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FOTOS | Sujetos sin escrúpulos queman carretón de minutas, único sustento de don Marcial en Apastepeque

En horas de la madrugada de pasado martes, varios sujetos arrojaron pirotécnicos hacia el carretón donde don Marcial Aguilar, de 68 años, quien se ganaba la vida vendiendo minutas.
Cuando don Marcial llegó temprano al sitio donde deja su carretón, en el parque central de Apastepeque, se encontró con la trágica escena.

El carretón de este humilde minutero quedó inutilizable, ese día no pudo llevar el pan a la mesa de su familia.

Usuarios de redes sociales hicieron el llamado a ponerse en contacto con don Marcial para hacerle llegar cualquier ayuda para alimentar a su familia y reparar el carretón.
El día de la pérdida de su negocio un grupo de policías interrumpieron el sueño de don Marcial para darle las malas noticias, pues su carretón de minutas se había quemado a causa del posible estallido de un silbador que algunos sujetos dejaron en la zona al filo de las 2:00 de la madrugada.

Sus amigos y conocidos señalaron que “esto no había pasado nunca”.
Al saber la mala noticia, marcial salió corriendo de su casa hasta el parque central y logró observar cómo el fuego destruyó su única herramienta de trabajo con la que se mantiene él y su hija de 11 años.
“Todavía había periódico encendido abajo, lo apagamos para que no continuara, pero lo que estaba en la superficie estaba quemado”, señala Marcial con tristeza. “Yo me hacía la pregunta del por qué había pasado. Esto quedó como escombros con todo el plástico derretido”.
Tras lo sucedido varios de sus amigos y conocidos iniciaron la forma de cómo ayudar a Marcial y comenzaron a hacer pública su historia en redes sociales que de inmediato se hizo viral en todas las plataformas. La gente del pueblo le donó sillas, hieleras y hasta la reconstrucción de su carretón para que siguiera vendiendo sus famosas minutas en los últimos días este 2021.

Los que aún queda por renovar es su raspador de hielo quedó en malas condiciones y necesita conseguir una nuevo para seguir vendiendo el cual tiene un precio de $140.

Marcial comenzó a vender minutas en la laguna de Apastepeque en 1990 con un modesto carretón con llantas de hierro, luego pasó a una bicicleta hasta el puesto que tiene en el parque, a su experiencia le suman 41 años y se ha convertido en un ejemplo en todo la localidad.
Mabel de Mungía, de 56, conoce a Marcial desde hace muchos años y lo describe como un hombre trabajador, buena persona y humilde. “Todos lamentamos lo que pasó porque es su machete, su herramienta. De eso vive él. Mis respeto sobre don Marcial. Las minutas son sabrosas y se las ingenia”, señala.
Tras el incendio dice sentirse fortalecido gracias al apoyo de los habitantes y espera tener listo su negocio para vender minutas en las fiestas de fin de año. Si desea ayudarle puede contactarlo al 6002 2064.
Nacionales
Persona resulta lesionada tras ser atropellada en Sonsonate

Una persona resultó lesionada tras ser atropellada en las cercanías de la residencial Las Brisas del Pinar, sobre la carretera que conduce de Juayúa hacia San José La Majada, en el departamento de Sonsonate.
Según los primeros reportes, la víctima —aún no identificada— fue embestida por un pick-up blanco. Equipos de socorro acudieron rápidamente al lugar del percance para brindarle atención prehospitalaria y trasladarla a un centro asistencial.
El conductor del vehículo involucrado no se dio a la fuga y esperó la llegada de la Policía Nacional Civil, que ya inició las investigaciones para esclarecer lo ocurrido.
Nacionales
Creadores de contenido se burlaron de él, pero su respuesta llena de amor conmovió a todos

El nombre de Michael Méndez, músico y director de bandas de paz en El Salvador, se ha viralizado en redes sociales, pero no por su talento, sino por un grupo de creadores de contenido que compartieron su imagen para burlarse y obtener miles de vistas y “likes”.
Sin embargo, detrás de esa imagen que ha sido objeto de burlas, hay una historia de valor y resiliencia. Michael es padre de dos niños, uno de ellos enfrentando una enfermedad grave, una lucha que él comparte con fortaleza y amor.
Ante el acoso y bullying virtual por su apariencia, Méndez respondió con una emotiva fotografía junto a su hija, mostrando un mensaje de fe, entrega y dignidad para enfrentar las adversidades.
Mientras algunos se centran en la burla, muchos otros usuarios han decidido compartir y visibilizar su historia para reconocer el verdadero valor de este hombre que, además de músico, es un ejemplo de coraje y esperanza.
Opinet
Con la música actual, la vida es un error

Lisandro Prieto Femenía
«Sin música, la vida sería un error» Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos
Seguramente se habrán percatado que en redes sociales circula, a modo de meme, una afirmación de Friedrich Nietzsche que versa: “Sin música, la vida sería un error”. Más allá de la banalidad de la circulación de esta frase, lo que allí se está estableciendo es la diferencia de cualquier otro ser en la naturaleza como el único que es capaz de crear obras de arte, y dentro de esa creación, la música ocupa un lugar privilegiado y fundamental. Si la vida sin arte sería una existencia despojada de su máxima expresión, la vida sin música sería, para Nietzsche, un vacío insalvable. Esta cita no es una mera hipérbole, sino una tesis ontológica que eleva la música al rango de fuerza primordial, un pilar sobre el cual se sostiene la experiencia humana. Pues bien, en esta reflexión intentaremos explorar la centralidad que tiene la música en la filosofía, la conectaremos con pensadores que la han abordado desde diversas perspectivas y la confrontaremos con la degeneración de la creación sonora en la época detestable llamada postmodernidad, un síntoma de un error vital que la música, en su esencia, debería contrarrestar.
Tengamos en cuenta que, para Nietzsche, el lenguaje y la razón, a menudo reductores, intentan encapsular la vastedad de la existencia en conceptos rígidos. La música, en cambio, opera en un plano distinto. Es el lenguaje de la voluntad misma. En su obra “El nacimiento de la tragedia”, Nietzsche sostiene que “el lenguaje de la música es anterior al concepto”, y en una carta a su amigo y confesor Peter Gast en 1877 expresó que “la vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio”. Esta idea nos indica que la música, al ser un lenguaje de la voluntad, nos permite acceder a la realidad de una manera más directa y auténtica.
Esta perspectiva se entrelaza directamente con la de Arthur Schopenhauer, mentor intelectual de Nietzsche. En su obra titulada “El mundo como voluntad y representación”, Schopenhauer eleva la música por encima de todas las demás artes, argumentando que no es una copia de las ideas del mundo, sino un reflejo directo de la voluntad misma. De hecho, llegó a afirmar allí que “la música no es en absoluto, como las demás artes, una copia de las Ideas, sino una copia de la voluntad misma”, confirmando con ello que la melodía expresa el constante fluir de la voluntad, con sus anhelos insatisfechos y sus penas inherentes, convirtiéndose así en una forma de conocimiento metafísico.
Si bien Nietzsche veía en la música una fuerza de rebeldía dionisíaca, la tradición filosófica griega la entendía como un elemento clave para el orden social y la formación ética. Platón, en su “República”, dedicó un espacio considerable a la música como pilar de la educación de los guardianes. Para él, la música no era un simple pasatiempo, sino una “ley moral” que daba “alma al universo, alas a la mente, vuelos a la imaginación”. Los diferentes modos musicales (escalas) fluían directamente en el carácter de los ciudadanos, y por ello, los modos que promovían la virtud y la moderación debían ser cultivados.
Por su parte, Aristóteles profundizó en la idea de la mímesis (imitación) musical. En su “Política”, sostenía que la música “imita las pasiones mismas” de tal forma que “reproduce” el carácter, y por ello, su importancia en la formación del alma de los jóvenes. La música, además de evocar pasiones, las purifica a través de la catarsis, un concepto central en su “Poética”. De esta manera, la música se convierte en una herramienta para templar el alma y alcanzar el equilibrio emocional fundamental para la vida en la pólis.
Esta idea de un orden subyacente en la música volvería a tener vigencia siglos más tarde en Gottfried Wilhelm Leibniz, quien la definió como “el placer que experimenta la mente humana al contar sin darse cuenta que está contando”. Para el filósofo racionalista, la armonía musical no es casualidad, sino el resultado de complejas relaciones matemáticas que el alma humana percibe de forma inconsciente. En la música, Leibniz veía un reflejo de la armonía preestablecida del universo, una correspondencia entre las leyes que rigen el cosmos y las percepciones de la mente humana.
La visión de los precitados filósofos, que veían en la música la esencia de la voluntad o la armonía del cosmos, se ve desafiada por la decadencia de la calidad del ruido llamado música en la era postmoderna. En el siglo XX, pensadores como Theodor W. Adorno, desde la Escuela de Frankfurt, ya advertía sobre los peligros de la industria cultural. En su ensayo titulado “Sobre el carácter fetichista en la música y la regresión del oído” (1938), Adorno argumenta que la música popular ha sido estandarizada y convertida en una mera mercancía, sosteniendo asimismo que “el valor fetichista de la mercancía penetra hasta en la música popular, y la estandarización de los productos crea una escucha regresiva”. Tengamos en cuenta que, para Adorno, la música de masas ya no es algo que se vive o se siente, sino que se consume de forma pasiva, perdiendo su potencial crítico y transformador.
Esta crítica se profundiza aún más al incorporar la reflexión de Walter Benjamin sobre la pérdida del aura en la obra de arte. En su célebre ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” (1936), Benjamin define el aura como “el aparecimiento único de una lejanía, por cercana que pueda estar”. Se trata de la unicidad de un obra en su “aquí y ahora”, su historia, su autenticidad y su tradición, elementos que le confieren una presencia irrepetible. Pues bien, la reproducción técnica masiva, ya sea a través de la fotografía o, en el caso de la música, de grabaciones y streaming, destruye esa aura: “incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra”. Pobre Walter, si supiera que ahora las personas asisten a los conciertos y, en lugar de mirar y escuchar con atención a los artistas, la totalidad del auditorio está grabando la experiencia con un dispositivo móvil.
En este contexto de crisis de la calidad estética, son muy pocas las voces críticas contemporáneas que se alzan para denunciar la anarquía y la falta de sustancia en el arte posmoderno. Sin ir muy lejos, en diciembre de 2024 publiqué un artículo titulado “Recuperando la distinción entre arte y bodrio”, en el cual planteaba que la cultura actual parece haber abrazado una “cultura de la mediocridad” que ha borrado esta línea entre la creación genuina y el mero simulacro. Así, la música posmoderna, en su búsqueda de lo “plural” y lo “ecléctico”, ha sucumbido a un eclecticismo vacío que mezcla y destruye géneros sin una coherencia interna real. Al respecto, el musicólogo Ramón Barce (1928-2008), crítico de la música de vanguardia, señalaba que esta “patológica necesidad de lo nuevo” conducía a una superficialidad que carecía de la profundidad que, para Nietzsche, era la esencia misma de la música. En la actualidad esta tendencia se agrava con la lógica de las plataformas digitales, donde la música se reduce a clips de segundos, a singles desechables y a algoritmos que dictan lo que el oyente debe consumir. La infinitud de la reproducción digital ha aniquilado el aura. Un concierto en vivo, repito, un vinilo desgastado por la aguja, una grabación con imperfecciones, poseían una historia y una presencia. Hoy, un track digital es una entidad sin historia, sin un “aquí y ahora”, un fetiche estandarizado despojado de su valor cultural. En este contexto, la música ya no es una afirmación de la vida, sino un ruido molesto de fondo que disimula el vacío. Lejos de ser un antídoto contra el nihilismo, se convierte en un síntoma de éste.
Hemos realizado un recorrido, desde la visión nietzscheana de la música como afirmación de la vida hasta su degeneración en la era del consumo masivo. La crítica de Adorno, Benjamin y otras tantas voces contemporáneas nos ha mostrado que el error no es la ausencia de la música, sino la presencia de una música asquerosa, vacía, despojada de su esencia vital y de su aura. La pregunta crucial que nos queda, entonces, no es si la música es necesaria, sino qué tipo de música estamos dispuestos a aceptar en nuestras vidas.
¿Acaso hemos sucumbido al nihilismo que la música, en su esencia dionisíaca, debería contrarrestar? ¿Hemos renunciado a la búsqueda de la belleza en la armonía y la complejidad en favor del ruido estandarizado que nos adormece? La frase inicial de Nietzsche, en este contexto, se convierte en un espejo que debería confrontarnos. Si la vida sin música es un error, ¿qué dice de nosotros el hecho de que elijamos la música que se nos impone, la que nos exige de nosotros ninguna pasión ni compromiso, mucho menos una mínima reflexión, sino sólo una escucha molesta y pasiva? El verdadero error no está en el mundo, sino en nuestra capacidad para dejar de escuchar la melodía del ser y conformarnos con el eco hueco de la industria cultural que nos impone un Bad Bunny mientras nos hace olvidar a Mozart. La interpelación, al final, es personal: ¿qué sinfonía estamos componiendo con nuestras vidas? Y, más importante aún, ¿estamos dispuestos a dejar de escuchar el error para volver a encontrar la verdadera música, esa que representa el lenguaje universal de la humanidad?
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina