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Marruecos fortalece sus nexos con América Latina y el Caribe

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El lunes 13 de julio de 2020, el Secretario General de la Comunidad Andina (CAN), Jorge Hernando Pedraza, anunció que sus países miembros aprobaron la Decisión 862, la cual otorga el estatus de Observador al Reino de Marruecos.

El 26 de mayo de 1969, se suscribió el Acuerdo de Cartagena, Tratado Constitutivo que fija los objetivos de la integración andina, define su sistema institucional y establece mecanismos y políticas que deben ser desarrolladas por los órganos comunitarios. De esa manera, se puso en marcha el proceso andino de integración conocido, en ese entonces como Pacto Andino. La CAN está integrada por Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia; Chile, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay son países asociados; y, hasta ahora, sólo España figuraba como país Observador.

Con esta adhesión, Marruecos, el país amigo -africano, de mayoría árabe y de religión musulmana- extiende sus lazos de amistad y cooperación con América Latina y el Caribe (ALC) en este Siglo XXI.

¿Regreso al pasado? ¿Reencuentro entre África y las Américas?

En la actualidad, los investigadores e historiadores han centrado su atención en el segundo viaje de Cristóbal Colón. Refiere Colón en sus notas el encuentro en la isla de Guanahaní, hoy Haití, con personas étnicamente diferentes a los pueblos originarios americanos, con rasgos de poblaciones africanas. Colón narra que podrían ser descendientes de náufragos africanos provenientes del sur o del sureste de Guanahaní. Los investigadores igualmente señalan a árabes como miembros de la tripulación de los viajes de Vasco de Gama. En específico, se señala a uno de los pilotos del viaje a la India como el árabe Ahmad Ibn Majid. Este piloto habría sido el autor de tres documentos náuticos en los que mostró su conocimiento sobre las rutas de los océanos Atlántico e Índico. No menos sorprendente, para el mundo mediterráneo de aquel entonces, es la identificación de Luis de Torres, tripulante del primer viaje de Colón, quien poseía un manejo superlativo de idiomas, como un descendiente judío bautizado niño como Yosef Ben Ha Levy Haivri (“Joseph, hijo de Levy el hebreo”).

En las olas más deshumanizantes de esclavitud por europeos contra africanos, particularmente durante el Siglo XVIII, se cuentan varios miles de africanos del norte del continente. Otras investigaciones refieren que esas olas de esclavitud habrían movilizado a cientos de norafricanos hasta las plantaciones del sur de Estados Unidos. Difícilmente, podríamos descartar entre esos esclavos, a personas oriundas de Marruecos pues los historiadores estadounidenses han esclarecido la identidad de varios combatientes entre las filas de George Washington: Bampett Muhammad, quien formó parte del contingente aportado por el estado de Virginia entre 1775 y 1783; Yusuf Ben Ali, quien aparece registrado con su nombre de esclavo Joseph Benhaley, un descendiente de árabes norafricanos que sirvió como ayudante del general Thomas Sumter en Carolina del Sur; entre otros.

Ajeno a estos protagonismos personales, el Reino de Marruecos mantuvo durante esos siglos de globalización y de esclavitud una dramática resiliencia ante las grandes potencias de la época. Por ello, es proverbial que Marruecos fuera quien primero reconoció al Estados Unidos independiente de 1777. Diez años después, en 1787, fue ratificado por el senado estadounidense el Tratado de Paz y de Amistad firmado en 1786 entre los dos países, tratado que fue renegociado en 1836 y que sigue en vigor. Ese fue el primer tratado que firmó Estados Unidos con una nación extranjera.

La ola de movilidad árabe hacia ALC a finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX comprendió a decenas de ciudadanos marroquíes. Fue la erróneamente denominada “migración turca” que reflejó el hecho de que una mayoría de árabes bajo el yugo otomano lograban cruzar el Atlántico con un pasaporte del entonces imperio.

Estos hechos, no concatenados entre sí, constituyen el telón de fondo de la valiente posición de Marruecos durante las dos Guerras Mundiales en el Siglo XX. Pero, paradójicamente, la intervención de España y Francia socavó la independencia de Marruecos hasta 1956 cuando el Rey Mohamed V retorna de su exilio en Madagascar.

La Guerra Fría como mecanismo de control internacional hizo lo propio entre ALC y África, en términos de separar los continentes, exceptuando las nada honorables aventuras belicistas de Cuba -apadrinadas por Moscú- en las décadas sesenta y setenta en el Congo, Angola, Etiopía y Argelia, entre las intervenciones cubanas más sonoras. La aventura en Argelia es de nuestro especial interés pues las tropas cubanas estuvieron a punto de combatir contra tropas de Marruecos en el marco de la intervención de Argelia en el Sáhara, intervención argelina que sigue vigente hasta nuestros días, y a la que pasaremos revista más adelante. Hemos de señalar que, finalmente, los soldados cubanos se retiraron del Norte de África sin ninguna baja a diferencia de Angola, en el sur del continente, donde se cuentan cientos de cubanos fallecidos. Como algunos expertos indican, Angola fue, lamentablemente, el “Vietnam cubano”.

Del fin de la Guerra Fría a la actualidad

El Reino de Marruecos inició un singular acercamiento diplomático y a la vez comercial con ALC antes de la conclusión de la Guerra Fría. Por ello, esta adhesión al esquema andino de integración es la coronación de un largo y progresivo mutuo reconocimiento. A guisa de ejemplo, veamos la relación bilateral Colombia-Marruecos: Marruecos abrió su embajada en Bogotá en 1986 y Colombia instaló su embajada en Rabat en 1990. Además de la cooperación entre Colombia y Marruecos en materia de lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, los dos países registran: el Acuerdo de Cooperación Turística de marzo de 2000; el Acuerdo sobre Supresión de Visas para Pasaportes Diplomáticos, Oficiales y de Servicio de 1997; el Acuerdo Comercial de junio de 1995; el Acuerdo de Cooperación Técnica y Científica, de octubre de 1992, y el Acuerdo Cultural de diciembre de 1991.

La adhesión de Marruecos a la CAN tiene como uno de sus pilares que las exportaciones de los cuatro países del CAN a Marruecos, el año 2019, alcanzaron los US$ 41 millones siendo los principales productos exportados: hulla bituminosa, plátanos tipo “cavendish valery” frescos, calamares y potas; preparaciones y conservas de camarones, langostinos y crustáceos pelados, vivos, frescos, refrigerados y congelados. En tanto, las importaciones desde Marruecos hacia los países andinos tuvieron un valor de US$ 102 millones, siendo los principales productos importados: grasas y aceites de pescado, fosfato de calcio natural, camisas, blusas y camiseras para mujeres o niñas de fibras sintéticas o artificiales, partes para acondicionadores de aire, sardinas, sardinelas y espadines congelados.

Estoy convencido que la adhesión del Reino de Marruecos al esquema regional centroamericano fue un eslabón en este fortalecimiento de nexos de Rabat con ALC. Hito al que me he referido en repetidas ocasiones durante esta segunda década del Siglo XXI que estamos a punto de concluir con este terrible episodio del COVID-19. Pero, igualmente, me he referido a la reciprocidad necesaria en apuntalar diplomáticamente el responsable plan de paz presentado por el Reino de Marruecos el año 2007 con el título de “Iniciativa Marroquí para la Negociación de un Estatuto de Autonomía para el Sáhara”.

Como latinoamericanos y caribeños, en el marco de la Organización de Naciones Unidas, debemos respaldar este esfuerzo de paz que pasa por la democratización de Argelia pues el régimen militarista hace suyo el tema del Sáhara apuntalando la descomposición histórica de lo que un día fue el Frente Polisario reconocido por las mismas Naciones Unidas y en la Iniciativa Marroquí de paz del 2007 como un interlocutor -si bien no el único- de las comunidades saharauis.

En las últimas dos décadas diversas organizaciones humanitarias y la prensa internacional (entre las que se cuentan Agence France Press -AFP-, la web EUtoday.net y la Alternative Press Agency) han estado denunciando los delitos de lesa humanidad vinculados al sistemático robo de ayuda humanitaria que lleva a cabo el Frente Polisario con la participación y complicidad del gobierno de Argelia.

A estas denuncias se han sumado organizaciones como la ONG Organización Acción Internacional para el Desarrollo en la Región de los Grandes Lagos (AIPD), con sede en Ginebra, y la European Strategic Intelligence and Security Center (ESISC), entre otras entidades. Desde que se conocen las pruebas documentales recopiladas desde 2003 por la Oficina Antifraude de la Unión Europea (OLAF) y que tomaron forma en un informe fechado en 2007, se sabe con certeza que los altos mandos del Polisario con el apoyo de funcionarios argelinos desvían parte de los productos alimenticios y sanitarios enviados a cubrir las necesidades de la población marroquí retenida, desde hace más de cuarenta años, en los campamentos de Tindouf, en el sur de Argelia.

Estos productos, que en general están envasados y etiquetados como “ayuda humanitaria no comercializable” son ilegalmente comercializados más tarde, a través de las mafias internacionales que controlan los tráficos ilícitos en el Sahel, en los mercados informales de Mauritania, Mali, Chad y Nigeria. El desvío de ayuda humanitaria es posible porque los administradores de los campos, es decir, el frente Polisario y el Ejército de Argelia, informan de la existencia de un número mayor de pobladores de los que realmente existen para recibir un mayor volumen de productos de los que realmente necesitan.

Los países de ALC deben prestar atención al naciente “Movimiento Saharauis por la Paz”. Varios miembros de este movimiento intentaron reformas democratizadoras dentro del Polisario, pero la cúpula las paralizó, de allí procedieron a lanzar el Movimiento que rápidamente gana reconocimiento internacional. Respaldar su participación en futuros diálogos sería clave para la resolución negociada del conflicto en complemento a que la comunidad africana, Europa y Estados Unidos, logren una transición política para el pueblo de Argelia que sigue en las calles reclamando el respeto a los Derechos Humanos y el fin del militarismo y el saqueo de las riquezas naturales del país.

El líder del movimiento, Hach Ahmed, envió una carta el 12/05/2020 a la ONU en la que ofreció “contribuir a la reactivación de toda dinámica que pueda conducir a la culminación pronta y exitosa de los esfuerzos” por la resolución del conflicto, resolución “política, justa, perdurable y que sobre todo proporcione un desenlace feliz y digno al largo y penoso drama de nuestro pueblo”. Ahmed afirmó: “buscamos solución y paz como el sediento que busca agua en el desierto. Es una oportunidad para el pueblo saharaui. Después de medio siglo de guerra, exilio, dificultades y muros, tiene derecho a un período de tranquilidad. La paz rompe los muros militares, reabre fronteras y reúne familias divididas y, por supuesto, traerá prosperidad y bienestar al pueblo saharaui. También es el fin del exilio, el ejercicio y el pleno disfrute de sus derechos. Creo que es hora de que cambie el destino del pueblo saharaui”.

Reflexión final

En la Política Internacional no existen líneas rectas. El tránsito ida y vuelta entre el conflicto y la paz, entre la guerra y la concordia, algunas veces es un circuito reverberante, otras es un conjunto de bajas y altas. El resultado es el que al final importa: construir regiones y sociedades pacíficas, democráticas, menos violentas, en las cuales impere el Estado de Derecho y los tratados internacionales de amistad y cooperación entre las naciones y los bloques de países.

Algunos historiadores africanos y europeos no cesan en sus investigaciones para encontrar evidencias sobre los navegantes del Norte y el Occidente de África que habrían logrado cruzar el Atlántico antes de 1492 y alcanzado las tierras que un día serían llamadas América. Después de 1492, la civilización norafricana vino con los europeos en las lenguas castellana y portuguesa, en las matemáticas y calendarios, en la ciencia árabe aplicada al diario vivir de personas e instituciones.

ALC tiene mucho por aportar, por colaborar, a que la paz reine más temprano que tarde en el Sáhara con un Marruecos integrado y soberano. No tengo duda que la mayor y mejor presencia de Marruecos en ALC es un presagio tangible de que el Siglo XXI es un nuevo tiempo para las relaciones entre nuestros dos continentes. Tras 37 años de ruptura, Marruecos reabrió su embajada en La Habana, dejando atrás las heridas dejadas por la aventura cubana en Argelia a la que nos referimos antes. Del reencuentro caminamos a la reconciliación, ambas dinámicas imprescindibles para la construcción y la consolidación de la paz mundial.

Por: Napoleón Campos.

Especialista en Integración Regional y Temas Internacionales.

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«La vigencia de Wittgenstein en nuestros días»-Lisandro Prieto Femenía

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“La filosofía es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia mediante el uso del lenguaje”

L. Wittgenstein

Hoy quisiera invitarlos a reflexionar en torno a uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, cuyos trabajos tienen un impacto crucial en la filosofía del lenguaje, la epistemología, la filosofía de la mente y la lógica, a saber, el gran Ludwig Wittgenstein (1889-1951). Si bien sus obras fundamentales, el «Tractatus Logico-Philosophicus» (1922) y las «Investigaciones filosóficas» (1953), fueron escritas en un contexto histórico muy distinto al nuestro, la relevancia de sus ideas no ha menguado tras el paso de las décadas, motivo por el cual intentaremos recuperarlo para demostrar su vigencia, en un mundo marcado por la tecnología, la comunicación digital, la fragmentación cultural y el desprecio por el pensamiento lógico y crítico.

En su Tractatus, Wittgenstein declaró que «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» (Wittgenstein, 1922/2003, p. 68), indicando con ello algo fundamental en esta época dominada por la globalización y el multilenguaje mediático, puesto que la proliferación de plataformas digitales y redes sociales ha transformado el lenguaje en una herramienta de comunicación rápida, pero también excesivamente superficial. La pregunta filosófica central aquí sigue siendo: ¿Cuánto comprenden realmente las personas cuando usan un lenguaje que, a menudo, se descontextualiza y simplifica al extremo?

Evidentemente, la tensión entre el lenguaje como medio de representación de la realidad y como herramienta de acción se manifiesta con claridad en la actual comunicación digital, algo a lo que Wittgenstein, especialmente en su segunda etapa filosófica, subrayó al indicar que el significado de una palabra no está en su representación abstracta, sino en su uso dentro de un «juego de lenguaje» (Wittgenstein, 1953/2009, § 43). En este contexto, es importante que podamos poner en discusión la creciente desinformación mediante las «fake news», que ilustran perfectamente cómo los usos del lenguaje construyen realidades sociales, moldean creencias y afectan las decisiones individuales y colectivas.

Esto nos lleva a razonar, lógicamente, sobre la dicotomía entre «sentido» y «sinsentido», avizorada ya en el Tractatus, cuando Wittgenstein hizo una distinción fundamental entre las proposiciones con sentido y aquellas que no lo tienen: para él, el lenguaje de la ciencia tiene sentido porque describe estados de cosas verificables, mientras que las proposiciones metafísicas, estéticas y éticas carecen de sentido en un sentido estricto, aunque no dejan de ser importantes para la experiencia del ser humano. Ahora bien, ¿qué implica ésto en una época en la que proliferan discursos pseudocientíficos y teorías conspirativas?

«El lenguaje es una forma de vida» (Wittgenstein, 1953/2009, § 19). Esta idea nos recuerda que el significado depende de cómo usamos el lenguaje en nuestras interacciones diarias, un desafío evidente en la comunicación digital contemporánea.

En definitiva, la filosofía de Wittgenstein nos invita a evaluar cómo utilizamos el lenguaje para distinguir entre lo que se puede decir y lo que debe permanecer en silencio. Esta distinción es crucial, sobre todo en el debate contemporáneo sobre los límites de la libertad de expresión, especialmente en un entorno digital donde las opiniones y las «verdades alternativas» se comen crudos a los hechos, cosa que parece importarle cada vez menos a la humanidad, sodomizada por una cultura que ha logrado reemplazar el pensamiento profundo por el entretenimiento vacío.

«La lógica no es un cuerpo de doctrina, sino un espejo de la forma lógica del mundo» (Wittgenstein, 1922/2003, p. 33). Este enfoque nos invita a reflexionar sobre cómo fundamentamos nuestras afirmaciones en un mundo saturado de información de dudosa procedencia.

Justamente por ello es enriquecedor traer a Wittgenstein a nuestros días, ya que en su obra tardía abandonó la idea de un lenguaje ideal en favor de una exploración más pragmática de los juegos de lenguaje. Este giro es particularmente relevante para que podamos analizar la dinámica propia de la comunicación tecnológica actual. Las plataformas digitales han creado nuevos «juegos de lenguaje», que modifican las reglas tradicionales de interacción humana, convirtiendo los emojis, los memes y los gifs en formas legítimas y significativas de expresión, desafiando así las ideas tradicionales de cómo se construye el significado en el lenguaje. Así nos va…

Asimismo, el uso de algoritmos en los motores de búsqueda y en las redes sociales nos plantea preguntas sobre el control del lenguaje y la construcción del conocimiento: si el significado depende del uso, ¿qué ocurre cuando los algoritmos determinan qué usos son visibles y qué información es prioritaria?

«No pienses, sino mira» (Wittgenstein, 1953/2009, § 66). Este consejo es esencial para entender la interacción mediada por tecnología, donde lo visual a menudo reemplaza a lo textual.

Aún hay más, puesto que la filosofía de Wittgenstein también encuentra aplicación en ámbitos como la inteligencia artificial. Si prestamos atención, el desarrollo de modelos de lenguaje como el de ChatGPT, nos hace cuestionar sobre la naturaleza del entendimiento y la posibilidad de que las máquinas «comprendan» el lenguaje humano. Pues bien, desde la perspectiva de Wittgenstein, la comprensión no es simplemente una cuestión de procesar datos e información, sino de participar en un contexto social compartido en el cual se pueda crear conocimientos significativos que apunten a la mejora de las condiciones de vida de los que tenemos pulso. Esto debería hacernos reflexionar acerca de los límites éticos y epistemológicos de los usos que se le está dando a la IA en una sociedad que ya lleva décadas quejándose de la longitud de los textos y de la complejidad de sus significados.

«Entender un enunciado es entender un lenguaje. Entender un lenguaje significa dominar una técnica» (Wittgenstein, 1953/2009, § 199).

A esta altura del partido, queda claro que Wittgenstein no ofrece soluciones simplonas, pero su pensamiento sigue siendo una herramienta poderosísima para analizar los desafíos de nuestro tiempo marcado por un lenguaje que se encuentra en constante transformación. Ante ello, esta perspectiva lógica-filosófica nos recuerda cuán importante es saber leer la realidad en su contexto, mediante una comprensión que pueda ir más allá de las palabras. Para que eso suceda, es preciso saber manejarlas: no tiene sentido exigir comprensión cuando no se sabe leer o escribir. No se puede solicitar pensamiento crítico a quien no ha sido educado en el arte de la interpretación y la comprensión, sino en la opinión de la repetición. No se puede esperar una ola de grandes pensadores juveniles cuando quienes tenían que enseñarles a tener juicio crítico, les enseñaron a copiar y pegar, repetir y sin soplar. La actualidad del pensamiento de Wittgenstein radica, entonces, en su capacidad para cuestionar las estructuras subyacentes de nuestro lenguaje y, por ende, de nuestra forma de vivir y pensar el mundo.

Lisandro Prieto Femenía.
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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¿Quién le asigna el valor a tu profesión?

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Por: Lisandro Prieto Femenía

«Debemos preguntarnos si el mercado asigna los salarios de manera justa o si simplemente reflejan una distribución arbitraria de oportunidades»: Michael Sandel

Siguiendo el hilo de nuestra reflexión anterior, titulada «¿Debemos confiar nuestra vida cívica al mercado», hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre una entrevista complementaria a Michael Sandel, titulada «¿Vale más Neymar que un maestro?», en la cual nuestro filósofo expone cuestiones fundamentales sobre el valor económico de las profesiones, la meritocracia y la justicia en la creación y distribución de recursos en nuestras sociedades. Su posicionamiento cuestiona la lógica con la que se suelen asignar los salarios y el prestigio social a distintos trabajos, invitándonos a una reflexión más profunda sobre los principios éticos que guían nuestras economías.

En primer lugar, Sandel plantea una pregunta provocadora, puesto que una filosofía que no provoca al indagar, no sólo no sirve para nada, sino que es nociva y servil a la industria cultural de la moda de turno: ¿Por qué un futbolista gana millones de dólares mientras que un docente, cuya labor es esencial para cualquier sociedad, recibe un salario indigno? Este interrogante nos lleva a pensar en la distinción filosófica entre valor económico y valor moral, algo que no es común debatir en ningún medio masivo de comunicación en nuestros días.

«Debemos preguntarnos si el mercado asigna los salarios de manera justa o si simplemente reflejan una distribución arbitraria de oportunidades»

Recordemos brevemente que Aristóteles, en su «Ética a Nicómaco», diferenciaba entre el valor de uso y el valor de cambio, señalando que «el dinero no es más que un medio de intercambio y no debe ser el fin último de la vida» (Ética a Nicómaco, Libro V). Asimismo, en misma obra, Aristóteles también distingue entre justicia distributiva y conmutativa, haciendo foco en el aspecto particular de la implicancia de la primera, que busca asignar recursos de acuerdo con el mérito y la contribución a la polis. Desde esta perspectiva, podríamos preguntarnos si la asignación de ingresos en el mercado sigue esta lógica o si, por el contrario, se basa en factores individuales y arbitrarios, como la demanda y la rentabilidad del entretenimiento.

Por su parte, y en el mismo sentido, Karl Marx analizó cómo el capitalismo asigna valor de acuerdo con la lógica del mercado y no según la importancia social del trabajo, afirmando que «el valor de una mercancía es determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirla» (El Capital, Tomo I). En síntesis, Marx está criticando cómo en el capitalismo el valor de los bienes y servicios no se relaciona con su utilidad social real, sino con la acumulación misma de capital, motivo por el cual introduce la idea de «fetichismo de la mercancía» para explicar cómo en el capitalismo, las relaciones sociales entre personas se ocultan detrás de las relaciones entre cosas. Es decir, en lugar de reconocer que los bienes y servicios son el resultado del trabajo humano y de las estructuras sociales, el mercado los presenta como si su valor fuera intrínseco y determinado por una lógica impersonal.

«A los ojos de los hombres, las relaciones sociales de su propio trabajo adquieren la forma fantasmagórica de una relación entre cosas» (El Capital, Tomo I, Capítulo 1).

Este concepto nos permitiría entender cómo el salario de un futbolista se percibe como el reflejo de su «valor de mercado», sin cuestionar las estructuras sociales que permiten esta disparidad pornográfica. En este sentido, el fetichismo de la mercancía contribuye a la naturalización masiva de la desigualdad, ya que oculta el hecho de que el mercado no es un mecanismo neutral, sino un sistema construido sobre decisiones políticas y económicas que favorecen ciertas actividades sobre otras. Así, el valor económico no sólo se aparta del valor moral, tal como señala Sandel, sino que también se presenta como una realidad objetiva cuando, en el plano de lo fáctico, es el resultado de relaciones de poder de unos pocos sobre unos muchos.

Ahora bien, desde una perspectiva contemporánea, podríamos cuestionar si el mercado realmente se toma el trabajo de reflejar nuestras prioridades como sociedad o si, por el contrario, impone valores que terminan desdibujando nuestra concepción de lo justo y lo necesario. En este punto, entonces, cabe preguntarse: ¿Debería haber un mecanismo para equilibrar la distribución del valor económico en función del impacto social de las profesiones? o, más claro aún ¿debería existir una reestructuración del valor basada en la contribución social en lugar de en la lógica de la mano invisible del mercado?

Estos interrogantes se pueden tamizar claramente en la entrevista a Sandel, cuando cuestiona la lógica que rige la asignación de valor económico a las profesiones, y un ejemplo paradigmático de esta problemática es la labor de los docentes. A pesar de ser los pilares sobre los cuales se erige el conocimiento de todas las demás profesiones, su trabajo suele ser infravalorado tanto en términos económicos como en reconocimiento social.

Al respecto, es interesante recuperar el aporte de Hannah Arendt en «La crisis de la educación» (1954), donde afirmaba que la educación es el punto en el que decidimos si amamos lo suficiente al mundo como para asumir la responsabilidad de él. A pesar de ello, nuestra sociedad ha decidido desatender a quienes cumplen esta función esencial, al punto de atomizarla, degradarla, licuarla y convertirla en lo que es hoy, un producto básico y mediocre para quienes no pueden pagar, y un producto de lujo y complejidad para quien sí pueda pagar. Así nos va…

En este aspecto, John Dewey, en «Democracia y educación», nos advertía que una sociedad que descuida la formación de sus ciudadanos está condenada a reproducir desigualdades y carencias estructurales. Si la educación es la base del desarrollo de cualquier nación, entonces los docentes no sólo deberían recibir salarios dignos, sino que su profesión debería ser reconocida como la condición de posibilidad de todas las demás. Sin ellos, amigos míos, no existirían médicos, ingenieros, filósofos, artistas ni economistas. Sandel nos está invitando a reconsiderar nuestras prioridades y a preguntarnos si estamos dispuestos a aceptar un modelo que margina a quienes sostienen el futuro intelectual y moral de nuestras sociedades: si la educación es un derecho fundamental, pues su preservación y fortalecimiento deberían estar en el centro de nuestras decisiones políticas y económicas.

Otro punto central en la entrevista precitada es la crítica que Sandel realiza sobre la idea de la meritocracia. En principio, este concepto sugiere que el esfuerzo y el talento individuales determinan el éxito de una persona. Sin embargo, esta visión ignora completamente que las condiciones iniciales no son equitativas para todos: la familia en la que se nace, la educación recibida, el acceso a recursos y redes de apoyo juegan un papel determinante en las oportunidades que cada individuo tiene. En otras palabras, queridos lectores, nadie llega a ningún lado sólo por su esfuerzo y sus condiciones, es necesario el aporte de una familia, una comunidad y una nación, los cuales sientan las bases de las condiciones necesarias para prosperar o fracasar.

«La idea de que el éxito es exclusivamente fruto del esfuerzo individual o personal , es una falacia, pues ignora las condiciones de origen y las oportunidades desiguales»

En criollo, amigos míos, lo que Sandel nos está indicando es que nadie llega a grande solito. El discurso liberal nos quiere hacer creer que un día nos levantamos en la mañana y, por nuestro esfuerzo en soledad, hemos conseguido todo lo que tenemos. Patrañas, que sólo pueden ser verosímiles y creíbles para una masa social totalmente adormecida y carente de cualquier atisbo de pensamiento y crítica: hay que decirlo sin tapujos, las desigualdades estructurales moldean el futuro de las personas, antes incluso de que puedan hacer uso de su supuesto mérito.

«La herencia social influye profundamente en la capacidad de una persona para acumular capital económico, social y cultural» (Bourdieu, «La distinción», 1979).

Más aún, cuando Sandel retoma esta crítica y la aplica al contexto postmoderno nos dice con claridad que el problema de la meritocracia no sólo radica en la falsa creencia de que el esfuerzo es el único factor del éxito, sino también en el desprecio que genera hacia quienes no logran ascender socialmente. Como él mismo señala en su obra «La tiranía del mérito», la meritocracia moderna fomenta un sentimiento de arrogancia entre los «ganadores» y de humillación entre los «perdedores», cuando en realidad el destino de cada individuo está fuertemente condicionado por factores externos. Fuera de lo teórico, quién no ha conocido en su vida algún que otro cabeza de termo moralista que habla con asco de quienes no tienen lo que él sí, por «no haberse esforzado lo suficiente», mientras que este Juan Pérez nació en la comodidad de un hogar donde no faltaba absolutamente nada, y aquél Mengano a quien él critica se crió en una familia en la cual la madre simulaba dolor de estómago a la hora de la cena, para que alcance para todos.

En este sentido, el mercado, al premiar desproporcionadamente ciertos talentos sobre otros (como los futbolistas sobre los maestros), refuerza desigualdades que no dependen en absoluto del esfuerzo personal. Por ello, según Sandel, la meritocracia no sólo es un mito, sino que sirve como mecanismo perverso de legitimación de la desigualdad, al hacer parecer naturales y justas diferencias que en realidad son producto de estructuras económicas y sociales que deben ser cuestionadas. En modo meme: Ricardo expresa «éstos vagos se quejan, pero no se han esforzado lo suficiente». Ricardo: jamás trabajó ni en un quiosco y vive de la totalidad de la herencia recibida por sus padres. ¿Realmente recompensamos el esfuerzo y el talento, o simplemente perpetuamos estructuras de privilegio?

Finalmente, Sandel nos convoca a pensar en el papel que tiene la filosofía en la discusión sobre la economía y la justicia. En una era totalmente dominada por criterios de eficiencia, rendimiento y crecimiento, los debates filosóficos sobre qué constituye una distribución justa de los recursos parecen haber quedado en segundo plano. Pues sí, ya que vemos que la gran mayoría de «intelectuales» de la academia, en lugar de estar pensando en que la economía no puede desligarse de cuestiones éticas y políticas, están ocupados defendiendo agendas progres foráneas de minorías que exigen caprichos disfrazados de derechos, mientras alrededor la sociedad padece hambre y sed de justicia en todos los ámbitos de su vida.

El mercado, lejos de ser una entidad etérea y neutral, está construido sobre decisiones morales y políticas concretas. Determinar qué trabajos son los más valiosos y cómo se distribuyen los beneficios de la producción es, en última instancia, una cuestión de justicia. En este sentido, la filosofía que no es progre ni servicial a los gobiernos corruptos de turno y sus patéticas agendas culturales, tiene el poder de cuestionar y reformular los principios que rigen nuestras sociedades, proponiendo alternativas más equitativas y humanas que sean, al mismo tiempo, rentables y convenientes.

«Si queremos una sociedad justa, debemos preguntaros no sólo cómo distribuir la riqueza, sino también qué valores queremos que refleje nuestra economía»

En definitiva, la entrevista de Michael Sandel que les he propuesto analizar, abre una discusión fundamental sobre la forma en que valoramos el trabajo y las profesiones, la falacia de la meritocracia y el papel de la filosofía en la crítica a la economía y la política. Al confrontar estas cuestiones, no con el insumo del periodista del prime time del noticiero rentado, sino con el arsenal teórico y práctico del pensamiento occidental, podemos ver que la reflexión sobre la justicia económica no es nueva, pero sigue siendo urgente. Si realmente queremos vivir en sociedades más justas, debemos replantearnos qué valoramos y por qué, asegurando que las decisiones políticas y económicas reflejen verdaderamente los principios éticos que sustentan el ya casi extinto bien común.

Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina

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¿Debemos confiar nuestra vida cívica al mercado?- Lisandro Prieto Femenía

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«Hemos pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado», Michael Sandel

Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre una realidad que nos atraviesa a todos, pero no por igual: en el mundo contemporáneo, los mercados ocupan un lugar central en nuestras vidas, en tanto que no sólo determinan lo que compramos o vendemos, sino que también influyen en áreas fundamentales como la educación, la salud, la justicia e incluso las relaciones humanas. Esta «omnipresencia» nos obliga a preguntarnos ¿deberíamos permitir que los mercados guíen todos los aspectos de nuestra vida cívica? Este razonamiento es explicado con magistral claridad y profundidad por Michael Sandel, en su disertación titulada «¿Por qué no deberíamos confiar nuestra vida cívica al mercado?», en la cual argumenta que esta tendencia erosiona los valores cívicos y democráticos, sustituyéndolos por una lógica mercantil que socava la justicia, la dignidad y la igualdad.

«Cuando los valores de mercado se infiltran en áreas de la vida que no deberían ser gobernadas por ellos, corremos el riesgo de perder algo importante: nuestra capacidad para debatir sobre el bien común.»

Comencemos el análisis brindando un pequeño bosquejo del contexto epistémico de Sandel, quien plantea que en las últimas décadas hemos pasado de tener economías de mercado a convertirnos en sociedades de mercado, donde casi todo se encuentra disponible para venderse. Según nuestro autor, esto no sólo genera desigualdad económica, sino que también corrompe los valores esenciales de cada comunidad.

«La educación no es simplemente un vehículo para el crecimiento económico individual, sino un bien público que debe fomentar la igualdad de oportunidades y la ciudadanía activa.»

Para comprender en profundidad este planteo, es necesario que ahondemos en los ejemplos que el mismo Sandel desarrolla. En primer lugar, plantea cómo la educación se ha convertido en un bien de consumo. En muchos países, la educación privada de calidad tiene costos prohibitivos, lo que refuerza las desigualdades sociales: universidades prestigiosas como Harvard o Stanford en Estados Unidos, tienen tasas de matrícula extremadamente altas, accesibles sólo para una élite económica, dejando a estudiantes de menores recursos con opciones limitadas. Paralelamente, la mercantilización de la educación también se observa en la proliferación de préstamos estudiantiles, que endeudan a millones de jóvenes al tratar la formación como una inversión financiera en lugar de un derecho.

«En la Universidad de California en Berkeley, que es una universidad pública, los estudiantes de fuera del estado pagan una matrícula más alta que los estudiantes del estado. Y en algunas universidades públicas, los estudiantes de fuera del estado pueden pagar una prima para inscribirse en clases populares que de otro modo estarían llenas».

En segundo lugar, y ésto lo podemos vivir casi todos los países occidentales, la conversión de la salud a un lujo para pocos. Los sistemas de salud privatizados, domo el de Estados Unidos, muestran cómo el acceso a tratamientos de calidad depende directamente del poder adquisitivo de las personas. Según el informe del año 2022 de la Fundación Commonwealth, más del 40% de los norteamericanos no puede pagar atención médica básica, sin incurrir en deudas. En contraste, podemos ver países con sistemas de salud pública sólidos, como los escandinavos, que promueven la salud como un derecho para todos sus ciudadanos, sin importar sus ingresos, evidenciando la tensión entre los valores cívicos y la lógica mercantil.

«Cuando permitimos que los mercados decidan quién tiene acceso a recursos esenciales, dejamos que la desigualdad económica determine la dignidad humana.»

Un último ejemplo podemos evidenciarlo en el vínculo del concepto de democracia y el ejercicio del poder político. Bien sabemos que en la política postmoderna, el dinero juega un papel fundamental: las campañas electorales dependen de donaciones privadas, lo que otorga a los grandes capitales una influencia desproporcionada sobre las políticas públicas. Pues bien, en este aspecto particular, Sandel critica cómo el financiamiento privado crea una democracia esencialmente desigual, en la que las voces de quienes no tienen recursos del cabildeo quedan marginadas frente a los intereses de corporaciones y élites económicas: bajo esta lógica, ningún trabajador común podría llegar a ocupar lugares de poder si no se «moja» con los financistas de la política.

«La idea de que el mercado puede distribuir de manera justa los recursos y las oportunidades es una falacia. Cuando el dinero puede comprar acceso y poder político, la democracia se ve comprometida»

Como pueden apreciar, amigos míos, el problema no es sólo la desigualdad que los mercados generan, sino el daño moral que causan al mercantilizar aspectos de la vida cotidiana que deberían estar regidos por valores cívicos, es decir, una moral y una ética compartida por todos los habitantes de una nación, ricos y pobres, en pos de la equidad, la solidaridad y el bien común, los cuales son muy rentables, pero no tanto como la exclusión y la eliminación sistemática de posibilidades para una gran mayoría.

«Uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo es decidir dónde pertenecen los mercados y dónde no. No todo debe estar en venta.»

En términos filosóficos, el planteo que Sandel nos trae resuena bastante con el concepto de alienación que vimos de Karl Marx, quien advirtió que el capitalismo transforma todas las relaciones humanas en relaciones de intercambio. En este sentido, no debemos olvidar que Marx alertó sobre cómo el mercado deshumaniza a las personas, convirtiéndolas en meras mercancías, motivo por el cual podríamos darnos cuenta de que este proceso no sólo afecta la economía, sino también la capacidad de los individuos para relacionarse de manera auténtica y solidaria.

Por su parte, Hannah Arendt también nos recuerda cuán importante es la esfera pública como espacio de deliberación y acción colectiva (no como oportunidad espuria para fundar curros para amigos del partido de turno). Para Arendt, la privatización de lo público a través de la lógica mercantil amenaza la esencia misma de la política y del compromiso cívico, reduciendo a los ciudadanos a meros consumidores que, dependiendo de cuánto ganen, dependerá también su poder de participación en el destino de cada comunidad.

«Cuando el dinero puede comprar el acceso a los políticos, deja de ser un medio de intercambio y se convierte en un medio de influencia.»

En contraste con lo previamente descrito, tenemos a John Stuart Mill, que defendía la libertad individual, pero reconocía que ésta debía equilibrarse con el bienestar colectivo. Pues bien, Sandel retoma esta idea al señalar que permitir que los mercados dominen todos los aspectos cívicos socava ese equilibrio, favoreciendo a unos pocos a expensas de la mayoría: ¿les suena conocida esa canción?

Volviendo a nuestra situación actual, es preciso afirmar que la influencia de los mercados en la vida cotidiana es innegable. La privatización de los servicios esenciales como la educación y la salud no ha hecho otra cosa que reforzar las desigualdades sociales preexistentes. Ya lo dijimos previamente, pero tal vez es necesario repetirlo: el acceso a una educación de calidad o a tratamientos médicos complejos depende cada vez más de la capacidad económica, relegando a un segundo plano el derecho universal al acceso a estas necesidades básicas.

Complementariamente, no podemos dejar de lado el impacto de las redes sociales, cuyo modelo de negocio basado en datos personales mercantiliza nuestras relaciones y comportamientos, fomentando la polarización y el aislamiento de las personas. Este fenómeno no hace otra cosa que reforzar lo que Sandel llama «la erosión de lo cívico», ya que las plataformas se dedican a priorizar el lucro sobre el verdadero diálogo y la cohesión social.

Como habrán podido apreciar, queridos lectores, queda claro que la mercantilización de la vida cívica no sólo genera desigualdad de índole económica, sino que también pone en peligro los valores que sostienen una sociedad justa, equitativa, honesta y solidaria. Tal como señala Sandel, sería fantástico que nos replanteemos qué aspectos de nuestras vidas queremos que estén regidos por la lógica del mercado y cuáles deben protegerse como bienes comunes para todos por igual.

«Reaprender a debatir sobre el bien común es el primer paso para recuperar la integridad de nuestras instituciones públicas.»

En definitiva, el desafío está propuesto en la recuperación del valor de lo público y lo cívico como eje fundamental de una política menos corrupta que apunte a construir un futuro más equitativo y humano. Esto implicaría reforzar instituciones que prioricen el bien común y fomentar una cultura que valore la justicia, la solidaridad y la participación política por encima del beneficio económico. Lo sé, parece una utopía, o tal vez lo sea, pero aunque el desafío es grande, la posibilidad de cambio real radica en nuestra capacidad colectiva para re-imaginar una sociedad donde los mercados sean herramientas para el bienestar y no los dueños de la totalidad de nuestra vida cívica.

Enlace de la disertación: https://youtu.be/3nsoN-LS8RQ

Lisandro Prieto Femenía.
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina

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