ENTREGA ESPECIAL
Tomó carrera, saltó el muro y lo capturaron: hoy es una “mente brillante” mundial, y Brad Pitt filmará su historia
En 2013, Alejandro Fantino le hizo una entrevista a Ricardo Darín que se volvió viral. En un fragmento —que tiene más de un millón de reproducciones en YouTube– Darín enumera las veces que le dijo “no” a Hollywood. Una —dice, y al periodista se le cae la mandíbula— fue cuando lo convocaron para actuar en Hombre en llamas, la película protagonizada por Denzel Washington. Fantino queda desencajado: ¿“No” a una casa en Los Ángeles? ¿“no” a cobrar en dólares? ¿“no” a jugar al tenis con las estrellas? Hasta que Darín lo interrumpe:
—Pero pará, antes de poner esa cara, escuchame a mí, dejame argumentar. Me ofrecían hacer de un narcotraficante mexicano. Y no….¿por qué querés que yo haga de un narcotraficante mexicano? ¿Para ellos todos los narcotraficantes son latinoamericanos?
Esa es quizás la misma razón por la que Alfredo Quiñones Hinojosa —el protagonista de esta entrevista con Infobae— le dijo “sí” a Plan B Entertainment, la productora de Brad Pitt. Él —conocido en el mundo como Dr. Q.— es mexicano y también estaba harto de que las películas los mostraran siempre así: “Narcos, delincuentes”, parásitos con una inteligencia inferior a los que mejor frenar con un muro.

La suya es la historia de un inmigrante pobre e indocumentado que se entrenó física y mentalmente y un día tomó carrera y trepó a ese muro, y ahora que vive de abrir cerebros y extirpar tumores con la precisión con la que se desactiva una bomba es considerado una de las “mentes brillantes” del mundo. Otra historia que muestra que hay otras historias.
Saltar
Dr Q. se sienta puntual frente a la cámara en su casa en Jacksonville, Florida. Está de traje, corbata roja, y sobre su escritorio no hay papeles sino cráneos. Es neurocirujano, es el director de neurocirugía de la Clínica Mayo —considerada la mejor del mundo— y es el protagonista de uno de los capítulos de una serie de Netflix y la —llamada Ases del bisturí(The surgeon’s cut). Es un hombre que cree que en las mentes fuertes, el mismo que pide un segundo, interrumpe la entrevista, y se levanta a ver por qué ladran Rocky y Apollo.
En el capítulo «Divino cerebro», de «Ases del bisturí», extirpa un tumor cerebral a un paciente despierto
“Ahora regreso a mirarlo y me pregunto a mí mismo ‘¿cómo ha de ser posible que yo haya brincado este muro?’. En aquel entonces medía unos 7 u 8 metros de altura y arriba tenía esos alambres de púas. Estaban diseñados lógicamente para lastimar, para que quedaras atrapado. También para que la gente no se animara”, cuenta a Infobae. Se refiere al muro que separa México de Estados Unidos, el que decidió saltar —por primera vez— cuando tenía 19 años.
El pequeño Alfredo había nacido en un pueblito de Mexicali, muy cerca de la frontera con Estados Unidos. Su mamá era apenas más que una adolescente, y en su casa no había siquiera agua potable. “A una edad muy temprana mi hermanita falleció. De pobreza, de deshidratación, de diarrea”, cuenta. Maricela era bebé, y la falta de educación de sus padres impidió que se dieran cuenta a tiempo de lo que le estaba pasando.
Durante su infancia en México. Fue el mayor de cinco hermanos
Pero lo que no tenía en concreto el mayor de los cinco hermanos lo tenía en la mente: “Imaginaba que viajaba a las estrellas, que desaparecía o que volaba. Fíjate que siempre imaginaba que no existían las barreras”, señala y, aunque no esté hablando ni del muro ni de los tumores cerebrales, ya está hablando del muro y de los tumores cerebrales.
“Al mismo tiempo tenía unas pesadillas increíbles, en las que a pesar de todos estos poderes no podía salvar a mis padres, a mis hermanos, a mis abuelitos, de estas cosas que nos atacaban a los seres humanos. Creo que esa es la razón por la que sigo luchando por encontrar una cura contra el cáncer y sostengo una fundación junto con los cuatro o cinco neurocirujanos más famosos del mundo, para ayudar a la gente pobre que no tiene acceso a neurocirujanos como yo o como mis colegas”.
«Tenía unas pesadillas increíbles en las que no podía salvar a mi familia de estas cosas que nos atacaban», recuerda (Foto: Clínica Mayo)
Tenía 14 años y ya estudiaba para ser maestro cuando empezó a entrenarse para saltar. “No era como el muro de Alemania, no tenía ladrillos. Yo miraba hacia el horizonte y me imaginaba qué vida le esperaba del otro lado a gente como nosotros: gente pobre, gente humilde. Porque no solo era una barrera física, era una barrera simbólica. Esa barrera nunca se me ha olvidado, son las barreras que también tengo hoy en mi trabajo como neurocirujano”.
Estaba a punto de cumplir 19 años cuando se despidió de su familia, fue a la frontera, tomó una cuadra de carrera, corrió, clavó los dedos en el enrejado, trepó por el alambre, esquivó el rollo de púas filosas y se tiró hacia el otro lado: Calexico, Estados Unidos.
“Pero me capturaron”, dice, y corta en seco el flujo de adrenalina. Desde entonces está acostumbrado a combatir obstáculos que parecen imposibles, como “un dragón —dice en la serie de Netflix mientras extirpa un tumor cerebral—: un dragón al que le cortás una cabeza y le salen dos”.
Así es ahora el muro fronterizo en El Paso, Texas, Estados Unidos, visto desde el lado mexicano de la frontera en Ciudad Juárez (Reuters/ José Luis González)
Tuvo suerte, porque lo mantuvieron solo un día detenido y lo mandaron de nuevo a México. Pero Alfredo volvió, estudió el paso de la patrulla de inmigración, cronometró el tiempo que tenía entre una ronda y otra, volvió a trepar, saltó, cayó del otro lado y corrió.
Así entró a Estados Unidos: sucio, pobre, indocumentado, solo.
“Tener miedo me ha ayudado mucho. Tuve miedo de brincar el muro en aquel entonces, miedo de fallar. Sigo teniendo miedo hoy cada vez que entro al quirófano, miedo de fallarle a mis pacientes, fíjate que los neurocirujanos caminamos por una línea muy finita entre la vida y la muerte. Pero he logrado que ese miedo no me paralice, sino que resulte en algo mucho más poderoso: en la capacidad de concentrarme para luchar contra las cosas adversas, las cosas que la gente dice que no podemos cambiar”.
Del otro lado
“Claro, hoy me miras aquí en mi oficina, con mi corbata, mis cráneos sobre el escritorio… pero sí hubo muchos días en los que me acostaba llorando porque dejé todo: a mi familia, a mis padres, a mis hermanos, a mis tíos, abuelos, amigos, todo, todo, todo. Por muchos años decidí no mirar hacia atrás. No me arrepiento de nada, pero sé que fueron muchos sacrificios para cambiar aquel destino. Aquellos que piensan que no hay un precio que se paga para poder triunfar están en lo incorrecto”.
Ahora es el jefe de neurocirugía del que es considerado el mejor hospital del mundo (Gentileza Clínica Mayo)
Como trabajador agrícola temporal, su tarea era extirpar la maleza de los campos de algodón y recolectar tomates: de sol a sol —las manos en carne viva— por 3,5 dólares la hora.
“Trabajaba en el campo con mis manos, las mismas manos con las que ahora hago cirugía”, dice orgulloso, las muestra a cámara y hace el gesto de qué linda manito que tengo yo. “Estaba sucio, dormía en una casa rodante, era muy pobre, indocumentado. Lo más difícil de ser inmigrante es eso: ser invisible”.
Fue la respuesta que le dio su primo cuando Alfredo le contó que quería ir a la escuela a estudiar inglés lo que terminó eyectándolo. “¿De qué hablas?”, le contestó, y señaló el campo. “Este es tu futuro. Hemos venido aquí como braceros y tenemos suerte de tener trabajo”, contó el Dr. Q en la serie. “Yo sentí como si me enterraran una daga en el cerebro —dice ahora a Infobae, aunque hace el gesto de algo que se le clava en el corazón— y me la hicieran así”, retuerce.
La productora Plan B, de Brad Pitt, en conjunto con otra llamada Annapurna, filmarán su historia
El joven Alfredo se fue de ese campo a limpiar tanques de ferrocarril —“a limpiar aceite de pescado, que tenía un olor increíble a azufre, acuérdate de que ese olor se usa como símbolo del infierno”—, y empezó a estudiar inglés de noche en una escuela comunitaria. Fue soldador, mayordomo en la empresa de ferrocarriles y, una década después de haber saltado el muro, se convirtió en ciudadano legal gracias a una política inmigratoria de aquel entonces. Unos años después puso el primer pie en la Universidad de Berkeley, en California.
¿Cómo? Combinando becas, el trabajo en dos laboratorios, las clases que dictaba como maestro de química, física y matemáticas y préstamos que pidió al Gobierno. Lo mismo hizo cuando entró a la Facultad de Medicina de Harvard (fue ahí que se recibió de médico con honores), en la de San Francisco (donde estudió neurocirugía) y, cuando llegó a la prestigiosa Universidad John Hopkins, conocida ahora en el mundo por sus investigaciones sobre coronavirus.
Junto con sus padres
En esta última se convirtió en profesor de Neurocirugía y Oncología, Neurología y director del Laboratorio de Células Madre tumorales cerebrales.
“Tú no puedes ser mexicano, eres demasiado inteligente”, recuerda que le dijo una docente: un refuerzo de la creencia de la inteligencia inferior que mejor frenar con un muro. Fue por ese comentario que Dr. Q pasó años intentando disimular su acento latino, algo que ya no hace. “Imagínate que yo abro cerebros de todo el mundo. Diferentes religiones, colores de piel, ideas. Y lo cierto es que todos los cerebros son similares. Todos tenemos esa capacidad increíble de hacer algo para cambiar el mundo”.
Tiene dos perros: Rocky y Apollo (Foto: Clínica Mayo)
Recién en 2010, cuando ya era un neurocirujano y catedrático reconocido en el mundo, terminó de pagar “todas las deudas que había coleccionado”: los préstamos que había tomado para cubrir préstamos y terminar de pagar su educación en Estados Unidos, lo que hoy llama “una inversión en mí mismo”.
Terminó de pagar cuando estaba a punto de publicar su libro Dr. Q: La historia de cómo un jornalero migrante se convirtió en neurocirujano, y cuando ya se le había acercado Jeremy Kleiner —productor de 12 años de esclavitud, ganadora de tres premios Oscar— para hacer una película sobre su vida. Kleiner forma parte del equipo de Plan B, la productora de Brad Pitt. En 2015, poco tiempo después de que empezaran a trabajar en el guion, la revista Forbes lo eligió como “una de las mentes más brillantes de México en el mundo”.
Su libro está en inglés y en español
En la serie de Netflix se lo ve mientras intenta desenredar un tumor en el cerebro de un paciente al que ya le había sacado uno del tamaño de un pomelo: el dragón, otra vez, al que le corta una cabeza y le salen dos. El paciente está despierto, el cráneo abierto, el cerebro expuesto: es como desconectar una mina terrestre —explica—. Desconectar el cable equivocado implica, entre otras cosas, que puede tener ahí mismo un infarto masivo y morir. Está despierto para comprobar, en vivo, si lo que Dr Q. toca le afecta el habla, la comprensión de una oración, si puede sacar la lengua, sonreír.
Quiñones lleva escritos ocho libros de neurocirugía y hay otros seis que están por salir, publicó más de 450 artículos revisados por pares y 100 capítulos de libros, pero lejos de ser distante —la idea de “eminencia médica”— se lo ve tocar al paciente, apoyarle la mano en el hombro, abrazar a las esposas: tan latino. Hoy, además, dirige la investigación financiada por la máxima autoridad estadounidense en salud (NIH) para curar el cáncer cerebral y una ONG llamada Mission: BRAIN, para pacientes de todo el mundo que no pueden pagar procedimientos neuroquirúrgicos avanzados.
Un abrazo y la idea lejana de la «eminencia médica»
“Mira, yo de niño creía mucho en superhéroes y ahora creo que mi superpoder no es lo que hago con mis manos, no es lo que hago con el cerebro, sino lo que hago con mi corazón para conectarme con los pacientes cuando los toco, cuando les digo ‘yo estoy ahí contigo’, te voy a cuidar como si fueras mi hermano, mi hermana, mi esposa, mi hijo, mi hija. Creo que al final del día no importan los premios, los libros, los logros: al final del día no hay nada más poderoso que darle al paciente esperanza”.
ENTREGA ESPECIAL
Jovencita de la UES destaca con segundo lugar en concurso de la NASA
La NASA desarrolló recientemente un concurso que reunió a universitarios de diversas regiones, entre ellos Ángela Pineda, estudiante de tercer año de Ingeniería en Sistemas Informáticos de la Universidad de El Salvador (UES).
El proyecto de Ángela consistió en un sistema autónomo de drones con mini propulsores, con el que participó en el Programa Aeroespacial Internacional, obteniendo el segundo lugar en la base central de la NASA en Houston, Texas.

El evento se realizó entre el 8 y el 16 de noviembre, periodo en el que también recibió entrenamiento similar al de los astronautas, incluyendo simuladores de gravedad cero, vuelo de aeronaves Piper Archer y actividades de robótica bajo el agua.
El proyecto presentado por Ángela y otros estudiantes mexicanos fue nombrado «Hope» y consistió en un concepto de traje espacial con sensores incorporados en la tela.
“¡Segundo lugar! Un logro que destaca su talento, disciplina y el alto nivel académico de nuestra comunidad estudiantil. Felicitamos a Ángela por dejar en alto el nombre de la UES”, expresó la institución en sus cuentas oficiales.

ENTREGA ESPECIAL
Su esposo murió de cáncer a los 72 y ella que tiene 27 tomó la peor decisión con sus dos hijos
La historia de Vanessa Collias, una mujer de 27 años radicada en Ontario, Canadá, quedó grabada en los registros judiciales y en la memoria social como uno de esos casos en los que el dolor personal, la tragedia familiar y una cadena de sucesos desafortunados convergen en un final devastador. El 10 de diciembre de 2023, apenas nueve días después de la muerte de su esposo, la joven madre asfixió a sus dos hijos pequeños: Yiannis, de cinco años, y Dimitri, de cuatro. Luego intentó quitarse la vida, pero sobrevivió, aunque con consecuencias permanentes. El caso conmocionó a la comunidad canadiense no solo por la crudeza de los hechos, sino también por las circunstancias emocionales y psicológicas que rodearon a la acusada y que finalmente influyeron en la condena dictada por la justicia.
Las horas previas al crimen se reconstruyeron con precisión durante el proceso. Según la investigación policial, cuando los agentes ingresaron al departamento donde vivía la familia, encontraron a los niños tendidos uno junto al otro, en una escena silenciosa y perturbadora. La televisión seguía encendida y, cerca de los cuerpos, se hallaron prendas de ceremonia, como si la madre hubiese querido preparar algún tipo de ritual íntimo. En ese mismo espacio también se encontró una nota colocada detrás del televisor, un mensaje que los investigadores incorporaron al expediente y que sería analizado en el contexto del estado emocional de Collias.
Para los efectivos policiales que participaron del operativo, el shock fue inmediato. No había signos de violencia más allá de la asfixia. Los cuerpos de los pequeños no presentaban golpes, cortes ni ningún otro indicio de abuso previo. Más tarde, los exámenes post-mortem confirmarían que los dos niños estaban “sanos y nutridos”, un detalle que la fiscalía subrayó para remarcar que, pese al desenlace fatal, la madre había cumplido con los cuidados básicos hacia ellos. Ese dato se convirtió en un elemento clave para comprender la dinámica familiar previa al crimen.
En su confesión ante la corte, Vanessa Collias narró con lágrimas y voz quebrada el momento en el que decidió poner fin a la vida de sus hijos. Relató que había tapado sus narices y bocas con su mano mientras les cantaba “You Are My Sunshine”, una canción que solía entonarles desde que eran bebés. La imagen de una madre acunando a sus hijos con una canción dulce mientras ejecuta un acto irreversible estremeció a todos los presentes. La misma mujer aseguró que intentó quitarse la vida inmediatamente después, lanzándose desde el balcón del departamento. La caída no le provocó la muerte, pero sí una serie de lesiones que la dejaron parapléjica.
La confesión fue tan detallada como desgarradora. Collias explicó que, desde la muerte súbita de su esposo, Costa Collias, ocurrida el 1 de diciembre debido a una leucemia agresiva combinada con un cuadro de sepsis, su mundo entero se había desmoronado. Según sus propias palabras, la pérdida la había dejado “rota, completamente sola e incapaz de concebir una vida sin él”. En el expediente, agregó que en ese estado de desesperación había llegado a la conclusión de que la única manera de reunirse como familia era morir junto a sus hijos. Esa frase sería citada una y otra vez durante el juicio para intentar explicar la raíz psicológica del crimen.
La fiscalía, luego de recibir un extenso informe psiquiátrico, decidió reducir los cargos originales y aceptar que Collias se declarara culpable de dos asesinatos en segundo grado, lo que de todos modos implica una sentencia de cadena perpetua bajo la legislación canadiense. La rebaja se sustentó en el diagnóstico de un psiquiatra del Centro de Adicción y Salud Mental, quien concluyó que la mujer había sufrido un trastorno de adaptación grave tras la muerte de su esposo. No se trataba de una psicosis prolongada ni de un desorden estable, sino de un episodio agudo que alteró completamente su capacidad de juicio.
Durante la audiencia, el equipo de defensa aportó contexto sobre la relación entre Vanessa, su esposo y los niños. Describieron una dinámica familiar estable, amorosa y sin antecedentes de maltrato. “Lo que la señorita Collias más quiere, su señoría, es que entiendan que lo que ocurrió no fue de ninguna forma motivado por malicia. No fue por una falta de amor hacia sus hijos”, señaló uno de los abogados. Luego añadió: “Fue completamente lo opuesto”. Según la defensa, en la mente de Collias, distorsionada por el duelo extremo, la idea de morir con ellos era una forma de protegerlos del sufrimiento que ella misma creía inevitable.
Ese planteo generó un debate profundo en la sala. Por un lado, los fiscales insistieron en que la muerte de los niños había sido deliberada y que ninguna circunstancia emocional podía borrar ese hecho. Por el otro, la defensa pedía comprensión contextual, no para justificar el acto, sino para explicar cómo una madre sin antecedentes criminales había llegado a cometerlo. La jueza reconoció la complejidad emocional del caso, pero fue categórica en su sentencia: dos niños pequeños habían perdido la vida a manos de quien debía cuidarlos y protegerlos, y ese acto exigía la condena más alta contemplada para este tipo de delitos.
En paralelo, se conocieron detalles de los días posteriores a la muerte de Costa Collias. La joven madre había creado una página en GoFundMe solicitando ayuda económica para afrontar los gastos funerarios y sostener a sus hijos. Ese gesto, en apariencia racional y propio de un duelo reciente, contrastaba con la espiral emocional que se desencadenó poco después. Según el informe forense mental, la mujer alternaba momentos de aparente lucidez con episodios de angustia profunda, en los que expresaba que ya no encontraba sentido en la vida.
En el juicio, cada una de estas piezas fue encajando para reconstruir el derrumbe emocional que atravesó Vanessa. Su entorno más cercano también declaró que, tras la muerte de Costa, había perdido peso rápidamente, casi no dormía y pasaba horas mirando fotografías de su esposo. Los vecinos relataron que la escuchaban llorar durante la madrugada y que, en varias oportunidades, ella misma confesó sentirse desbordada. Pese a esos signos, nadie imaginó que la situación derivaría en un doble filicidio, uno de los crímenes más difíciles de asimilar socialmente.
El momento final de la audiencia estuvo marcado por un silencio absoluto. Vanessa pidió permiso para dirigirse a sus hijos, miró hacia el vacío y, entre sollozos, pronunció las palabras que quedaron registradas en las actas judiciales. “Dicen que Dios le da sus batallas más duras a sus soldados más fuertes”, comenzó diciendo. Luego agregó: “Bueno, este soldado perdió su lucha y por eso, mis bebés, me disculpo”. Aquella frase, cargada de un dolor irreparable, selló el cierre emocional del proceso.
No hubo aplausos, ni gritos, ni reacciones públicas explosivas. Solo un clima de consternación. Las crónicas locales señalaron que, incluso entre los agentes judiciales, la sensación predominante era la de una tragedia en la que no había ganadores ni perdedores, sino un entramado de duelo y desesperación que culminó en la fractura total de una familia. La condena de cadena perpetua, más allá de su dimensión penal, tiene para Vanessa un peso particular: debido a las lesiones sufridas en su intento de suicidio, pasará el resto de su vida cumpliendo la sentencia desde una silla de ruedas, en condiciones de movilidad reducida y con una dependencia casi absoluta de terceros.
El caso generó discusiones más amplias sobre la importancia del acompañamiento psicológico tras pérdidas repentinas y traumáticas. Organizaciones de salud mental subrayaron que el duelo no solo puede desencadenar tristeza, sino también cuadros severos que alteran la percepción de la realidad. “Las tragedias extremas son posibles cuando una persona queda emocionalmente aislada”, afirmaron expertos consultados por los medios. La historia de Collias se convirtió, para muchos profesionales, en un ejemplo doloroso de lo que puede ocurrir cuando el dolor se vuelve insoportable y no encuentra contención.
A medida que se conocieron más detalles, la sociedad canadiense continuó debatiendo el equilibrio entre la responsabilidad penal y la comprensión psicológica. Algunos sectores sostienen que la sentencia debía ser aún más dura; otros consideran que el sistema judicial debería contemplar de manera más profunda los contextos de colapso emocional extremo. Sin embargo, para todos quedó claro que lo ocurrido no encaja en los moldes tradicionales de violencia intrafamiliar, sino en el marco de una mente devastada por un duelo que avanzó más rápido y más fuerte de lo que su entorno pudo advertir.
Así, la historia de Vanessa Collias quedó sellada como una tragedia múltiple: la muerte de un padre, la pérdida de dos niños pequeños y la destrucción emocional definitiva de una mujer que, según todas las evaluaciones, amaba profundamente a su familia, pero no logró soportar una realidad que la desbordaba por completo. Un caso que para la crónica policial es un hecho consumado, pero que para la sociedad y para los expertos en salud mental sigue siendo una dolorosa señal de alerta.
ENTREGA ESPECIAL
Esto es lo que se sabe sobre Yesica Solís, la joven que murió tras un disparo accidental en el centro de San Salvador
Foto: Cortesía
La joven Yesica Solís, de 32 años y originaria de Nueva Concepción, Chalatenango, perdió la vida el jueves tras un disparo accidental realizado por un militar de la Fuerza Armada de El Salvador (FAES), en el Centro Histórico de San Salvador. La víctima se encontraba caminando junto a su hermana luego de realizar unas compras cuando ocurrió el lamentable incidente.
El soldado involucrado fue identificado como Derman Fernando Jorge Benítez, destacado en la zona. Según informó la Policía Nacional Civil (PNC), el militar confesó que el disparo fue accidental y fue detenido para ser procesado por homicidio culposo.
Esta mañana de viernes, transeúntes rindieron homenaje a la joven, dejando flores, fotografías y mensajes frente al Palacio Nacional y en el lugar donde ocurrió el hecho. La acción refleja la conmoción y solidaridad de la población ante la pérdida de Yesica Solís.
Po su parte, familiares de la víctima la despiden entre lágrimas en su vivienda, mientras la comunidad muestra su apoyo en memoria de la joven.
La Fuerza Armada expresó su solidaridad con la familia y anunció una compensación económica de $200,000, además de garantizar su colaboración con las investigaciones y acompañamiento a los familiares dolientes.
Este caso ha generado gran impacto en la ciudadanía, que lamenta la pérdida irreparable y exige que se haga justicia. Las autoridades reiteraron su compromiso de esclarecer los hechos y brindar apoyo a los familiares de Yesica Solís, recordando la importancia de la responsabilidad en el uso de armas de fuego por parte de los elementos de seguridad.








