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Investigadores hallan el área del cerebro que corresponde al clítoris

Por primera vez, investigadores han logrado definir con precisión dónde se ubica la representación del clítoris en el cerebro de las mujeres.
Su estudio, publicado el lunes en la revista científica JNeurosci, muestra además que el área del cerebro activada durante la estimulación del clítoris es más extensa en las mujeres que tienen más relaciones sexuales.
Se realizó estimulando el clítoris de 20 mujeres mientras se realizaba una resonancia magnética de sus cerebros.
¿Un área más grande les permite percibir mejor las sensaciones? ¿Es el tamaño de este área lo que impulsa a tener más relaciones sexuales, o tener relaciones frecuentes la hace crecer? Son preguntas imposibles de responder por el momento, precisan los investigadores.
Sin embargo, este estudio podría ayudar a desarrollar mejores tratamientos para las personas que han sufrido violencia sexual o que tienen problemas sexuales.
«La forma en que los genitales femeninos están representados en la corteza somatosensorial humana está muy poco estudiada», recalcó a la AFP Christine Heim, profesora de psicología médica en el Hospital Universitario Charité en Berlín, quien fue coautora del estudio.
«Y esta falta de conocimiento ha frenado la investigación tanto sobre los comportamientos sexuales estándar como sobre las condiciones patológicas», agregó.
Mapa corporal
Cuando una parte del cuerpo se ve afectada, se activa la actividad neuronal en la corteza somatosensorial. Y cada parte del cuerpo corresponde a un área diferente del cerebro, formando una especie de mapa corporal.
Sin embargo, hasta ahora, la ubicación precisa de los genitales femeninos en ese mapa seguía siendo un tema de debate.
Estudios anteriores lo habían localizado en ocasiones bajo la representación del pie, otros cerca de la de la cadera. La razón: técnicas de estimulación imprecisas (propias o por un tercero) que provocaban el roce simultáneo de otras partes del cuerpo, o desencadenaban excitación, opacando los resultados.
En 2005, utilizando una técnica que imitaba una sensación táctil muy localizada, los investigadores pudieron determinar la ubicación precisa de la representación de los genitales masculinos en el cerebro. Pero esto aún no se había hecho en mujeres.
Para conseguirlo, se seleccionaron 20 mujeres sanas de entre 18 y 45 años.
Para la estimulación, se aplicó un pequeño objeto redondo diseñado específicamente para el estudio, puesto sobre la ropa interior a la altura del clítoris: gracias a chorros de aire, una pequeña membrana comenzaba a vibrar levemente.
El enfoque estaba destinado a ser «lo más cómodo posible» para las participantes, explica John-Dylan Haynes, coautor del estudio.
Se realizaron ocho estimulaciones del clítoris, de 10 segundos cada una, intercaladas con 10 segundos de descanso, así como ocho estimulaciones en el dorso de la mano derecha para comparar.
La conclusión es que tanto para mujeres como para hombres, la representación de los genitales en el mapa cerebral está cerca de la representación de la cadera.
No obstante, la ubicación precisa varía para cada mujer dentro de este área.
Plasticidad
Luego, los investigadores estudiaron si este área exhibía características diferentes según la actividad sexual.
Se le preguntó a las 20 mujeres sobre la frecuencia de sus relaciones sexuales durante el año pasado, así como desde el comienzo de su vida sexual.
Después, para cada una de ellas, los investigadores determinaron los diez puntos más activados en el cerebro durante la estimulación y midieron el área obtenida.
«Hemos encontrado un vínculo entre el grosor de la zona genital y la frecuencia de las relaciones sexuales», especialmente en los últimos 12 meses, explica Heim.
«Cuanto más relaciones sexuales, más amplia es la zona».
La plasticidad cerebral es bien conocida: partes del cerebro se desarrollan a medida que se utiliza una función. Pero, por el momento, no se puede establecer directamente un vínculo causal.
Sin embargo, estudios anteriores en animales han demostrado que la estimulación de los genitales de ratas y ratones condujo efectivamente a una expansión del área del cerebro correspondiente a estos órganos.
El estudio tampoco determinó si un área más grande resultaba en una mejor percepción.
Pero Heim, en un estudio publicado en 2013, había demostrado que las personas que habían sufrido violencia sexual traumática tenían un área genital reducida.
«En ese momento, planteamos la hipótesis de que esta podría ser la respuesta del cerebro para limitar el efecto dañino del abuso», explicó, y agregó que se necesitarían más estudios para verificarlo.
En el futuro, el objetivo es desarrollar formas de ayudar a los pacientes. La investigadora quiere estudiar si ciertos trastornos sexuales están relacionados con alteraciones en el área genital.
Entonces, tal vez, podrían considerarse terapias destinadas a «entrenar» este área.
Opinet
¿Cómo podemos, como individuos y sociedad, fomentar una cultura que valore la verdad y el pensamiento crítico en un entorno cada vez más propenso a la desinformación y las realidades subjetivas, y así reconstruir la confianza en la palabra?

Está claro que vivimos en un mundo donde la información fluye sin cesar y la opinión a menudo se confunde con el hecho, emergiendo así un fenómeno que al menos a mí me resulta inquietante: la mitomanía social, la creación y adhesión a realidades fabricadas, cimentadas en la mentira. Este no es un mero capricho individual, sino un síntoma alarmante de una crisis más profunda: la devaluación de la verdad en la era patética de las post verdad. Nos encontramos en un precipicio donde el subjetivismo extremo y el relativismo absurdo amenazan con desintegrar los cimientos de la comprensión compartida, erosionando con ello el valor intrínseco de la palabra.
La mentira, junto con su contraparte, la verdad, ha sido una preocupación central para la filosofía desde su nacimiento. Platón, en su diálogo “La República”, ya nos advertía sobre los peligros de la falsedad, especialmente cuando se disfraza de verdad para manipular la opinión pública. Para él, la verdad no es un constructo subjetivo del lenguaje, sino una realidad trascendente, accesible a través de la razón. En contraste, la mentira nos aleja de esa realidad, sumiéndonos en un mundo de sombras y engaños. Concretamente, en la obra precitada, afirma que “si alguien es capaz de percibir lo bello en sí mismo, y de percibir todas las cosas que participan de lo bello, sin confundir lo bello en sí con lo que participa de lo bello, ni lo que participa de lo bello con lo bello en sí, ¿no diremos que éste es un hombre despierto, y no un soñador?” (Platón, La República, Libro V, 476c). Así, Platón está marcando la distinción entre realidad y apariencias, una demarcación fundamental para la comprensión de la verdad y la falsedad.
Ahora bien, es preciso que pensemos en la era de la post verdad como un fertilizante para la fábrica de mentiras masivas y la normalización y trivialización de la mentira como estilo de vida cotidiano. Nuestra contemporaneidad ha exacerbado esta problemática al promover una suerte de licencia para la invención: el sentimiento y la emoción priman sobre la evidencia, y la resonancia con las creencias preexistentes se vuelve más valiosa que la veracidad de los hechos. Como señala Harry Frankfurt en su ensayo titulado “Sobre la Falsedad” (traducción de On Bullshit, 2005), la mentira no es lo mismo que la “patraña”. Mientras que el mentiroso busca deliberadamente ocultar la verdad, el que profiere patrañas “no se preocupa en absoluto por la verdad. Ni siquiera miente, porque al mentir la verdad le importa. Simplemente está inventando cosas”, o sea, es un patán. En este escenario, la indiferencia hacia la verdad es quizás más peligrosa que la propia falsedad, pues anula cualquier incentivo para su búsqueda y defensa. Frankfurt lo explica con precisión al indicar que “la ‘patraña’ no es una mentira. El mentiroso y el que dice ‘patrañas’ pretenden que su discurso represente las cosas como son, y por lo tanto, ambos engañan. Pero lo hacen de diferentes maneras: el mentiroso intenta que sus afirmaciones sean creídas por su audiencia, mientras que el patán que dice ‘patrañas’ no se preocupa en absoluto por la verdad” (Op. cit., 2005, p. 55).
Este relativismo desenfrenado, donde “mi verdad” es tan válida como “tu verdad”, sin importar la evidencia empírica o la coherencia lógica, es una afrenta directa a la tradición filosófica que ha buscado un fundamento sólido para el conocimiento. Aristóteles, en su “Metafísica”, sostenía que “decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso, mientras que decir de lo que es que es, y de lo que no es que no es, es verdadero” (Aristóteles, Metafísica, Libro IV, Capítulo 7, 1011b26-27).
Tengamos en cuenta que la concepción clásica de la verdad como correspondencia con la realidad ha sido el ancla de nuestra capacidad de discernir y construir conocimiento de manera colectiva. No es una simple aseveración, es, de hecho, el pilar sobre el que se erigió y se sigue sosteniendo el edificio de la ciencia moderna. Esta idea, que la verdad de una proposición radica en su adecuación a los hechos o a un estado de cosas en el mundo, es el fundamento metodológico que distingue el conocimiento científico de otras formas de saber.
Desde sus inicios, la ciencia occidental ha operado bajo la premisa de que existe una realidad externa, independiente de nuestra percepción, y que el objetivo del conocimiento científico es describir, explicar y predecir esa realidad de la manera más precisa posible: este principio se traduce en la búsqueda de la objetividad. No se trata de lo que creemos que es verdad, ni de lo que sentimos que es verdad, sino de lo que es verdad en un sentido verificable y contrastable.
La ciencia, en su esencia, es un proceso de observación empírica y experimentación. Cada experimento, cada medición, cada hipótesis puesta a prueba, busca determinar si una afirmación (una teoría, una ley) se corresponde o no con lo que ocurre en el mundo real. Cuando un científico formula una hipótesis, está proponiendo una posible correspondencia entre una idea y un fenómeno. El proceso científico subsiguiente- la recopilación de datos, el análisis, la replicación de experimentos por otros investigadores- es un esfuerzo colectivo para verificar si esa correspondencia se mantiene.
Por ejemplo, cuando el gran Isaac Newton formuló sus leyes del movimiento y gravitación universal, no las propuso como meras ideas agradables y convenientes. Las postuló como descripciones de cómo el universo realmente funciona. La validez de estas leyes se estableció a través de su capacidad para predecir con exactitud el comportamiento de los objetos celestes y terrestres, es decir, por su correspondencia con la realidad observable. Si las predicciones de las leyes de Newton no se hubieran correspondido con las observaciones astronómicas o los experimentos en la Tierra, habrían sido descartadas o modificadas.
De igual manera, en la medicina, cuando se desarrolla un nuevo fármaco, su eficacia no se basa en la fe o en la buena voluntad, sino en ensayos clínicos rigurosos. Estos experimentos buscan establecer una correspondencia verificable entre la administración del fármaco y un efecto medible en la salud del paciente. Si esta correspondencia no se demuestra con datos empíricos, el fármaco directamente es desaprobado.
Como hemos intentado demostrar, la concepción de la verdad como correspondencia es, en definitiva, lo que permite que la ciencia sea acumulativa y autocorrectiva. Los descubrimientos anteriores sirven de base para nuevas investigaciones porque se asume que las verdades establecidas se corresponden a aspectos fiables de la realidad. Cuando nuevas evidencias sugieren una falta de correspondencia, las teorías se revisan, se mejoran o se reemplazan. Este mecanismo de autocorrección es vital y se apoya en la premisa de que hay una realidad objetiva a la que nuestras teorías deben adaptarse, y no a la inversa. Sin esta concepción fundacional, la ciencia se disolvería en un mar de opiniones y narrativas subjetivas; si la verdad fuera meramente un constructo social sin anclaje en lo empírico, no habría forma de distinguir una teoría científica de una creencia pseudocientífica o de una invención personal. Así, la objetividad y la intersubjetividad, cruciales para que el conocimiento científico sea compartido y validado por una comunidad global de investigadores, dependen intrínsecamente de la búsqueda de esa correspondencia.
Volviendo a nuestro problema, lo que más nos preocupa de esta coyuntura es la lamentable tolerancia que tenemos los seres humanos hacia la mentira. Pareciera que ser mentiroso hoy en día no es un problema, un estigma, sino un rasgo más de la personalidad, o incluso una habilidad estratégica en ciertos ámbitos. La desvergüenza y el engaño se han normalizado y el juicio social hacia quienes operan en la falsedad ha disminuido drásticamente. El problema no es sólo que se mienta, sino que a menudo el mentiroso sale impune, e incluso es recompensado, lo que refuerza este ciclo pernicioso. Esta promoción del subjetivismo, donde cada quien fabrica su “propia verdad” sin anclaje en lo verificable, desdibuja los límites entre lo real y lo ficticio, haciendo que la deshonestidad se perciba como una simple diferencia de perspectiva moral.
Tengamos en cuenta que cuando cada individuo se convierte en el arquitecto de su propia realidad, la palabra, el vehículo fundamental de la comunicación y el entendimiento mutuo, pierde su peso. Si lo que se dice no tiene una conexión con la realidad verificable, ¿qué valor posee? La promesa, el juramento, el testimonio, todos los pilares de la convivencia social y jurídica, se desmoronan cuando la palabra se vacía de su contenido verídico.
En este punto, las reflexiones de Friedrich Nietzsche se vuelven particularmente pertinentes. En su obra titulada “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” (1873), intentó desafiar la noción tradicional de una verdad universal y objetiva: para él, la verdad no es un descubrimiento, sino una invención humana, una “armada de metáforas, metonimias, antropomorfismos”. La verdad, en el sentido en que la entiende Nietzsche, es el resultado de un acuerdo social para la supervivencia y la convivencia, una convención lingüística que nos permite vivir en sociedad: “¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en suma, un cúmulo de relaciones humanas que han sido realzadas, transferidas y adornadas poéticamente y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible; monedas que han perdido su troquelado y ahora son consideradas como metal y no ya como monedas” (Nietzsche, F.,1873).
La perspectiva nietzscheana, a menudo malinterpretada como un cheque en blanco para el relativismo absurdo, es en realidad una hermosa y profunda crítica a la ingenuidad con la que se asume la objetividad de la verdad. Sin embargo, en la era de la post verdad, esta crítica puede ser peligrosamente tergiversada para justificar la proliferación de la mitomanía. Si “toda verdad es una ilusión”, entonces ¿por qué no crear nuestras propias ilusiones, nuestras propias “realidades” a la medida de nuestros deseos? La respuesta de Nietzsche a esto no es un nihilismo que anule toda validez, sino un llamado a la honestidad intelectual y a la voluntad de poder que busca la superación y la creación de valores vitales, no el autoengaño cómodo. La mitomanía, al fabricar realidades cómodas y sin fundamento, es precisamente lo contrario de esa voluntad de poder que se atreve a enfrentar la dureza de lo real. El problema no es Nietzsche, son los nietzscheanos.
Frente a esta marea de subjetivismo y patrañas naturalizadas, la filosofía tiene un papel crucial. No se trata de regresar a dogmas inamovibles, sino de reafirmar la importancia del rigor intelectual, el pensamiento crítico y la búsqueda honesta de la verdad. Como diría Kant, la razón debe ser nuestra guía, instándonos a “pensar por uno mismo” y no aceptar verdades prefabricadas sin un examen crítico. La ética de la creencia, es decir, la responsabilidad moral que tenemos al formar y mantener nuestras creencias, se vuelve más urgente que nunca. Recordemos que en su ensayo titulado “¿Qué es la Ilustración”, Kant exhorta: «¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!» (Kant, I. (1784), convirtiéndose así en un llamado perenne a la autonomía intelectual frente a la heteronomía del pensamiento ajeno o la ceguera autoimpuesta por la creencia infundada.
En fin, queridos lectores, la mitomanía social no es un simple problema psicológico de los tantos patanes que nos rodean, sino que se trata de un síntoma de una sociedad que ha comenzado a perder su ancla en la realidad compartida. Reafirmar el valor de la verdad, la importancia de la evidencia y la necesidad de un lenguaje que aspire a la precisión y no a la manipulación, es una tarea filosófica, educativa y cívica impostergable. Solo así podremos reconstruir los puentes del entendimiento y evitar que la realidad se disuelva en un mar de invenciones y caprichos personales.
Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan – Argentina
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FOTOS | Gobierno desarticula estructura criminal “La Raza” integrada por estudiantes de institutos públicos

Este lunes 30 de junio, el Gabinete de Seguridad presentó los resultados de un operativo que permitió desarticular la estructura criminal conocida como “La Raza”, integrada en su mayoría por estudiantes de institutos públicos. La operación fue coordinada por la Fiscalía General de la República (FGR) y la Policía Nacional Civil (PNC), y dejó como resultado la captura de 48 personas, entre ellas 14 menores de edad.
El ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro, explicó que el grupo intentaba reorganizarse dentro de centros escolares replicando patrones de pandillas tradicionales. “La semana pasada, con la FGR, se hizo una intervención que buscaba la captura de 48 jóvenes de institutos que estaban retomando la denominada pandilla ‘La Raza’, que hace muchos años había estado en estos institutos”, detalló.
De acuerdo con las investigaciones, los integrantes mantenían una estructura jerárquica y se dedicaban al narcomenudeo, además de cometer delitos como parte de los “requisitos” para ingresar a la pandilla. “Se han capturado 14 menores de edad y 34 mayores. Con las leyes vamos a hacer lo necesario y lo que necesitamos. Este país le pertenece a los salvadoreños”, afirmó Villatoro.
El ministro advirtió que no se permitirá que estas estructuras criminales resurjan. “No estamos acá para repetir nuevamente la triste historia de El Salvador posguerra. Sabíamos que nos enfrentaríamos a ciertos remanentes, pero no vamos a tolerar este tipo de manifestaciones”, señaló.
Además, aseguró que el Gobierno trabaja paralelamente en la prevención, con programas enfocados en brindar oportunidades reales a los jóvenes. “Más del 95 % de estudiantes en estos institutos están destacando, y no vamos a sacrificarlos por pequeños grupos que intentan arrastrarlos a la delincuencia”, sostuvo.
Finalmente, Villatoro reiteró el compromiso del Ejecutivo de continuar enfrentando a las estructuras criminales y garantizar un entorno seguro para la juventud. “Los vamos a enfrentar y someter a la justicia. Tenemos un compromiso fuerte e inamovible para hacer de este un país de primer mundo”, concluyó.