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ENTREGA ESPECIAL

Calles y esquinas de Kiev se convierten en charcos de sangre y trampas mortales

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Ya hay cuerpos tirados en la calle, cadáveres, charcos de sangre a tan solo una cuadra del hotel de esta enviada, que queda a pocos metros de la orilla izquierda del río Dnipro, que atraviesa Kiev, ciudad cercada y aun bajo fuego, pero que resiste. Las calles siguen totalmente vacías, con todo el mundo escondido en los subsuelos. El silencio es el de los cementerios, roto ya no sólo por el ulular de las sirenas antiaéreas y las consecuentes explosiones –bombazos de la fuerza aérea rusa que rodea esta capital–, sino también por tiroteos.

Fiel reflejo que fuerzas especiales rusas, y también chechenas según algunas versiones, ya se han infiltrado, hay escenas de guerrilla urbana en algunas partes de Kiev. Donde ya nadie sabe quién es quién y donde la calle puede resultar una trampa mortal, por eso el toque de queda es absoluto.

Es un pantallazo del cuarto día de la insensata y condenada invasión total lanzada por el presidente ruso, Vladimir Putin, contra Ucrania, exrepública soviética “rebelde”, que no quiere someterse a sus dictados. En un clima cada vez más dramático, con cientos de miles de personas intentando huir, se intensifican los combates a lo largo de todo el país. Pero la resistencia de Ucrania, que es como un David contra Goliat en cuanto a armamento, comparada con Rusia, sigue sorprendiendo. Si por la mañana las noticias indicaban que había caído Kharkiv, segunda ciudad del país, al norte de Kiev y a 40 kilómetros de la frontera con Rusia, donde habían ingresado blindados y se libraban combates, a primeras horas de la tarde las cosas se habían dado vuelto. Las autoridades ucranias, en efecto, anunciaron haber retomado el control de esta ciudad de 1 millón y medio de habitantes, considerada totalmente estratégica para una consecuente toma de la capital.

Fue más que llamativo ver entonces en redes sociales las imágenes de jóvenes soldados rusos capturados en Kharkiv, confesando que sus superiores les habían dicho que se trataba de una misión de entrenamiento. E incluso que, cuando se dieron cuenta que en verdad el objetivo era otro, se negaron a ir, recibiendo entonces amenazas de ser ejecutados por “traidores de guerra”.

Es un pantallazo del cuarto día de la insensata y condenada invasión total lanzada por el presidente ruso, Vladimir Putin, contra Ucrania, exrepública soviética “rebelde”, que no quiere someterse a sus dictados. En un clima cada vez más dramático, con cientos de miles de personas intentando huir, se intensifican los combates a lo largo de todo el país. Pero la resistencia de Ucrania, que es como un David contra Goliat en cuanto a armamento, comparada con Rusia, sigue sorprendiendo. Si por la mañana las noticias indicaban que había caído Kharkiv, segunda ciudad del país, al norte de Kiev y a 40 kilómetros de la frontera con Rusia, donde habían ingresado blindados y se libraban combates, a primeras horas de la tarde las cosas se habían dado vuelto. Las autoridades ucranias, en efecto, anunciaron haber retomado el control de esta ciudad de 1 millón y medio de habitantes, considerada totalmente estratégica para una consecuente toma de la capital.

Fue más que llamativo ver entonces en redes sociales las imágenes de jóvenes soldados rusos capturados en Kharkiv, confesando que sus superiores les habían dicho que se trataba de una misión de entrenamiento. E incluso que, cuando se dieron cuenta que en verdad el objetivo era otro, se negaron a ir, recibiendo entonces amenazas de ser ejecutados por “traidores de guerra”.

Según analistas, esto reflejó un punto importante: la gran diferencia entre las dos partes en pugna es que los ucranianos están fuertemente motivados, mientras que los rusos, todo lo contrario.

Mientras tanto, se anunciaban posibles negociaciones para un cese de fuego entre una delegación ucraniana y otra rusa en Gomel, localidad en la frontera ente Ucrania y Bielorrusia. Tratativas por supuesto marcadas por gran desconfianza y escepticismo.

Por la mañana el presidente ucranio, Volodymyr Zelensky, ex-cómico devenido en estos últimos días de guerra en una suerte de héroe nacional, en otro mensaje en las redes sociales, como siempre vestido con remera de combate verde militar, admitió haber pasado otra noche “dura”. “Todavía tiroteos, bombardeos de barrios habitados, infraestructuras civiles. No hay nada que hoy el ocupante no considere un objetivo legítimo, están cometiendo un genocidio”, clamó. “Mintieron cuando dijeron que no iban a atacar civiles. Han deliberadamente elegido tácticas para atacar a las personas y todo lo que hace la vida normal: hospitales, electricidad, casas”, acusó, anunciando una denuncia ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya.

En una jornada de domingo de sol radiante, Kiev, siempre silenciosa y vacía, parecía hundirse cada vez más en el caos. Debido a un toque de queda absoluto decretado ayer por el alcalde, por el cual quien es hallado por la calle es considerado “un infiltrado o un enemigo”, incluso los periodistas, era desaconsejable salir a ver sobre el terreno qué pasaba. Pero igual fue posible tener un vívido vistazo del descontrol gracias a Jorge Said, colega chileno que poco antes del mediodía llegó al mismo hotel del de esta enviada, casi por milagro.

Said, que vivió una verdadera odisea para poder salir de la ciudad de Mariupol, en la región del Donbass, en el sureste, también bajo ataque ruso, sobre el Mar de Azov, relató escenas dantescas.

Arribó a la ciudad en tren, no directamente desde Mariupol, que queda a unos 740 kilómetros de esta capital, sino desde un pueblo a 150 kilómetros de allí, al que llegó en bus. “Al llegar vía ferrocarril a las tres de la mañana, se apagaron las luces del tren, que de repente avanzaba, luego se detenía, en medio de las explosiones. Nadie sabía si se podía entrar porque estaban bombardeando y el miedo era absoluto”, contó.

Un soldado ucraniano se desplaza entre los restos de un camión militar incendiado en una calle en Kiev. Efrem Lukatsky – AP

Al llegar a la estación central de Kiev, tal como mostró con imágenes tomadas por su celular, se encontró con una marea humana. Familias enteras, niños, mujeres, ancianos, intentando subirse a algún tren con destino a Polonia. “Como venía tres días sin dormir, me fui al salón vip de la estación y me tiré ahí a descansar un poco en el suelo, sobre el mármol, junto a otra muchísima gente acampada. Y pude ver las peleas entre la gente por hacerse de un billete o para subirse a un tren. Algo imposible porque son 10.000 personas que buscan partir y no hay esa capacidad de transporte”, precisó.

Se estima que ya hay gran parte de los 368.000 refugiados ucranianos en Polonia y Naciones Unidas calcula que esta guerra –que según Ucrania ya provocó la muerte de 200 civiles y más de 1000 heridos, incluso niños– puede llegar a provocar más de tres millones de desplazados.

Tropas ucranianas escoltan a un supuesto agente ruso el domingo 27 de febrero de 2022, en Kiev, Ucrania. Efrem Lukatsky – AP

Aunque lo peor fue cuando Said de la estación quiso trasladarse hasta el hotel del barrio de Podin que le había indicado otra colega chilena. “Ya saben que los taxis desparecieron. Y si había, pedían 200 dólares para hacer 4 kilómetros. Estaba con un colega de la India y apareció Vassil, un miliciano con arma corta y una cinta amarilla en el brazo, que nos llevó en su coche gratuitamente”, contó.

Junto a Vassil, oriundo de Lugansk, la zona prorrusa del este de Ucrania autoproclamada independiente y reconocida el lunes pasado por Putin, pero miembro de las Fuerzas de Defensa Ucrania –algo que refleja la complejidad detrás de esta guerra, donde nada es blanco o negro–, recorrieron la ciudad desierta, donde vieron grupos de hombres armados, sin uniformes que indicaran de qué bando eran. Cuando se detuvieron para grabar unas tomas cerca de un puente, fueron detenidos por un grupo de personas con armas automáticas, que les pidió documentos y los hizo tirar al suelo. “El colega de la India les mostró el pasaporte que tenía en su teléfono, no le creyeron y se lo llevaron”, contó Said.

“A mí me salvó Vassil, un hombre increíble, que no me cobró nada. Y al llegar cerca de acá, donde no había nadie, vimos bastantes cuerpos, alcancé a ver tres cadáveres… Fue una visión horrorosa, ver la sangre que caía, cerca del puente”, contó. “Yo no había visto muertos nunca”, agregó el periodista, pese a que tiene una vasta experiencia de cobertura conflictos bélicos. “Vi los cuerpos y cómo la sangre caía y un miliciano ahí al lado. No eran ellos los que lo mataron. No sé si eran civiles o no, aquí todos usan ropa militar, inclusive para ir a una fiesta. Sólo vi, no bajé del auto”, siguió relatando. “El ambiente era muy pesado, porque te pueden tirar. Te ven y te pueden disparar por disparar. Esto no es una cosa que tenga un control. Es el problema que tiene Ucrania, que tiene gente mezclada”, añadió.

Fiel reflejo de que la resistencia ucrania a la brutal invasión rusa puede durar días, durante el trayecto infernal hasta el hotel, también fueron parados en dos oportunidades por personas que les preguntaron: “¿Dónde se entregan las armas? Queremos pelear por nuestro país”.

ENTREGA ESPECIAL

Conmemoran décimo aniversario del fallecimiento del Dr. Armando Bukele

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Este 30 de noviembre se cumplen diez años del fallecimiento del Dr. Armando Bukele, padre del presidente Nayib Bukele. Su partida causo tristeza en la población salvadoreña, que continúa recordando su legado.

Durante su vida, el Dr. Armando Bukele destacó en los ámbitos médico, social y político, ganándose el respeto de quienes lo conocieron. Su labor por el bienestar del país y su compromiso con la ciudadanía siguen siendo motivo de reconocimiento.

Igualmente, se le reconoce por las enseñanzas que dejó al pueblo salvadoreño a través de sus distintas profesiones: maestro, empresario y filántropo, así como por su papel como padre. Realizó un destacado trabajo en la crianza de sus hijos, especialmente con Nayib Bukele, quien, gracias a sus consejos y la educación recibida, formó la visión con la que sueña con un mejor El Salvador.

Entre sus mensajes, se cita la frase: “Lucha, gana y goza en esta vida y hazlo también para la otra. Busca el Reino de Dios y su justicia y lo demás te vendrá por añadidura”.

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Jovencita de la UES destaca con segundo lugar en concurso de la NASA

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La NASA desarrolló recientemente un concurso que reunió a universitarios de diversas regiones, entre ellos Ángela Pineda, estudiante de tercer año de Ingeniería en Sistemas Informáticos de la Universidad de El Salvador (UES).

El proyecto de Ángela consistió en un sistema autónomo de drones con mini propulsores, con el que participó en el Programa Aeroespacial Internacional, obteniendo el segundo lugar en la base central de la NASA en Houston, Texas.

El evento se realizó entre el 8 y el 16 de noviembre, periodo en el que también recibió entrenamiento similar al de los astronautas, incluyendo simuladores de gravedad cero, vuelo de aeronaves Piper Archer y actividades de robótica bajo el agua.

El proyecto presentado por Ángela y otros estudiantes mexicanos fue nombrado «Hope» y consistió en un concepto de traje espacial con sensores incorporados en la tela.

“¡Segundo lugar! Un logro que destaca su talento, disciplina y el alto nivel académico de nuestra comunidad estudiantil. Felicitamos a Ángela por dejar en alto el nombre de la UES”, expresó la institución en sus cuentas oficiales.

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ENTREGA ESPECIAL

Su esposo murió de cáncer a los 72 y ella que tiene 27 tomó la peor decisión con sus dos hijos

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La historia de Vanessa Collias, una mujer de 27 años radicada en Ontario, Canadá, quedó grabada en los registros judiciales y en la memoria social como uno de esos casos en los que el dolor personal, la tragedia familiar y una cadena de sucesos desafortunados convergen en un final devastador. El 10 de diciembre de 2023, apenas nueve días después de la muerte de su esposo, la joven madre asfixió a sus dos hijos pequeños: Yiannis, de cinco años, y Dimitri, de cuatro. Luego intentó quitarse la vida, pero sobrevivió, aunque con consecuencias permanentes. El caso conmocionó a la comunidad canadiense no solo por la crudeza de los hechos, sino también por las circunstancias emocionales y psicológicas que rodearon a la acusada y que finalmente influyeron en la condena dictada por la justicia.

Las horas previas al crimen se reconstruyeron con precisión durante el proceso. Según la investigación policial, cuando los agentes ingresaron al departamento donde vivía la familia, encontraron a los niños tendidos uno junto al otro, en una escena silenciosa y perturbadora. La televisión seguía encendida y, cerca de los cuerpos, se hallaron prendas de ceremonia, como si la madre hubiese querido preparar algún tipo de ritual íntimo. En ese mismo espacio también se encontró una nota colocada detrás del televisor, un mensaje que los investigadores incorporaron al expediente y que sería analizado en el contexto del estado emocional de Collias.

Para los efectivos policiales que participaron del operativo, el shock fue inmediato. No había signos de violencia más allá de la asfixia. Los cuerpos de los pequeños no presentaban golpes, cortes ni ningún otro indicio de abuso previo. Más tarde, los exámenes post-mortem confirmarían que los dos niños estaban “sanos y nutridos”, un detalle que la fiscalía subrayó para remarcar que, pese al desenlace fatal, la madre había cumplido con los cuidados básicos hacia ellos. Ese dato se convirtió en un elemento clave para comprender la dinámica familiar previa al crimen.

En su confesión ante la corte, Vanessa Collias narró con lágrimas y voz quebrada el momento en el que decidió poner fin a la vida de sus hijos. Relató que había tapado sus narices y bocas con su mano mientras les cantaba “You Are My Sunshine”, una canción que solía entonarles desde que eran bebés. La imagen de una madre acunando a sus hijos con una canción dulce mientras ejecuta un acto irreversible estremeció a todos los presentes. La misma mujer aseguró que intentó quitarse la vida inmediatamente después, lanzándose desde el balcón del departamento. La caída no le provocó la muerte, pero sí una serie de lesiones que la dejaron parapléjica.

La confesión fue tan detallada como desgarradora. Collias explicó que, desde la muerte súbita de su esposo, Costa Collias, ocurrida el 1 de diciembre debido a una leucemia agresiva combinada con un cuadro de sepsis, su mundo entero se había desmoronado. Según sus propias palabras, la pérdida la había dejado “rota, completamente sola e incapaz de concebir una vida sin él”. En el expediente, agregó que en ese estado de desesperación había llegado a la conclusión de que la única manera de reunirse como familia era morir junto a sus hijos. Esa frase sería citada una y otra vez durante el juicio para intentar explicar la raíz psicológica del crimen.

La fiscalía, luego de recibir un extenso informe psiquiátrico, decidió reducir los cargos originales y aceptar que Collias se declarara culpable de dos asesinatos en segundo grado, lo que de todos modos implica una sentencia de cadena perpetua bajo la legislación canadiense. La rebaja se sustentó en el diagnóstico de un psiquiatra del Centro de Adicción y Salud Mental, quien concluyó que la mujer había sufrido un trastorno de adaptación grave tras la muerte de su esposo. No se trataba de una psicosis prolongada ni de un desorden estable, sino de un episodio agudo que alteró completamente su capacidad de juicio.

Durante la audiencia, el equipo de defensa aportó contexto sobre la relación entre Vanessa, su esposo y los niños. Describieron una dinámica familiar estable, amorosa y sin antecedentes de maltrato. “Lo que la señorita Collias más quiere, su señoría, es que entiendan que lo que ocurrió no fue de ninguna forma motivado por malicia. No fue por una falta de amor hacia sus hijos”, señaló uno de los abogados. Luego añadió: “Fue completamente lo opuesto”. Según la defensa, en la mente de Collias, distorsionada por el duelo extremo, la idea de morir con ellos era una forma de protegerlos del sufrimiento que ella misma creía inevitable.

Ese planteo generó un debate profundo en la sala. Por un lado, los fiscales insistieron en que la muerte de los niños había sido deliberada y que ninguna circunstancia emocional podía borrar ese hecho. Por el otro, la defensa pedía comprensión contextual, no para justificar el acto, sino para explicar cómo una madre sin antecedentes criminales había llegado a cometerlo. La jueza reconoció la complejidad emocional del caso, pero fue categórica en su sentencia: dos niños pequeños habían perdido la vida a manos de quien debía cuidarlos y protegerlos, y ese acto exigía la condena más alta contemplada para este tipo de delitos.

En paralelo, se conocieron detalles de los días posteriores a la muerte de Costa Collias. La joven madre había creado una página en GoFundMe solicitando ayuda económica para afrontar los gastos funerarios y sostener a sus hijos. Ese gesto, en apariencia racional y propio de un duelo reciente, contrastaba con la espiral emocional que se desencadenó poco después. Según el informe forense mental, la mujer alternaba momentos de aparente lucidez con episodios de angustia profunda, en los que expresaba que ya no encontraba sentido en la vida.

En el juicio, cada una de estas piezas fue encajando para reconstruir el derrumbe emocional que atravesó Vanessa. Su entorno más cercano también declaró que, tras la muerte de Costa, había perdido peso rápidamente, casi no dormía y pasaba horas mirando fotografías de su esposo. Los vecinos relataron que la escuchaban llorar durante la madrugada y que, en varias oportunidades, ella misma confesó sentirse desbordada. Pese a esos signos, nadie imaginó que la situación derivaría en un doble filicidio, uno de los crímenes más difíciles de asimilar socialmente.

El momento final de la audiencia estuvo marcado por un silencio absoluto. Vanessa pidió permiso para dirigirse a sus hijos, miró hacia el vacío y, entre sollozos, pronunció las palabras que quedaron registradas en las actas judiciales. “Dicen que Dios le da sus batallas más duras a sus soldados más fuertes”, comenzó diciendo. Luego agregó: “Bueno, este soldado perdió su lucha y por eso, mis bebés, me disculpo”. Aquella frase, cargada de un dolor irreparable, selló el cierre emocional del proceso.

No hubo aplausos, ni gritos, ni reacciones públicas explosivas. Solo un clima de consternación. Las crónicas locales señalaron que, incluso entre los agentes judiciales, la sensación predominante era la de una tragedia en la que no había ganadores ni perdedores, sino un entramado de duelo y desesperación que culminó en la fractura total de una familia. La condena de cadena perpetua, más allá de su dimensión penal, tiene para Vanessa un peso particular: debido a las lesiones sufridas en su intento de suicidio, pasará el resto de su vida cumpliendo la sentencia desde una silla de ruedas, en condiciones de movilidad reducida y con una dependencia casi absoluta de terceros.

El caso generó discusiones más amplias sobre la importancia del acompañamiento psicológico tras pérdidas repentinas y traumáticas. Organizaciones de salud mental subrayaron que el duelo no solo puede desencadenar tristeza, sino también cuadros severos que alteran la percepción de la realidad. “Las tragedias extremas son posibles cuando una persona queda emocionalmente aislada”, afirmaron expertos consultados por los medios. La historia de Collias se convirtió, para muchos profesionales, en un ejemplo doloroso de lo que puede ocurrir cuando el dolor se vuelve insoportable y no encuentra contención.

A medida que se conocieron más detalles, la sociedad canadiense continuó debatiendo el equilibrio entre la responsabilidad penal y la comprensión psicológica. Algunos sectores sostienen que la sentencia debía ser aún más dura; otros consideran que el sistema judicial debería contemplar de manera más profunda los contextos de colapso emocional extremo. Sin embargo, para todos quedó claro que lo ocurrido no encaja en los moldes tradicionales de violencia intrafamiliar, sino en el marco de una mente devastada por un duelo que avanzó más rápido y más fuerte de lo que su entorno pudo advertir.

Así, la historia de Vanessa Collias quedó sellada como una tragedia múltiple: la muerte de un padre, la pérdida de dos niños pequeños y la destrucción emocional definitiva de una mujer que, según todas las evaluaciones, amaba profundamente a su familia, pero no logró soportar una realidad que la desbordaba por completo. Un caso que para la crónica policial es un hecho consumado, pero que para la sociedad y para los expertos en salud mental sigue siendo una dolorosa señal de alerta.

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