio de la acción, un comienzo radical que está marcado por la capacidad de transformar el mundo. Tengamos en cuenta que para nuestra filósofa, el nacimiento está ligado a la libertad humana, a la capacidad de inaugurar lo impredecible, lo inesperado. El ser humano, al nacer, se encuentra ante un futuro totalmente abierto, libre para actuar y modificar su entorno, pero siempre desde una posición de vulnerabilidad: es el acto de nacer lo que posibilita la apertura al mundo y a nuevas formas de acción, un constante empezar de nuevo.
“La natalidad es el poder de comenzar algo nuevo, el poder de introducir lo inesperado, de transformar la condición humana.” H. Arendt, “La condición humana”, 1958.
Lo que Hannah Arendt nos está enseñando en este sentido, es que cada nacimiento no solo es el comienzo de una vida puntual, sino el comienzo de una historia, de una intervención en el mundo. La fragilidad de ese inicio es, paradójicamente, su mayor fuerza porque en un contexto donde predominan los valores de poder, éxito y conquista, la natalidad humana- es decir, la capacidad de comenzar una y otra vez- es una fuente de transformación constante. Éste es el poder que se oculta en lo pequeño y humilde, en la precariedad de un niño en un pesebre, que tiene el potencial de cambiar la historia y modificar las estructuras de todas las dinámicas del mundo hasta ese entonces conocido.
En un mundo banal que celebra siempre lo grandilocuente y lo evidente, donde lo excepcional se convierte en la medida del éxito, la navidad nos recuerda que lo más importante a menudo se encuentra en lo más pequeño, en lo más sencillo, en aquello que pasa desapercibido. Así, como el nacimiento de Jesús en su pesebre no requiere de grandes demostraciones de poder, cada acto de “natalidad”- cada nuevo comienzo- está cargado de un potencial transformador, por más humilde que sea su origen. En este contexto puntual, la fragilidad del nacimiento es, en última instancia, lo que le confiere justamente su poder: la capacidad de reinventar, de dar paso a lo nuevo, de ofrecer un horizonte infinito de posibilidades. La navidad, por lo tanto, no sólo celebra el nacimiento de un niño, sino también el renacer de la humanidad en cada uno de nosotros, invitándonos a reconocer que en los momentos más sencillos y vulnerables de la vida se encuentra la semilla fundamental de la transformación.
Por último, nos queda pensar en el aspecto puntual de la “renovación”, conectada fuertemente con el simbolismo del nacimiento como punto de partida para un proceso de cambio interior. Bien sabemos que la navidad, más allá de ser una celebración colectiva, se ofrece como un espacio para la renovación personal mediante una invitación a la introspección espiritual. Si entendemos el nacimiento como un símbolo de nuevas posibilidades, cada navidad nos invita a volver a nacer, a empezar de nuevo, a encontrar en nosotros mismos la capacidad de transformar nuestra vida. El acto de celebrar el nacimiento de Jesús no sólo es un recordatorio de un evento histórico, sino una ocasión para revisar nuestra propia existencia y preguntarnos qué aspectos de nuestra vida necesitan ser renovados, qué creencias o actitudes pueden ser transformadas.
En una sociedad que parece cada vez más enfocada en el progreso material y en una falsa idea banal del éxito, la navidad nos ofrece la oportunidad de desconectarnos de las presiones del mundo y regresar a lo esencial. La fragilidad y humildad del nacimiento, como hemos visto, nos muestran que lo más importante en la vida no reside en las grandes conquistas, sino en los pequeños actos de amor, compasión y dedicación hacia los demás y hacia nosotros mismos. Este tipo de renovación es el que podemos buscar cada año: no sólo un cambio superficial de imagen o de camisa floreada para la cena de nochebuena, sino una transformación interna, una nueva configuración de nuestros valores y nuestras prioridades.
“No hay que hacer grandes cosas para amar a Dios; basta con ser pequeños y humildes, como un niño”– Teresa de Lisieux
Este proceso de renovación puede entenderse, con los lentes de la filosofía, como un acto existencial, al estilo de lo que propone el filósofo Jean-Paul Sartre en su concepción de la libertad. En esta perspectiva, somos responsables de nuestra propia existencia y, por ende, de nuestra capacidad de cambiar: cada navidad nos recuerda que, al igual que el nacimiento, siempre hay una oportunidad para empezar de nuevo, para reescribir nuestra historia, para vivir más auténticamente. No importa, realmente, cuántos fracasos o limitaciones nos acompañen: la navidad nos invita a liberarnos de los lastres del pasado y a proyectarnos hacia un futuro con la misma esperanza y apertura con la que un niño llega al mundo.
Al igual que Heidegger, Sartre remarca que el “ser-ahí” está siempre abierto a la posibilidad del futuro, coincidente con nuestra visión de una natividad que nos enseña que, aunque el pasado nos haya marcado, siempre podemos optar por una nueva forma de ser, sin dejar de ser nosotros mismos. Y si el nacimiento de Jesús simboliza la gracia y el perdón divinos, también nos muestra que la verdadera renovación es un acto de compasión, tanto hacia con los demás como hacia uno mismo, porque renovarse no significa rechazar el pasado, sino reinterpretarlo, darle nuevo significado y, a partir de ahí, dar paso a un futuro distinto, lleno de nuevas posibilidades.
En definitiva, queridos lectores, el nacimiento, con su promesa eterna de lo nuevo, nos desafía a no quedarnos atrapados en las estructuras pasadas, sino a abrazar la posibilidad de un futuro lleno de potencial, al mismo tiempo que nos invita a mirar dentro de nosotros mismos y a reconocer que, al igual que el niño en el pesebre, siempre estamos en capacidad de redimirnos, levantarnos, sacudirnos el polvo, y comenzar otra vez. En vista de lo analizado previamente, podemos concluir que la verdadera transformación no viene de los logros externos o de la apariencia virtual que queremos mostrar a los demás, sino de la capacidad de reconocer lo que es esencial en lo cotidiano, de renovar nuestros valores y nuestra forma de relacionarnos con el mundo que nos cobijó y al que eventualmente dejaremos a los niños que acaban de nacer. En esta instancia de reflexión, podemos preguntarnos: ¿qué necesitamos dejar atrás para poder avanzar? ¿Cómo podemos renacer en nuestra forma de ser y vivir? Pues bien, cada navidad es una excusa perfecta para abrazar nuestra fragilidad y recordar que, en cualquier momento, nuestro futuro está repleto de nuevas posibilidades y esperanzas: no es casual ni accidental que sigamos diciendo “dar a luz”.
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El desafío ontológico de la Natividad a la razón posmoderna- Lisandro Prieto Femenía
“El Hijo de Dios se hizo hombre para poner a los hombres en condiciones de llegar a ser hijos de Dios”
Lewis, C. S. (2005). Mero cristianismo 2005, p. 192.
El advenimiento de la navidad es, ante todo, un acontecimiento cristológico, la consumación del misterio de Dios hecho Hombre. Este acto, la Encarnación hipostática, no es una simple concesión simbólica, sino la manifestación de la “Kénosis”- entendida aquí como el vaciamiento total de la gloria y el poder divino para asumir la fragilidad humana- que opera como el contrapunto ontológico más radical frente al espíritu decadente de nuestra posmodernidad. Mientras que la sensibilidad contemporánea exalta la autoafirmación y el poder subjetivo, la divinidad se revela en la forma más vulnerable: la infancia y la precariedad material. Por esta razón, la figura de Cristo en el pesebre demanda una hermenéutica que desborde el sentimentalismo y se adentre en la metafísica de su Persona.
El núcleo de esta fiesta reside en el “logocentrismo de Belén”, donde en Cristo confluyen lo eterno y lo temporal, lo infinito y lo finito. El Logos (la Razón ordenadora de Dios), al hacerse carne, no sólo se sujetó a la fragilidad, sino que se opone directamente a la condición posmoderna, la cual, tras la demolición de los “metarrelatos” (las grandes narrativas que dan sentido a la historia), ha decretado la disolución de toda verdad trascendente y objetiva. Consecuentemente, la navidad presenta la verdad no como una abstracción inalcanzable, sino como una Persona histórica, una realidad firme que resiste a la licuefacción social. Al respecto, San Juan Pablo II, en su crítica a la separación entre fe y razón, enfatizó que la revelación en Cristo es la fuente de la verdad inmutable que el hombre necesita, puesto que “el hombre puede llegar a poseer una verdad clara y cierta… que lo libera de la cerrazón del individualismo y de los límites del subjetivismo” (Juan Pablo II, 1998, p. 12).
Así pues, la elección del pesebre (praesepe), el receptáculo para el alimento animal, es el signo más chocante y antirretórico: no es un mero indicio de pobreza material, sino la manifestación palpable de que Dios elige el lugar más humilde para revelar su máxima dignidad. De hecho, esta humildad es la forma activa de la redención, confrontando la obsesión de la cultura actual por el status y el artificio. El pesebre es el anti-trono por excelencia, en tanto que la “Kénosis” mesiánica, inaugurada en Belén, subvirtió frontalmente la expectativa de un Mesías lleno de lujos y ejércitos, manifestando el señorío universal en la sencillez de éste recién nacido.
Un elemento crucial que profundiza esta precariedad es la condición de exilio que rodea el nacimiento. La Sagrada Familia no sólo nace en la pobreza, sino en el desarraigo, forzada primero al viaje a Belén por el censo imperial y, poco después, a la huida a Egipto para escapar de la persecución de Herodes. Este exilio es un rasgo teológico esencial, en tanto que muestra que el redentor no posee ningún lugar seguro en la Tierra que no sea el hogar de los marginales. La vida del Hijo de Dios inicia, pues, en la condición de refugiado, una realidad que confronta directamente la búsqueda de seguridad absoluta y el rechazo al “otro” que prevalece en la esfera posmoderna.
En este escenario de absoluta humildad, la presencia de San José y María son fundamentales para concebir el misterio y la festividad. José, el “vir justus” (varón justo), encarna la dignidad del trabajo silencioso y la obediencia del custodio, virtudes diametralmente opuestas a la cultura del espectáculo actual. Sobre éste aspecto en particular, Josemaría Escrivá de Balaguer destacó una verdad esencial al indicar que “San José es maestro de la vida interior. Nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con Él, a sabernos parte de la familia de Dios” (Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 2005, p. 55).
Aún más profundamente, la figura de María, la “Theotokos” (Madre de Dios), consagra la santidad del ser humano desde su origen. Su Inmaculada Concepción (la ausencia de pecado original desde el primer instante de su ser) no es una excepción a la redención, sino su aplicación más perfecta. La enseñanza de la Inmaculada Concepción, defendida por el beato Juan Duns Scoto (Doctor Sutilis), en el siglo XIV, resolvió el debate teológico sobre este dogma mediante un argumento que exaltaba el poder redentor de Cristo. Scoto defendió la posibilidad de la Inmaculada Concepción no por necesidad, sino por la capacidad de Dios de conceder una gracia superior. El punto central es que Cristo es un mediador más perfecto si preserva a su Madre del pecado original que si permitiera que cayera y luego la levantara.
El argumento clave de Scoto, conocido como el potuit, decuit, ergo fecit (pudo, convino, luego lo hizo), se resume en la preeminencia de la gracia: “Podía Dios conferir este grado de gracia, y convenía que lo confiriese a aquella que estaba destinada a ser la Madre del Verbo encarnado. Por lo tanto, ha de sostenerse que lo hizo. Cristo fue Mediador más perfecto en María, porque la mereció para ser inmune de toda culpa en el instante de la concepción, lo que era un mayor beneficio” (Duns Scoto, Ordinatio, III, d. 3, q. 1, 1966, p. 286). Esta verdad teológica refuta la visión posmoderna del hombre como un ser puramente defectible y provisional, reafirmando que, por los méritos futuros de Cristo, la posibilidad de la perfección humana integral en la gracia es real.
Un signo más sorprendente aún es la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre el parto sin dolor (partus sine dolore) de María. Este privilegio mariano se interpreta como un signo de la reversión de la maldición de Eva (Génesis 3:16) por la Nueva Eva. La Natividad, por lo tanto, no sólo inaugura la redención, sino que restituye la armonía original entre la naturaleza y la gracia. La ausencia de dolor en el parto virginal es la prueba de que el pecado y la muerte no tienen dominio sobre la Madre de Dios. Este hecho se opone radicalmente al materialismo existencialista que reduce la vida a una cadena ineludible de sufrimiento y absurdo.
En esta misma línea argumental, la Encarnación constituye la respuesta definitiva a la pregunta por el ser humano. El gran teólogo Karl Rahner abordó la encarnación como la realización suprema de la vocación humana. Para él, la humanidad de Cristo es la prueba de que la finitud no es una prisión, sino la posibilidad de la divinidad, una tesis que permite comprender al hombre a la luz de la “Imago Dei” (la imagen de Dios, el núcleo inmutable de la persona humana). Aquí, el hombre es constitutivamente un “oyente de la Palabra”, un ser trascendentalmente abierto a la gracia y a la revelación de Dios. La Encarnación (la Navidad) no es, pues, una intrusión ajena a la naturaleza, sino el punto omega donde la finitud humana se revela como capaz de acoger a la finitud.
La antropología de Rahner choca de frente con el subjetivismo posmoderno. Si el ser humano es una “posibilidad” abierta a la autocomunicación de Dios, entonces la identidad no es plástica ni inventada, sino que se encuentra en la asunción de esta trascendentalidad puesto que “El hombre es la posibilidad de la Encarnación de Dios, y la Encarnación de Dios es el cumplimiento de la esencia humana, el punto de intersección más alto de la trayectoria de la autorrealización humana” (Rahner, Curso fundamental de la fe, 2002, p. 28).
Desde esta óptica, la personalidad plástica y fluida de la posmodernidad, descrita por Marina: “Una personalidad plástica se podrá acomodar mejor a un mundo cambiante… Tendrá siete vidas como los gatos, pero posiblemente vida de gato” (Marina, 2000, p. 47), queda desenmascarada como la negación de la vocación ontológica inherente a la Imago Dei (la imagen de Dios) que la Natividad viene a restaurar. La humanidad de Cristo es la prueba de que la finitud no es una prisión, sino la posibilidad de la Divinidad.
En consecuencia, el escenario de la Natividad, la cueva, el establo o la gruta, simboliza el espacio de la penumbra y la marginalidad. La Luz del Mundo irrumpe desde esta oscuridad, y la salvación se encuentra en la periferia existencial. San Gregorio Nacianceno, el Doctor de la Iglesia, capturó la maravilla de esta antítesis al meditar sobre el nacimiento de Cristo: “La Palabra se hizo carne para que la carne se hiciera Palabra” (Oración, 38, 13, 1996, p. 321). La elección de los pastores como primeros testigos refuerza este principio de autoridad inversa. También, el Papa Francisco ha profundizado en esta clave de lectura social y teológica del pesebre, elevando la marginalidad a categoría redentora, especialmente visible en la necesidad de los migrantes: “El pesebre nos ayuda a ver y tocar la pobreza de Dios, que nos recuerda que no debemos buscar la felicidad y la prosperidad en la ambición y en la avidez, sino en el reconocimiento de Dios y en el servicio a los demás (Admirabile signum, 2019, p. 5).
Así pues, la festividad ha sido subsumida por el hedonismo secularizado, despojándola de su significado trascendente. El peligro se manifiesta en el hecho de que la propia fe se adapte a esta lógica de mercado. Al respecto, el Papa Benedicto XVI señaló con perspicacia la banalización de lo sagrado en nuestra era posmoderna: “La religión se convierte casi en un producto de consumo… pero la religión buscada ‘a la medida de cada uno’ a la postre no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra suerte” (Benedicto XVI, 2006, p. 81). La humildad del pesebre, marcada por el exilio, es el juicio más severo sobre la soberbia y el narcisismo de una época que solo se adora a sí misma.
La profundidad de algunos de los símbolos navideños que hemos analizado revela un sistema de pensamiento completo que se niega a ser domesticado por el espíritu consumista de la época. Hemos transitado por la paradoja de la “Kénosis y la refutación del individualismo posmoderno. No obstante, este abismo entre la sublimidad teológica y la vulgarización cultural no debe llevarnos a la trampa de la nostalgia, sino a la interpelación radical. Si el Verbo se ha hecho carne en la precariedad absoluta y en el exilio para desmantelar la fascinación por el poder y el falso arraigo, ¿estamos dispuestos a vaciarnos de nuestro propio yo posmoderno-de su soberbia y su hedonismo-para acoger esta dignidad inaudita? ¿Aceptamos la condición de extranjeros y peregrinos que implica seguir al Mesías exiliado, o persistimos en la quimera de la omnipotencia tecnológica y la búsqueda de un Mesías de lujo? La figura de Dios hecho Hombre nos pregunta, en última instancia, si la historia de nuestra propia vida está fundada sobre la verdad de la Encarnación o sobre el artificio de nuestra propia invención. Que el silencio de aquella noche nos inquiete hasta la médula, forzándonos a elegir entre la luz de una estrella o el parpadeo intrascendente de la pantalla.
Referencias Bibliográficas
Agustín de Hipona. (1969). Sermones. (Vol. 184). Biblioteca de Autores Cristianos (BAC).
Benedicto XVI. (2006). Luz del mundo: El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos (Conversación con Peter Seewald). Editorial Herder.
Duns Scoto, J. (1966). Ordinatio. (Vol. III, d. 3, q. 1). (Edición crítica, V. Smet et al.). Vaticana.
Escrivá de Balaguer, J. (2005). Es Cristo que pasa. Ediciones Rialp.
Francisco. (2019). Carta Apostólica Admirabile signum. Librería Editora Vaticana.
Gregorio Nacianceno. (1996). Oración. (Vol. 38). (J. L. Bastero, Trad.). Ciudad Nueva.
Juan Pablo II. (1998). Carta Encíclica Fides et ratio. Librería Editora Vaticana.
Lewis, C. S. (2005). Mero cristianismo. (Versión en español de 2005 de la edición original de 1952). Editorial Rialp.
Marina, J. A. (2000). El laberinto sentimental. Editorial Anagrama.
Rahner, K. (2002). Curso fundamental de la fe: Introducción al concepto de cristianismo. Editorial Herder.
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Navidad, tiempo y carne: una reflexión filosófica sobre interrupción, encarnación y cuidado
Por: Lisandro Prieto Femenía
“El tiempo no es una serie de instantes; es la unidad en la que se despliega la memoria, la presencia y la esperanza”: Paul Ricoeur, Tiempo y relato, 1984, p. 23
La navidad, en la plenitud de su misterio litúrgico y trascendiendo la superficialidad de sus ritmos comerciales, exige ser reconocida como un acontecimiento central en la filosofía del tiempo. Nuestra reflexión no parte de una neutralidad secular, sino que se enraíza en la tradición cristiana, la cual sostiene que lo sacro no puede ser despojado, sino que el fundamento ineludible de toda verdad. Partiendo de esta base, y al trazar las convergencias entre las meditaciones de San Agustín, Martin Heidegger y Paul Ricoeur, se propone que la navidad constituye una experiencia temporal que interrumpe la linealidad cronológica (“chronos”) y, en su lugar, despliega un tiempo cualitativo, “kairológico”, capaz de reconfigurar la memoria, el presente y la esperanza.
En este sentido, la aproximación de San Agustín es fundacional. El obispo de Hipona observa en sus “Confesiones” que la experiencia del tiempo es una dificultad inherente al alma que recuerda, espera y atiende, al punto de formular su célebre aporía: “si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pregunta, ya no lo sé” (Agustín de Hipona, Confesiones, Libro XI, 1999, p. 267). Esta dificultad no sólo diagnostica la complejidad antropológica de nuestra relación con el tiempo, sino que simultáneamente abre la puerta a la posibilidad de que ciertos acontecimientos- como el nacimiento- instauren una vivencia temporal radicalmente distinta. En ella, la presencia adquiere su espesor particular, y la memoria del pasado, junto con la esperanza del futuro, se entretejen en una unidad vivificante.
Para comprender la naturaleza de esta interrupción, es indispensable acudir a la analítica existencial. Martin Heidegger, en su estudio sobre el “Dasein” (el Ser-ahí), nos recuerda que la temporalidad no es la sucesión externa del “ahora”, sino la estructura interna que constituye a ese ser que, irremediablemente, existe proyectándose hacia la muerte. La navidad, al introducir el acontecimiento del “nacimiento” como quiebre absoluto, actúa como una fisura en esa temporalidad proyectiva.
De este modo, se revela la historicidad profunda del presente y se muestra la posibilidad de un tiempo que no se agota en la productividad ni en la simple sucesión de tareas. Esta experiencia permite reconocer el “kairos”: un “momento oportuno” cuyo valor no reside en la duración (chronos), sino en la intensidad de su significado y su capacidad para transformar la existencia. Este diagnóstico es completado por Paul Ricoeur, quien propone la narratividad como el horizonte en el que la memoria y el futuro logran articularse en una trama coherente de sentido, por lo que la navidad funciona como un hito narrativo fundamental que reinscribe la biografía individual y colectiva en clave de esperanza (Ricoeur, Tiempo y relato, 1984, p. 45).
La precitada urdimbre filosófica y temporal nos conduce directamente al problema de la encarnación. Si, como sostiene la inmutable tradición filosófica y teológica, lo divino asume la fragilidad humana, la vertiente ética de la navidad adquiere una relevancia ineludible. Al respecto, Santo Tomás de Aquino, al reflexionar sobre la unión hipostática, subraya que el Verbo no anula la condición humana, sino que la dignifica mediante su unión con lo divino (Suma Teológica, I, q. 8–14, ed. 2003, p. 112). Esta dignificación se produce a través de la humildad, un misterio que Hans Urs von Balthasar designa como la “kenosis”, el vaciamiento o despojamiento en el que la gloria se manifiesta paradójicamente en la bajeza y la vulnerabilidad.
Desde una perspectiva filosófica-práctica, Emmanuel Lévinas aporta una dimensión ética que es crucial: el rostro del “Otro” que se presenta en su fragilidad, reclamando una responsabilidad incondicional. Si, como se postula desde la fe, lo sagrado se manifiesta precisamente en esa fragilidad, la respuesta ética se convierte en el imperativo primordial. Lévinas llegó a afirmar que “la ética es la primera filosofía” (Totalidad e Infinito, 1961, p. 48), y desde esta radical prioridad, el misterio de la Encarnación puede leerse como un llamado a reconocer el valor intrínseco e irreductible de cada vida. Por lo tanto, la conclusión práctica de esta perspectiva es categórica: la vulnerabilidad que la figura del “Niño” revela no admite mitigaciones retóricas, sino que exige prácticas concretas de protección, acompañamiento y reconocimiento.
Precisamente, esta reivindicación de la dignidad del ser frágil entronca directamente con cierta filosofía de la esperanza. Sobre este particular, Ernst Bloch, por ejemplo, propone una ontología de la esperanza que concibe el futuro no como algo meramente pasivo, sino como un factor efectivo en el presente: la esperanza es, en esencia, motor histórico y principio de utopía (Bloch, El principio esperanza, 1959, t. I, p. 12).
De esta forma, si la navidad instituyera un horizonte esperanzador, no se trataría de un consuelo inerte, sino de una activación práctica de la posibilidad. La promesa divina se convierte así en una obligación humana de trabajar activamente por su realización. En esta línea, pensadores como Gabriel Marcel, con su énfasis en la fidelidad y la presencia, y Søren Kierkegaard, al reflexionar sobre la paradoja de la fe, recuerdan que la esperanza cristiana no se alcanza disolviendo la duda, sino habitándola, convirtiéndola en una espera activa. En un mundo que percibimos totalmente desencantado, esperar significa sostener la tensión entre ausencia y promesa, abrazando la incertidumbre sin renunciar jamás a la exigencia transformadora que toda esperanza auténtica implica para el sujeto.
No obstante frente a estas dimensiones filosóficas, existenciales y éticas, se alza nuestra crítica a la mercantilización de lo sagrado. Sobre este aspecto, Max Horkheimer y Theodor Adorno denunciaron cómo la industria cultural invade la experiencia simbólica, transformando el ritual en mera mercancía (Dialéctica de la Ilustración, 1947, p. 99).
Esta crítica ha sido ampliada en el contexto contemporáneo por Zygmunt Bauman y Byung-Chul Han, quienes señalan respectivamente cómo la sociedad líquida y la cultura del rendimiento convierten las prácticas festivas en espectáculo y consumo vacío, pervirtiendo la hospitalidad y vaciando el sentido profundo del don. Si la navidad se reduce a varias transacciones de compraventa, el don pierde su gratuidad y la hospitalidad su imprevisibilidad.
Ante esto, surge entonces la pregunta fundamental: ¿Qué queda del “dar sin retorno” cuando el sistema social funciona exclusivamente por el intercambio y la visibilidad? La respuesta a este dilema implica la recuperación urgente de “don” (gift) como un modo relacional que resiste frontalmente a la lógica mercantil.
Consecuentemente, el nacimiento, entendido como un llamado existencial al “cuidado”, despliega una ética del acompañamiento. Esta visión encuentra eco en las reflexiones de Carol Gilligan sobre la voz de la responsabilidad interdependiente y en Martha Nussbaum, quien reclama la centralidad de las capacidades humanas como fundamento de cualquier orden ético. Por ello, Lévinas, al centrar la obligación moral en la respuesta al rostro que demanda, ofrece las herramientas para una pedagogía de la vulnerabilidad inherente a la “Natividad”. Esta pedagogía implica una formación de la sensibilidad moral, un aprendizaje para atender, para permanecer y para custodiar al otro en su fragilidad. Esto, a su vez, exige la articulación de instituciones, prácticas y una cultura que priorice, de manera efectiva, el cuidado por sobre la competitividad, el consumo y la eficacia.
Paralelamente a la dimensión ética, la navidad contiene una profunda dimensión contemplativa que nos remite al silencio y a la noche como espacios idóneos para la interioridad. Heidegger, nuevamente, nos habla de la llamada a la consciencia del ser; María Zambrano postula la razón poética como una forma de pensamiento que recupera la profundidad y Simone Weil reivindica la atención como la forma suprema de la caridad contemplativa. En una sociedad saturada de estímulos y de ruido constante, la navidad se presenta como una posibilidad de retorno a la escucha, una oportunidad para cultivar ese recogimiento y esa atención que hacen posible la experiencia transformadora. El silencio, en esta lectura, no es un mero retiro, sino una condición epistemológica y moral que permite percibir aquello que la prisa y el “chronos” ocultan.
Un último factor que nos queda por analizar es la persistencia del mito del nacimiento divino en diversas culturas, lo cual nos invita a considerar su valor simbólico y arquetípico. Mircea Eliade mostró cómo los mitos reestructuran el tiempo en ciclos de nacimiento y renovación (Eliade, Mito y realidad, 1963, p. 78). En una línea similar, Carl Gustav Jung, en su lectura de los arquetipos, situó al niño como símbolo de lo emergente, de la posibilidad de la novedad radical en la psique colectiva. Ricoeur, una vez más, nos ofrece la mediación narrativa que permite traducir el mito en una identidad compartida por una comunidad. Así, el reintegro periódico de la figura del niño señala una necesidad humana inmutable de reabrir horizontes de sentido frente a la fatiga histórica.
Este simbolismo se hace carne en la iconografía misma del pesebre- Dios hecho Hombre, naciendo en un establo-, que plantea interrogantes esenciales sobre la hospitalidad y la extranjería que resuenan profundamente en la ética de Lévinas. Al nacer lo sagrado fuera del centro de la civilización, en un espacio de indignidad y marginalidad, la tradición nos confronta con la pregunta sobre cómo tratamos al extranjero, al pobre y al marginado. La escena evoca una ética de la acogida que interpela a las sociedades contemporáneas y obliga a preguntar: ¿por qué siguen siendo los espacios de indignidad los lugares del verdadero acontecimiento de la humanidad?
La alegría que inaugura la navidad, por último debe ser rigurosamente distinguida de la mera diversión. Baruch Spinoza entendía la alegría como el aumento de la potencia de actuar; Friedrich Nietzsche, por su parte, valoraba la afirmación de la vida en su coraje creativo y C.S. Lewis nos habló de una “sorpresa gozosa” que trasciende la premura del entretenimiento. La alegría profunda que podría albergar la navidad es, en este sentido, una virtud que transforma la existencia y que reconcilia la dicha con la responsabilidad ética.
Como siempre, queridos lectores, concluimos esta humilde reflexión con un apartado crítico y reflexivo. Si la navidad, en su esencia filosófica y teológica, ofrece una interrupción kairológica, una encarnación que dignifica la fragilidad y una pedagogía de la esperanza y del cuidado, su traducción efectiva a la vida social y existencial no está de ninguna manera garantizada. La provocación final que emana de este análisis es inherentemente ética y existencial, puesto que, si la navidad es el lugar donde lo divino y lo humano se encuentran en la máxima fragilidad, entonces cada encuentro con el excluido, con el niño, con el forastero se convierte en una posible epifanía que exige una respuesta inmediata.
Por consiguiente, es preciso indagar si la sociedad posmoderna, obsesionada con la eficacia, el consumo y la producción incesante, posee la entereza necesaria para mantener esa capacidad de asombro que rompe la inercia de la rutina y demanda una acción concreta en favor de los vulnerables. En la misma línea crítica, es necesario plantear la cuestión de si la experiencia radical del nacimiento, ese kairos de intensidad significante, logrará resistir a la lógica mercantil que no cesa de vaciar su contenido simbólico, trivializándolo en un simple producto de consumo. Esta encrucijada nos obliga a enfrentarnos al rostro del “Otro”: ¿responderemos a esta demanda con una auténtica hospitalidad, que implica la acogida radical del forastero, o nos replegaremos en la mera indiferencia de quien no desea ver interrumpida su propia comodidad?
Finalmente, la interpelación se centra en la trascendencia de la esperanza. Hemos de discernir si convertiremos la promesa de la esperanza en un proyecto común y operativo, movilizando la acción transformadora que le es inherente, o si la relegamos a la pasividad estéril de la mera nostalgia por un tiempo que ya fue. La pregunta queda abiertamente planteada, y es en esa apertura radical donde reside la llamada más exigente de la navidad: la obligación de transformar el tiempo en cuidado, la memoria en compromiso y la promesa en acción.
Referencias Bibliográficas
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- Bloch, E. (1959/1980). El principio esperanza (t. I). Madrid: Aguilar. (p. 12).
- Gilligan, C. (1982/2013). In a Different Voice: Psychological Theory and Women’s Development. Cambridge, MA: Harvard University Press. (Sobre la voz de la responsabilidad).
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- Heidegger, M. (1927/1976). Ser y tiempo. Madrid: Alianza. (Análisis del Dasein y la temporalidad).
- Jung, C. G. (1964). Símbolos de transformación. Madrid: Alianza. (Reflexiones sobre arquetipos y el niño).
- Kierkegaard, S. (1846/2000). Temor y temblor. Madrid: Trotta. (Paradoja de la fe).
- Lewis, C. S. (1952/1996). Sorprendido por la alegría. Barcelona: Ediciones Rialp. (Sobre la experiencia de la alegría).
- Lévinas, E. (1961). Totalidad e Infinito. Madrid: Alianza. (p. 48).
- Marcel, G. (1951). Ser y tener. Madrid: Ediciones Sígueme. (Reflexiones sobre la presencia y la fidelidad).
- Mircea Eliade. (1963). Mito y realidad. Madrid: Guadarrama. (p. 78).
- Nussbaum, M. (2011). Crear capacidades: la reconstrucción del ideal liberal (traducción española). Madrid: Paidós. (Sobre capacidades y dignidad).
- Paul Ricoeur. (1984). Tiempo y relato (t. I). Madrid: Ediciones Cristiandad. (pp. 23, 45).
- San Juan Crisóstomo. (s. IV/V). Homilías (ed. y traducciones modernas en español). Madrid: Biblioteca de Patrística (citada en relación con la metáfora del pesebre).
- Spinoza, B. (1677/2005). Ética. Madrid: Alianza. (Definición de alegría).
- Tomás de Aquino. (ed. 2003). Suma Teológica (I, q. 8–14). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. (p. 112).
- Von Balthasar, H. U. (1961-1969). Gloria: una estética teológica. Madrid: Encuentro. (Concepto de Kenosis).
- Weil, S. (1951). La gravedad y la gracia. Madrid: Trotta. (Concepto de atención/caridad).
- Zambrano, M. (1989). Filosofía y poesía. México: Fondo de Cultura Económica. (Razón poética).
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Opinet
Derechos Humanos en El Salvador 2025 – Siglo XXI
Para comprender la nueva situación de Derechos Humanos en El Salvador, es necesario conocer objetivamente que sucedió en el pasado.
Los Derechos Humanos han sido protegidos por el derecho positivo por la ONU en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en Diciembre de 1948. Y en El Salvador en la Constitución de la República desde 1983.
La vigencia y protección de los derechos humanos, ha sido limitada ya que nunca se ha elaborado una ley de derechos humanos, que proteja y garantice esos derechos. Por tanto, la violación y abuso de los derecho humanos de los salvadoreños nunca han sido garantizados. Han sucedido gobiernos conservadores, liberales, militares, quienes institucionalmente y sistemáticamente han violados esos derechos fundamentales.
Es importante establecer que quien viola los derechos humanos es el Estado, por medio de sus instituciones y funcionarios. Y simultáneamente es el estado mismo quien está obligado a garantizar la vigencia de esos valores.
En el Salvador conservamos un sistema jurídico, que establece la jurisdicción criminal en los Códigos Penal, Procesal Penal y del menor infractor. Pero la jurisdicción en derechos humanos es una categoría especial completamente diferente al derecho criminal, no tenemos legislación, carecemos de una ley, institución que ejecute y jurisdicción competente (tribunales). Las lesiones, homicidios asesinatos, secuestros etc. cometidos por particulares de manera individual o crimen organizado son delitos penales y no violación a derechos humanos, ya que no son políticas de estado.
Los más altos niveles de violación en derechos humanos, especialmente el derecho a la vida y libertades individuales y colectivas sucedieron durante las dictaduras militares desde 1932 hasta 1979 (de Gral. Maximiliano Hernández Martínez a Gral. Carlos Humberto Romero).
La última experiencia vivida fue durante la guerra civil en los años 80, donde el gobierno de General Romero, calificado como dictadura militar, marco asesinatos políticos masivamente, cometiendo entre 50 a 60 asesinatos semanales, con centenares de desapariciones forzadas. Torturas en centros de detenciones de la policía Nacional, Guardia Nacional, Policía de hacienda y centros penitenciarios. Crueles y sanguinarias masacres a nivel nacional calificadas como delitos de lesa humanidad, asesinatos y desapariciones forzosas por escuadrones de la muerte , que eran parte del gobierno, policía y fuerzas armadas.
Desde la Comisión de Derechos Humanos no Gubernamental CDHES y el Comité de Madres de Asesinados, Desaparecidos y Presos Políticos COMADRES, logramos colectar información, clasificarla por sectores como: sindicalistas, estudiantes, profesores, defensores de derechos humanos, iglesias, profesionales, población civil, opositores políticos, periodistas etc. utilizamos mecanismos legales interponiendo Recurso de Habeas Corpus ante la Corte Suprema de Justicia, denuncias en medios de comunicación radial, escrita y televisiva a nivel internacional. Denunciamos en forma presencial ante el Congreso de los Estados Unidos, ante Naciones Unidades en Ginebra y foros de Derechos Humanos a nivel internacional (USA. México, Canadá, Europa).
Los resultados fueron negativos, a nivel interno la CSJ integrada por miembros del partido de gobierno jamás no resolvió un caso y a nivel internacional fue similar. Nuestros esfuerzo convertidos únicamente en denuncias, logramos solidaridad y apoyo financiero de organizaciones internacionales. Nuestro trabajo fue en forma voluntaria, es decir no recibimos un salario, sino únicamente un bono para alimentación, transporte y ropa. Estábamos en plena guerra civil y organizada políticamente junto al pueblo. Varios profesionales y la mayoría estudiantes, algunos con empleo.
FIN DE LA GUERRA CIVIL
Enero de 1992, oficialmente finaliza el conflicto armado y las cúpulas de las fuerzas beligerantes, hacen sus acuerdos inescrupulosos en contra del pueblo golpeado y sufrido, salvadoreños que valientemente dimos nuestro trabajo. Sin embargo los defensores de derechos humanos logramos visualizar, que sucedería después del conflicto armado en el tema de derechos humanos. Estudiamos por seis meses el marco legal, comparativo, doctrina, jurisprudencia de varios países y concluimos que lo más moderno y viable era la creación de una ley de Derechos Humanos y la institución que llevaría a la práctica esa ley denominada Ombudsman o Ombusdperson, que se traduce a Defensor del Pueblo.
Dicho anteproyecto de ley lo donamos a la dirección política del FMLN, para que lo presentara y discutieran con el gobierno salvadoreño de A. Cristiani en San José Costa Rica. Como defensores de derechos humanos de la fuerza política Resistencia Nacional (RN), dimos nuestra contribución para garantizar y defender los derechos humanos de los salvadoreños, después del conflicto armado.
Como todos conocemos, la codicia de poder económico de los políticos de izquierda y derecha, dicho anteproyecto de ley fue presentado y enviado al basurero del olvido y tanto el FMLN como el Gobierno salvadoreño (ARENA), bajo en asesoramiento de la ONU, se ponen de acuerdo para hacer una fotocopia de LA PROCURADURIA DE DERECHOS HUMANOS, que se había impuesto en Guatemala al finalizar el conflicto armado. Creando una institución disfrazada de derechos humanos, pero que en realidad era para no investigar ni llevar a la justicia a los violadores de derechos humanos del gobierno y de los crímenes de guerra cometidos por la Guerrilla del FMLN.
Legisladores ignorantes de la época, desconocen el proceso de formación de una ley. La lógica jurídica nos indica que primero se crea la ley y luego esta crea la institución que ejecutará la misma. La práctica nos ha demostrado lo ineficiente e ineficaz que es la PDH, que sus resoluciones son simples recomendaciones. Sin vinculación en los procesos de violación a derechos humanos que equivocadamente llevan los tribunales penales. Los únicos recurso que existen y garantizan los derechos humanos son los Recursos que se presentan a la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia :Habeas Corpus, Amparo e Inconstitucionalidad.
DERECHOS HUMANOS DESPUÉS DEL CONFLICTO ARMADO
Continuamos sin un marco legal que defienda y garantice los derechos humanos.
En la actualidad se han llevado procesos de derechos humanos en tribunales con jurisdicción Penal y Procesal Penal, ocurridos en el conflicto armado de los 80. Será posible que la Fiscalía General de la República acuse al Estado salvadoreño? Técnicamente no es posible ya que la Fiscalía representa al Estado ante cualquier demanda en su contra. No puede ser juez y parte.
Aunque algunos dirán que la Fiscalía también representa a la sociedad, de igual forma no puede jugar ambos roles. El estado tiene una deuda en este tema, no ha creado legislación para garantizar y defender los derechos humanos.
El periodo de 20 años después de la guerra civil, se activaron las viejas estructuras de derechos humanos, callaron que en El Salvador se continuaba abusando y violentando los derechos humanos por los gobierno de turno, tanto de ARENA como del FMLN. Pero nunca denunciaron ni interna ni internacionalmente, por el contrario encubrieron y se volvieron cómplices por omisión. Nacieron más organizaciones de D.H. no gubernamentales financiadas por los gobiernos de turno y organismos internacionales que coordinaban una agenda globalista, que fomentaba el crimen organizado, el narco tráfico, el neo liberalismo y control geopolítico.
Docenas de ONGs de derechos humanos, medios digitales como el Faro, Focus, Gato encerrado, Canales de TV, universidades como la Centroamericana UCA, la Nacional UES y la Tecnológica. Financiadas por el órgano legislativo, ejecutivo y debajo de la mesa por partidos políticos, empresa privada y agentes extranjeros como AID, Open Society, Amnistía International, Human Rigth Watch, AECID (cooperación española),Fundación Interamericana IAF, Asociación Universitaria Iberoamericana(AUIP), Fundación Carolina, Agencia Mexicana de cooperación internacional para el desarrollo(AMEXID).etc.
DERECHOS HUMANOS DEL GOBIERNO DE NAYIB BUKELE 2019- 2025
En el 2019 inicia un nuevo periodo político, bajo el liderazgo del Presidente Nayib Bukele. Joven político milenial, que rompe por primera vez el bipartidismo en la historia política de El Salvador. Presenta un plan de largo plazo, que prioriza fundamentalmente la seguridad. Porque? porque encuentra un país destruido, donde los derechos humanos del pueblo salvadoreño, no tiene ninguna protección por parte del estado, especialmente del órgano ejecutivo y de las fuerzas armadas. Recibe un país considerado el más inseguro del planeta, estructuras del gobierno totalmente corrompidas por políticos acostumbrados a vivir de las arcas del estado. Una partidocracia profundamente desarrollada en la corrupción y una economía basada en las remesas de los migrantes salvadoreños.
Recibe un país controlado económicamente por la tradicional oligarquía nacional y extranjera, con un grupo de burgueses corruptos y una burocracia estatal totalmente corrupta.’
También enfrenta la manada de ONG’s de derechos humanos del pasado y fuera de la coyuntura política, que proyecta el nuevo gobierno de Bukele. Ya que estos no actúan en defensa de derechos humanos sino que buscan vivir a costa de victimas del crimen organizado o defendiendo activistas políticos corruptos y ejecutando la agenda globalista, disfrazados de defensores de derechos humanos. Ejemplo el IDHUCA, la Iglesia Luterana, Tutela legal del Arzobispado y luego convertida en Tutela legal María Julia Hernández, Cristosal, Asociación Pro-Búsqueda de Niñas y Niños Desaparecidos, CRIPDES, FESPAD, FUSADES, CDHES, FUNDE,etc.
Esta masa de activistas partidarios de izquierda y derecha, en el 2019 se les inicio un proceso de identificación, investigación y auditorias, para comprobar el mal uso de los fondos recibidos del estado y de asistencia internacional. Se integró una comisión Especial en la Asamblea legislativa. La fiscalía y Corte de Cuentas de la República activaron sus mecanismos para comprobar la corrupción de estas organizaciones de fachada.
La mayoría fueron expuestas públicamente y se les abrió procesos judiciales ante la Fiscalía General de la República, sus fundadores y directores en su mayoría huyeron del país, otros están presos y algunos en libertad condicional.
De esta manera se demostró la verdadera naturaleza de estas organizaciones de fachada. Se han creado candados legales para evitar, que este tipo de asociaciones fraudulentas continúen malversando fondos, que busquen un oficio o trabajo digno y dejen de vivir como parásitos. Hoy se auto exilian y se auto denominan perseguidos políticos, cuando la realidad es que son activistas políticos delincuentes, que deben pagar por sus actos delictivos.
Nosotros del Defensores de Derechos Humanos durante el conflicto armado, dimos una verdadera lucha en la defensa de los DH de los salvadoreños, es cuando se da la vida, no cuando se vive de ellos, con elegantes oficinas y buenos salarios. Nosotros arriesgamos la vida sin esperar nada a cambio, los de ahora en el siglo XXl, únicamente se dedican a desarrollar una agenda de sus patrocinadores globalistas, que exclusivamente están criticando un proyecto que esta garantizando y defendiendo los derechos humanos.
CONCLUSIONES:
- El Gobierno de El Salvador desde el 2019 al 2025, ha creado un estado de derecho moderno, que garantiza el derecho a la vida y a la libertad individual.
- Ha cumplido su mandato constitucional de proteger los habitantes del país, sin distinción de sexo, raza, nacionalidad, color, religión o grupo social en particular. Reformando leyes secundarias para fortalecer la eficiencia del sistema de justicia.
- Ha recuperado la confianza de la población, para que esta cumpla las leyes y mantenga el orden y respeto a los derechos individuales de los ciudadanos.
- Ha logrado eliminar la corrupción de la partidocracia y de los grupos de Ong’s de fachada de derechos humanos, que han vivido del dolor de las víctimas.
- A puesto en prisión y en evidencia la corrupción de políticos, tradicionalmente corruptos de la derecha e izquierda podrida en El Salvador.
- Ha demostrado al mundo que los derechos humanos a defender desde el gobierno son los de la población y no la de los criminales. se ha liberado el 99% de la población y se ha encarcelado el 1%, calificados como criminales terroristas.
- El órgano legislativo está en deuda, debe emitir una ley de derechos humanos y crear una institución y tribunales que defiendan y garanticen los derechos humanos de los salvadoreños.
De esa manera los salvadoreños nos vamos a sentir protegidos institucionalmente por el Estado en la Nueva República que se construye.
Los patriotas defensores de derechos humanos durante el conflicto armado, terminamos nuestra labor humanitaria al final del conflicto armado, no acompañamos a corruptos políticos y parásitos oportunistas. Nuestro trabajo es apoyar a quien defiende y garantiza los D.H. del pueblo salvadoreño
Jose Mario Ramirez o Jacobo Quiteño
Ex coordinador General de la Comisión de Derechos Humanos
No gubernamental de El Salvador. CDHES. 1980-1984









