ENTREGA ESPECIAL
La historia de un hombre al que un cerdo le devoró los pies cuando tenía 3 meses

Tener pies fue siempre la ilusión de Jaime Carvajalino, un joven de 28 años nacido en El Zulia, un rezagado municipio arrocero de 30,000 habitantes del centro oriente de Colombia.
Allí, según el Departamento Nacional de Estadística, el 41% de la población sufre pobreza multidimensional, el internet de alta velocidad llega al 0,7% del territorio, solo el 5% de la gente tiene un empleo formal, y el 40% es rural. Jaime hace parte de esas cifras.
Vive a 20 minutos en carro de la cabecera municipal, sobre la carretera, en una humilde casa de cuatro paredes y 15 metros cuadrados que él mismo construyó para establecerse con Yurley, su compañera desde que tenía 15 años y, sus dos hijos: Stiven y Lucía, de 5 y 2 años, respectivamente. No conoce lo que es el trabajo formal; mucho menos uno bien remunerado.
Se baña, lava sus enseres y bebe de una fuente de agua no potable. Y ha estado toda su vida sometido a la pobreza y la discriminación.

El accidente
La forma en que Jaime perdió los pies parece sacada de un cuento de terror: cuando tenía apenas 3 meses, un cerdo casi lo devoró.
Ese día su madre había salido al pueblo a cobrar una madera, y, horas después, su padre partió hacia una vereda cercana a comprar un becerro. Dejó a Jaime al cuidado de tres hermanos —de 11, 9 y 7 años—, y les recomendó que estuvieran pendientes de una ahuyama y un maíz que recién habían sembrado.
De repente, cuentan los hermanos de Jaime, cuando estaban distraídos con el cultivo, oyeron el llanto del bebé y el de un cerdo.
Corrieron al cuarto y se encontraron con una escena dantesca: el animal tenía al niño en la boca. Le mordía los pies insistentemente y, poco a poco, lo arrastraba hacia la marranera.

Cuando se percató de la presencia de los niños, el cerdo comenzó a perseguirlos con el bebé en la boca.
El mayor le daba golpes con un palo para que lo soltara. En uno de esos intentos, logró herir al animal y éste soltó a Jaime para lamerse la herida.
El chico de 11 años agarró al bebé y se lo pasó al otro hermano que ya estaba trepado en un árbol para ponerlo a salvo. Eran las 3 o 4 de la tarde.

Después lo llevó al riachuelo más cercano y le lavó los pies.
Los restregó con arena, dice él, “para limpiarlos”, regresó al cuarto donde comenzó el ataque, lo arropó en una sábana y lo dejó en la cama.
Hacia las 8 de la noche, los padres volvieron, y la madre fue la primera en enterarse de lo sucedido.
“Los niños me dijeron que el cerdo lo había mordido poquitico, pero cuando lo cargué ardía en fiebre y no paraba de llorar; lo desarropé, prendí una mechera para ver (porque no teníamos luz), y comencé a llorar”, cuenta.
Por fuera, los pies estaban completos aunque hinchados y amoratados, pero por dentro todo se sentía destruido.
En cuanto los vio, el padre de Jaime perdió los cabales y comenzó a gritar desesperado.
Caminaron cerca de hora y media por una trocha empantanada para llegar a la carretera más cercana, y en vista de que ningún carro paraba a auxiliarlos, se atravesaron en la vía para llamar la atención de los conductores.
Llegaron al puesto de salud del municipio hacia la medianoche y, de ahí, por la gravedad de las heridas, los doctores remitieron a Jaime rápidamente al hospital de Cúcuta, la ciudad más cercana.
Entró a cirugía hacia las 2 a.m., y, cuando salió, no tenía pies.
De ahí en adelante su vida ha sido una mezcla entre resiliencia y frustración.

Crecer sin pies
Cuando tenía 9 nueve meses, el hospital de Cúcuta le regaló las primeras prótesis. Valían el equivalente a $70 dólares de la época (1995) y las usó muy poco.
“No le gustaban, prefería andar sobre los muñones ayudado de un par de estacas de madera que uno de sus hermanos le dio para sostenerse. Así aprendió a caminar”, cuenta su madre.
Crecer sin pies fue “una tortura”.
En la escuela tenía compañeros que lo llamaban “el mocho” —un apelativo usado en Latinoamérica para llamar peyorativamente a un amputado— y se burlaban a diario de la apariencia de sus muñones.
Por eso, solo estudió hasta tercer grado.
“Un día me cansé de un compañero y me agarré con él a golpes; cuando mi papá se enteró, me dijo que él no me mandaba a la escuela a pelear y me dejó en la casa pastoreando un ganado a la orilla del río. Fue la última vez que estudié”, cuenta Jaime.
Igual que con la escuela, Jaime tampoco se adaptó fácilmente a las prótesis.
Los médicos le amputaron las piernas a dos alturas diferentes.
En la derecha conserva el tobillo, que con el tiempo se tornó una especie de pie: luce abultado a los lados y plano por debajo (similar al casco de un caballo), y le da la estabilidad necesaria para apoyarse.
La izquierda no llega ni al tobillo y la pantorrilla, al no haber desarrollado músculo, es tan delgada como el hueso.
Los “potes”
En vista de que ninguna prótesis se ajustaba bien a sus muñones, Jaime fabricó a los 12 años unas prótesis artesanales con envases plásticos.
La primera que hizo fue solo para la pierna izquierda: tomó un vaso que su madre le había regalado a su padre, lo rellenó con calcetines y encajó el muñón.
Luego fue perfeccionando la técnica hasta llegar a “los potes” (como él los bautizó): dos envases del veneno que se utiliza en los campos de arroz, cortados a dos alturas diferentes, y soportados en el tacón de las botas de caucho que sus hermanos iban dejando.

Como sus muñones, cada pote tiene su anatomía.
El derecho va cortado a ras con el tobillo y lleva una abertura de unos siete centímetros de diámetro, de tal forma que el abultamiento salga por ahí, mientras que el izquierdo se asemeja más a un tubo.
Le llega más o menos a mitad de caña, y, para usarlo, Jaime lo rellena con trapos, medias, y toallas femeninas en el fondo para acolchar la superficie sobre la que apoya el muñón.
Luego, recubre su delgada pantorrilla con una bolsa plástica grande -la que mensualmente recibe por parte del Estado con mercado para alimentar a su hija de 2 años-, y lo introduce en el tubo, de tal forma que encaje y no se salga al caminar.
Con el tiempo esta alternativa le empezó a pasar factura.
Por los trabajos pesados que hace —cargar bultos, sembrar cultivos, construir canales de riego, deshierbar, entre otros— los muñones sufren mucho dentro de los potes.
Especialmente el derecho, cuya planta suele abrirse tras una jornada larga, y Jaime, como todo un cirujano, se sutura a sí mismo con hilo y aguja de costura; sin analgésicos ni, mucho menos, anestesia.

El izquierdo suele adormecérsele luego de varias horas de trabajo y, cuando permanece sumergido en el río, su piel acaba quemada por el roce de la bolsa plástica.
¿El remedio? Un relajante muscular de sensación fría que un hermano consiguió en un pueblo cercano y que “le distrae el dolor”.
Para paliar un poco esa situación, fabricó otro tipo de prótesis; unas “más guerreras”.
Son botas de caucho reutilizadas, a las que les introduce el socket de una antigua prótesis (la funda espumosa que aloja y conecta el muñón con el resto de la pieza) y un pedazo de tubo para poder encajar cada muñón con la ayuda de varias medias, toallas femeninas y bolsas plásticas.
A pesar del dolor, Jaime corre, camina, juega fútbol y monta bicicleta con los potes. Ha sabido adaptar su vida a ellos y pareciera no necesitar prótesis.
Las veces en las que el dolor en los muñones ha sido insoportable, ha buscado empleos que no impliquen esfuerzo físico, pero la respuesta siempre ha sido la misma: “Me dicen que es peligroso que me caiga trabajando y que no quieren demandas”.

La esperanza de una vida diferente
En 2018 le surgió una motivación mucho más fuerte para dejar los potes.
Stiven entraba a estudiar y Jaime no quería llevarlo a la escuela con ellos puestos y someterlo al “matoneo” que él mismo sufrió de niño y que acabó dejándolo casi analfabeto y condenado a la pobreza.
Su historia llegó a oídos de la Fundación CIREC, encargada de rehabilitar personas amputadas en Bogotá, y en septiembre de ese año viajó a la capital para cumplir su sueño: llevar a Stiven a la escuela sin los potes.
El 21 de septiembre llegó a Bogotá tras 12 horas en autobús. Traía puesta una pantaloneta de jean, y así permaneció toda su estadía a pesar del frío que puede llegar a hacer (unos 8 grados centígrados), pues con los potes es imposible usar un pantalón completo: se enredaban y es difícil manejarlos.

En la tarde tuvo la cita médica. Lo evaluaron durante una hora y esa misma noche regresó a Cúcuta.
Quedaron de llamarlo a finales de noviembre para continuar el proceso, y acabó regresando al CIREC en diciembre para probarse los moldes, ilusionado por recibir el 2019 en casa y con pies.
Jaime nunca se imaginó ir a la capital del país, y mucho menos para conseguir los pies que nunca tuvo.
El Zulia queda a 570 kilómetros de distancia. Es un municipio de sexta categoría (los menos poblados y con menos ingresos de Colombia), que, por su cercanía geográfica con El Catatumbo, una de las regiones más violentas del país, ha tenido presencia de la guerrilla del ELN.
En su pueblo, la gente sobrevive a 35 grados de temperatura cultivando arroz, criando peces, o teniendo ganado. Hay paros armados con cierta regularidad, y los edificios, el tráfico y el ruido ensordecedor de una metrópolis es algo que los pobladores solo conocen a través de las noticias.

En Bogotá, Jaime vio por primera vez una película en cine, fue de compras, conoció la ciclovía (el programa que restringe el flujo vehicular los domingos en algunas vías principales para que los amantes de la bicicleta transiten), y durante los más de 30 días que estuvo, no hizo otra cosa que imaginarse su vida allí.
Con un trabajo normal, que le implicara menos sufrimiento, y donde, sobre todo, pudiera superarse.
Las prótesis
Luego de tres citas y habiendo pasado año nuevo lejos de su familia en el albergue donde se hospedó durante el tratamiento, los pies nuevos estaban listos.
Unas prótesis valoradas en $4,000, tipo SYME bilateral, con sockets en fibra de carbono y resina acrílica, prácticamente indestructibles, le cambiarían la vida para siempre.
Celebró una vez se puso el socket de la pierna izquierda y comprobó que ya podría usar pantalón completo (la bota entraba).
En cuanto se midió la otra y logró levantarse de la silla, soltó un sorprendido: “Uy, qué altura”.
Las prótesis, además de darle la comodidad y la movilidad de las que tanto había adolecido, le regalaron cinco centímetros de estatura.

Erguido y listo para caminar, dio los primeros pasos sin flaquear, pese a que hacía ocho años no se paraba en unas prótesis.
Al principio Jaime caminaba robotizado, no sabía qué hacer con los brazos y, especialmente, con los hombros.
Pero al cabo de 40 minutos de entrenamiento con el fisioterapeuta, lo logró: lucía como alguien que siempre ha tenido pies.

Unas zapatillas deportivas negras con cámara de aire, que él mismo escogió en una tienda días antes, fueron los primeros zapatos de su nueva vida. Esos que acompañarían los jeans entubados que ahora se moría por vestir.
Su nueva vida estaba comenzando y ahora solo le faltaba algo: un trabajo acorde a ella.
Los últimos dos años para Jaime no han sido como esperaba.
Pasó de ser “el mocho” del pueblo, a ser Jaime, a secas, y pudo llevar a Stiven a la escuela sin que los compañeritos se burlaran de él.
Pero la búsqueda de trabajo ha sido infructuosa.
Sigue haciendo labores pesadas —cargando bultos, salando cueros de res, cargando madera por el río: oficios con los que puede llegar a ganar máximo $6 al día—, y las prótesis se deterioraron.

Hace 6 meses tuvo que enviarlas por segunda vez a Bogotá para repararlas y, por falta de dinero, no ha podido hacerlo. Desde entonces anda en potes.
Hace dos semanas hablamos por teléfono. Lleva casi un mes fuera de casa, trabajando en una finca, cargando troncos de madera por el río.
En las noches, el dolor en los muñones no lo deja dormir. Los sumerge en agua caliente para desinflamarlos, pero una vez ésta entra en contacto con la piel, le arde tanto que siente que se despelleja.
Todavía hay esperanza: en abril comienza la construcción de un puente sobre la vía que lleva a su casa. Un trabajo al que podría aplicar si tuviera las prótesis reparadas y que mejoraría abismalmente su calidad de vida.
ENTREGA ESPECIAL
15 años del horror en Mejicanos: la masacre del microbús que marcó a El Salvador

Foto: Cortesía
Este 20 de junio se cumplen 15 años de la masacre del microbús en Mejicanos, uno de los ataques más atroces perpetrados por las pandillas en la historia moderna de El Salvador. En la tarde de 2010, miembros de la Mara 18 secuestraron la ruta 47, la desviaron hacia la colonia Jardín, dispararon contra los pasajeros y luego incendiaron el vehículo con gasolina, dejando a decenas atrapados.

Carlos Oswaldo Alvarado, uno de los pandilleros que incendió el microbús de la ruta 47 para vengar el asesinato de uno de sus hermanos, fue condenado a 410 años de prisión, en marzo de 2016. Foto EDH/ Archivo
La tarde se tiñó de horror: al menos 17 personas murieron calcinadas, 15 quedaron heridas —muchas con quemaduras severas de tercer grado— y otras huyeron baleadas mientras intentaban escapar. Testimonios desgarradores narran el sacrificio de madres intentando salvar a sus hijos, solo para que los agresores les dispararan impunemente .

En septiembre de 2013, el pandillero Gustavo Ernesto López Huezo fue condenado a 66 años por ser el autor intelectual de la quema del microbús con 17 personas adentro. Foto EDH/ Archivo

Foto: Cortesía
El presidente de entonces, Mauricio Funes, calificó los hechos como “terrorismo puro” y subrayó la necesidad de reforzar la seguridad nacional. Las autoridades apresaron a ocho pandilleros, incluido el autor intelectual, y tras largos juicios fueron condenados a penas mayores de 66 a 400 años de cárcel.

Foto: Cortesía

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Foto: Cortesía
Este ataque no ocurrió en el vacío, sino dentro de un ciclo de violencia entre pandillas —Mara 18 y MS‑13— que marcó a El Salvador desde los años 90, cuando esos grupos se afianzaron tras la guerra civil y las deportaciones desde Estados Unidos.

Foto: Cortesía

Foto: Cortesía
En los últimos 30 años, las pandillas han dejado una enorme huella de dolor: se estima que entre 1992 y 2022, El Salvador sufrió cientos de miles de asesinatos violentos, muchos directamente relacionados con estas estructuras criminales. La tasa de homicidios alcanzó un pico de más de 140 por cada 100 000 habitantes en 1995 y luego un segundo pico en 2015 con 105 por cada 100 000, sumando alrededor de 7 977 y 6 656 homicidios en esos años, respectivamente.
Hoy se cumplen 15 años de uno de los peores atentados terroristas de las maras. Les dejo el testimonio de este milagro de vida de 3 sobrevivientes. 💙
Porque hoy es tiempo de ver, oír y hablar para nunca regresar al pasado.
🔗 Video completo 👇https://t.co/J0s5znBt9b pic.twitter.com/vxsx980QE6
— Christian Guevara 🇸🇻 (@ChrisGuevaraG) June 20, 2025

Foto: Cortesía
Desde 2019, bajo la gestión de Nayib Bukele con el Plan de Control Territorial y regímenes de excepción, las cifras de homicidios se desplomaron: de 52 por 100 000 en 2018 a menos de 8 en 2022, y un récord histórico de 114 homicidios totales en 2024 (1.9 por 100 000), el menor nivel desde los Acuerdos de Paz.
Sin embargo, el contraste entre la actualidad y aquel pasado atroz no debe ocultar que la violencia estructural persiste. La imposición de Estados de excepción ha implicado arrestos masivos (más de 78 000 sospechosos detenidos entre 2022 y 2024), y ha habido denuncias por derechos humanos . La derrota visible de las pandillas plantea ahora el desafío de una seguridad sostenible y respetuosa del Estado de Derecho.
Hoy, la conciencia social exige recordar el horror de Mejicanos no como un capítulo aislado, sino como una advertencia: sin inversión en educación, reconciliación comunitaria y oportunidades, la estructura delincuencial podría resurgir. El dolor de aquellas familias –en algunos casos apelando al perdón, en otros pidiendo justicia– vive en nuestra memoria colectiva .
A 15 años, las heridas siguen abiertas. Los rostros de los 17 muertos y de sus seres cercanos piden nuevas generaciones de salvadoreños que no se acostumbren a un ambiente de miedo. La esperanza radica en un país que vea la seguridad no solo como la ausencia de violencia, sino como la presencia de oportunidades para todos.
Que este aniversario renueve el compromiso: no solo con la memoria, sino con una sociedad que impida que hechos iguales o peores vuelvan a repetirse.
ENTREGA ESPECIAL
Con vendajes y visiblemente herido, único sobreviviente del accidente de Air India carga el ataúd de su hermano en Gujarat

Vishwash Kumar Ramesh, el único sobreviviente del trágico accidente aéreo de Air India que cobró la vida de más de 240 personas, fue captado por medios de comunicación en la India mientras cargaba el ataúd de su hermano menor durante el funeral realizado en Gujarat, al oeste del país.
Visiblemente herido y con vendajes en todo el cuerpo, Ramesh caminaba con dificultad, acompañado por familiares y amigos, en el último adiós a Ajay Ramesh, quien viajaba con él al momento del siniestro.
Según la información oficial, ambos hermanos, de nacionalidad británica, se encontraban en India visitando a su familia y regresaban a Londres cuando el Boeing 787 Dreamliner en el que viajaban se precipitó segundos después de despegar desde el aeropuerto de Ahmedabad. El avión impactó en una zona residencial de médicos, aumentando la magnitud del desastre.
Los hermanos estaban ubicados en los asientos 11A y 11J cuando ocurrió el accidente. Tras la caída, imágenes impactantes mostraron a Vishwash emergiendo de los escombros cubierto de sangre y con su tarjeta de embarque aún en la mano, convirtiéndose en símbolo de una tragedia que ha conmocionado al país. Las autoridades continúan investigando las causas del siniestro.
ENTREGA ESPECIAL
Steve Jobs reveló el secreto de su éxito en siete palabras que pocos recuerdan

El 12 de junio de 2005, Steve Jobs subió al escenario de la Universidad de Stanford y pronunció un discurso que, veinte años después, sigue inspirando a millones de personas en todo el mundo.
En el vigésimo aniversario de aquel momento, el Steve Jobs Archive ha publicado una versión remasterizada de la intervención, recordando la frase de siete palabras que, según el propio Jobs, encierra el secreto de su éxito: “Tienes que encontrar lo que te apasiona”.
Según informó INC, este mensaje, sencillo y directo, continúa siendo el núcleo de una de las alocuciones más influyentes de la historia de las graduaciones universitarias.
El Steve Jobs Archive, fundado por Laurene Powell Jobs en 2022, ha querido conmemorar el aniversario compartiendo no solo el video mejorado en alta definición, sino también documentos y testimonios que subrayan la vigencia del mensaje de Jobs. De acuerdo con el reporte de INC, la frase central del discurso resume la filosofía vital y profesional del cofundador de Apple, y ha sido objeto de análisis y reflexión durante dos décadas.
Un discurso estructurado en tres historias
El discurso de Steve Jobs en Stanford se distingue por su estructura clara y accesible. Desde el inicio, anunció a los graduados que compartiría “solo tres historias” de su vida, sin pretensiones ni grandes teorías. Esta organización permitió que el mensaje llegara de forma directa y memorable, facilitando que cada relato transmitiera una lección concreta.
Según detalló INC, Jobs abordó temas universales como el amor, la muerte, el miedo, la autenticidad y la esperanza. Cada historia personal sirvió para ilustrar un aspecto fundamental de su visión sobre el éxito y el sentido de la vida. La sencillez de la estructura contribuyó a que el discurso trascendiera el momento y se convirtiera en un referente para generaciones posteriores.
Conectar los puntos: el valor de la intuición y la retrospectiva
La primera historia que Jobs compartió con los graduados giró en torno a su experiencia universitaria. Narró cómo, tras seis meses en Reed College, decidió abandonar los estudios formales, aunque permaneció en el campus para asistir a clases que le interesaban, como caligrafía. Esta decisión, aparentemente arriesgada y poco convencional, resultó determinante años después, cuando el conocimiento adquirido sobre tipografía influyó en el diseño de los primeros ordenadores Macintosh.
Steve Jobs reveló cómo una
Steve Jobs reveló cómo una clase de caligrafía, tomada tras abandonar la universidad, terminó marcando el diseño tipográfico de los primeros ordenadores Macintosh
Jobs explicó que, en aquel momento, no podía prever cómo esas experiencias se conectarían en el futuro. “No puedes conectar los puntos mirando hacia delante. Solo puedes conectarlos mirando hacia atrás, por lo que tienes que confiar en que de alguna manera se conectarán en tu futuro”, afirmó ante la audiencia, según recogió INC.
La lección, según Jobs, es confiar en la intuición y en que las decisiones tomadas con el corazón encontrarán su sentido con el tiempo.
Amar lo que se hace: la resiliencia tras el fracaso
En su segundo relato, Jobs abordó uno de los episodios más difíciles de su vida profesional: su despido de Apple, la empresa que él mismo había fundado junto a Steve Wozniak.
Tras contratar a un director ejecutivo externo y experimentar diferencias irreconciliables sobre el rumbo de la compañía, Jobs se vio obligado a abandonar Apple a los 30 años, en un proceso que describió como un “fracaso muy público”.
A pesar del golpe, Jobs descubrió que seguía amando su trabajo. “Estoy convencido de que lo único que me mantuvo en pie fue que amaba lo que hacía”, confesó en su discurso. Esta pasión lo llevó a fundar nuevas empresas, como NeXT y Pixar, y a iniciar una etapa de gran creatividad personal y profesional. “Tienes que encontrar lo que amas, y esto es tan cierto para el trabajo como para las personas que amas”, sentenció, subrayando que la satisfacción y la excelencia solo se alcanzan cuando se trabaja en aquello que realmente apasiona.
El mensaje de Jobs, según la información publicada por INC, es claro: el amor por lo que se hace es el motor que permite superar los fracasos y reinventarse. La autenticidad y la perseverancia, más allá del éxito o el reconocimiento externo, constituyen la base de una vida plena y significativa.
La muerte como motor de autenticidad
La tercera historia relatada por Jobs abordó el tema de la muerte, a partir de su experiencia personal tras ser diagnosticado con cáncer de páncreas.
Los médicos le pronosticaron una esperanza de vida de entre tres y seis meses, aunque posteriormente se confirmó que padecía una variante tratable mediante cirugía. Esta vivencia, según Jobs, le permitió comprender la importancia de vivir cada día con autenticidad y sin miedo al juicio ajeno.
Steve Jobs conmovió a Stanford
Steve Jobs conmovió a Stanford al contar cómo su diagnóstico de cáncer lo llevó a vivir con autenticidad, sin miedo y valorando cada día como si fuera el último (Captura)
“Tu tiempo es limitado, así que no lo desperdicies viviendo la vida de otra persona”, advirtió Jobs a los graduados, según recogió INC. Para él, la conciencia de la mortalidad ayuda a tomar decisiones valientes y a priorizar lo verdaderamente importante, dejando de lado las expectativas externas y el temor al fracaso.
En ese sentido, Jobs animó a los jóvenes a escuchar su voz interior y a tener el coraje de seguir su intuición, convencido de que “todo lo demás es secundario”.
El impacto duradero y las voces del aniversario
A pesar de la trascendencia que hoy se atribuye al discurso, muchos de los asistentes originales no percibieron en el momento la magnitud de las palabras de Jobs.
Paola Fontein, graduada y co-presidenta de la clase de 2005, reconoció en una entrevista para el Steve Jobs Archive: “No creo que todos nos diéramos cuenta de lo importante que fue su discurso hasta que nos fuimos y lo encontramos, lo revisitamos y otros nos dijeron lo importante que era”.
Las circunstancias del día dificultaron que los presentes captaran plenamente el mensaje, pero la posibilidad de revisitar el discurso en años posteriores, gracias a plataformas como YouTube, permitió que su influencia se expandiera.
Leslie Berlin, directora ejecutiva fundadora del Steve Jobs Archive, destacó en declaraciones recogidas por INC: “Parte de su poder es que hay mucho en él. Y creo que lo que estás extrayendo era muy, muy real para Steve”.
Para Berlin, la autenticidad y la honestidad de Jobs son elementos clave que explican la vigencia y el impacto del discurso, capaz de ofrecer múltiples lecturas y enseñanzas a lo largo del tiempo.
El video remasterizado y la vigencia del mensaje
En el marco del vigésimo aniversario, el Steve Jobs Archive ha publicado una versión remasterizada en alta definición del discurso, acompañada de materiales y testimonios que enriquecen la comprensión del evento. Esta iniciativa busca acercar el mensaje de Jobs a nuevas generaciones y recordar la importancia de encontrar aquello que se ama, tanto en el trabajo como en la vida personal.
La información, publicada por INC, subraya que la frase “Tienes que encontrar lo que amas” no solo resume el secreto del éxito de Jobs, sino que constituye una invitación permanente a la autenticidad, la pasión y la búsqueda de sentido. El discurso, considerado por muchos como el más influyente de la historia de las graduaciones, sigue siendo un referente para quienes buscan inspiración en momentos de cambio o incertidumbre.
Como cierre de su intervención en Stanford, Steve Jobs recurrió a una cita del Whole Earth Catalog, una publicación emblemática de su juventud: “Mantente hambriento. Mantente insensato.”
Con estas palabras, deseó a los graduados el coraje de mantener la curiosidad y la audacia a lo largo de sus vidas, un mensaje que, veinte años después, conserva toda su fuerza y actualidad.