ENTREGA ESPECIAL
Relato de un niño de 9 años que cruzó 4 países para reunirse con sus padres en EE.UU.

El protagonista de «Solito», el libro de memorias del escritor y poeta Javier Zamora, es un niño de 9 años que realiza un viaje imposible, terrible, un viaje que nadie debería tener que hacer.
A esa edad, Zamora dejó su pueblo natal en El Salvador con el objetivo de llegar a Estados Unidos para a reunirse con sus padres, que habían partido antes que él: el papá huyendo de la guerra civil, la mamá unos años después para reencontrarse con su esposo y buscar nuevas oportunidades.
Su abuelo lo acompañó hasta Guatemala, pero luego Javier, alias «Chepito», tuvo que seguir solo y atravesar México y el desierto de Sonora, junto a otros migrantes que seguían su misma ruta. Muchos se quedaron en el camino. Fueron detenidos, murieron o simplemente desaparecieron.
La travesía debía durar dos semanas, pero por una traición duró nueve. «Solito» habla de lo que ocurrió en esos 49 días y de las relaciones que nacieron en ese trayecto.
Es un texto donde detalles devastadores se entrelazan con pasajes de una belleza estremecedora. Un libro que los críticos han descrito como importante, necesario, inolvidable.
«Por primera vez me sentí alone, lonely, solo, solito, solito de verdad»… Empecemos por esta frase que le da título al libro y que refleja una soledad muy desoladora. ¿Qué sentiste al escribirla por ese niño que fuiste?
Recuerdo que cuando escribí esa oración, me salió así a la primera, no le hice cambios. Creo que marcó un momento y de alguna manera encapsula lo que he sentido al trabajar en el libro, que es como un reconocimiento de lo que me ocurrió, de lo que sufrí, que es algo que me ha costado mucho tiempo aceptar.
Yo llegué a Estados Unidos a los 9 años y no comencé a escribir estas memorias hasta los 29. Tuvieron que pasar 20 años para que me atreviera a recordar y a dejar atrás ese escudo masculino, de hombre latino, tan machista, que cree que si uno no piensa en algo simplemente desaparece.
Pero sucedió. Y escribirlo me liberó, me ayudó a sanar.
Claro que el título no lo elegí yo, y cuando mi agente me lo propuso a mí no me gustaba nada.
¿Por qué?
Quizás porque estaba en medio de una terapia y aún no estaba preparado para enfrentarme a esa desolación. Que es muy grande.
En realidad, si pienso en el título, yo creo que no tuve una sino tres soledades.
La primera es haber crecido sin mis padres, sin mi papá que se va primero cuando tengo 1 año y sin mi mamá, que lo sigue cuando voy a cumplir 5.
La segunda ocurre cuando mi abuelo, que me acompañó hasta Guatemala, regresa a El Salvador, y me siento solito de verdad porque es la primera vez en la vida que no tengo a mi alrededor a alguien cercano.
Y la tercera se da cuando luego de sobrevivir junto a todos esos migrantes -sobre todo junto con Chino, Patricia y Carla, que se convirtieron en mi familia- llegamos a Estados Unidos y nos separamos. Se van, me quedo sin ellos.
De hecho, es muy paradójico que el libro termine cuando te encuentras con tus padres, y esa alegría enorme vaya acompañada de una pérdida que te duele tanto.
Sí. Probablemente esa es la soledad que me ha costado más. Es la que me oculté, la que olvidé por 20 años, hasta que comencé a escribir «Solito».
La de haber perdido a quienes literalmente me cargaron cuando ya no podía caminar, a los que me salvaron la vida.
Y al mismo tiempo que existe esa desolación tan profunda, en el libro abunda la ternura. ¿Estabas consciente de eso al escribir?
Sí, fue algo que hice conscientemente.
Me ayudó mucho que en 2017, dos años antes de empezar a escribir «Solito», yo había publicado en Estados Unidos mi primer libro, Unaccompanied (aún no traducido al español), que es un poemario.
Tenía 27 años, y al releerlo en medio de la terapia que estaba haciendo, me di cuenta de lo tristes que eran todos los poemas, que hablaban de mi papá durante la guerra civil de El Salvador, de mi vida en Estados Unidos sin papeles, y de cruzar la frontera, el borde.
Y al reconocer el enojo y el resentimiento que esos versos tenían hacia mí mismo, hacia mis padres, hacia EE.UU., entendí que me estaba engañando, que yo era mucho más que ese trauma.
Así que cuando tomé la decisión de escribir mis memorias en prosa, me propuse ser más tierno conmigo mismo y con los migrantes con los que viajé.
Es, además, mi forma de criticar lo que los periodistas escribían en esa época, cuando se produjo la crisis en la frontera y parecía que por primera vez descubrían que había niños migrantes.
Siendo yo uno de ellos, me dolía lo que leía, esos reportajes que nos reducían a una estadística o al perfil de alguien que sufre, que es un pobrecito al que hay que ayudar.
Yo sabía que eso no era todo, que no nos pasamos las 24 horas sufriendo. También hay momentos tiernos, momentos chistosos, de pura alegría, al comer por ejemplo, al probar tacos, y en tantas otras cosas que espero que hayan quedado capturadas en el libro.
De hecho, uno de los momentos más conmovedores del libro sucede cuando la policía migratoria los detiene y los obliga a tenderse en el suelo con las extremidades extendidas, y tú te imaginas que eres Superman y que estás volando. Es una imagen que rompe el corazón. ¿Es real o una licencia literaria?
Yo estoy convencido de que ocurrió.
Creo que es la técnica que usó mi cerebro para disociar, para no estar ahí tirado en el suelo con soldados apuntándonos. Preferí volar o jugar con la lagartija que apareció en ese momento y a la que llamé Paula.
Haciendo eso, trasciendo la escena, me voy.
Y sé que pasó, que es verdad, porque todavía hoy cuando estoy en una situación en la que no quiero estar, por ejemplo en una conversación que no me gusta con mi esposa, yo digo «oh, mira, mira el pájaro, mira cómo vuela».
Es algo que nunca se va, que aprendí de niño por el trauma, y que aún está conmigo.
Entiendo que la primera escena que escribiste es la del bote que toman desde Guatemala para llegar a México, que aunque contiene la dulzura de cómo te cuidan tus acompañantes, describe una situación brutal con detalles raramente mencionados en la prensa, que solo habla de los naufragios o de los que logran cruzar y quedan detenidos o atrapados…
Yo empecé a escribir el libro como una memoria tradicional, como un hombre de 29 años, poeta, que recuerda las peores nueve semanas de su vida.
Pero incluso yo como escritor me aburría con lo que escribía.
Fue en esos días cuando mi terapeuta me sugirió hacer el ejercicio de pensar qué sucedería si me conectara con ese niño con el que por 20 años no había querido hablar ni ponerme en su piel, en sus zapatos.
Estamos hablando de 2019 y en los periódicos seguía habiendo muy poco entendimiento de lo que es emigrar a Estados Unidos. Solo se hablaba de las caravanas de caminantes o de La Bestia.
Pero esa no era mi historia ni mi ruta. Y nadie escribía de estos botes, que por lo demás todavía se usan.
Era algo que me enojaba. Y cuando me puse a escribir, me salió este episodio, que redacté de forma casi compulsiva, sin frenar.
Fue una experiencia dura, pero escribirlo en presente me ayudó a recordar muchas cosas, como el olor del mar mezclado con el de la gasolina y el del sudor; o el mareo y el vómito de los que iban conmigo y cómo el viento nos devolvía lo que vomitaban y todos nos impregnábamos de ello; o el hombre que gritaba porque le temía al mar y no sabía nadar y que me dio mucho, mucho miedo, porque yo tampoco sabía nadar.
¿Tenías miedo de morirte o te asustaba más no llegar a tu destino, no reencontrarte con tus padres?
No sé si a esa edad yo entendía cognitivamente el concepto de la muerte, aunque como todo ser humano, seguro la intuía.
Pero ver a los adultos tan llenos de miedo, me causó un gran horror, un terror que no se olvida, que te marca.
Uno podría decir que en paralelo a la travesía, el libro es como un viaje inaugural en el que nombras muchas cosas que aprendes o te pasan por primera vez, desde amarrarte los cordones de los zapatos, a conocer países nuevos, comidas que no habías probado, tu atracción hacia Carla…
Sí, hay cosas lindas que me pasaron en ese viaje, pero en perspectiva me he dado cuenta de que yo no tuve niñez, que la perdí en el viaje. Y eso es triste.
Hay una escena particular que marca eso, que es cuando pruebo mi primer cigarrillo y los hombres que me acompañan me mandan a buscar gasolina en polvo. Como broma. Porque yo era ingenuo y no sabía que no existía.
Para ellos, esa fumada es lo que se necesitaba para que este niño de 9 años se sintiera como más machito o más poderoso. Que sí, funciona. Pero también ese momento marca el fin de una etapa del niño que yo era y el que hubiera sido si no hubiese pasado todo lo que ocurrió después.
Es algo muy complejo, porque al mismo tiempo, lo que pasó es lo que me ha formado, lo que me hace la persona que soy.
Quizás por eso, porque siento que no tuve niñez, el mejor elogio que alguien me puede hacer cuando entramos en confianza es decirme que parezco un niño.
Como en toda historia de migración, el coyote es un personaje importante en tu libro, pero cuentas que para la gente de tu pueblo era una figura familiar, como un «coyote bueno», lo que suena bastante contraintuitivo.
Sí, este es un punto que tal vez mucha gente no va a entender, pero en esos tiempos, en los 90, muchas de esas personas a las que llamábamos coyotes pensaban que de verdad estaban ayudando a otras personas, como yo o como otros que estaban huyendo de una guerra o una posguerra, a reunirse con sus familiares en Estados Unidos.
En sus mentes, esos coyotes estaban haciendo algo bueno.
Y, pese a que mucho de lo que a mí me ocurrió fue culpa de un coyote, yo soy del mismo pensamiento de que sí, estaban haciendo algo bueno.
Funciona un poco como en una economía. El mercado estaba ahí y alguien tenía que hacer ese trabajo.
Pero hoy el mercado se ha hecho tan rico, tan bueno, que se ha convertido en un monopolio dominado por los carteles, que han comprado y contratado a los coyotes. No hay coyotes que no pertenezcan a uno.
La infraestructura de la inmigración ha cambiado en forma exponencial hacia lo peor. Por eso es que cada vez mueren más migrantes.
Ni salvadoreño, ni estadounidense, tú prefieres que te describan como migrante, ¿no?
Sí, sí, he usado esa palabra y he pedido que la usen, pero ahora en muchas de mis charlas y entrevistas estoy tratando de usar el término sobreviviente, porque creo que la palabra inmigrante ha sido tan distorsionada que, al menos en Estados Unidos, se convierte en algo muy negativo.
Terminemos hablando del amor. Las relaciones que nacen en tu travesía están colmadas de él. Después de haber escrito tanto sobre el dolor, ¿no te dan ganas de escribir sobre el amor?
Ah, sí, es cierto que quizás mis poemas no tienen tanto amor, pero yo veo mi prosa, este libro como una gran carta de amor para los cuatro. La carta que siempre espero que lean, o escuchen de ella y volvamos a vernos.
Y lo que estoy escribiendo hoy, que es como la segunda parte, mi vida en Estados Unidos, creo que va a ser incluso más dura de leer, pero también es una carta de amor, esta vez para mis padres, que me tuvieron a los 18 años, y también han sufrido mucho.
El padre de Javier inmigró a Estados Unidos huyendo de la guerra civil de El Salvador un poco después de que se tomara esta fotografía.
Para ellos lo que pasó fue muy difícil. Mi papá dice que nunca va a olvidar el olor que yo tenía cuando nos reencontramos. Lloró mucho con eso.
Él leyó el libro, pero mi mamá no ha logrado pasar del primer capítulo.
¿Y sabes qué repercusión ha tenido en otros migrantes?
Mira, curiosamente, en los tres años que estuve de gira con mi libro de poemas, nunca hablé con algún migrante de mi trabajo.
Pero con «Solito» es diferente. Ha sido maravilloso que a las lecturas vayan niños o que se me acerquen adultos y me digan «yo también fue un niño migrante».
Llega a ser escalofriante que muchos me cuenten que cruzaron el mismo mes y año que yo, que estuvimos en el desierto de Sonora en el mismo momento. Por mucho tiempo yo sentí que estaba solito en ese trauma, que había sufrido más que nadie, y eso es muy tóxico, porque te dejan de importar los que están a tu lado.
Pero no es verdad. No estamos solitos. Somos muchos.
Ahorita mismo, mientras hablamos, seguro hay un niño de Venezuela, Cuba, Nicaragua o El Salvador que está cruzando. Ojalá ellos también lleguen a saber que no están solos, que nunca lo han estado.
ENTREGA ESPECIAL
15 años del horror en Mejicanos: la masacre del microbús que marcó a El Salvador

Foto: Cortesía
Este 20 de junio se cumplen 15 años de la masacre del microbús en Mejicanos, uno de los ataques más atroces perpetrados por las pandillas en la historia moderna de El Salvador. En la tarde de 2010, miembros de la Mara 18 secuestraron la ruta 47, la desviaron hacia la colonia Jardín, dispararon contra los pasajeros y luego incendiaron el vehículo con gasolina, dejando a decenas atrapados.

Carlos Oswaldo Alvarado, uno de los pandilleros que incendió el microbús de la ruta 47 para vengar el asesinato de uno de sus hermanos, fue condenado a 410 años de prisión, en marzo de 2016. Foto EDH/ Archivo
La tarde se tiñó de horror: al menos 17 personas murieron calcinadas, 15 quedaron heridas —muchas con quemaduras severas de tercer grado— y otras huyeron baleadas mientras intentaban escapar. Testimonios desgarradores narran el sacrificio de madres intentando salvar a sus hijos, solo para que los agresores les dispararan impunemente .

En septiembre de 2013, el pandillero Gustavo Ernesto López Huezo fue condenado a 66 años por ser el autor intelectual de la quema del microbús con 17 personas adentro. Foto EDH/ Archivo

Foto: Cortesía
El presidente de entonces, Mauricio Funes, calificó los hechos como “terrorismo puro” y subrayó la necesidad de reforzar la seguridad nacional. Las autoridades apresaron a ocho pandilleros, incluido el autor intelectual, y tras largos juicios fueron condenados a penas mayores de 66 a 400 años de cárcel.

Foto: Cortesía

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Foto: Cortesía
Este ataque no ocurrió en el vacío, sino dentro de un ciclo de violencia entre pandillas —Mara 18 y MS‑13— que marcó a El Salvador desde los años 90, cuando esos grupos se afianzaron tras la guerra civil y las deportaciones desde Estados Unidos.

Foto: Cortesía

Foto: Cortesía
En los últimos 30 años, las pandillas han dejado una enorme huella de dolor: se estima que entre 1992 y 2022, El Salvador sufrió cientos de miles de asesinatos violentos, muchos directamente relacionados con estas estructuras criminales. La tasa de homicidios alcanzó un pico de más de 140 por cada 100 000 habitantes en 1995 y luego un segundo pico en 2015 con 105 por cada 100 000, sumando alrededor de 7 977 y 6 656 homicidios en esos años, respectivamente.
Hoy se cumplen 15 años de uno de los peores atentados terroristas de las maras. Les dejo el testimonio de este milagro de vida de 3 sobrevivientes. 💙
Porque hoy es tiempo de ver, oír y hablar para nunca regresar al pasado.
🔗 Video completo 👇https://t.co/J0s5znBt9b pic.twitter.com/vxsx980QE6
— Christian Guevara 🇸🇻 (@ChrisGuevaraG) June 20, 2025

Foto: Cortesía
Desde 2019, bajo la gestión de Nayib Bukele con el Plan de Control Territorial y regímenes de excepción, las cifras de homicidios se desplomaron: de 52 por 100 000 en 2018 a menos de 8 en 2022, y un récord histórico de 114 homicidios totales en 2024 (1.9 por 100 000), el menor nivel desde los Acuerdos de Paz.
Sin embargo, el contraste entre la actualidad y aquel pasado atroz no debe ocultar que la violencia estructural persiste. La imposición de Estados de excepción ha implicado arrestos masivos (más de 78 000 sospechosos detenidos entre 2022 y 2024), y ha habido denuncias por derechos humanos . La derrota visible de las pandillas plantea ahora el desafío de una seguridad sostenible y respetuosa del Estado de Derecho.
Hoy, la conciencia social exige recordar el horror de Mejicanos no como un capítulo aislado, sino como una advertencia: sin inversión en educación, reconciliación comunitaria y oportunidades, la estructura delincuencial podría resurgir. El dolor de aquellas familias –en algunos casos apelando al perdón, en otros pidiendo justicia– vive en nuestra memoria colectiva .
A 15 años, las heridas siguen abiertas. Los rostros de los 17 muertos y de sus seres cercanos piden nuevas generaciones de salvadoreños que no se acostumbren a un ambiente de miedo. La esperanza radica en un país que vea la seguridad no solo como la ausencia de violencia, sino como la presencia de oportunidades para todos.
Que este aniversario renueve el compromiso: no solo con la memoria, sino con una sociedad que impida que hechos iguales o peores vuelvan a repetirse.
ENTREGA ESPECIAL
Con vendajes y visiblemente herido, único sobreviviente del accidente de Air India carga el ataúd de su hermano en Gujarat

Vishwash Kumar Ramesh, el único sobreviviente del trágico accidente aéreo de Air India que cobró la vida de más de 240 personas, fue captado por medios de comunicación en la India mientras cargaba el ataúd de su hermano menor durante el funeral realizado en Gujarat, al oeste del país.
Visiblemente herido y con vendajes en todo el cuerpo, Ramesh caminaba con dificultad, acompañado por familiares y amigos, en el último adiós a Ajay Ramesh, quien viajaba con él al momento del siniestro.
Según la información oficial, ambos hermanos, de nacionalidad británica, se encontraban en India visitando a su familia y regresaban a Londres cuando el Boeing 787 Dreamliner en el que viajaban se precipitó segundos después de despegar desde el aeropuerto de Ahmedabad. El avión impactó en una zona residencial de médicos, aumentando la magnitud del desastre.
Los hermanos estaban ubicados en los asientos 11A y 11J cuando ocurrió el accidente. Tras la caída, imágenes impactantes mostraron a Vishwash emergiendo de los escombros cubierto de sangre y con su tarjeta de embarque aún en la mano, convirtiéndose en símbolo de una tragedia que ha conmocionado al país. Las autoridades continúan investigando las causas del siniestro.
ENTREGA ESPECIAL
Steve Jobs reveló el secreto de su éxito en siete palabras que pocos recuerdan

El 12 de junio de 2005, Steve Jobs subió al escenario de la Universidad de Stanford y pronunció un discurso que, veinte años después, sigue inspirando a millones de personas en todo el mundo.
En el vigésimo aniversario de aquel momento, el Steve Jobs Archive ha publicado una versión remasterizada de la intervención, recordando la frase de siete palabras que, según el propio Jobs, encierra el secreto de su éxito: “Tienes que encontrar lo que te apasiona”.
Según informó INC, este mensaje, sencillo y directo, continúa siendo el núcleo de una de las alocuciones más influyentes de la historia de las graduaciones universitarias.
El Steve Jobs Archive, fundado por Laurene Powell Jobs en 2022, ha querido conmemorar el aniversario compartiendo no solo el video mejorado en alta definición, sino también documentos y testimonios que subrayan la vigencia del mensaje de Jobs. De acuerdo con el reporte de INC, la frase central del discurso resume la filosofía vital y profesional del cofundador de Apple, y ha sido objeto de análisis y reflexión durante dos décadas.
Un discurso estructurado en tres historias
El discurso de Steve Jobs en Stanford se distingue por su estructura clara y accesible. Desde el inicio, anunció a los graduados que compartiría “solo tres historias” de su vida, sin pretensiones ni grandes teorías. Esta organización permitió que el mensaje llegara de forma directa y memorable, facilitando que cada relato transmitiera una lección concreta.
Según detalló INC, Jobs abordó temas universales como el amor, la muerte, el miedo, la autenticidad y la esperanza. Cada historia personal sirvió para ilustrar un aspecto fundamental de su visión sobre el éxito y el sentido de la vida. La sencillez de la estructura contribuyó a que el discurso trascendiera el momento y se convirtiera en un referente para generaciones posteriores.
Conectar los puntos: el valor de la intuición y la retrospectiva
La primera historia que Jobs compartió con los graduados giró en torno a su experiencia universitaria. Narró cómo, tras seis meses en Reed College, decidió abandonar los estudios formales, aunque permaneció en el campus para asistir a clases que le interesaban, como caligrafía. Esta decisión, aparentemente arriesgada y poco convencional, resultó determinante años después, cuando el conocimiento adquirido sobre tipografía influyó en el diseño de los primeros ordenadores Macintosh.
Steve Jobs reveló cómo una
Steve Jobs reveló cómo una clase de caligrafía, tomada tras abandonar la universidad, terminó marcando el diseño tipográfico de los primeros ordenadores Macintosh
Jobs explicó que, en aquel momento, no podía prever cómo esas experiencias se conectarían en el futuro. “No puedes conectar los puntos mirando hacia delante. Solo puedes conectarlos mirando hacia atrás, por lo que tienes que confiar en que de alguna manera se conectarán en tu futuro”, afirmó ante la audiencia, según recogió INC.
La lección, según Jobs, es confiar en la intuición y en que las decisiones tomadas con el corazón encontrarán su sentido con el tiempo.
Amar lo que se hace: la resiliencia tras el fracaso
En su segundo relato, Jobs abordó uno de los episodios más difíciles de su vida profesional: su despido de Apple, la empresa que él mismo había fundado junto a Steve Wozniak.
Tras contratar a un director ejecutivo externo y experimentar diferencias irreconciliables sobre el rumbo de la compañía, Jobs se vio obligado a abandonar Apple a los 30 años, en un proceso que describió como un “fracaso muy público”.
A pesar del golpe, Jobs descubrió que seguía amando su trabajo. “Estoy convencido de que lo único que me mantuvo en pie fue que amaba lo que hacía”, confesó en su discurso. Esta pasión lo llevó a fundar nuevas empresas, como NeXT y Pixar, y a iniciar una etapa de gran creatividad personal y profesional. “Tienes que encontrar lo que amas, y esto es tan cierto para el trabajo como para las personas que amas”, sentenció, subrayando que la satisfacción y la excelencia solo se alcanzan cuando se trabaja en aquello que realmente apasiona.
El mensaje de Jobs, según la información publicada por INC, es claro: el amor por lo que se hace es el motor que permite superar los fracasos y reinventarse. La autenticidad y la perseverancia, más allá del éxito o el reconocimiento externo, constituyen la base de una vida plena y significativa.
La muerte como motor de autenticidad
La tercera historia relatada por Jobs abordó el tema de la muerte, a partir de su experiencia personal tras ser diagnosticado con cáncer de páncreas.
Los médicos le pronosticaron una esperanza de vida de entre tres y seis meses, aunque posteriormente se confirmó que padecía una variante tratable mediante cirugía. Esta vivencia, según Jobs, le permitió comprender la importancia de vivir cada día con autenticidad y sin miedo al juicio ajeno.
Steve Jobs conmovió a Stanford
Steve Jobs conmovió a Stanford al contar cómo su diagnóstico de cáncer lo llevó a vivir con autenticidad, sin miedo y valorando cada día como si fuera el último (Captura)
“Tu tiempo es limitado, así que no lo desperdicies viviendo la vida de otra persona”, advirtió Jobs a los graduados, según recogió INC. Para él, la conciencia de la mortalidad ayuda a tomar decisiones valientes y a priorizar lo verdaderamente importante, dejando de lado las expectativas externas y el temor al fracaso.
En ese sentido, Jobs animó a los jóvenes a escuchar su voz interior y a tener el coraje de seguir su intuición, convencido de que “todo lo demás es secundario”.
El impacto duradero y las voces del aniversario
A pesar de la trascendencia que hoy se atribuye al discurso, muchos de los asistentes originales no percibieron en el momento la magnitud de las palabras de Jobs.
Paola Fontein, graduada y co-presidenta de la clase de 2005, reconoció en una entrevista para el Steve Jobs Archive: “No creo que todos nos diéramos cuenta de lo importante que fue su discurso hasta que nos fuimos y lo encontramos, lo revisitamos y otros nos dijeron lo importante que era”.
Las circunstancias del día dificultaron que los presentes captaran plenamente el mensaje, pero la posibilidad de revisitar el discurso en años posteriores, gracias a plataformas como YouTube, permitió que su influencia se expandiera.
Leslie Berlin, directora ejecutiva fundadora del Steve Jobs Archive, destacó en declaraciones recogidas por INC: “Parte de su poder es que hay mucho en él. Y creo que lo que estás extrayendo era muy, muy real para Steve”.
Para Berlin, la autenticidad y la honestidad de Jobs son elementos clave que explican la vigencia y el impacto del discurso, capaz de ofrecer múltiples lecturas y enseñanzas a lo largo del tiempo.
El video remasterizado y la vigencia del mensaje
En el marco del vigésimo aniversario, el Steve Jobs Archive ha publicado una versión remasterizada en alta definición del discurso, acompañada de materiales y testimonios que enriquecen la comprensión del evento. Esta iniciativa busca acercar el mensaje de Jobs a nuevas generaciones y recordar la importancia de encontrar aquello que se ama, tanto en el trabajo como en la vida personal.
La información, publicada por INC, subraya que la frase “Tienes que encontrar lo que amas” no solo resume el secreto del éxito de Jobs, sino que constituye una invitación permanente a la autenticidad, la pasión y la búsqueda de sentido. El discurso, considerado por muchos como el más influyente de la historia de las graduaciones, sigue siendo un referente para quienes buscan inspiración en momentos de cambio o incertidumbre.
Como cierre de su intervención en Stanford, Steve Jobs recurrió a una cita del Whole Earth Catalog, una publicación emblemática de su juventud: “Mantente hambriento. Mantente insensato.”
Con estas palabras, deseó a los graduados el coraje de mantener la curiosidad y la audacia a lo largo de sus vidas, un mensaje que, veinte años después, conserva toda su fuerza y actualidad.