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La temporalidad de la navidad: tiempo sagrado y profano

Lisandro Prieto Femenía
«El tiempo mítico es el tiempo sagrado, el tiempo que permite volver a los orígenes y restablecer el orden primordial»
Mircea Eliade, “Lo sagrado y lo profano”
Continuando con la saga “El sentido de la navidad”, hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre la paradoja temporal única que introduce la navidad, como celebración religiosa y cultural. En un contexto de consumismo desenfrenado y rutinas repetitivas y vacías, surge un momento de ruptura en el flujo ordinario del tiempo: el tiempo sagrado. Esta festividad, centrada en la conmemoración del nacimiento de Jesús, invita a los creyentes y no creyentes a reflexionar sobre el significado del tiempo y la eternidad, porque la navidad no sólo nos ofrece una oportunidad para la celebración material, sino también para una reflexión profunda sobre cómo el ser humano percibe y experimenta la temporalidad.
Cuando hablamos de “tiempo profano” nos referimos al tiempo ordinario, el que transcurre sin ceremonias ni interrupciones, marcado por el calendario y las tareas diarias. En nuestra vida cotidiana, el tiempo parece seguir un ritmo imparable, en el que cada momento se mide en función de la productividad, el trabajo, las demandas de nuestros vínculos y demás actividades mundanas. Pues bien, las festividades, como la navidad, interrumpen temporalmente este flujo, creando una pausa que puede ser tanto un alivio como una carga, dependiendo del contexto.
Sin embargo, el tiempo profano no está completamente desligado del tiempo sagrado: la navidad, a pesar de su carácter profundamente religioso, es también un fenómeno cultural que ha sido absorbido por la lógica del consumo y las tradiciones seculares. Las luces, los regalos y la comida festiva son expresiones de la misma sociedad que vive el tiempo profano, pero esta celebración en particular tiene la capacidad de transitar entre lo material y lo espiritual. Conviene aquí hacer un paréntesis y preguntar ¿qué tiene que ver la natividad de Cristo en un pesebre con las cenas pomposas y apoteósicas dignas de emperadores romanos?
Por su parte, el tiempo sagrado es aquel que se percibe como distinto, marcado por un propósito trascendental. La navidad, al conmemorar el nacimiento de Jesús, nos invita a entrar en una experiencia temporal distinta: un tiempo de espera y esperanza, un tiempo de reflexión, reconciliación, renovación y paz interior. Se trata de una temporalidad que trasciende las preocupaciones cotidianas, un tiempo que remite a lo eterno. Tengamos en cuenta que en las liturgias religiosas y las ceremonias, el tiempo se dilata y el hombre siente una conexión especial con lo divino, porque este tiempo sagrado tiene una característica muy particular: no está sometido a la misma lógica del reloj o del calendario. A través del ritual y la meditación, podemos incluso sentir que el tiempo se detiene, es decir, que entra en un estado de suspensión que trasciende las limitaciones propias del tiempo físico. En este sentido, la navidad es un “espacio-tiempo”, donde lo finito se encuentra con lo eterno, lo humano con lo divino.
Podríamos afirmar, entonces, que la navidad se convierte, así, en un puente entre el tiempo sagrado y el profano: por un lado, es una festividad religiosa que marca la llegada de lo divino al mundo humano pero, por otro lado, en su manifestación cultural y social, se convierte en una celebración compartida por todos, independientemente de la fe religiosa de cada persona. Es en esta dualidad donde la navidad se toma un espacio de reflexión profunda sobre la naturaleza del tiempo.
El tiempo de la navidad no sólo es especial por su dimensión religiosa, sino también porque invita a todos a realizar una pausa, un “respiro” en medio del constante fluir del tiempo profano y sus presiones cotidianas. Es más, la natividad puede ser vista como un recordatorio de que la temporalidad humana no es absoluta, es decir, que hay momentos de la vida que convocan a la trascendencia, a mirar más allá del presente y conectar con algo más profundo.
Ahora bien, tendríamos que pensar cómo conviven esos “dos tiempos” en nuestra contemporaneidad, puesto que hoy en día el desafío radica en cómo vivimos la navidad. La sociedad postmoderna a menudo se ve atrapada en el consumo y la superficialidad de las festividades, lo que puede hacer que el tiempo sagrado se diluya completamente en el ruido del tiempo profano. Sin embargo, existe una invitación a que todos los individuos podamos rescatar la dimensión espiritual de la navidad, al experimentar ese “tiempo suspendido” que nos permite un encuentro genuino con el misterio de la vida, el amor y la esperanza.
«Lo sagrado, al ser atemporal, se encuentra fuera de las medidas del tiempo cronológico.»
Mircea Eliade, Óp. Cit.
En este contexto, la reflexión filosófica sobre el tiempo sagrado y profano nos permitiría cuestionar cómo concebimos nuestra relación con la temporalidad- ¿Es el tiempo simplemente un recurso que utilizamos para alcanzar nuestros objetivos, o hay en él un misterio que invita a la contemplación, el asombro y la trascendencia?
La diferencia entre el tiempo “sagrado” (kairos) y el tiempo “secular” (chronos) es una distinción fundamental en la reflexión filosófica y teológica, particularmente desde el pensamiento de San Agustín de Hipona en sus “Confesiones”, puesto que proporciona un marco ideal para profundizar en esta temática. En contraste con el tiempo profano, el “kairos” no es medido por el reloj, sino por la calidad del momento, por lo trascendente que ocurre en él. En la teología cristiana, este concepto se asocia con los momentos en los que lo divino irrumpe en el tiempo humano, ofreciendo una posibilidad de salvación o de transformación.
La navidad, como la conmemoración del nacimiento de Cristo, es un ejemplo del “kairos”, es decir, un tiempo que no sólo marca cronológicamente los tiempos, sino un evento que tiene un significado simbólico profundo y eterno. Aquí es, justamente, donde entra en juego la reflexión de San Agustín de Hipona, quien en sus “Confesiones”, abordó magistralmente el concepto del tiempo, haciendo una distinción fundamental entre el tiempo terrenal, limitado y cambiante, y la eternidad divina, inmutable. Según Agustín, el “chronos” es el tiempo de los seres humanos, el que percibimos a través de los sentidos y el que nos arrastra a la acción. Sin embargo, este tiempo no tiene existencia real en Dios, quien habita en la eternidad. Recordemos que para este santo y filósofo, el tiempo es una construcción humana, una medida que solo existe porque nosotros, los seres finitos, necesitamos marcarlo, medirlo, etcétera. En cambio, Dios, en su eternidad, no está sometido al flujo de nuestro tiempo, sino que lo ve en su totalidad, como una eternidad presente.
«¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pregunta, no lo sé.»
San Agustín, “Confesiones”, Libro XI
También, en la obra precitada, Agustín realiza una reflexión filosófica sobre el tiempo al sostener que el pasado ya no existe, el futuro aún no ha llegado y sólo tiene cierta “existencia” el presente, aunque es fugaz y casi imposible de captar. El hombre vive atrapado en la temporalidad, pero su corazón está orientado hacia una eternidad que no se ajusta a las reglas del tiempo cronológico. La navidad, como la irrupción del misterio divino en la historia, se convierte en una epifanía de esta tensión entre la temporalidad humana y la eternidad divina. Es más, de acuerdo con Agustín, el tiempo es una creación de Dios que sólo cobra sentido en relación con la eternidad, por lo que el “kairos” es el tiempo de la salvación, un tiempo suspendido, lleno de significado y trascendencia, que irrumpe en la vida humana en momentos especiales. En el caso puntual de la celebración de la natividad de Cristo, ese momento “kairos” es el nacimiento del enviado, el cual marca un antes y un después en la historia, un “tiempo sagrado” que se inserta en el flujo del “chronos”. Lo que festejamos el 25 de diciembre, entonces, no sólo es una celebración de un evento pasado, sino una oportunidad de entrar en un “kairos” personal, de experimentar un momento de conexión con lo eterno a través del ritual y la reflexión.
«El pasado ya no es, el futuro aún no es, y el presente es solo un punto de transición.»
San Agustín, “Confesiones”, Libro XI
Como mencionamos previamente al pasar, la navidad representa el puente entre el “chronos” y el “kairos”, en tanto que al igual que otras festividades religiosas, tiene la capacidad de convertir el tiempo ordinario en un tiempo sagrado. A pesar de estar inserta en un contexto de consumo innecesario y rutina desenfrenada y agobiante, la verdadera celebración de la navidad nos invita a un “kairos”, un tiempo especial, donde lo sagrado irrumpe en el flujo del tiempo profano. Es el momento en el que los cristianos recordamos el misterio de la Encarnación: Dios hecho hombre en un tiempo determinado de la historia, pero con una significación que trasciende ese momento específico, convirtiéndose así en una invitación a escapar del ritmo frenético de nuestro tiempo y adentrarse en un espacio donde lo sagrado nos recuerda la posibilidad de lo eterno, en nuestra vida finita.
En conclusión, queridos lectores, el desafío en nuestro tiempo ha quedado planteado: recuperar el “kairos” en la navidad en medio de la presión del “chronos”. El consumismo, las expectativas sociales y el ritmo acelerado de la vida postmoderna apuntan directamente a la disolución de la dimensión espiritual ancestral profunda de la navidad. Sin embargo, la invitación está siempre presente a todos, creyentes y no creyentes, a rescatar el tiempo sagrado como oportunidad de entrar en un espacio de pausa, reflexión y espera que nos conecta con lo eterno. En otras palabras, amigos míos, recuperar el “kairos” de la navidad es permitir que el tiempo, aunque limitado, nos ofrezca una experiencia espiritual profunda, una oportunidad de autoconocimiento y transformación.
La reflexión sobre la temporalidad en el contexto de la navidad nos lleva a pensar en la dualidad del “chronos” y el “kairos”, que representan dos modos de vivir: uno, marcado por la rutina y medición constante, el otro, por la trascendencia y el misterio; uno que se nos escurre entre los dedo, otro que parece ser atemporal y siempre presente. La presente reflexión ha intentado, con suma humildad, comprender cómo el tiempo, aunque es una construcción humana limitada, puede convertirse en un espacio para lo eterno: la navidad, como celebración de la Encarnación, nos convoca a vivir nuestra temporalidad de manera diferente, a experimentar un “kairos” personal y familiar que nos conecta con lo divino y nos brinda la preciosa oportunidad de, como decimos en Argentina, parar la pelota y pensar.
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Analizando la diferencia entre reciprocidad, derecho y privilegio

Por: Lisandro Prieto Femenía
“La salud es un derecho, no un privilegio”, Juan Pablo II
Hoy quiero invitarlos a reflexionar en torno a la reciente decisión del gobierno de Javier Milei de imponer algunas restricciones en la atención gratuita por parte del sistema de salud argentino para ciudadanos extranjeros. Dichos anuncios han generado un vigoroso debate, dividiendo las aguas entre posturas conservadoras y progresistas, motivo por el cual proponemos, para trascender la dicotomía ideológica, profundizar la cuestión desde un análisis filosófico-político que aborde los principios de justicia, reciprocidad y soberanía, examinando tanto los argumentos a favor como en contra de esta medida.
En primer lugar, proponemos tamizar la tensión entre la idea del universalismo sanitario y la sostenibilidad nacional. Desde una perspectiva filosófico-política, la salud es objeto de extensos debates sobre su naturaleza como derecho, abriendo espacio a preguntas como: ¿es la salud un derecho humano universal, inherente a la condición de persona, o un bien social cuya provisión está condicionada por la ciudadanía y la capacidad contributiva del Estado? Al respecto, Thomas Pogge argumentó a favor de una responsabilidad global ante la pobreza y las desigualdades, lo que podría extenderse a la provisión de servicios básicos como la salud sin restricciones de nacionalidad. Pogge sostiene, en su obra “Pobreza mundial y derechos humanos” (2002) que existe “una responsabilidad moral negativa, la de no imponer un orden global que sea injusto y que perpetúe la pobreza”. Sin embargo, esta visión cosmopolita se confronta con la realidad material de los Estados nacionales y sus recursos finitos.
Acudamos brevemente a los datos: el sistema argentino se financia mayoritariamente con recursos provenientes de los contribuyentes nacionales. Según el Ministerio de Salud de la Nación Argentina, el gasto público consolidado en 2023 ascendió a aproximadamente el 7,6% del Producto Bruto Interno (PBI), según datos preliminares del Presupuesto General de la Administración Nacional. Si bien no existen estadísticas desagregadas y públicas sobre el porcentaje exacto del gasto público en salud destinado a la atención de extranjeros no residentes, la percepción de una asimetría entre la contribución y el uso del sistema se ha convertido en un pilar del argumento gubernamental. Desde esta óptica, la medida no buscaría vulnerar un derecho, sino salvaguardar la sostenibilidad de un sistema que, de otra forma, se ve comprometido en su capacidad de respuesta hacia quienes lo sostienen con sus impuestos.
El núcleo de la argumentación del gobierno argentino radica en el principio de reciprocidad. En el ámbito de las relaciones internacionales y la justicia distributiva, la reciprocidad implica un equilibrio de cargas y beneficios entre partes: tú no dejas morir a mis ciudadanos en tu territorio, yo no dejo morir a los tuyos en el mío. Sobre este asunto en particular, John Rawls, aunque enfocado en la justicia entre pueblos liberales, en su obra “El derecho de gentes” (1999), sugiere que las sociedades “bien ordenadas” actúen bajo los principios de cooperación mutua: si un país ofrece atención sanitaria 100% gratuita a los ciudadanos de otra nación, es lógico y normal la expectativa de que esta última retribuya con un trato igual o similar a los ciudadanos del primer país.
Pues bien, la denuncia argentina se sustenta en que muchos países de origen de los extranjeros (por no decir todos) que reciben atención gratuita en el sistema sanitario público argentino, no ofrecen ni por cerca un nivel de acceso o gratuidad comparable a los ciudadanos argentinos en sus sistemas de salud. Esta asimetría, que es real e innegable, genera una carga unilateral para el Estado argentino, lo cual nos lleva a revisar los aporte de Juan Carlos de Pablo, quien en su análisis sobre las políticas económicas sostiene que “cuando se da algo gratis sin reciprocidad, se está generando un subsidio, y los subsidios, tarde o temprano, tienen un costo que alguien debe pagar”. Desde una perspectiva de justicia conmutativa, que busca la equidad en los intercambios, esta situación sería insostenible a largo plazo y da pie a la reivindicación de un principio básico de equidad en las relaciones interestatales. No se trata, pues, de un acto de exclusión xenófoba, sino de legitimación de una medida basada en la búsqueda de equidad bilateral en la provisión de servicios públicos esenciales.
Ahora bien, a pesar de los argumentos en favor de la reciprocidad y la sostenibilidad, la medida no está exenta de cuestionamientos éticos y riesgos considerables. La principal objeción de la postura progresista se ancla en la concepción de la salud como un derecho humano inalienable, cuya negación, incluso a los no residentes, contraviene un imperativo moral fundamental. Como señala la Organización Mundial de la Salud (OMS), el derecho a la salud implica que “todas las personas, sin discriminación alguna, deben tener acceso a los servicios de salud y a la información relacionada con la salud”. Privar de atención médica a una persona, especialmente en situaciones de emergencia vital, puede generar graves crisis humanitarias y vulnerar principios fundamentales de la dignidad humana.
Además, la implementación práctica de tales restricciones presenta desafíos logísticos y éticos significativos. ¿Cómo se determinará de manera efectiva y sin discriminación la residencia? ¿Qué protocolos se aplicarán en casos de emergencias, donde la vida de una persona está en riesgo? La burocratización del acceso a la salud podría generar situaciones de desamparo y vulnerabilidad, especialmente para poblaciones migrantes en situación irregular que, por diversas razones, no pueden acceder a la documentación necesaria. Esto podría derivar en un aumento de enfermedades no tratadas, lo que, paradójicamente, generaría costos sociales y sanitarios mayores a largo plazo para el propio sistema de salud público, al propiciar la propagación de afecciones que podrían haberse prevenido o tratado tempranamente.
Como podrán apreciar, queridos lectores, no es tan fácil lograr un equilibrio entre los principios éticos y las realidades. La medida del gobierno de Javier Milei, analizada desde la filosofía política, se revela como un campo de tensión entre principios deseables y realidades completamente apremiantes: por un lado, la invocación de la reciprocidad y la necesidad de sostener un sistema de salud nacional son argumentos sólidos, arraigados en una comprensión de la justicia distributiva y la soberanía estatal. La ausencia de reciprocidad constituye, en efecto, una asimetría que justifica una revisión de las políticas de acceso.
Por otro lado, la salud como derecho humano universal y el imperativo moral de no dejar desprotegido a nadie, especialmente en situaciones de vulnerabilidad, son objeciones que tampoco pueden ser desestimadas. La implementación de la medida deberá ser matizada para evitar que los más vulnerables queden totalmente desprotegidos y para que no se generen crisis humanitarias que, a la larga, redundan en un mayor costo humano, social, político y económico.
Reitero, la discusión sobre las restricciones sanitarias a extranjeros subraya la imperiosa necesidad de políticas de reciprocidad mutua. Estas políticas no son simples instrumentos pragmáticos, sino que encarnan un equilibrio prudente entre dos extremos antagónicos: por un lado, un universalismo desmedido, que podría comprometer la viabilidad de los servicios públicos nacionales y, por otro, un nacionalismo liberal excluyente que niega los derechos humanos básicos.
La reciprocidad, entendida como un acuerdo entre naciones para ofrecer beneficios similares a sus respectivos ciudadanos, se alza como un mecanismo para asegurar la justicia distributiva a escala internacional, como referenciamos precedentemente. No se trata de una “mano dura” o de una “puerta cerrada”, sino de un llamado a la equidad y a la cooperación. En este sentido, es necesario evocar los principios del derecho cosmopolita formulados por Immanuel Kant, quien en su ensayo titulado “Sobre la paz perpetua” (1795), argumenta a favor de una “hospitalidad universal”, entendida no como un derecho filantrópico y hippie posmoderno, sino como el derecho de un extranjero a no ser tratado hostilmente al llegar al territorio de otro.
Sin embargo, esta hospitalidad tiene un límite en la capacidad del Estado anfitrión y en la necesidad de un respeto mutuo entre los pueblos. Concretamente, Kant postula que “el derecho cosmopolita debe limitarse a las condiciones de la hospitalidad universal. Es el derecho de un extranjero a no ser tratado con hostilidad en el territorio ajeno. No es un derecho de los huéspedes, sino un derecho de visitantes, derivado del derecho de propiedad común de la superficie de la Tierra” (Kant, I. , 1795, p.116)
Esta perspectiva kantiana nos convoca a pensar en la importancia de las relaciones basadas en el respeto mutuo y el deber, donde la generosidad de una nación no debe traducirse en una carga insostenible si no hay una contraparte. Adoptar políticas de reciprocidad mutua fomenta el diálogo diplomático y la negociación de acuerdos bilaterales o multilaterales. En lugar de una imposición unilateral, se busca una solución pactada que reconozca los derechos de las personas mientras se protege la capacidad de los Estados para financiar sus servicios esenciales. Esto previene la “carga excesiva” sobre los sistemas de salud de países con mayor apertura o capacidad, y al mismo tiempo, incentiva a otras naciones a desarrollar y fortalecer sus propios sistemas de salud para sus ciudadanos y para aquellos extranjeros que los visitan.
En pocas palabras, la reciprocidad es, en esencia, una invitación a la co-responsabilidad global, donde la generosidad de una nación se encuentra con la correspondiente consideración de las otras. Sólo a través de este enfoque equilibrado podremos aspirar a un sistema de salud global más justo y sostenible, que honre tanto el derecho universal a la salud como la soberanía y la capacidad de cada Estado.
En última instancia, queridos lectores, este debate obliga a que los Estados se enfrenten a la pregunta fundamental: ¿qué tipo de comunidad desean ser? ¿Una que extiende la mano sin límites, aún a riesgo de su propia sostenibilidad, o una que, buscando la justicia y la equidad en las relaciones internacionales, establece límites a su generosidad? La filosofía política no puede ofrecer respuestas unívocas, sino herramientas para el análisis crítico de las complejas decisiones que los gobiernos deben tomar en un mundo interconectado pero profundamente asimétrico. La búsqueda de una solución, si la hay, residirá probablemente en un punto de equilibrio, un acuerdo recíproco y pragmático que reconozca tanto los derechos universales como las realidades materiales de las naciones.
Ahora bien, si me lo preguntas personalmente, yo te responderé: “Quiero que mi país sea generoso contigo, como también quiero que tú país sea igualmente generoso conmigo”
Lisandro Prieto Femenía.
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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Exdiputados y exfuncionarios de ARENA y del FMLN están vinculados a ONG investigadas

Exdiputados y exfuncionarios de ARENA y FMLN están vinculados a una red de organizaciones no gubernamentales (ONG) señaladas de financiarse en varios ejercicios fiscales con fondos del Presupuesto General de la Nación, para realizar activismo político.
Los cuestionamientos contra las ONG se reavivaron porque el lunes pasado varias personas de la cooperativa El Bosque, del distrito de Santa Tecla, fueron instrumentalizadas por «grupos autodenominados de izquierda y ONG globalistas» para protestar frente a una residencial privada sin relación con el caso, según denunció el presidente de la república, Nayib Bukele.
El sociólogo y analista Mauricio Rodríguez explicó que los partidos tradicionales comenzaron a recurrir nuevamente a los viejos métodos de la guerra para atacar al Gobierno por medio de las ONG u otras organizaciones de fachada.
«Son organizaciones que reciben fondos para tratar de desestabilizar y deslegitimar con protestas constantes. Están tratando de replicar el libreto de los años ochentas, quieren generar mártires», planteó el sociólogo.
La vinculación de los exfuncionarios areneros y efemelenistas con organizaciones fue establecida por la comisión especial que investigó a las «ONG fachada» en la legislatura anterior, con base a datos recolectados por abogados penalistas que fueron contratados por la Asamblea Legislativa para colaborar en las investigaciones. Este expediente, así como el aviso de investigación, están en manos de la Fiscalía.
«ARENA y FMLN usaron las ONG como un soporte mezquino de activismo político, manipulando las necesidades, angustia e ingenuidad de la población bajo su influencia», dijo Martínez.
Según el informe, la Asociación Movimiento de Mujeres Mélida Anaya Montes (Las Mélidas) -de la cual la entonces diputada efemelenista Lorena Peña fue fundadora- recibió $518,890 entre 2011 y 2019 para proyectos.
El exdiputado efemelenista Jorge Schafik Hándal y el exsecretario de Comunicaciones del Gobierno de Salvador Sánchez Cerén, Eugenio Chicas, fueron directivos de la ONG Fundación Salvadoreña para la Democracia y el Desarrollo Social (Fundaspad), que recibió $639,000 de fondos públicos.
Las exdiputadas efemelenistas Blanca Flor Bonilla y Rosa Alma Cruz Marinero fueron directivas, según el informe, de la ONG Proyectos Comunales de El Salvador (PROCOMES); sin embargo, no se presentaron a declarar ante la comisión especial por los $2.5 millones que recibió la organización.
Milena Calderón de Escalón y Mariella Peña Pinto, legisladoras de ARENA, también fueron directivas de ONG que recibieron fondos públicos. De Escalón fue directiva de la Fundación Ambientalista de Santa Ana (Fundasan), que recibió $316,650 de fondos públicos; en tanto, Peña Pinto lo fue de la Fundación Nacional de Arqueología (Fundar), ONG que recibió $559,100 entre 2005 y 2009.
El sociólogo René Martínez cuestionó el quehacer de las ONG porque están influenciadas por intereses políticos de la oposición. «Pervirtiendo la naturaleza original de las ONG, las cuales fueron creadas para afrontar algunos problemas de justicia social y atención a los grupos más vulnerables, los partidos ARENA y FMLN las convirtieron en una fuente más de corrupción, desvío ilegal o ilegítimo de fondos», señaló Martínez.
«Son organizaciones que reciben fondos para tratar de desestabilizar y deslegitimar con protestas constantes. Están tratando de replicar el libreto de los años ochentas, quieren generar mártires», puntualizó.
El siguiente texto fue escrito por el sociólogo y analista Mauricio Rodríguez, y ha sido retomado de la Dirección de Estudios Sociales (DES).
Opinión | Mauricio Rodríguez
Sociólogo y analista
Este artículo fue publicado originalmente por Diario El Salvador.
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FOMO AI: La presión de subirse a la conversación y la sabiduría de saber cuándo hacerlo

Por: Weslley Rosalem, Líder de IA para Latinoamérica en Red Hat
Vivimos en una era en la que la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en el nuevo objeto brillante del mundo corporativo. Está en los titulares, en las reuniones de directorio y hasta en los pasillos de oficinas donde quizás nunca se hablaba de algoritmos. La velocidad con la que emergen herramientas y modelos ha despertado un fenómeno tan humano como contagioso: el FOMO AI, ese miedo a quedarse afuera – o “fear of missing out”, como se lo conoce en las redes sociales – de una revolución que parece inevitable.
En esa vorágine de ser parte, no sólo de la conversación, sino de la narrativa, las empresas caen en la ansiedad de dar el siguiente paso en la innovación. Pero, como ya pasó con la migración masiva a la nube, no todo lo que brilla es oro. Muchas compañías han apostado todo por llevar sus cargas a la nube buscando escalabilidad y eficiencia, y luego descubrieron que no era la solución mágica a sus necesidades.
Entonces, antes de sumarse a la ola, es necesario – y prudente – hacerse una pregunta simple pero poderosa: ¿he pensado bien la estrategia de inteligencia artificial que necesita mi empresa? Y si la respuesta es sí, ¿cómo es? No todas las soluciones requieren IA generativa, y no todo problema se resuelve con un modelo de lenguaje de última generación. Algunas preguntas ayudan a ordenar el pensamiento: ¿Qué problema específico busco resolver? ¿Tengo los datos necesarios para entrenar o alimentar un modelo? ¿Cuento con talento interno
o necesitaré apoyo de terceros? ¿Cuál es el impacto que espero lograr y en qué plazo?
No hay una respuesta única. Por ejemplo, una empresa que necesita generar contenidos o automatizar prototipos visuales puede beneficiarse de modelos generativos. En cambio, una que busca predecir fallas o detectar fraudes podría obtener más valor con IA predictiva. La clave es recordar que la IA debe ser un medio al servicio de un objetivo, no un fin en sí mismo.
Y si hablamos de IA generativa, hay que entender bien de qué se trata. Esta rama de la inteligencia artificial está diseñada para crear contenido nuevo a partir de grandes volúmenes de datos: desde textos y diseños hasta código y videos. Su potencial es enorme, sobre todo en áreas como marketing, atención al cliente, desarrollo de producto y creatividad asistida. Sin embargo, también requiere un enfoque estratégico: los modelos generativos pueden ser costosos, difíciles de explicar y demandan una buena gestión de riesgos.
Y aquí es donde se presenta otra de las grandes decisiones: ¿usar modelos grandes o pequeños? En los últimos años, los Large Language Models (LLM) como GPT-4 o Gemini han capturado la imaginación colectiva. Son potentes, versátiles y capaces de hacer de todo: escribir, programar, traducir, explicar. Pero también son caros, demandan mucha infraestructura y plantean desafíos de privacidad y control.
Por eso, los Small Language Models (SLM) están ganando terreno. Son una especie de versión “ultraliviana” que, sin tener la potencia de sus hermanos mayores, resuelve tareas específicas de forma más rápida, segura y con un costo menor. Hay que pensar en ellos como una caja de herramientas especializada: no tienen todo, pero lo que tienen, lo hacen bien. En muchos casos no es necesario un modelo que hable otros idiomas, como alemán, italiano o japonés. Allí es donde definir una estrategia clara al principio del camino, toma mayor relevancia. Un modelo más grande puede significar simplemente un mayor costo, sin realmente agregar más calidad o beneficios a su caso de uso comercial o desafío. Si una empresa, por ejemplo, solo necesita clasificar correos, automatizar respuestas internas o analizar formularios, un SLM entrenado con sus propios datos puede ser mucho más efectivo que un modelo enorme alojado en la nube.
Con la adquisición de Neural Magic, en Red Hat nos enfocamos en proporcionar recursos clave, tanto humanos como técnicos, para desarrollar modelos de inteligencia artificial optimizados y efectivos (ya sean LLM o SLM), con el beneficio adicional de poder ejecutarse en cualquier plataforma. El open source y su visión de "democratizar la IA" justamente apuntan a hacer estos modelos más accesibles y flexibles para diversas infraestructuras tecnológicas.
Lo que podemos afirmar es que el futuro será híbrido. Los modelos grandes y pequeños van a convivir y las estrategias van a adaptarse. Algunos procesos necesitarán potencia bruta; otros, precisión quirúrgica. Lo importante es saber cuándo se requiere de uno, cuándo del otro, y cuándo no se necesita ninguno. Porque, como en tantas otras cosas en la vida y los negocios, no se trata de hacer lo que todos hacen, sino lo que tiene sentido para la organización. En esa diferencia, está la verdadera inteligencia.
Adoptar inteligencia artificial no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio para generar valor sostenible. Las empresas que adoptan la IA de manera responsable y alineada con sus objetivos pueden mejorar procesos, tomar decisiones más inteligentes y beneficiar tanto a sus colaboradores como a sus clientes. En lugar de dejarse llevar por la ansiedad del momento, la clave está en fortalecer capacidades internas, formar talentos y crear una cultura organizacional que libere todo el potencial de la tecnología.
Uno de los errores más frecuentes al incorporar inteligencia artificial en los negocios es hacerlo sin un propósito claro, lo que conduce a soluciones opacas, difíciles de auditar y mal integradas con los sistemas existentes, generando confusión, resistencia y hasta abandono. La clave no es implementar IA por presión externa o por miedo a “quedarse atrás” de la tendencia de moda, sino analizar las alternativas disponibles y el plazo de ejecución más conveniente para que definitivamente sea una herramienta alineada con los objetivos del negocio.