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Valencia: la tragedia del corrimiento del Estado

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«El Estado no es una máquina, es un organismo vivo que debe adaptarse a las necesidades de sus ciudadanos»

Otto von Bismarck

Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre el subtexto de la catástrofe ocurrida en Valencia, la cual ha desencadenado una profunda reflexión sobre la naturaleza del contrato social y la responsabilidad del Estado hacia sus ciudadanos. Más allá de la devastación material y el dolor humano, este evento ha puesto de manifiesto una sensación palpable de abandono, que resuena con algunas preocupaciones expresadas por filósofos políticos desde tiempos inmemoriales.

Recordemos a Thomas Hobbes, quien en su obra “El Leviatán” (1651) ya nos advertía sobre la necesidad de contar con un poder soberano capaz de garantizar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos en un estado de naturaleza caracterizado por el conflicto. Pues bien, la catástrofe de Valencia nos interpela a preguntarnos si el Estado ha cumplido satisfactoriamente con su papel de protector y proveedor, tal como se concebía en aquel contrato social originario en el cual los ciudadanos otorgan al monstruo total potestad para actuar- e impuestos, muchos impuestos- a cambio de cierta protección.

Por su parte, John Rawls (1971), en su obra titulada “Teoría de la Justicia”, propugnaba la idea de que una sociedad más justa es aquella que se organiza de tal manera que las desigualdades tiendan a beneficiar a los más desfavorecidos. En este contexto, ¿cómo podemos evaluar la justicia de una sociedad a la luz de un evento que ha exacerbado las desigualdades preexistentes y  ha dejado a los más vulnerables en una situación de extremo abandono y vulnerabilidad?

Es evidente que la sensación de abandono experimentada por los afectados por la catástrofe nos remite a pensar la noción de ciudadanía y los derechos y garantías que esta conlleva. Al respecto, Hannah Arendt, en “La condición humana” (1958), destacó la importancia de la acción política como medio para construir un modelo común y garantizar el cuidado de la dignidad humana. Ahora bien, la pregunta que nos tenemos que hacer aquí y ahora es: ¿qué implica ser ciudadanos en un contexto en el que los derechos fundamentales parecen estar en juego?

La catástrofe de Valencia ha dejado a relucir la fragilidad de las infraestructuras del poder y la necesidad de replantear las políticas vigentes de urbanización. Muchos han señalado que la construcción indiscriminada en zonas de riesgo, sumada a la falta de inversión en sistemas de drenaje y protección costera, ha agravado los efectos de la DANA. Incluso han circulado estudios recientes que revelan que parte del territorio afectado se encontraba en zonas catalogadas como de alto riesgo hídrico, sumado a la ocupación del suelo agrícola y la impermeabilización del suelo urbano como contribución colateral para aumentar el caudal de los ríos y reducir así su capacidad de infiltración.

Sin embargo, lo que más ha causado molestias, tanto en España como en el resto del mundo, es la revelación mediante redes sociales de cientos de rescatistas de una falta de respuesta coordinada y oportuna por parte de las autoridades nacionales, lo cual agravó severamente la situación. A través de numerosos testimonios, se ha denunciado una demora y retención vulgar en la llegada de los equipos de rescate, como también la escasez de recursos básicos en las zonas más complicadas. Esta situación puntual nos lleva a reflexionar y a cuestionar la efectividad del Estado de bienestar y a pensar sobre el concepto del “corrimiento del Estado”, es decir, la tendencia de las instituciones a desvincularse de sus obligaciones constitucionales y sociales para así priorizar intereses partidistas por encima del bien común: la rivalidad política y la falta de coordinación entre todos los estratos del gobierno impidieron una acción efectiva y oportuna.

Como bien sabemos, el modelo de Estado de bienestar, concebido como un sistema de protección social que garantiza a todos los ciudadanos unos niveles mínimos de dignidad común, viene sufriendo una transformación y una correspondiente devaluación en las últimas décadas. La crisis económica de 2008 aceleró un proceso de desmantelamiento gradual de los servicios públicos, caracterizado por permanentes recortes presupuestarios, privatizaciones y precarizaciones en el seno del empleo público, sobre todo en salud y educación. Esta situación no ha hecho otra cosa que debilitar la capacidad de respuesta del Estado ante situaciones de emergencia y ha dejado a amplios sectores de la población en un estado de desprotección nunca antes visto desde el regreso de la democracia.

En el caso puntual de Valencia, la crisis del precitado Estado de bienestar se ha manifestado de manera especialmente aguda. La falta de inversión en prevención de riesgos, la reducción de personal en los servicios de emergencia y la precarización constante de las condiciones laborales de los trabajadores públicos han contribuido a agravar los efectos de la catástrofe. Además, la desigualdad social existente, silenciosamente creciente a ritmo sostenido durante la última década, ha hecho que los sectores más vulnerables de la población sean los más afectados por la crisis.

Lo acontecido recientemente en Valencia nos interpela a reflexionar sobre el futuro del Estado de bienestar, puesto que es necesario replantear el modelo actual, superando la lógica mezquina y mentirosa de una austeridad selectiva para proceder a apostar por una mayor inversión en servicios públicos de calidad. Asimismo, es fundamental pensar en el fortalecimiento de la gobernanza inter y multi nivel, promoviendo redes de colaboración entre las diferentes administraciones y la participación de la sociedad civil en la toma de decisiones en momentos drásticos.

Los eventos precitados han manifestado la urgencia de superar las estrechas divisiones partidistas que caracterizan la tan vapuleada política española. Al respecto, John Stuart Mill sostuvo que es esencial que haya un amplio acuerdo sobre los principios fundamentales de la política, a fin de que la sociedad pueda funcionar de manera más eficaz y profunda. Aún así, la polarización política ha puesto palos en la rueda para alcanzar dicho consenso, obstaculizando la implementación de políticas públicas efectivas y generando una creciente desconfianza en las instituciones. Cuando suceden este tipo de tragedias, como ya vimos en el contexto del COVID-19, las disputas partidistas pueden poner en riesgo el bienestar de la ciudadanía y socavar la cohesión social. Justamente por ello, es necesario y urgente que se pueda trascender la ambición individualista de las ideologías partidistas y construir un proyecto nacional común, basado en los valores de la solidaridad, la justicia y la protección de la dignidad de todos los ciudadanos.

Si bien la reacción tardía por parte del gobierno nacional ante la crisis de Valencia ha sido repudiada en redes sociales, la respuesta inmediata se ha traducido en paquetes especiales de ayudas económicas que, por supuesto, siempre serán una buena noticia, sobre todo si se utilizan esos fondos con honestidad, seriedad y criterio. Ahora bien, la tendencia a solucionar los problemas regionales mediante la transferencia de fondos desde el centro, aunque es necesario en situaciones de emergencia, puede generar una peligrosa relación de dependencia mientras que socava la capacidad de las comunidades autónomas para gestionar sus asuntos sin el peso del “compromiso” que los paquetes conllevan tras de sí. Como advirtió oportunamente Alexis de Tocqueville en “La democracia en América”, la centralización excesiva del poder puede llevar a la pasividad de los ciudadanos y a la atrófica de las instituciones locales. Al respecto, es fundamental que se logre encontrar un equilibrio entre la solidaridad nacional y la autonomía regional, promoviendo la subsidiariedad y fortaleciendo las capacidades propias de cada comunidad para hacer frente a los desafíos que enfrentan.

No obstante lo anterior, es crucial aclarar que la defensa de la autonomía regional no implica en absoluto desentenderse de las responsabilidades y obligaciones del Estado central. La construcción del precitado equilibrio requiere de un compromiso a largo plazo por parte de ambas instancias: el Estado nacional debe garantizar la cohesión territorial, proporcionando los recursos y las herramientas necesarias para que las comunidades autónomas puedan desarrollar sus potencialidades, mientras que las comunidades deben asumir sus responsabilidades en la gestión de sus servicios públicos y la promoción del desarrollo local, respetando los principios básicos de solidaridad y equidad. En vistas de ello, se torna necesario establecer un marco de colaboración que defina claramente las competencias de cada nivel de gobierno y que permita una coordinación efectiva en la gestión de las políticas públicas.

El evento catastrófico en Valencia dejó al descubierto una serie de gallos en la gestión de la emergencia que, según indican algunos especialistas, pudieron haberse evitado. La tardanza en la activación de los protocolos de alerta, la insuficiencia de los medios de rescate y la descoordinación entre las diferentes administraciones provocaron una situación de caos y desamparo que, no quedan dudas, agravó las consecuencias del desastre. La imagen de personas atrapadas en sus vehículos y en sus viviendas durante horas y días, sin recibir ayuda inmediata, es una muestra de la fragilidad de un sistema que reveló no estar preparado para afrontar un acontecimiento de esta magnitud. Estos hechos trágicos pusieron de manifiesto la urgencia de reformar en profundidad el sistema de protección civil y de garantizar una respuesta más rápida y eficaz ante cualquier tipo de infortunio, ya sea natural o no.

Aún así, y a pesar de la ineficiencia de algunos burócratas a cargo de instituciones públicas, la catástrofe de Valencia también nos mostró la cara de la fuerza transformadora de la solidaridad ciudadana. Miles de voluntarios, provenientes de todo el país, se movilizaron espontáneamente para brindar ayuda a los afectados. Bomberos, equipos de rescate, personal sanitario y ciudadanos de a pie están trabajando incansablemente en labores de limpieza, búsqueda, rescate y asistencia. Este tipo de respuesta, desinteresada y coordinada a través de organizaciones no gubernamentales mediante redes sociales y plataformas digitales, pone de manifiesto el poder de la acción colectiva y la importancia de los vínculos comunitarios. Como afirma Arendt, la acción humana, entendida como la capacidad de los seres humanos para iniciar procesos nuevos y transformar el mundo, se manifiesta con especial intensidad en los momentos más difíciles. El amor que están poniendo los voluntarios valencianos es un claro ejemplo de cómo la acción política, en su sentido más amplio, puede surgir desde la sociedad civil, y no desde un escritorio en Madrid, para transformar positivamente la realidad.

La DANA en Valencia es un crudo recordatorio de las fragilidades de nuestro sistema democrático a nivel mundial, y de la urgencia de replantear nuestras prioridades. La desazón que produce el desastre ha puesto de manifiesto todas las limitaciones de una gestión basada en la improvisación y la falta de coordinación, así como las consecuencias de una visión cortoplacista que siempre prioriza los intereses particulares de una pequeña casta política por sobre el bien común. Es necesario, pues, realizar una profunda reflexión sobre nuestro modelo de desarrollo y sobre la relación entre el ser humano y el ambiente en el que habita. Las palabras de Edmund Burke resultan especialmente pertinentes en este contexto, cuando señala que la sociedad es una asociación entre los vivos, los muertos y los que aún no han nacido. Pues bien, amigos míos, la gestión del territorio nacional y la protección del mismo no pueden limitarse a una perspectiva mezquina y coyuntural, sino que se deben tener en cuenta las implicaciones para las generaciones futuras.

A pesar de la gravedad de la situación, la crisis valenciana también ha revelado algo maravilloso: la capacidad de resiliencia y solidaridad de la sociedad española. La respuesta espontánea y gratuita de miles de voluntarios demuestra que, ante la adversidad, los seres humanos somos capaces de superar nuestras diferencias y unirnos en torno a un objetivo común. Esta experiencia es, sin duda, un punto de partida para construir un futuro más justo y sostenible, basado en los principios de solidaridad, cooperación y respeto por la dignidad humana. Por ello, es crucial aprovechar este momento, para fortalecer las instituciones, mejorar los sistemas de prevención y respuesta ante emergencias y fomentar una cultura de la responsabilidad y la participación ciudadana antes, durante y después de que se limpie el barro. Aunque el camino sea largo y tortuoso, debemos conservar la esperanza y trabajar juntos para que, cuando la tierra lo decida, estemos mejor parados y preparados.

Lisandro Prieto Femenía
Docente – Escritor – Filósofo
San Juan – Argentina

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Navidad, tiempo y carne: una reflexión filosófica sobre interrupción, encarnación y cuidado

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Por: Lisandro Prieto Femenía

“El tiempo no es una serie de instantes; es la unidad en la que se despliega la memoria, la presencia y la esperanza”: Paul Ricoeur, Tiempo y relato, 1984, p. 23

La navidad, en la plenitud de su misterio litúrgico y trascendiendo la superficialidad de sus ritmos comerciales, exige ser reconocida como un acontecimiento central en la filosofía del tiempo. Nuestra reflexión no parte de una neutralidad secular, sino que se enraíza en la tradición cristiana, la cual sostiene que lo sacro no puede ser despojado, sino que el fundamento ineludible de toda verdad. Partiendo de esta base, y al trazar las convergencias entre las meditaciones de San Agustín, Martin Heidegger y Paul Ricoeur, se propone que la navidad constituye una experiencia temporal que interrumpe la linealidad cronológica (“chronos”) y, en su lugar, despliega un tiempo cualitativo, “kairológico”, capaz de reconfigurar la memoria, el presente y la esperanza.

En este sentido, la aproximación de San Agustín es fundacional. El obispo de Hipona observa en sus “Confesiones” que la experiencia del tiempo es una dificultad inherente al alma que recuerda, espera y atiende, al punto de formular su célebre aporía: “si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pregunta, ya no lo sé” (Agustín de Hipona, Confesiones, Libro XI, 1999, p. 267). Esta dificultad no sólo diagnostica la complejidad antropológica de nuestra relación con el tiempo, sino que simultáneamente abre la puerta a la posibilidad de que ciertos acontecimientos- como el nacimiento- instauren una vivencia temporal radicalmente distinta. En ella, la presencia adquiere su espesor particular, y la memoria del pasado, junto con la esperanza del futuro, se entretejen en una unidad vivificante.

Para comprender la naturaleza de esta interrupción, es indispensable acudir a la analítica existencial. Martin Heidegger, en su estudio sobre el “Dasein” (el Ser-ahí), nos recuerda que la temporalidad no es la sucesión externa del “ahora”, sino la estructura interna que constituye a ese ser que, irremediablemente, existe proyectándose hacia la muerte. La navidad, al introducir el acontecimiento del “nacimiento” como quiebre absoluto, actúa como una fisura en esa temporalidad proyectiva.

De este modo, se revela la historicidad profunda del presente y se muestra la posibilidad de un tiempo que no se agota en la productividad ni en la simple sucesión de tareas. Esta experiencia permite reconocer el “kairos”: un “momento oportuno” cuyo valor no reside en la duración (chronos), sino en la intensidad de su significado y su capacidad para transformar la existencia. Este diagnóstico es completado por Paul Ricoeur, quien propone la narratividad como el horizonte en el que la memoria y el futuro logran articularse en una trama coherente de sentido, por lo que la navidad funciona como un hito narrativo fundamental que reinscribe la biografía individual y colectiva en clave de esperanza (Ricoeur, Tiempo y relato, 1984, p. 45).

La precitada urdimbre filosófica y temporal nos conduce directamente al problema de la encarnación. Si, como sostiene la inmutable tradición filosófica y teológica, lo divino asume la fragilidad humana, la vertiente ética de la navidad adquiere una relevancia ineludible. Al respecto, Santo Tomás de Aquino, al reflexionar sobre la unión hipostática, subraya que el Verbo no anula la condición humana, sino que la dignifica mediante su unión con lo divino (Suma Teológica, I, q. 8–14, ed. 2003, p. 112). Esta dignificación se produce a través de la humildad, un misterio que Hans Urs von Balthasar designa como la “kenosis”, el vaciamiento o despojamiento en el que la gloria se manifiesta paradójicamente en la bajeza y la vulnerabilidad.

Desde una perspectiva filosófica-práctica, Emmanuel Lévinas aporta una dimensión ética que es crucial: el rostro del “Otro” que se presenta en su fragilidad, reclamando una responsabilidad incondicional. Si, como se postula desde la fe, lo sagrado se manifiesta precisamente en esa fragilidad, la respuesta ética se convierte en el imperativo primordial. Lévinas llegó a afirmar que “la ética es la primera filosofía” (Totalidad e Infinito, 1961, p. 48), y desde esta radical prioridad, el misterio de la Encarnación puede leerse como un llamado a reconocer el valor intrínseco e irreductible de cada vida. Por lo tanto, la conclusión práctica de esta perspectiva es categórica: la vulnerabilidad que la figura del “Niño” revela no admite mitigaciones  retóricas, sino que exige prácticas concretas de protección, acompañamiento y reconocimiento.

Precisamente, esta reivindicación de la dignidad del ser frágil entronca directamente con cierta filosofía de la esperanza. Sobre este particular, Ernst Bloch, por ejemplo, propone una ontología de la esperanza que concibe el futuro no como algo meramente pasivo, sino como un factor efectivo en el presente: la esperanza es, en esencia, motor histórico y principio de utopía (Bloch, El principio esperanza, 1959, t. I, p. 12).

De esta forma, si la navidad instituyera un horizonte esperanzador, no se trataría de un consuelo inerte, sino de una activación práctica de la posibilidad. La promesa divina se convierte así en una obligación humana de trabajar activamente por su realización. En esta línea, pensadores como Gabriel Marcel, con su énfasis en la fidelidad y la presencia, y Søren Kierkegaard, al reflexionar sobre la paradoja de la fe, recuerdan que la esperanza cristiana no se alcanza disolviendo la duda, sino habitándola, convirtiéndola en una espera activa. En un mundo que percibimos totalmente desencantado, esperar significa sostener la tensión entre ausencia y promesa, abrazando la incertidumbre sin renunciar jamás a la exigencia transformadora que toda esperanza auténtica implica para el sujeto.

No obstante frente a estas dimensiones filosóficas, existenciales y éticas, se alza nuestra crítica a la mercantilización de lo sagrado. Sobre este aspecto, Max Horkheimer y Theodor Adorno denunciaron cómo la industria cultural invade la experiencia simbólica, transformando el ritual en mera mercancía (Dialéctica de la Ilustración, 1947, p. 99).

Esta crítica ha sido ampliada en el contexto contemporáneo por Zygmunt Bauman y Byung-Chul Han, quienes señalan respectivamente cómo la sociedad líquida y la cultura del rendimiento convierten las prácticas festivas en espectáculo y consumo vacío, pervirtiendo la hospitalidad y vaciando el sentido profundo del don. Si la navidad se reduce a varias transacciones de compraventa, el don pierde su gratuidad y la hospitalidad su imprevisibilidad.

Ante esto, surge entonces la pregunta fundamental: ¿Qué queda del “dar sin retorno” cuando el sistema social funciona exclusivamente por el intercambio y la visibilidad? La respuesta a este dilema implica la recuperación urgente de “don” (gift) como un modo relacional que resiste frontalmente a la lógica mercantil.

Consecuentemente, el nacimiento, entendido como un llamado existencial al “cuidado”, despliega una ética del acompañamiento. Esta visión encuentra eco en las reflexiones de Carol Gilligan sobre la voz de la responsabilidad interdependiente y en Martha Nussbaum, quien reclama la centralidad de las capacidades humanas como fundamento de cualquier orden ético. Por ello, Lévinas, al centrar la obligación moral en la respuesta al rostro que demanda, ofrece las herramientas para una pedagogía de la vulnerabilidad inherente a la “Natividad”. Esta pedagogía implica una formación de la sensibilidad moral, un aprendizaje para atender, para permanecer y para custodiar al otro en su fragilidad. Esto, a su vez, exige la articulación de instituciones, prácticas y una cultura que priorice, de manera efectiva, el cuidado por sobre la competitividad, el consumo y la eficacia.

Paralelamente a la dimensión ética, la navidad contiene una profunda dimensión contemplativa que nos remite al silencio y a la noche como espacios idóneos para la interioridad. Heidegger, nuevamente, nos habla de la llamada a la consciencia del ser; María Zambrano postula la razón poética como una forma de pensamiento que recupera la profundidad y Simone Weil reivindica la atención como la forma suprema de la caridad contemplativa. En una sociedad saturada de estímulos y de ruido constante, la navidad se presenta como una posibilidad de retorno a la escucha, una oportunidad para cultivar ese recogimiento y esa atención que hacen posible la experiencia transformadora. El silencio, en esta lectura, no es un mero retiro, sino una condición epistemológica y moral que permite percibir aquello que la prisa y el “chronos” ocultan.

Un último factor que nos queda por analizar es la persistencia del mito del nacimiento divino en diversas culturas, lo cual nos invita a considerar su valor simbólico y arquetípico. Mircea Eliade mostró cómo los mitos reestructuran el tiempo en ciclos de nacimiento y renovación (Eliade, Mito y realidad, 1963, p. 78). En una línea similar, Carl Gustav Jung, en su lectura de los arquetipos, situó al niño como símbolo de lo emergente, de la posibilidad de la novedad radical en la psique colectiva. Ricoeur, una vez más, nos ofrece la mediación narrativa que permite traducir el mito en una identidad compartida por una comunidad. Así, el reintegro periódico de la figura del niño señala una necesidad humana inmutable de reabrir horizontes de sentido frente a la fatiga histórica.

Este simbolismo se hace carne en la iconografía misma del pesebre- Dios hecho Hombre, naciendo en un establo-, que plantea interrogantes esenciales sobre la hospitalidad y la extranjería que resuenan profundamente en la ética de Lévinas. Al nacer lo sagrado fuera del centro de la civilización, en un espacio de indignidad y  marginalidad, la tradición nos confronta con la pregunta sobre cómo tratamos al extranjero, al pobre y al marginado. La escena evoca una ética de la acogida que interpela a las sociedades contemporáneas y obliga a preguntar: ¿por qué siguen siendo los espacios de indignidad los lugares del verdadero acontecimiento de la humanidad?

La alegría que inaugura la navidad, por último debe ser rigurosamente distinguida de la mera diversión. Baruch Spinoza entendía la alegría como el aumento de la potencia de actuar; Friedrich Nietzsche, por su parte, valoraba la afirmación de la vida en su coraje creativo y C.S. Lewis nos habló de una “sorpresa gozosa” que trasciende la premura del entretenimiento. La alegría profunda que podría albergar la navidad es, en este sentido, una virtud que transforma la existencia y que reconcilia la dicha con la responsabilidad ética.

Como siempre, queridos lectores, concluimos esta humilde reflexión con un apartado crítico y reflexivo. Si la navidad, en su esencia filosófica y teológica, ofrece una interrupción kairológica, una encarnación que dignifica la fragilidad y una pedagogía de la esperanza y del cuidado, su traducción efectiva a la vida social y existencial no está de ninguna manera garantizada. La provocación final que emana de este análisis es inherentemente ética y existencial, puesto que, si la navidad es el lugar donde lo divino y lo humano se encuentran en la máxima fragilidad, entonces cada encuentro con el excluido, con el niño, con el forastero se convierte en una posible epifanía que exige una respuesta inmediata.

Por consiguiente, es preciso indagar si la sociedad posmoderna, obsesionada con la eficacia, el consumo y la producción incesante, posee la entereza necesaria para mantener esa capacidad de asombro que rompe la inercia de la rutina y demanda una acción concreta en favor de los vulnerables. En la misma línea crítica, es necesario plantear la cuestión de si la experiencia radical del nacimiento, ese kairos de intensidad significante, logrará resistir a la lógica mercantil que no cesa de vaciar su contenido simbólico, trivializándolo en un simple producto de consumo. Esta encrucijada nos obliga a enfrentarnos al rostro del “Otro”: ¿responderemos a esta demanda con una auténtica hospitalidad, que implica la acogida radical del forastero, o nos replegaremos en la mera indiferencia de quien no desea ver interrumpida su propia comodidad?

Finalmente, la interpelación se centra en la trascendencia de la esperanza. Hemos de discernir si convertiremos la promesa de la esperanza en un proyecto común y operativo, movilizando la acción transformadora que le es inherente, o si la relegamos a la pasividad estéril de la mera nostalgia por un tiempo que ya fue. La pregunta queda abiertamente planteada, y es en esa apertura radical donde reside la llamada más exigente de la navidad: la obligación de transformar el tiempo en cuidado, la memoria en compromiso y la promesa en acción.

Referencias Bibliográficas

  • Adorno, T., & Horkheimer, M. (1947/2007). Dialéctica de la Ilustración: Fragmentos filosóficos. Madrid: Trotta. (p. 99).
  • Agustín de Hipona. (1999). Confesiones (edición bilingüe o traducida). Madrid: Gredos o Biblioteca de Autores Cristianos. (Libro XI, p. 267).
  • Bloch, E. (1959/1980). El principio esperanza (t. I). Madrid: Aguilar. (p. 12).
  • Gilligan, C. (1982/2013). In a Different Voice: Psychological Theory and Women’s Development. Cambridge, MA: Harvard University Press. (Sobre la voz de la responsabilidad).
  • Han, B. C. (2014). Psicopolítica. Barcelona: Herder. (Sobre la sociedad del rendimiento).
  • Heidegger, M. (1927/1976). Ser y tiempo. Madrid: Alianza. (Análisis del Dasein y la temporalidad).
  • Jung, C. G. (1964). Símbolos de transformación. Madrid: Alianza. (Reflexiones sobre arquetipos y el niño).
  • Kierkegaard, S. (1846/2000). Temor y temblor. Madrid: Trotta. (Paradoja de la fe).
  • Lewis, C. S. (1952/1996). Sorprendido por la alegría. Barcelona: Ediciones Rialp. (Sobre la experiencia de la alegría).
  • Lévinas, E. (1961). Totalidad e Infinito. Madrid: Alianza. (p. 48).
  • Marcel, G. (1951). Ser y tener. Madrid: Ediciones Sígueme. (Reflexiones sobre la presencia y la fidelidad).
  • Mircea Eliade. (1963). Mito y realidad. Madrid: Guadarrama. (p. 78).
  • Nussbaum, M. (2011). Crear capacidades: la reconstrucción del ideal liberal (traducción española). Madrid: Paidós. (Sobre capacidades y dignidad).
  • Paul Ricoeur. (1984). Tiempo y relato (t. I). Madrid: Ediciones Cristiandad. (pp. 23, 45).
  • San Juan Crisóstomo. (s. IV/V). Homilías (ed. y traducciones modernas en español). Madrid: Biblioteca de Patrística (citada en relación con la metáfora del pesebre).
  • Spinoza, B. (1677/2005). Ética. Madrid: Alianza. (Definición de alegría).
  • Tomás de Aquino. (ed. 2003). Suma Teológica (I, q. 8–14). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. (p. 112).
  • Von Balthasar, H. U. (1961-1969). Gloria: una estética teológica. Madrid: Encuentro. (Concepto de Kenosis).
  • Weil, S. (1951). La gravedad y la gracia. Madrid: Trotta. (Concepto de atención/caridad).
  • Zambrano, M. (1989). Filosofía y poesía. México: Fondo de Cultura Económica. (Razón poética).

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Derechos Humanos en El Salvador 2025 – Siglo XXI

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Para comprender la nueva situación de Derechos Humanos en El Salvador, es necesario conocer objetivamente que sucedió en el pasado.

Los Derechos Humanos han sido protegidos por el derecho positivo por la ONU en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en Diciembre de 1948. Y en El Salvador en la Constitución de la República desde 1983.

La vigencia y protección de los derechos humanos, ha sido limitada ya que nunca se ha elaborado una ley de derechos humanos, que proteja y garantice esos derechos. Por tanto, la violación y abuso de los derecho humanos de los salvadoreños nunca han sido garantizados. Han sucedido gobiernos conservadores, liberales, militares, quienes institucionalmente y sistemáticamente han violados esos derechos fundamentales.

Es importante establecer que quien viola los derechos humanos es el Estado, por medio de sus instituciones y funcionarios. Y simultáneamente es el estado mismo quien está obligado a garantizar la vigencia de esos valores.

En el Salvador conservamos un sistema jurídico, que establece la jurisdicción criminal en los Códigos Penal, Procesal Penal y del menor infractor. Pero la jurisdicción en derechos humanos es una categoría especial completamente diferente al derecho criminal, no tenemos legislación, carecemos de una ley, institución que ejecute y jurisdicción competente (tribunales). Las lesiones, homicidios asesinatos, secuestros etc. cometidos por particulares de manera individual o crimen organizado son delitos penales y no violación a derechos humanos, ya que no son políticas de estado.

Los más altos niveles de violación en derechos humanos, especialmente el derecho a la vida y libertades individuales y colectivas sucedieron durante las dictaduras militares desde 1932 hasta 1979 (de Gral. Maximiliano Hernández Martínez a Gral. Carlos Humberto Romero).

La última experiencia vivida fue durante la guerra civil en los años 80, donde el gobierno de General Romero, calificado como dictadura militar, marco asesinatos políticos masivamente, cometiendo entre 50 a 60 asesinatos semanales, con centenares de desapariciones forzadas. Torturas en centros de detenciones de la policía Nacional, Guardia Nacional, Policía de hacienda y centros penitenciarios. Crueles y sanguinarias masacres a nivel nacional calificadas como delitos de lesa humanidad, asesinatos y desapariciones forzosas por escuadrones de la muerte , que eran parte del gobierno, policía y fuerzas armadas.

Desde la Comisión de Derechos Humanos no Gubernamental CDHES y el Comité de Madres de Asesinados, Desaparecidos y Presos Políticos COMADRES, logramos colectar información, clasificarla por sectores como: sindicalistas, estudiantes, profesores, defensores de derechos humanos, iglesias, profesionales, población civil, opositores políticos, periodistas etc. utilizamos mecanismos legales interponiendo Recurso de Habeas Corpus ante la Corte Suprema de Justicia, denuncias en medios de comunicación radial, escrita y televisiva a nivel internacional. Denunciamos en forma presencial ante el Congreso de los Estados Unidos, ante Naciones Unidades en Ginebra y foros de Derechos Humanos a nivel internacional (USA. México, Canadá, Europa).

Los resultados fueron negativos, a nivel interno la CSJ integrada por miembros del partido de gobierno jamás no resolvió un caso y a nivel internacional fue similar. Nuestros esfuerzo convertidos únicamente en denuncias, logramos solidaridad y apoyo financiero de organizaciones internacionales. Nuestro trabajo fue en forma voluntaria, es decir no recibimos un salario, sino únicamente un bono para alimentación, transporte y ropa. Estábamos en plena guerra civil y organizada políticamente junto al pueblo. Varios profesionales y la mayoría estudiantes, algunos con empleo.

FIN DE LA GUERRA CIVIL

Enero de 1992, oficialmente finaliza el conflicto armado y las cúpulas de las fuerzas beligerantes, hacen sus acuerdos inescrupulosos en contra del pueblo golpeado y sufrido, salvadoreños que valientemente dimos nuestro trabajo. Sin embargo los defensores de derechos humanos logramos visualizar, que sucedería después del conflicto armado en el tema de derechos humanos. Estudiamos por seis meses el marco legal, comparativo, doctrina, jurisprudencia de varios países y concluimos que lo más moderno y viable era la creación de una ley de Derechos Humanos y la institución que llevaría a la práctica esa ley denominada Ombudsman o Ombusdperson, que se traduce a Defensor del Pueblo.

Dicho anteproyecto de ley lo donamos a la dirección política del FMLN, para que lo presentara y discutieran con el gobierno salvadoreño de A. Cristiani en San José Costa Rica. Como defensores de derechos humanos de la fuerza política Resistencia Nacional (RN), dimos nuestra contribución para garantizar y defender los derechos humanos de los salvadoreños, después del conflicto armado.

 

Como todos conocemos, la codicia de poder económico de los políticos de izquierda y derecha, dicho anteproyecto de ley fue presentado y enviado al basurero del olvido y tanto el FMLN como el Gobierno salvadoreño (ARENA), bajo en asesoramiento de la ONU, se ponen de acuerdo para hacer una fotocopia de LA PROCURADURIA DE DERECHOS HUMANOS, que se había impuesto en Guatemala al finalizar el conflicto armado. Creando una institución disfrazada de derechos humanos, pero que en realidad era para no investigar ni llevar a la justicia a los violadores de derechos humanos del gobierno y de los crímenes de guerra cometidos por la Guerrilla del FMLN.

Legisladores ignorantes de la época, desconocen el proceso de formación de una ley. La lógica jurídica nos indica que primero se crea la ley y luego esta crea la institución que ejecutará la misma. La práctica nos ha demostrado lo ineficiente e ineficaz que es la PDH, que sus resoluciones son simples recomendaciones. Sin vinculación en los procesos de violación a derechos humanos que equivocadamente llevan los tribunales penales. Los únicos recurso que existen y garantizan los derechos humanos son los Recursos que se presentan a la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia :Habeas Corpus, Amparo e Inconstitucionalidad.

DERECHOS HUMANOS DESPUÉS DEL CONFLICTO ARMADO

Continuamos sin un marco legal que defienda y garantice los derechos humanos.

En la actualidad se han llevado procesos de derechos humanos en tribunales con jurisdicción Penal y Procesal Penal, ocurridos en el conflicto armado de los 80. Será posible que la Fiscalía General de la República acuse al Estado salvadoreño? Técnicamente no es posible ya que la Fiscalía representa al Estado ante cualquier demanda en su contra. No puede ser juez y parte.

Aunque algunos dirán que la Fiscalía también representa a la sociedad, de igual forma no puede jugar ambos roles. El estado tiene una deuda en este tema, no ha creado legislación para garantizar y defender los derechos humanos.

El periodo de 20 años después de la guerra civil, se activaron las viejas estructuras de derechos humanos, callaron que en El Salvador se continuaba abusando y violentando los derechos humanos por los gobierno de turno, tanto de ARENA como del FMLN. Pero nunca denunciaron ni interna ni internacionalmente, por el contrario encubrieron y se volvieron cómplices por omisión. Nacieron más organizaciones de D.H. no gubernamentales financiadas por los gobiernos de turno y organismos internacionales que coordinaban una agenda globalista, que fomentaba el crimen organizado, el narco tráfico, el neo liberalismo y control geopolítico.

Docenas de ONGs de derechos humanos, medios digitales como el Faro, Focus, Gato encerrado, Canales de TV, universidades como la Centroamericana UCA, la Nacional UES y la Tecnológica. Financiadas por el órgano legislativo, ejecutivo y debajo de la mesa por partidos políticos, empresa privada y agentes extranjeros como AID, Open Society, Amnistía International, Human Rigth Watch, AECID (cooperación española),Fundación Interamericana IAF, Asociación Universitaria Iberoamericana(AUIP), Fundación Carolina, Agencia Mexicana de cooperación internacional para el desarrollo(AMEXID).etc.

DERECHOS HUMANOS DEL GOBIERNO DE NAYIB BUKELE 2019- 2025

En el 2019 inicia un nuevo periodo político, bajo el liderazgo del Presidente Nayib Bukele. Joven político milenial, que rompe por primera vez el bipartidismo en la historia política de El Salvador. Presenta un plan de largo plazo, que prioriza fundamentalmente la seguridad. Porque? porque encuentra un país destruido, donde los derechos humanos del pueblo salvadoreño, no tiene ninguna protección por parte del estado, especialmente del órgano ejecutivo y de las fuerzas armadas. Recibe un país considerado el más inseguro del planeta, estructuras del gobierno totalmente corrompidas por políticos acostumbrados a vivir de las arcas del estado. Una partidocracia profundamente desarrollada en la corrupción y una economía basada en las remesas de los migrantes salvadoreños.

Recibe un país controlado económicamente por la tradicional oligarquía nacional y extranjera, con un grupo de burgueses corruptos y una burocracia estatal totalmente corrupta.’

También enfrenta la manada de ONG’s de derechos humanos del pasado y fuera de la coyuntura política, que proyecta el nuevo gobierno de Bukele. Ya que estos no actúan en defensa de derechos humanos sino que buscan vivir a costa de victimas del crimen organizado o defendiendo activistas políticos corruptos y ejecutando la agenda globalista, disfrazados de defensores de derechos humanos. Ejemplo el IDHUCA, la Iglesia Luterana, Tutela legal del Arzobispado y luego convertida en Tutela legal María Julia Hernández, Cristosal, Asociación Pro-Búsqueda de Niñas y Niños Desaparecidos, CRIPDES, FESPAD, FUSADES, CDHES, FUNDE,etc.

Esta masa de activistas partidarios de izquierda y derecha, en el 2019 se les inicio un proceso de identificación, investigación y auditorias, para comprobar el mal uso de los fondos recibidos del estado y de asistencia internacional. Se integró una comisión Especial en la Asamblea legislativa. La fiscalía y Corte de Cuentas de la República activaron sus mecanismos para comprobar la corrupción de estas organizaciones de fachada.

La mayoría fueron expuestas públicamente y se les abrió procesos judiciales ante la Fiscalía General de la República, sus fundadores y directores en su mayoría huyeron del país, otros están presos y algunos en libertad condicional.

De esta manera se demostró la verdadera naturaleza de estas organizaciones de fachada. Se han creado candados legales para evitar, que este tipo de asociaciones fraudulentas continúen malversando fondos, que busquen un oficio o trabajo digno y dejen de vivir como parásitos. Hoy se auto exilian y se auto denominan perseguidos políticos, cuando la realidad es que son activistas políticos delincuentes, que deben pagar por sus actos delictivos.

Nosotros del Defensores de Derechos Humanos durante el conflicto armado, dimos una verdadera lucha en la defensa de los DH de los salvadoreños, es cuando se da la vida, no cuando se vive de ellos, con elegantes oficinas y buenos salarios. Nosotros arriesgamos la vida sin esperar nada a cambio, los de ahora en el siglo XXl, únicamente se dedican a desarrollar una agenda de sus patrocinadores globalistas, que exclusivamente están criticando un proyecto que esta garantizando y defendiendo los derechos humanos.

CONCLUSIONES:

  • El Gobierno de El Salvador desde el 2019 al 2025, ha creado un estado de derecho moderno, que garantiza el derecho a la vida y a la libertad individual.
  • Ha cumplido su mandato constitucional de proteger los habitantes del país, sin distinción de sexo, raza, nacionalidad, color, religión o grupo social en particular. Reformando leyes secundarias para fortalecer la eficiencia del sistema de justicia.
  • Ha recuperado la confianza de la población, para que esta cumpla las leyes y mantenga el orden y respeto a los derechos individuales de los ciudadanos.
  • Ha logrado eliminar la corrupción de la partidocracia y de los grupos de Ong’s de fachada de derechos humanos, que han vivido del dolor de las víctimas.
  • A puesto en prisión y en evidencia la corrupción de políticos, tradicionalmente corruptos de la derecha e izquierda podrida en El Salvador.
  • Ha demostrado al mundo que los derechos humanos a defender desde el gobierno son los de la población y no la de los criminales. se ha liberado el 99% de la población y se ha encarcelado el 1%, calificados como criminales terroristas.
  • El órgano legislativo está en deuda, debe emitir una ley de derechos humanos y crear una institución y tribunales que defiendan y garanticen los derechos humanos de los salvadoreños.

De esa manera los salvadoreños nos vamos a sentir protegidos institucionalmente por el Estado en la Nueva República que se construye.

Los patriotas defensores de derechos humanos durante el conflicto armado, terminamos nuestra labor humanitaria al final del conflicto armado, no acompañamos a corruptos políticos y parásitos oportunistas. Nuestro trabajo es apoyar a quien defiende y garantiza los D.H. del pueblo salvadoreño

Jose Mario Ramirez o Jacobo Quiteño

Ex coordinador General de la Comisión de Derechos Humanos

No gubernamental de El Salvador. CDHES. 1980-1984

 

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Opinet

El pesebre ante la sombra de la intolerancia salvaje- Lisandro Prieto Femenía

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«El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria».

Juan 1:14, Biblia de Jerusalén, 2009, Bilbao: Desclée de Brouwer, p. 1532.

La controversia pública que ha permeado las recientes semanas se manifiesta como un fenómeno poliédrico que desafía la estabilidad simbólica y la paz social de Europa- Los hechos registrados por medios internacionales como Euronews, Swissinfo, Infobae, NationalGeographic, Gaceta y ABC no pueden ser despachados como meras anécdotas aisladas.

«No hay coacción en la religión.» (Corán 2:256).

La instalación de un belén compuesto por figuras sin rostro en la Grand-Place de Bruselas, calificado bajo el patético eufemismo de “inclusivo” pero percibido como una profanación de la identidad iconográfica, el asedio a los grandes almacenes en París que se han visto imposibilitados de instalar decorados navideños por presiones sociales, la cancelación de mercadillos históricos en el sur de Francia y el alarmante debate en Alemania sobre la incapacidad policial para garantizar la integridad de los asistentes frente a la amenaza terrorista, configuran un mapa de la retirada de Occidente de su propio espacio público.

Ante este escenario, donde figuras políticas “controvertidas” como GiorgiaMeloni reivindican el pesebre de Belén como un emblema irrenunciable de la civilización, surge una pregunta que trasciende la gestión urbana: ¿estamos ante signos de una transformación civilizatoria que obliga a Occidente a mutar su estilo de vida por la fuerza, o ante una serie de fenómenos que hemos apresurado a unificar bajo la metáfora de la invasión? Analizar estos hechos con disciplina interpretativa exige separar lo verificable de la construcción retórica, evaluando las causas múltiples para proponer respuestas racionales y democráticas que no sacrifiquen libertades fundamentales en el altar del miedo.

Para abordar esta complejidad con rigor, debemos alejarnos de la hermenéutica social monocausal que reduce toda tensión a la presencia de un islam violento, pero sin caer en la ceguera de ignorar la voluntad de dominio que se esconde tras la intolerancia radicalizada. Por ejemplo, Hannah Arendt, en su obra “Los orígenes del totalitarismo”, arroja luz sobre el riesgo de las ideologías que anulan el pensamiento individual al señalar que lo que distingue al totalitarismo no es tanto su extremismo cuanto su composición de masas movidas por un ideario que sustituye el pensamiento por la repetición (Arendt, H., 2003, Barcelona: Paidós, p. 412).

No obstante, el rigor analítico nos obliga a confrontar una dialéctica de valores donde la hospitalidad cristiana, raíz de la identidad occidental, se ve hoy asediada por una fuerza que utiliza la fe como instrumento de coacción y profanación. Esta hospitalidad no es una debilidad claudicante ni una tolerancia vacía, sino que se asienta en el mandato del ágape y la «caritas»: una apertura al otro que busca la paz y el reconocimiento de la dignidad. No olvidemos que Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI)sostenía que la fe cristiana ha creado una cultura de la hospitalidad que permite la existencia del otro en su diferencia, siempre que esta no destruya el fundamento mismo de la convivencia humana (Ratzinger, J., 2005, Madrid: Taurus, p. 89).

«La hospitalidad no es solo una virtud de acogida, sino la esencia misma de una civilización que se reconoce en el amor al prójimo como imagen de lo divino».

(Ratzinger, J., 2005, La fraternidad cristiana, Madrid: Taurus, p. 112).

Ahora bien, centrémonos por un instante en la figura que representa una ofensa para este malón de lúmpenes violentos e ignorantes. En el corazón de esta disputa simbólica, el pesebre emerge no como una estructura de poder o una amenaza identitaria, sino como la manifestación estética de la kenosis divina: un anonadamiento de Dios que se hace pequeño para encontrar al hombre.

Desde una reflexión teológica, el pesebre es un signo potentísimo de humildad que subvierte la lógica del dominio. Tal como señaló Hans Urs von Balthasar en Gloria, la belleza de lo sagrado en el cristianismo no se impone por la fuerza, sino por la irradiación de un amor que se entrega sin condiciones. En este sentido, el pesebre representa la paradoja de un Dios que, lejos de exigir sumisión mediante el terror, se expone en la fragilidad de un recién nacido, ofreciendo un paradigma de perdón y respeto absoluto por la libertad del otro. Esta “debilidad” de Dios es, en realidad, una fortaleza ética que invita a la esperanza y propone una convivencia basada en la vulnerabilidad compartida y no en la hegemonía teocrática.

Complementariamente, RémiBrague, en su obra Europa, la vía romana, refuerza esta idea mediante el concepto de “segundidad”: la esencia de la cultura europea radica en su capacidad de reconocerse heredera de una alteridad. El pesebre es el símbolo máximo de esa segundidad, pues presenta a un dios que “viene de fuera” para habitar lo cotidiano. Sin embargo, esta apertura entra en colisión directa con la violencia intolerante musulmana que, en sus vertientes extremas, se presenta como una cultura de “primariedad” absoluta, buscando la sustitución totalitaria del espacio sagrado del anfitrión.

Esta categoría (secondarité) describe la experiencia de quien se sabe heredero de una fuente anterior a la que no puede sustituir, sino que debe interpretar y transmitir. Europa es “romana” en el sentido de que Roma no inventó sus contenidos culturales (que eran, en su gran mayoría, griegos), sino que se posicionó como el puente que permitió su pervivencia. En su obra fundamental, Brague define esta estructura de la siguiente manera:“Ser «romano» es tener la conciencia de que lo que se transmite no nos pertenece, de que somos los segundos con respecto a una fuente que es mayor que nosotros mismos y que nos precede en dignidad”(Brague, R., 2005, Europa, la vía romana, Madrid: Editorial Gredos, p. 54).

Esta disposición ontológica explica por qué la hospitalidad cristiana y la apertura de occidente no ha sido, históricamente, signo de debilidad, sino la manifestación de una cultura que sabe que su supervivencia depende de su capacidad de acoger una alteridad fundante. Sin embargo, la crisis actual en ciudades europeas surge cuando esta “segundidad”, totalmente desvirtuada por la agenda posmo-progre decadente, se enfrenta con la cosmovisión extremista, la cual no se presenta como interlocutor legítimo, sino que buscan la sustitución totalitaria de la memoria del país que los acogió.

«Si no puedes cambiar la dirección del viento, ajusta las velas de tu barco», escribió Epicteto, pero la época exige saber si acaso no nos piden que quememos la embarcación. (Epicteto, Manual, traducción castellana, p. 42, 2008).

La resistencia simbólica- la defensa del rostro en el Belén o la persistencia de los mercados navideños- no es, desde la perspectiva de Brague, una cerrazón chovinista. Es, por el contrario, la defensa de la “segundidad” misma: el derecho a seguir siendo el cauce de una herencia que se reconoce limitada pero valiosa. Pues bien, si Europa renuncia a sus símbolos por miedo o por una malentendida neutralidad, no está siendo más inclusiva, sino que está traicionando la estructura romana que le permitía, precisamente, ser el espacio de encuentro para lo diferente. La capitulación ante la intolerancia radicalizada significaría el fin de la vía romana y el inicio de un tiempo donde la “primariedad” del más fuerte borraría el derecho a ser “segundo”, es decir, el derecho a heredar y respetar una historia que nos precede y nos constituye.

La resistencia simbólica en las capitales europeas frente a la mutilación de los belenes no es un acto de exclusión, sino la defensa de un símbolo que predica la humildad frente a la soberbia del fanatismo. La figura borrada de Bruselas es una afrenta a la visibilidad de la encarnación, esa verdad teológica que afirma que lo divino tiene un rostro humano y, por tanto, merece respeto y no ocultamiento.

Por su parte, San Agustín de Hipona nos ofrece una clave fundamental para entender este conflicto al definir la paz como la tranquillitas ordinis o la tranquilidad del orden, es decir, una disposición de las cosas que atribuye a cada una su lugar justo (Agustín de Hipona, 2007, Madrid: Gredos, p. 543). En la Europa posmoderna, la seguridad debe ser la protección de este orden que permite a la cultura de la hospitalidad y al signo del pesebre sobrevivir sin ser desplazados por la amenaza. Cuando los Estados cancelan un rito para evitar ofensas, rompen la tranquillitas ordinis y permite que la intolerancia ignorante y violenta dicte la forma de nuestra vida común.

«La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden; y el orden es la distribución de los seres iguales y desiguales, que da a cada uno su lugar».

(Agustín de Hipona, 2007, La ciudad de Dios, Madrid: Editorial Gredos, p. 542).

Esta tensión pone en jaque, también, el principio de John Stuart Mill, quien sostiene que la única finalidad del poder es prevenir el daño a otros (Mill, J. S., 1999, Madrid: Alianza Editorial, p. 78). Queda claro que el daño, hoy, se manifiesta en la erosión progresiva del espacio simbólico. Paralelamente, George Orwell nos avisó que si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper al pensamiento (Orwell, G., 1996, Madrid: Alianza Editorial, p. 252): llamar “inclusión” a la eliminación de los rostros en un pesebre es una clara perversión semántica que oculta la capitulación progre ante la intolerancia que no soporta la humildad del signo cristiano.

La “plaza” sin adornos que hoy vemos transformada es el reflejo de una sociedad que ha comenzado a dudar de su propia legitimidad moral frente al salvajismo intolerante. Si el pesebre es, como hemos argumentado, un signo de esperanza y perdón, ¿qué mensaje enviamos al futuro al permitir que sea profanado o escondido por miedo a quienes sólo conocen el lenguaje de la imposición barbárica? Resulta imperativo reflexionar si una democracia puede sobrevivir si confunde la tolerancia con el renunciamiento ante quienes desprecian sus símbolos más profundos y sagrados, permitiendo que el espacio común sea despojado de su rostro por el simple hecho de no ofender a la violencia.

¿Hasta qué punto la autonegación de lo sagrado en nombre de una supuesta neutralidad pluralista no es, en realidad, una invitación directa a la ocupación cultural por parte de quienes no respetan la diversidad de la hospitalidad cristiana? Debemos cuestionarnos con urgencia cómo evitaremos que la política del miedo nos transforme finalmente en extranjeros en nuestra propia tierra, limitando nuestra existencia a una supervivencia biológica despojada del espíritu que el rito y la historia otorgan a nuestras vidas.

Por último, queridos lectores, ¿es el pesebre una amenaza para la paz, o es acaso la última frontera de una paz verdadera que se niega a ser sustituida por la tranquilidad de los cementerios?. ¿Estamos aún a tiempo de defender la tranquilidad del orden que nos permite ser nosotros mismos, o hemos aceptado ya que la figura borrada del belén de Bruselas sea el único espejo donde nos atrevemos a mirarnos?

Referencias Bibliográficas (APA 7)

Agustín de Hipona. (2007). La ciudad de Dios. Madrid: Editorial Gredos.

Arendt, H. (2003). Los orígenes del totalitarismo. Barcelona: Editorial Paidós.

Balthasar, H. U. (1985). Gloria: Una estética teológica. Madrid: Encuentro.

Benjamin, W. (2003). Sobre el concepto de historia. En Obras escogidas. Madrid: Editorial Akal.

Biblia de Jerusalén. (2009). Bilbao: Desclée de Brouwer.

Brague, R. (2005). Europa, la vía romana. Madrid: Gredos.

Corán. (s. f.). El Noble Corán (traducción al español). Verso 2:256.

Mill, J. S. (1999). Sobre la libertad. Madrid: Alianza Editorial.

Orwell, G. (1996). 1984. Madrid: Alianza Editorial.

Ratzinger, J. (2005). La fraternidad cristiana. Madrid: Taurus.

Weil, S. (1993). La persona y lo sagrado. Valencia: Editorial Pre-Textos.

Fuentes de Información

ABC. (10 de diciembre de 2025). GiorgiaMeloni reivindica belén como símbolo de Navidad.

Euronews. (3 de diciembre de 2025). Figuras sin rostro y «Jesús robado»: por qué es tan polémico el belén de Bruselas.

Gaceta.es. (14 de octubre de 2025). Alemania planea cancelar la mayoría de los mercados navideños porque la policía no puede garantizar la seguridad.

Infobae. (19 de noviembre de 2025). Unos grandes almacenes de París se quedan sin poder instalar decorados navideños en la vía pública.

NationalGeographic Viajes. (2025). Confirmado: se cancela el mercadillo de Navidad más icónico del sur de Francia.

Swissinfo. (2025). Polémica en Bruselas por un belén «inclusivo» compuesto de figuras sin rostro.

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