ENTREGA ESPECIAL
La historia de un hombre al que un cerdo le devoró los pies cuando tenía 3 meses
Tener pies fue siempre la ilusión de Jaime Carvajalino, un joven de 28 años nacido en El Zulia, un rezagado municipio arrocero de 30,000 habitantes del centro oriente de Colombia.
Allí, según el Departamento Nacional de Estadística, el 41% de la población sufre pobreza multidimensional, el internet de alta velocidad llega al 0,7% del territorio, solo el 5% de la gente tiene un empleo formal, y el 40% es rural. Jaime hace parte de esas cifras.
Vive a 20 minutos en carro de la cabecera municipal, sobre la carretera, en una humilde casa de cuatro paredes y 15 metros cuadrados que él mismo construyó para establecerse con Yurley, su compañera desde que tenía 15 años y, sus dos hijos: Stiven y Lucía, de 5 y 2 años, respectivamente. No conoce lo que es el trabajo formal; mucho menos uno bien remunerado.
Se baña, lava sus enseres y bebe de una fuente de agua no potable. Y ha estado toda su vida sometido a la pobreza y la discriminación.
El accidente
La forma en que Jaime perdió los pies parece sacada de un cuento de terror: cuando tenía apenas 3 meses, un cerdo casi lo devoró.
Ese día su madre había salido al pueblo a cobrar una madera, y, horas después, su padre partió hacia una vereda cercana a comprar un becerro. Dejó a Jaime al cuidado de tres hermanos —de 11, 9 y 7 años—, y les recomendó que estuvieran pendientes de una ahuyama y un maíz que recién habían sembrado.
De repente, cuentan los hermanos de Jaime, cuando estaban distraídos con el cultivo, oyeron el llanto del bebé y el de un cerdo.
Corrieron al cuarto y se encontraron con una escena dantesca: el animal tenía al niño en la boca. Le mordía los pies insistentemente y, poco a poco, lo arrastraba hacia la marranera.
Cuando se percató de la presencia de los niños, el cerdo comenzó a perseguirlos con el bebé en la boca.
El mayor le daba golpes con un palo para que lo soltara. En uno de esos intentos, logró herir al animal y éste soltó a Jaime para lamerse la herida.
El chico de 11 años agarró al bebé y se lo pasó al otro hermano que ya estaba trepado en un árbol para ponerlo a salvo. Eran las 3 o 4 de la tarde.
Después lo llevó al riachuelo más cercano y le lavó los pies.
Los restregó con arena, dice él, “para limpiarlos”, regresó al cuarto donde comenzó el ataque, lo arropó en una sábana y lo dejó en la cama.
Hacia las 8 de la noche, los padres volvieron, y la madre fue la primera en enterarse de lo sucedido.
“Los niños me dijeron que el cerdo lo había mordido poquitico, pero cuando lo cargué ardía en fiebre y no paraba de llorar; lo desarropé, prendí una mechera para ver (porque no teníamos luz), y comencé a llorar”, cuenta.
Por fuera, los pies estaban completos aunque hinchados y amoratados, pero por dentro todo se sentía destruido.
En cuanto los vio, el padre de Jaime perdió los cabales y comenzó a gritar desesperado.
Caminaron cerca de hora y media por una trocha empantanada para llegar a la carretera más cercana, y en vista de que ningún carro paraba a auxiliarlos, se atravesaron en la vía para llamar la atención de los conductores.
Llegaron al puesto de salud del municipio hacia la medianoche y, de ahí, por la gravedad de las heridas, los doctores remitieron a Jaime rápidamente al hospital de Cúcuta, la ciudad más cercana.
Entró a cirugía hacia las 2 a.m., y, cuando salió, no tenía pies.
De ahí en adelante su vida ha sido una mezcla entre resiliencia y frustración.
Crecer sin pies
Cuando tenía 9 nueve meses, el hospital de Cúcuta le regaló las primeras prótesis. Valían el equivalente a $70 dólares de la época (1995) y las usó muy poco.
“No le gustaban, prefería andar sobre los muñones ayudado de un par de estacas de madera que uno de sus hermanos le dio para sostenerse. Así aprendió a caminar”, cuenta su madre.
Crecer sin pies fue “una tortura”.
En la escuela tenía compañeros que lo llamaban “el mocho” —un apelativo usado en Latinoamérica para llamar peyorativamente a un amputado— y se burlaban a diario de la apariencia de sus muñones.
Por eso, solo estudió hasta tercer grado.
“Un día me cansé de un compañero y me agarré con él a golpes; cuando mi papá se enteró, me dijo que él no me mandaba a la escuela a pelear y me dejó en la casa pastoreando un ganado a la orilla del río. Fue la última vez que estudié”, cuenta Jaime.
Igual que con la escuela, Jaime tampoco se adaptó fácilmente a las prótesis.
Los médicos le amputaron las piernas a dos alturas diferentes.
En la derecha conserva el tobillo, que con el tiempo se tornó una especie de pie: luce abultado a los lados y plano por debajo (similar al casco de un caballo), y le da la estabilidad necesaria para apoyarse.
La izquierda no llega ni al tobillo y la pantorrilla, al no haber desarrollado músculo, es tan delgada como el hueso.
Los “potes”
En vista de que ninguna prótesis se ajustaba bien a sus muñones, Jaime fabricó a los 12 años unas prótesis artesanales con envases plásticos.
La primera que hizo fue solo para la pierna izquierda: tomó un vaso que su madre le había regalado a su padre, lo rellenó con calcetines y encajó el muñón.
Luego fue perfeccionando la técnica hasta llegar a “los potes” (como él los bautizó): dos envases del veneno que se utiliza en los campos de arroz, cortados a dos alturas diferentes, y soportados en el tacón de las botas de caucho que sus hermanos iban dejando.
Como sus muñones, cada pote tiene su anatomía.
El derecho va cortado a ras con el tobillo y lleva una abertura de unos siete centímetros de diámetro, de tal forma que el abultamiento salga por ahí, mientras que el izquierdo se asemeja más a un tubo.
Le llega más o menos a mitad de caña, y, para usarlo, Jaime lo rellena con trapos, medias, y toallas femeninas en el fondo para acolchar la superficie sobre la que apoya el muñón.
Luego, recubre su delgada pantorrilla con una bolsa plástica grande -la que mensualmente recibe por parte del Estado con mercado para alimentar a su hija de 2 años-, y lo introduce en el tubo, de tal forma que encaje y no se salga al caminar.
Con el tiempo esta alternativa le empezó a pasar factura.
Por los trabajos pesados que hace —cargar bultos, sembrar cultivos, construir canales de riego, deshierbar, entre otros— los muñones sufren mucho dentro de los potes.
Especialmente el derecho, cuya planta suele abrirse tras una jornada larga, y Jaime, como todo un cirujano, se sutura a sí mismo con hilo y aguja de costura; sin analgésicos ni, mucho menos, anestesia.
El izquierdo suele adormecérsele luego de varias horas de trabajo y, cuando permanece sumergido en el río, su piel acaba quemada por el roce de la bolsa plástica.
¿El remedio? Un relajante muscular de sensación fría que un hermano consiguió en un pueblo cercano y que “le distrae el dolor”.
Para paliar un poco esa situación, fabricó otro tipo de prótesis; unas “más guerreras”.
Son botas de caucho reutilizadas, a las que les introduce el socket de una antigua prótesis (la funda espumosa que aloja y conecta el muñón con el resto de la pieza) y un pedazo de tubo para poder encajar cada muñón con la ayuda de varias medias, toallas femeninas y bolsas plásticas.
A pesar del dolor, Jaime corre, camina, juega fútbol y monta bicicleta con los potes. Ha sabido adaptar su vida a ellos y pareciera no necesitar prótesis.
Las veces en las que el dolor en los muñones ha sido insoportable, ha buscado empleos que no impliquen esfuerzo físico, pero la respuesta siempre ha sido la misma: “Me dicen que es peligroso que me caiga trabajando y que no quieren demandas”.
La esperanza de una vida diferente
En 2018 le surgió una motivación mucho más fuerte para dejar los potes.
Stiven entraba a estudiar y Jaime no quería llevarlo a la escuela con ellos puestos y someterlo al “matoneo” que él mismo sufrió de niño y que acabó dejándolo casi analfabeto y condenado a la pobreza.
Su historia llegó a oídos de la Fundación CIREC, encargada de rehabilitar personas amputadas en Bogotá, y en septiembre de ese año viajó a la capital para cumplir su sueño: llevar a Stiven a la escuela sin los potes.
El 21 de septiembre llegó a Bogotá tras 12 horas en autobús. Traía puesta una pantaloneta de jean, y así permaneció toda su estadía a pesar del frío que puede llegar a hacer (unos 8 grados centígrados), pues con los potes es imposible usar un pantalón completo: se enredaban y es difícil manejarlos.
En la tarde tuvo la cita médica. Lo evaluaron durante una hora y esa misma noche regresó a Cúcuta.
Quedaron de llamarlo a finales de noviembre para continuar el proceso, y acabó regresando al CIREC en diciembre para probarse los moldes, ilusionado por recibir el 2019 en casa y con pies.
Jaime nunca se imaginó ir a la capital del país, y mucho menos para conseguir los pies que nunca tuvo.
El Zulia queda a 570 kilómetros de distancia. Es un municipio de sexta categoría (los menos poblados y con menos ingresos de Colombia), que, por su cercanía geográfica con El Catatumbo, una de las regiones más violentas del país, ha tenido presencia de la guerrilla del ELN.
En su pueblo, la gente sobrevive a 35 grados de temperatura cultivando arroz, criando peces, o teniendo ganado. Hay paros armados con cierta regularidad, y los edificios, el tráfico y el ruido ensordecedor de una metrópolis es algo que los pobladores solo conocen a través de las noticias.
En Bogotá, Jaime vio por primera vez una película en cine, fue de compras, conoció la ciclovía (el programa que restringe el flujo vehicular los domingos en algunas vías principales para que los amantes de la bicicleta transiten), y durante los más de 30 días que estuvo, no hizo otra cosa que imaginarse su vida allí.
Con un trabajo normal, que le implicara menos sufrimiento, y donde, sobre todo, pudiera superarse.
Las prótesis
Luego de tres citas y habiendo pasado año nuevo lejos de su familia en el albergue donde se hospedó durante el tratamiento, los pies nuevos estaban listos.
Unas prótesis valoradas en $4,000, tipo SYME bilateral, con sockets en fibra de carbono y resina acrílica, prácticamente indestructibles, le cambiarían la vida para siempre.
Celebró una vez se puso el socket de la pierna izquierda y comprobó que ya podría usar pantalón completo (la bota entraba).
En cuanto se midió la otra y logró levantarse de la silla, soltó un sorprendido: “Uy, qué altura”.
Las prótesis, además de darle la comodidad y la movilidad de las que tanto había adolecido, le regalaron cinco centímetros de estatura.
Erguido y listo para caminar, dio los primeros pasos sin flaquear, pese a que hacía ocho años no se paraba en unas prótesis.
Al principio Jaime caminaba robotizado, no sabía qué hacer con los brazos y, especialmente, con los hombros.
Pero al cabo de 40 minutos de entrenamiento con el fisioterapeuta, lo logró: lucía como alguien que siempre ha tenido pies.
Unas zapatillas deportivas negras con cámara de aire, que él mismo escogió en una tienda días antes, fueron los primeros zapatos de su nueva vida. Esos que acompañarían los jeans entubados que ahora se moría por vestir.
Su nueva vida estaba comenzando y ahora solo le faltaba algo: un trabajo acorde a ella.
Los últimos dos años para Jaime no han sido como esperaba.
Pasó de ser “el mocho” del pueblo, a ser Jaime, a secas, y pudo llevar a Stiven a la escuela sin que los compañeritos se burlaran de él.
Pero la búsqueda de trabajo ha sido infructuosa.
Sigue haciendo labores pesadas —cargando bultos, salando cueros de res, cargando madera por el río: oficios con los que puede llegar a ganar máximo $6 al día—, y las prótesis se deterioraron.
Hace 6 meses tuvo que enviarlas por segunda vez a Bogotá para repararlas y, por falta de dinero, no ha podido hacerlo. Desde entonces anda en potes.
Hace dos semanas hablamos por teléfono. Lleva casi un mes fuera de casa, trabajando en una finca, cargando troncos de madera por el río.
En las noches, el dolor en los muñones no lo deja dormir. Los sumerge en agua caliente para desinflamarlos, pero una vez ésta entra en contacto con la piel, le arde tanto que siente que se despelleja.
Todavía hay esperanza: en abril comienza la construcción de un puente sobre la vía que lleva a su casa. Un trabajo al que podría aplicar si tuviera las prótesis reparadas y que mejoraría abismalmente su calidad de vida.
ENTREGA ESPECIAL
VIDEOS | “Mi mamá me llamó llorando y me dijo: ‘hijo, sos un héroe’”: Elías Valladares
Convencido de haber sido usado por Dios como un instrumento para salvar decenas de vidas y con lágrimas en sus ojos y el corazón conmovido, Elías Valladares habló sobre su increíble hazaña al atravesar su rastra para detener un autobús sin frenos en el occidente de Honduras.
El conductor de equipo pesado se hizo viral en las redes sociales luego que el viernes 18 de octubre colocara su unidad frente a un autobús sin frenos que iba cargado de migrantes a la altura de El Portillo, en el departamento de Ocotepeque, muy cerca de la frontera de Honduras y Guatemala.
Su heroico gesto fue el que evitó que ocurriera una tragedia, pues el bus pudo haber chocado contra otros vehículos, contra un paredón o pudo haberse salido de la carretera. En cualquier escenario, el saldo hubiera sido mortal.
Su rápida acción quedó captada en un video que fue tomado por un tercer conductor, quien fue identificado como Roger Melgar. Él grabó el momento justo en que el conductor de la rastra salvó a los adultos y niños que iban dentro de la unidad de transporte público.
Según se conoció, Elías Valladares, de 46 años, es originario de Los Charcos, Talanga, Francisco Morazán, y desde hace 12 años conduce equipo pesado y aunque ha vivido diversas experiencias al volante, esta es, sin duda, la más inusual y peligrosa que ha experimentado.
Ni él se explica cómo logró pensar tan rápido y tomar la decisión de arriesgarse él y a su unidad de trabajo para frenar el autobús sin frenos, al mismo tiempo que evitó poner en riesgo a los demás carros que transitaban por la carretera llena de curvas.
Ante esto, varios medios hondureños han entrevistado a Elías Valladares, un día después de la hazaña, en donde narró cómo fueron esos minutos de tensión y angustia.
“Cuando venía por El Portillo yo vi el autobús, pasamos cierto tramo de carretera y al ver que el autobús venía humeando en el lado de las llantas traseras, cuando veníamos más abajo de la pendiente lo rebasé, me le puse a la par y le dije al piloto que le iba agarrando fuego una llanta, que iba humeando demasiado y me hizo señas de que ya no llevaba frenos”, comenzó narrando Valladares.
“Cuando él me dice que ya no llevaba frenos, lo primero que se me ocurre a mí es ponerme en la parte de enfrente del automotor y tratar de ayudar a detenerlo… Lo primero que hice yo fue encomendarme a Dios porque no es fácil hacer ese tipo de maniobra, eso fue gracias a Diosito que nos ayudó porque logramos detener la unidad y salvar a varias personas”, añadió.
Elías asegura que un factor importante para poder salvar tantas vidas fue que su rastra no llevaba carga, porque de lo contrario el peso no le habría permitido rebasar tan rápido al autobús. Además de la pericia al manejar, pues en la primera ocasión, cuando intentó colocarse frente al bus y frenarlo con su plataforma, una camioneta se atravesó entre ambos, impidiéndole hacerlo; afortunadamente en el segundo intentó sí lo logró.
“Muchas de las personas que iban en el autobús se bajaron y me dijeron que yo era un ángel, enviado de Dios para salvarlos a ellos. Gracias a Dios porque nos mantuvo firmes y no nos dejó caer”, dijo con lágrimas en sus ojos.
“Cuando ya estaba todo controlado, yo me tiré de mi camión y vinieron unas personas que abordaban el autobús, me abrazaron y me dijeron que había sido un ángel guardián para ellos. El piloto del autobús también me dijo: ‘gracias, nos salvaste’”, recordó.
Don Elías también aseguró que fue una sorpresa para él cuando se enteró de que el video captado por una persona que viajaba en un carro detrás del bus había trascendido en las redes sociales y que, gracias a eso, miles de personas difundieron su fotografía y le dejaban mensajes de admiración.
Es por eso que se tomó un momento para agradecer al ciudadano que grabó el video que muestra cómo salvó a los ocupantes del bus, pues asegura que sin él nadie le hubiera creído lo que ocurrió y que además, gracias a esa persona, miles de usuarios de las redes sociales comenzaron a considerarlo un héroe.
Ese video también permitió que su esposa, sus tres hijos y su madre vieran cómo ocurrió todo y le expresaran cuánto lo aman y lo admiran. “Tras que pasó eso yo les mandé la foto y me dijeron ‘que Dios te guarde en todo momento’, se quedaron asombrados, pero cuando vieron el video… Mi mamá me llamó llorando, me dijo: ‘hijo, sos un héroe’, recordó con el corazón lleno de emoción y orgullo.
Los mensajes de admiración y felicitación a través de las redes sociales siguen llegando y don Elías afirma sentirse agradecido, pues jamás imaginó que en un día más de trabajo se convertiría en un personaje reconocido dentro y fuera de Honduras.
Desde El Salvador, estos son algunos de los comentarios que han dejado a Elías Valladares por su gran valentía.
ENTREGA ESPECIAL
Thomas Girón: el polivoz salvadoreño que conquista escenarios imitando a grandes de la música
Thomas Girón comenzó cantando en la iglesia cristiana a la que pertenecía en su natal Huizúcar, en La Libertad. Simultáneamente, aprendió a tocar guitarra, el teclado y el bajo, «pero no los toco profesionalmente», dice.
No obstante, saber de ritmos, tiempos, escalas, sobre todo su pasión por escuchar música, sentaron las bases para que se convirtiera en un polivoz.
«Comencé con mi hermano mayor, él tocaba teclado en ese entonces, y él me metió a la parte de los coros. Luego, como siempre me ha gustado la música, iba a los karaokes cuando tenía más edad. Allí conocí a un amigo que ya tiene trayectoria, se llama Robert Riveira, él trabajaba en Merliot, me escuchó cantar y me dijo: “Cantás muy bien», expresa Thomas.
Riveira (también polivoz) compartía escenario con Girón y así el joven se fue adentrando más en la imitación de voces. Hacían dúo o cada quien tenía su tiempo para presentarse al público. Trabajaron juntos aproximadamente un año, durante el cual también amenizaron festividades o eventos privados en el interior del país.
Su amigo fue quién le habló de tener un repertorio de música a interpretar, además le enseñó técnicas vocales. «Somos artistas distintos, él es más alegre, yo soy un poco más serio, aunque ya trabajando uno tiene que soltarse un poquito más y así comencé», agrega el joven.
Ricardo Montaner y Sin Bandera fueron los primeros a quienes imitó Thomas. Las presentaciones en restaurantes y eventos privados las combinaba trabajando en un call center y con la administración de sitios web.
Hace seis años, aproximadamente, se presentó como solista. «Tenía muchos nervios porque no tenía mucho repertorio», recuerda.
En el 2021 dejó su trabajo en el call center para darle más empuje a su carrera universitaria y a su faceta artística. Los ahorros que tenía sirvieron para comprar un equipo de sonido y su debut fue en el restaurante La Costilla (que ya desapareció), por el bulevar de Los Héroes.
El público es quien lo orientó a ampliar sus imitaciones. A la fecha interpreta a José José, Juan Gabriel, Rudy La Scala, Leo Dan, Bronco, Camilo Sesto, José Luis Perales, por supuesto mantiene a Montaner y Sin Bandera. Más recientemente ha aprendido a cantar y caracterizar a Pedro Infante.
Divas y canciones en inglés
Debido al talento que ha desarrollado y a las peticiones de su público, Thomas decidió incluir en su repertorio a voces femeninas.
Recuerda con claridad que fue en el 2022 cuando ensayó durante 15 días para lograr la voz de una famosa mexicana. «La primera voz femenina fue Marisela, la canción fue “Sin él”», dice.
Después de Marisela se han sumado a la lista de divas a interpretar artistas como Paquita la del Barrio, Ana Gabriel y Rocío Durcal. Esta última dice que es «de las más difíciles» de imitar.
Al preguntarle ¿cómo descubrís que podés cantar como ellas? Thomas dice: «Con el tiempo se va conociendo la voz. Cuando diferentes artistas de acá me fueron conociendo, me dijeron que cantara de todo un poco. No voy a mentir, tuve temor al principio, bueno, solo con el hecho de cantar de Juan Gabriel la gente habla de más. Ahora, cuando se canta de mujeres quieren que uno se vista de mujer, era el temor aquel de que la gente se mete. Al final, el punto principal del artista es complacer a la gente».
Otro amigo suyo, el también polivoz José Hernández, le dio consejos sobre cómo mejorar su espectáculo, en especial cuando incluyó el repertorio femenino.
Desde que empezó de lleno con su carrera, la música en inglés ha estado presente en el espectáculo de Thomas; sin embargo, ha ido agregando artistas. Actualmente, interpreta lo más clásico de Elvis Presley, Michael Bolton, Bryan Adams, Bee Gees y Michael Bolton.
Por toda la habilidad que ha ido desarrollando, algunos grupos musicales le piden que los acompañe. Desde hace un año es vocalista de la agrupación Son Latino, donde canta salsa, cumbia y bachata. El grupo fue telonero de los venezolanos Los Adolescentes cuando se presentaron en el país.
Girón también suele presentar su show en el Restaurante Las Brasileñas, en el centro de San Salvador.
«A mí me encantan Los Temerarios, Bronco, la música corta venas, pero hay gente que no [..] Canto unas canciones a dúo también, por ejemplo, la que cantan juntos Alejandro Fernández y Cristina Aguilera, que es lo último que ido metiendo (al show) porque es muy solicitada, la canción es «Hoy tengo ganas de ti». Esto impacta más en el público, cuando hago las dos voces», añade.
El polivoz tiene muchos proyectos en mente, entre los que destaca presentar su espectáculo en otros países. Ya tuvo gratas experiencias en República Dominicana y Panamá.
Sobre el artista
Nació en Huizúcar el 20 de octubre de 1990, estudió allí hasta séptimo grado y luego su familia se muda a San Andrés, Ciudad Arce, en el 2005, donde continuó los estudios hasta concluir el bachillerato contador. Para esa época también cursaba una beca de tres años en inglés y computación.
A la fecha ha cursado 31 de las 46 asignaturas de la Licenciatura en Contaduría Pública.
Comenzó trabajando en un call center, pero lo dejó para dedicarse por completo a la imitación de grandes figuras del canto de diversos géneros musicales.
Para contrataciones puede llamar o escribir al 7450-4379 o al 7943-6499. En Facebook lo puede contactar con la cuenta Thomas Girón. Si el polivoz no tiene dentro de su repertorio al artista que solicita el cliente, pide al menos 15 de preparación para conocer y caracterizar a quien interpretará. El cliente también decide cuánto tiempo será de presentación o si realiza set cortos con música variada.
ENTREGA ESPECIAL
Terremoto de 1986: se cumplen 38 años de la tragedia que dejó 1,500 muertos en El Salvador
Un día como hoy, 10 de octubre, pero del año 1986, El Salvador vivió uno de los capítulos más trágicos de su historia: un devastador terremoto de 7.5 grados en la escala de Richter sacudió al país a las 11:49 de la mañana, dejando una huella imborrable en la memoria colectiva salvadoreña.
Aquel día fatídico, más de 1,500 salvadoreños perdieron la vida, mientras que al menos 10,000 resultaron heridos y cerca de 200,000 quedaron damnificados. El epicentro del movimiento telúrico se situó en Los Planes de Renderos, al sur de San Salvador, a una profundidad de 5.4 kilómetros. La onda expansiva se extendió hacia el norte de la capital, atravesando barrios como San Jacinto, Santa Anita, Candelaria y el reparto Santa Marta, dejando a su paso un rastro de destrucción.
El Centro Histórico de San Salvador se convirtió en un símbolo de la tragedia. La fuerza del terremoto provocó el colapso de varios edificios, entre ellos el emblemático edificio Rubén Darío, donde alrededor de 75 personas estaban laborando en ese momento y cuya suerte marcó el inicio de un luto nacional. Las imágenes de escombros y grupos de rescate trabajando incansablemente en la búsqueda de sobrevivientes quedaron grabadas en la memoria del país.
A pesar de los años transcurridos, el recuerdo de aquel día persiste. Hoy en día, aún podemos encontrar edificios y condominios que presentan «severos daños irreversibles» que siguen en pie, tanto por la falta de recursos como por la inacción de las autoridades. Muchos de estos inmuebles, marcados con banderas rojas, continúan siendo utilizados, recordando a todos los salvadoreños la fragilidad de la vida ante la fuerza de la naturaleza.
El aniversario de este terremoto también sirve como un llamado a la reflexión sobre la importancia de la preparación ante desastres naturales y la obligación del estado y la sociedad de garantizar la seguridad de sus ciudadanos. En medio del luto, la esperanza de un futuro más seguro sigue viva en el corazón de aquellos que sobrevivieron y en la memoria de quienes no lo lograron.